viernes, 18 de octubre de 2024

El fin del mundo está cerca

El fin de la humanidad está más cerca de lo que imaginamos -incluso quizá más que una calamidad ecológica- si la inteligencia artificial cae en manos inescrupulosas o ¡en los propios fierros y algoritmos de la inteligencia artificial! No se necesita ser un superdotado para darse cuenta de que hemos llegado a un punto de quiebre, inflexión o no retorno con esta endemoniada tecnología que ya nadie podrá detener. Por más que se regule este desarrollo, siempre habrá quien quiera ir más lejos brincándose  cuanta tranca se le atraviese en el camino (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/entremes-insipido-plato-principal.html), por muy arrepentidos que pudieran estar sus creadores, como el reciente Premio Nobel de Física 2024 Geoffrey Hinton, de la Universidad de Toronto, Canadá, quien junto con John J. Hopefield, de la Universidad de Princeton, N.J., Estados Unidos, se hicieron merecedores al galardón “por descubrimientos e inventos fundamentales que permiten el aprendizaje automático con redes neuronales artificiales”, establece La Real Academia Sueca de Ciencias en un comunicado de prensa.

Esto es, el famoso machine learning (aprendizaje automático), pieza fundamental de la inteligencia artificial, y cuya idea básica es mimetizar con nodos en una red neuronal artificial el funcionamiento de las neuronas y la sinapsis (conexión) que se establece entre ellas. Y al igual que con las neuronas, esta conexión puede ser débil o fuerte.

Si no me entienden, no importa, yo tampoco. Lo importante es que se comprenda que la inteligencia artificial está hecha a imagen y semejanza nuestra, pero con una capacidad de aprendizaje propia del poder de cómputo con que ahora contamos, y todo lo cual uno experimenta ya con traductores de idiomas, intérpretes de imágenes y aceptables compañeros de conversación, como ChatGPT.

La Academia Sueca de Ciencias da a conocer a sus galardonados mediante un comunicado de prensa, información popular e información avanzada, en un grado ascendente de complejidad. Pero créanme, en esta ocasión hasta el comunicado de prensa resultó abstruso, no se diga ya la información “popular” y mucho menos la información avanzada.

En años anteriores, me he preciado de entender la información popular de premios no sólo en física, sino en química y fisiología o medicina, pero esta vez mucho me temo que me tendré que poner a estudiar en serio. 

jueves, 17 de octubre de 2024

Estuve a un tris de saludar a Einstein

Estudié actuaría en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde tuve como condiscípulos a biólogos, físicos y matemáticos, éstos sí auténticos científicos. ¿Qué demonios hacíamos ahí los actuarios salvo cursar las asignaturas matemáticas junto con ellos? El rechazo a los “mercenarios” de la ciencia se sentía… y se sentía muy feo. Recuerdo que hasta en el pizarrón de anuncios éramos ignorados. Un día leí en él un anuncio que me hizo mucha gracia: “Matemático de buen físico busca bióloga”. Mil veces me he arrepentido de no haber estudiado para matemático. Mi suerte muy probablemente no hubiera cambiado, pero me habría divertido muchísimo más.

Por otro lado, uno tenía la oportunidad de conocer en la facultad a auténticas luminarias, como el doctor en física Marcos Moshinsky, que por lo apuntado arriba, no tuve el privilegio de tenerlo como profesor. Moshinsky se doctoró en la Universidad de Princeton bajo la tutoría del Nobel de Física 1963 Paul Wigner, pero no paró ahí la cosa, pues realizó estudios postdoctorales en el Instituto Henri Poincaré de París, y en 1968 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes e ingresó al Colegio Nacional, máxima institución académica de México.

Yo no dejaba de leer su colaboración semanal todos los sábados en el entonces prestigiadísimo diario Excélsior, en el que no sólo escribía sobre ciencia, sino sobre los más variados tópicos. Recuerdo cómo relataba que sus artículos, antes de enviarlos a la redacción, pasaban por el riguroso escrutinio de su esposa ¡Elena!, que cuando falleció, lo lamentó por partida múltiple, entre otras razones por no contar ya más con tan estricta crítica.

Ahí relató una vez cómo fue su acercamiento inicial con Einstein en Princeton, donde laboraba el sabio de manera permanente. Marcos se puso de acuerdo con un amigo para ir a husmear por la oficina de Albert, que cuando se percató de su presencia los llamó para que se acercaran. Los saludó efusivamente y les preguntó sobre sus proyectos. Recuerda que fueron los diez minutos más emocionantes de su vida, aunque no los únicos, pues más tarde trabajó con él en algunos estudios.

Un día que tuve que ir a consulta al Hospital ABC de la Ciudad de México, coincidí con Moshinsky en el elevador y me atreví a presentarme y a inquirirle que si tal había sido ese primer acercamiento con Albert Einstein. Me lo confirmó, y aunque don Marcos ya bajaba del transporte, me apeé del aparato ahí mismo, a lo que con azoro aquél me preguntó que si no iba yo a otro piso. Sí, no importa, le respondí, únicamente quería pedirle a usted un favor. 

- Apenas nos conocemos y ya me quiere pedir usted un favor- se sorprendió.

- Bueno, apenas me conoce usted a mí, pero yo lo he visto con respeto y admiración durante toda la vida en la Universidad, y no me perdía ninguno de sus artículos en el periódico, como acabo de demostrárselo- le respondí.

- Bien, diga usted, y si está en mi mano poder ayudarlo, así lo haré- señaló con gentileza.

- ¡Precisamente!, está en su mano, permítame estuchársela con el mismo entusiasmo que hizo usted aquella vez con la de Einstein- finalicé.

