jueves, 9 de mayo de 2024

"¡No sumes, Caro, piensa!"

Tengo dos hijos: Caro, de 32 años de edad, y Raúl, de 30. Cuando eran pequeños: Caro, de 7-8 años, y Raúl, de 5-6, solía sentarlos a la mesa de la cocina, uno enfrente de la otra, y yo en el medio, y los sometía a cálculos mentales aritméticos sencillos: sumas, restas y multiplicaciones y divisiones muy simples. Raúl, a su corta edad, respondía correctamente con celeridad y aplomo a cuanto reto lo sometía. Caro, más nerviosa, protagónica y competitiva, se presionaba mucho y erraba algunas veces sus respuestas, que Raúl se apresuraba a corregir. En una de esas ocasiones, el niño se conmovió tanto de ver a Caro sufrir que se apresuró a aconsejar enternecedoramente a su hermanita: “¡No sumes, Caro, piensa!”, lo que provocó una franca carcajada de padre e hija ante tamaña salida.

Era obvio que el niño había logrado desarrollar con el paso del tiempo ciertas técnicas mentales que le permitían responder certera y rápidamente los enigmas del progenitor.

Todo esto viene a colación porque suelo hablar mucho de Carolina y muy poco de Raúl, pero no es de mala fe, sino más bien producto de ese protagonismo al que la hoy respetable dama es muy dada, a diferencia del hoy respetable caballero, mucho más reservado, casi casi rayano en la introversión.

Pero qué va. Raúl, al igual que Caro en el Tec en Arte y Diseño Digital, se graduó de excelencia en Administración de Negocios en la Universidad De La Salle Bajío, muy a pesar del incierto inicio en estos menesteres. Me explico. El día de la inscripción a la carrera dejé a Raúl a las puertas de la prepa y me encaminé a la Universidad no lejos de ahí a consumar dicha inscripción. Cuando recogí al muchacho en la tarde, le mostré los documentos que lo acreditaban como flamante miembro de la carrera en Administración de Negocios. “¡Pero, pá -se sorprendió él-, si te dije que en Negocios Internacionales!”. “¡No mames! -lo atajé yo flemáticamente-, y ahora, ¿qué hacemos?”. “Pues ya ni modo, así le dejamos -se resignó él estoicamente”.

Insisto, así y todo, hizo una carrera envidiable que hoy lo tiene en el corporativo de General Motors en Silao por ya casi tres años, y feliz de la vida.

Pero no sólo eso, sino que, como ya lo adelantaba su precocidad numérica, ha desarrollado una serie de habilidades financieras que ni yo, actuario, soy capaz de seguir, lo que le ha permitido hacerse de su propia casa -obviamente hipotecada- en un  tiempo récord, a sus “tiernos” 30. El coche de sus sueños lo damos por descontado, pues cuenta con él desde que trabajaba en el sector bancario, mucho antes de ingresar a la honrosísima GMC.

Por todo esto y mucho más, gracias Raúl, gracias Caro, por haberle dado sentido a mi vida.

Por cierto, creo que Elena piensa lo mismo. 

domingo, 5 de mayo de 2024

Mis sobras completas

La gloria o el mérito de ciertos hombres  consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir.

Jean de la Bruyère, citado por Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía.

Enrique Vila-Matas ha escrito un libro, Bartleby y compañía, a propósito de grandes hombres que nunca escribieron, como Sócrates, o bien escribieron muy poco, como nuestro Juan Rulfo. El título de la obra nos recuerda al personaje del relato de Herman Melville, Bartleby, que siempre que era conminado por sus congéneres a ponerse en acción respondía invariablemente con un “Preferiría no hacerlo”, y así se la llevaba indefinidamente. Por ello, Vila-Matas pone en compañía de este espécimen a todos aquellos individuos que se negaron a escribir nada o no lo volvieron a hacer nunca después de algunos escarceos iniciales.

Don Enrique dice que Rulfo achacaba a la muerte de su tío Celerino su esterilidad posterior a Pedro Páramo y El llano en llamas, ya que el señor era un mentiroso empedernido que capturaba la embelesada atención del sobrino con sus relatos apócrifos. Dicho pariente era un borracho que se ganaba la vida ¡confirmando niños! Pero muerto el perro se acabó la rabia.

