A finales de
2002 me desempeñaba yo como Gerente de Base de Datos del Servicio Postal
Mexicano (Sepomex), uno de esos ambientes burocráticos irrespirables que
abundan en todas las dependencias gubernamentales del país y, para no ser
injustos, del mundo entero. En tal posición,
en diciembre de aquel año, me vi involucrado en una disputa cibernética, a
través del correo electrónico, con el entonces desconocido Diego Hildebrando
Zavala Gómez del Campo, cuyo principal mérito residía en ser hermano de
Margarita de idénticos apellidos, esposa de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa,
coordinador, en ese momento, de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara
de Diputados y posterior Presidente de la República en el aciago sexenio de la
muerte 2006-2012.
El ahora
mundialmente famoso Hildebrando me llamaba, eufemísticamente, mentiroso en un
correo electrónico de respuesta a uno mío en el que me quejaba por un
deficientísimo, por decir lo menos, sistema interactivo de direcciones postales,
desarrollado por la compañía que del dueño tomaba su nombre: Hildebrando. Me
acusaba, en pocas palabras, de decir medias verdades. Lo único cierto es que el
sistema nunca entró en operación, a pesar de los cientos de miles de pesos que
se le pagó a sus desarrolladores. Cuando yo me uní a Sepomex en julio de aquel
2002 el engendro ya estaba en gestación (me refiero al sistema, pues don
Hildebrando ya era todo un adulto en forma), pero nunca logró levantar a pesar
de los ingentes recursos materiales y humanos que se le invirtieron. A pesar de
ello, el director de sistemas, mi jefe, me reclamó el modo en que yo le exigía
a Diego Hildebrando el cumplimiento de sus responsabilidades. Ignoras, me dijo,
qué “callos puedas estar pisando”.
Hastiado de esos
ambientes, renuncié a Sepomex mes y medio más tarde y me fui con la familia a
recorrer por tren algunos países de Europa en abril-mayo de 2003, no sin antes
haber guardado copia de todos los archivos relevantes de mi paso por Correos de
México para que después no se me fuera a fincar responsabilidad alguna por el
fallido sistema. Todo ello, quién lo fuera a decir, por recomendación del
subdirector de sistemas, mi jefe directo, y uno de los individuos más
traicioneros y abyectos que haya yo conocido en mi vida.
Al regresar del
viaje, como ya traía yo el gusanillo de huir de la Ciudad de México y el futuro
lucía sombrío para esposa y niños (en ese entonces) de permanecer ahí,
adquirimos de forma exprés un negocio que transfería una franquicia en esta
querida ciudad y nos mudamos a León el jueves 17 de julio de 2003. Y así, nos
llegó por sorpresa el fatídico y memorable 2006, aquél de los inolvidables
debates en que López Obrador desenmascaró al hoy célebre Hildebrando.
Recordé,
entonces, el tesoro que había yo estado añejando, casi contra mi voluntad,
durante tres largos años y me decidí, intempestivamente, a enviar una carta
para su publicación en am, pero,
como hago casi siempre que el tema es relevante, la mandé también a la revista
Proceso y a los diarios Reforma, El Financiero, La Jornada y ya no recuerdo si
algún otro.
Como entonces
todavía enviaba mis cartas por fax, la transcripción que de ella hizo am el sábado fue lamentable y la
reenvié con una atenta carta al director explicándole la situación, pero ahora
sí ya por correo electrónico para que no hubiera pierde y nada más la “cortaran
y pegaran”.
Ese mismo día me
llamaron por teléfono Claudia Salazar, del Reforma, y el hoy también célebre
Daniel Lizárraga, de Proceso, el mismo que descubrió la Casa Blanca de Peña
Nieto. Me solicitaban, de favor, todos los documentos que pudiera yo enviarles,
aquélla mediante correo electrónico y éste mediante una guía pre pagada que me
proporcionarían en DHL. Cosa que hice con mucho gusto y sin cobrar un solo
centavo. Pero también me hablaron ¡del PRD! y la diputada Martha Lucía Mícher
Camarena o, simplemente, Malú Mícher.
¿Cómo le hicieron para conseguir mi teléfono? Lo ignoro, pero Malú insistía en
que la acompañara a la Ciudad de México a entrevistarme con López Obrador y
hasta me vino a ver personalmente a la casa. Quién sabe qué se imaginaba.
Al día
siguiente, domingo, apareció publicada mi carta, corregida, en am, pero además mencionaban el hecho
desde la primera plana. Reforma también le otorgó un espacio a la noticia en la
parte superior de su misma primera plana, con un extenso reportaje en páginas
interiores. Una semana después, Proceso publicó la famosa portada del “cuñado
incómodo” y en el número correspondiente se daba cuenta de la información que
le proporcioné a Lizárraga y de la entrevista telefónica que éste me realizó.
Esa tarde que Malú me visitó en la casa, me insistía en que no bastaba la breve
nota en la primera plana del Reforma, que tenía que acompañarla a México para ¡armar una estrategia con López
Obrador! Cuando le mostré el amplio reportaje en páginas interiores del
ejemplar de Reforma que había comprado yo en Sanborns, quedó más tranquila y
aproveché para zafarme del compromiso y agradecerle encarecidamente su visita. Le
insistí, porque ya se lo había dicho, que no era partidista, pero que de
cualquier manera saludara mucho a AMLO de mi parte.
Es así como, a
una década de distancia, conmemoro y celebro los infaltables cinco minutos de
fama de los que todos, alguna vez en la vida, hemos disfrutado… y necesitado.
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