Pues bien, quise “salir del paso” reintentando la lectura de Palinuro de México después de asistir al curso organizado por la librería Efraín Huerta del Fondo de Cultura Económica en la ciudad de León, Guanajuato, y bautizado Fernando del Paso: constructor de catedrales, en obvia referencia a las tres obras aquí nombradas, cursillo al que también hice referencia en mi escrito e impartido por el crítico literario Alejandro Toledo Oliver.
Este reintento tuvo feliz término, pero resultó igualmente frustrante. Después de terminadas las 648 páginas del tabique queda la sensación de haber podido aprovechar el tiempo invertido de mejor manera. Y no es que su contenido no impresione, pues vaya que lo hace, y mucho. Impresiona la erudición de Del Paso, como bien lo apunta Francisco González Crussí en el prólogo de la obra. Innumerables sentencias cortas y otras no tanto de toda índole, médicas (sobre cualesquiera otras), políticas, científicas, musicales, matemáticas, pictóricas, arquitectónicas, mitológicas, sexuales, climáticas, filosóficas, cinematográficas, religiosas y hasta deportivas, que revelan una profunda sabiduría, pero que en cierto momento llegan a parecer necedades que invitan al inmediato abandono de la lectura, que fue lo que me ocurrió la primera vez.
Quizás la clave de esto nos la dé el propio autor (Palinuro) en el examen de conciencia que hace al final del capítulo XII de la primera parte del libro: “dirán de ti, Palinuro, que tu vida fue una obsesión constante con la muerte y con las palabras… no tanto porque no pudieras decir con ellas lo que deseabas, sino porque ellas decían de ti lo que no querías decir. Con el sexo, porque en el fondo lo despreciabas. Con la cultura, porque la falta de confianza en tu imaginación te obligó a tratar de suplirla acumulando conocimientos y datos eruditos.”, de los que está llena la obra hasta la saciedad. Aunque sería un juicio del autor bastante severo para consigo mismo, pues su novela incluye, aunque pocos para la extensión del mamotreto, pasajes verdaderamente bellos, como el dedicado a la erudición del primo Walter, en ese mismo capítulo.
Otra decepción viene del hecho de que se insiste mucho en que esta obra contiene remembranzas del movimiento estudiantil del 68, pero éstas se reducen a una parodia o comedia -bastante extensa, eso sí- que se “monta” en el capítulo XXIV del libro. Otras referencias a lo largo del libro son, por escasas, prácticamente inexistentes. En este sentido, una obra más emblemática sobre el particular lo constituye Crónica de la intervención, de Juan García Ponce, que además de la proverbial cachondería del autor incluye al final del segundo volumen de que consta la obra, ahí sí, una entrañable remembranza de dicho movimiento, que magistralmente se inscribe dentro de una historia a propósito de la Olimpíada Cultural que paralelamente se dio a la deportiva en aquel fatídico año.
La obra de Del Paso versa sobre la vida de Palinuro (piloto de Eneas a la salida de una Troya destruida) y su prima y amante Estefanía. Obviamente, éste nada tiene que ver con aquél, más que de manera simbólica, y por lo tanto es Palinuro de México.
Tal vez Del Paso haya seguido el camino inverso de Joyce y Picasso, quienes partiendo de un realismo entendido por todos arribaron, al final de sus vidas, a sus obras más emblemáticas aunque quizás también las menos leídas, en el caso del primero, y las menos comprendidas, en el caso de ambos. Don Fernando inició en el 66 con José Trigo, que a manera de broma decían que era su Ulises, por lo complicado de su lenguaje y lo complejo de su estructura. Siguió en el 77 con Palinuro de México y terminó en 1987 con su maravillosa y ampliamente elogiada por mí en la entrega anterior Noticias del Imperio. Por el contrario, Joyce empezó con sus incomparables y bellos Dublineses y Retrato del artista adolescente, siguió con el famosísimo Ulises y terminó con su inabordable e insondable Finnegans Wake. Y así como prometí, después de leer el Ulises de Joyce en inglés, jamás embarcarme en la imposible tarea del Finnegans, a pesar de contar con su formato electrónico, estoy a punto de prometerme, después de leer Palinuro, de tampoco involucrarme con José Trigo. Así pues, también me “saldría de Del Paso”.
Prefiero seguir con el que estoy ahora, Filosofía de la física I. El espacio y el tiempo, de Tim Maudlin, que si bien introduce conceptos complejos como el principio de razón suficiente (PRS) y el principio de identidad de los indiscernibles (PII), por lo menos se contienen, se autodefinen y se explican en el contexto de este hermoso volumen del Fondo de Cultura Económica, no como Palinuro, con el cual resulta imposible acudir a cada instante a Google para entender sobre las centenas, si no es que miles, de conceptos eruditos que el autor introduce, pues resultaría una labor de locos. Pero de dónde sale el prejuicio de que el libro es sobre el 68, o por lo menos mi prejuicio. Lo que pasa es que como leemos poco y mal nos volvemos presa fácil de estos malentendidos, ya sea como receptores o difusores. Por lo pronto, yo no leería una segunda vez esta obra, y si mi “recomendación” contribuye a que siga sin leérsele, ni modo.
Y no soy injusto, sigo insistiendo en que Noticias del Imperio es sublime y me fascinó, pero también creo que Fernando del Paso es autor de una sola obra y que ella le bastó, muy merecidamente, para el otorgamiento del Premio Cervantes en 2015.
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