Lo anterior viene a cuento por la insistencia de la familia cercana, especialmente Caro y Elena, y algunas amistades entrañables para que escriba un libro. Háganme el favor, como si se tratara de enchílame otra. Digo, porque si nos vamos a embarcar en tal empresa, que sea con la mayor seriedad del mundo, lo cual me llevaría no menos de una década conseguirlo, para así poderme equiparar con los grandes autores aunque fuera tan sólo en eso. Y ya no me da el reloj. Así que “preferiría no hacerlo”. Mis seres queridos insisten en que emprenda esto como proyecto de vida y terapia antidepresiva, a lo que yo, imperturbable, les reitero: “preferiría no hacerlo”.

Lo más a lo que podría aspirar es a poner juntos el casi medio millar de imbéciles retazos que he “balbuceado” a lo largo de dieciséis años para por lo menos ofrecer un somnífero efectivo para el par de potenciales e incautos lectores que se atrevieran a adquirir Mis sobras completas; sin aspirar a Nobel alguno, por supuesto.

Por lo demás, el libro de Enrique Vila-Matas es muy entretenido y didáctico en este sentido.

jueves, 2 de mayo de 2024

Remedio contra la depresión

Un libro. Y no, no me refiero a la vomitiva “literatura” de autoayuda, sino a la literatura que, por más descarnada que parezca, es capaz de mover las fibras más sensibles del alma para gozar de un arte auténtico y conmoverse profundamente con él.

En esta ocasión me refiero a la novela Mancha humana, del laureado autor norteamericano Philip Roth. El ex decano de la universidad de Athena, Coleman Silk, se ve obligado a abandonar su puesto de docente por un aparente y estúpido incidente racista, sin que absolutamente nadie -vamos, ni el lector- se percate de la negritud de Silk, que ha logrado llevar su secreto hasta esas alturas gracias a su apariencia exterior, que incluso le llevó a abandonar a su familia para fingir mejor su impostura, no sin graves broncas de por medio con dicha familia. Aun así, se casó y tuvo cuatro hijos blancos, corriendo el riesgo nada improbable de que alguno de ellos pudiera resultar negro. Quizá el hijo menor, Mark, se enteró de todo ello y odió al padre.

La novela se inicia cuando ya Silk cuenta con setentaiún años de edad, su esposa ha muerto, muerte que él achaca a la tremenda injusticia que le infligió la universidad, y lleva una relación de amasiato con una empleada de intendencia de la propia universidad, Faunia Farley, analfabeta de treintaicuatro años, menos de la mitad de la edad de aquel, y el personaje más trágico de la novela, junto con el ex esposo de esta, Lester, veterano de la guerra de Vietnam.

Coleman Silk se relaciona con el autor semi omnisciente del relato, Nathan Zuckerman, sin llegar a establecer propiamente una amistad con él y le solicita que escriba la historia de la tremenda injusticia cometida con su persona. Y a partir de aquí corre la trama con todos estos personajes, abundante en flashbacks y en historias de amor, odio, traición, perversidad y más. Baste decir que la puñalada trapera que le asesta Delphine Roux, una brillantísima joven académica francesa egresada de Yale, a Silk, ya cuando este no podía defenderse, es de una bajeza y sevicia descomunales, incrementadas aún más por el hecho de que ¡él fue quien la contrató para la universidad! Y no digo más.

En una ocasión en que Faunia Farley visita una especie de asilo animal, llama su atención un grajo, ave semejante al cuervo, recluido en cautiverio en una jaula, desde la cual, sin embargo, puede volar hacia el exterior a reunirse con los de su especie en los árboles que abundan afuera. No obstante, cuando esto hace, los otros lo empiezan a picotear en la cabeza a tal grado que se ve obligado a huir antes de que acaben con su vida. Este es el precio, dice el autor, que ha de pagar el infeliz pajarraco por convivir con la mancha humana. Esa de la que el libro es todo un compendio.

Pues bien, este hermoso libro es el que me hizo más llevaderas las pasadas dos semanas, al extremo de levantarme con un inusitado entusiasmo todas las mañanas.

¡Gracias Philip!