Se llegó el día, pues, de enfrentar la angustia del siguiente libro a leer y desenterré, literalmente, pues hubo necesidad de desempolvarla, la magna obra de don Fernando, 25 años después de que se publicó y la compré. ¡Qué fascinante! Más que una novela, un auténtico documento histórico de la época del Imperio de Maximiliano y los avatares de Juárez para aniquilarlo (al Imperio y a Maximiliano), con datos duros y fidedignos que Del Paso se permitió investigar en la década que le llevó escribir una de sus tres obras maestras. Las otras dos, José Trigo (1966) y Palinuro de México (1977), le tomaron aproximadamente el mismo tiempo cada una, con remembranzas de la guerra cristera y el levantamiento ferrocarrilero, la primera, y del movimiento estudiantil del 68, la segunda.
De manera magistral, Del Paso alterna en su novela, casi equitativamente, un capítulo histórico con otro de la enloquecida Carlota y sus divagaciones o monólogos en su destierro, 60 años después del fusilamiento, por Juárez, de Maximiliano. Una experiencia en verdad maravillosa, producto de la creatividad e imaginación del autor, pero, insisto, con datos históricos fidedignos y con las permisividades literarias a las que todo escritor tiene derecho en una novela. Aprendí más historia aquí que en mis años escolares.
Por todo lo anterior, ahora que se le otorgó el Premio Cervantes a Del Paso, vinieron a mi mente las otras dos grandes obras del laureado creador, y ante la insistencia de Caro, mi hija, por que le dijera los libros que deseaba por no recuerdo qué fecha importante, le mencioné José Trigo y Palinuro de México como opciones. Pues bien, me consiguió las dos, ambas editadas por el Fondo de Cultura Económica.
¡Qué decepción! Comencé con José Trigo y la abandoné a poco de empezarla. Quise reivindicarme con Palinuro, pero creo que ya estaba yo prejuiciado y también la hice a un lado apenas iniciada. Me dije para mis adentros ¡qué bueno que Del Paso ya sabía escribir cuando creó Noticias del imperio! La “lógica” detrás de mi pensamiento era que si algo distingue al hombre como el único ser inteligente de la Creación es el lenguaje, y por lo tanto, mientras más simple, directa y desembrollada sea la forma en que nos comunicamos mediante él, mayor prueba de nuestra inteligencia. De aquí mi aversión, perdón, por la poesía. Por algo decía Borges que Cervantes tenía un lenguaje de abarrotero, pero que con eso le bastó para escribir el Quijote. Aunque vino a mi mente el Ulises de Joyce y la odisea que padecí para su cabal comprensión y el gozo indescriptible que sentí una vez que lo hube hecho… ¡y en su idioma original!
Casualmente, muy poco tiempo después, la librería Efraín Huerta del Fondo de Cultura Económica aquí, en León, me invitó al curso de tres días Fernando del Paso: constructor de catedrales, planeado antes incluso de que al escritor mexicano le otorgaran el Cervantes, pero llevado a cabo hasta julio de 2016, bajo la batuta del crítico y autor literario Alejandro Toledo Oliver. Esas catedrales son las tres obras a las que me he venido refiriendo. Bien dice Toledo que todo escritor anda a la caza de su gran obra maestra, pero que Del Paso sobrepasó por mucho este objetivo, pues creó tres.
Tan pronto se presentó la oportunidad, expresé lo mismo dicho líneas arriba: el feliz descubrimiento de que Del Paso ya sabía escribir. Después de las consabidas risas, Alejandro me dijo que ciertamente la estructura de José Trigo la hace una obra de difícil comprensión, que no en balde, en su tiempo, don Fernando fue muy criticado y hasta objeto de burla por querer hacerla de Joyce y crear el Ulises mexicano, pero que, después de eso, Palinuro no debería representar mayor problema en su lectura, pues su estructura es mucho más simple. No es casualidad, entonces, que los monólogos de Carlota en Noticias del Imperio nos remitan al inimitable soliloquio de Molly Bloom al final del Ulises de Joyce.
El problema con Trigo es que, a semejanza de Rayuela, de Julio Cortázar, por su estructura, se puede leer linealmente o bien leer primero el capítulo uno de la primera parte y enseguida el último de la segunda, pues se corresponden, como si fueran la base de lados opuestos de una pirámide, y de ahí ir escalando ésta con el segundo capítulo de la primera parte y el penúltimo de la segunda, que también se corresponden, y así hasta llegar al capítulo nueve de la primera parte que se corresponde con el nueve “inverso” de la segunda, después de los cuales sigue, en lo alto de la pirámide, un capítulo “puente”, con elementos complementarios a ambas partes. Si a esto agregamos que, muchas veces, la prosa no es sencilla, la complejidad de su lectura aumenta. A final de cuentas, como dice Alejandro Toledo, hay que dejarse llevar por la poesía de su escritura, pues, como el mismo Toledo afirma, Del Paso es más un poeta en prosa que en verso, pues en verso, cuando lo intentó a principios de su carrera o lo ha querido retomar después, francamente resulta un poeta menor.
Podríamos ubicar como precursores de Fernando del Paso a Cervantes y a los escritores irlandeses Laurence Sterne y James Joyce, en ese orden cronológico, aunque no necesariamente de importancia.
Finalmente, como dice el multicitado Toledo, mejor un autor que nos deje pensando a otro lineal e inane que sólo nos haga pasar el rato. Para eso, mejor un texto de autoayuda, digo yo. Retomaré con todo entusiasmo la “relectura” tanto de Trigo como de Palinuro una vez que haya terminado con Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, que junto con las entrañables Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, y Jane Eyre, de Charlotte Brontë, me sirvieron de antídoto al frustrante intento inicial de lectura de las dos primeras “catedrales” de Del Paso.
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