Los dos reímos de buena gana, nos estrechamos la mano efusivamente y cada quien jaló para su respectiva consulta.

¡Había apretado yo la mano que había hecho lo propio con la de Albert Einstein! Como si lo hubiera hecho yo mismo. ¡Sí!

martes, 15 de octubre de 2024

Dos amigas I, II, III y IV

Así llama genéricamente Amazon, Dos amigas, a la saga de cuatro novelas de Elena Ferrante que dieron origen a la serie televisiva My brilliant friend, que actualmente disfruto junto con mi brillante esposa Elena. Ya llevamos treinta de los treintaicuatro episodios de que consta el drama, pues los cuatro restantes aparecerán en las próximas semanas, razón por la cual compré el último de los cuatro libros, La niña perdida, ya que no podía esperar tanto a que me contaran el final de la historia. Leí éste de un tirón y ello no me impedirá que disfrute los capítulos restantes del mentado culebrón.

Las dos amigas, Lenù (narradora en primera persona) y Lila, y un tercero en discordia, Nino, ex amante de la segunda y concubino de la primera, tejen toda una urdimbre de aventuras, intrigas, traiciones, éxitos, fracasos, venganzas y asesinatos que se dan entre amigos, hermanos, padres, vecinos, compañeros de escuela, esposos, suegros, socios y toda una ralea de personajes napolitanos que giran alrededor de estos personajes principales. Pero no los aburro más, mejor los refiero a los libros, a la serie televisiva y a mis artículos anteriores (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/que-decepcion.html y https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/paradojico-que-soy.html).

Sólo un par de curiosidades:

En la página 449 de La niña perdida, Lenù se refiere a un artículo agresivo de su entonces ex concubino Nino sobre “una tesis que ya había abrazado en el pasado: el poder judicial debía estar sometido al ejecutivo. Escribía indignado: no es posible que un día los magistrados combatan a quien quiere golpear el corazón del Estado y al día siguiente hagan creer al ciudadano que ese corazón está enfermo y hay que desecharlo. Él se batió para que no lo desecharan. Pasó por los viejos partidos en desmantelamiento desplazándose cada vez más hacia la derecha y en 1994 volvió radiante a sentarse en el Parlamento.” Cualquier semejanza…

Y en la 465, Lenù, hablando de ella misma, afirma: “Ahora era una mujer madura con una fisonomía consolidada. Era eso que la propia Lila, a veces en broma, a veces en serio, había repetido a menudo: Elena Greco, la amiga estupenda de Raffaella Cerullo (Lila).” O sea que me equivoqué en mi escrito anterior, ya que quien da título a la obra es la propia Lenù. 

sábado, 12 de octubre de 2024

Fin de la pesadilla

Tres factores me avergonzaron e hicieron que me percatara que lo que digo en (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/paradojico-que-soy.html) no es cosa menor:

En primer lugar, el sacrificio de Elena, que durante todo este tiempo estuvo apoyándome incondicionalmente, al punto de dar la apariencia de ser ella quien padeciera el mal, yendo de arriba para abajo conmigo adonde tuviera yo que ir para combatir este horrendo mal. No se despegó ni se ha despegado de mi lado un solo segundo durante estos aciagos tiempos. Ella es la única responsable de que el mal haya remitido.

En segundo lugar, y algo muy relacionado con mi esposa misma, fue el conmovedor mensaje que su amiga Adri me hizo llegar tan pronto se hubo enterado de la gran noticia, y que transcribo en parte a continuación: Buenos días mi paradójico amigo. Independientemente de lo que pienses, veo que hay motivos de sobra para felicitarte y por supuesto, el primero es el cero. Debo decirte y no es algo que ignores, que es un logro que no muchos pueden presumir, de manera que va un abrazo con toda mi felicidad, mi admiración, respeto y cariño por ese amigable cero.

“La segunda cuestión para felicitare serán esos 75, y de la misma manera te recuerdo que no todos pueden presumir tres cuartos de siglo en las condiciones maravillosas que tú estás, así que va otro abrazo (un poco anticipado) por esos tres cuartos.”

Y por último, la visita de control que hicimos (me acompañó Elena, por supuesto) ayer al IMSS y durante la cual el médico de turno nos dijo que podía suspender los “venenos” con que hasta ayer me habían mantenido vivo, las “tenebrosas” bicalutamida y goserelina, y someterme ya nada más a un chequeo del antígeno cada tres meses.

Y por supuesto, todos los demás apoyos que me hicieron llegar durante la enfermedad Caro, Raúl, Juani, Sonia, mi hermana La Gorda, mis suegros, Paty, Moreyra, Mary Tere, Betty y tantos más que involuntaria y muy seguramente estaré omitiendo ahora. ¡Perdón!

La emoción que me embarga desde ayer me hace ser injusto. 

martes, 8 de octubre de 2024

Paradójico que soy

Mis ganas de vivir no se han incrementado un carajo, y sin embargo, acabo de derrotar contundentemente al cáncer de próstata que padecía, al llevar el nivel de antígeno en mi sangre al anhelado cero (0.02), con todos los sacrificios durante más de un año que ello representó. Quizá el enorme gusto que esto significa para mí se deba, como apunté en un escrito anterior (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/06/magno-incendio.html), a que lo tomé como un juego, una apuesta: va mi resto por el cero. Sí, un gusto aun mayor que el de la superación de la enfermedad misma. Lo malo es que ahora, debido a los indeseables efectos secundarios provocados por el tratamiento, no sé a quién mostrarle los resultados de mis análisis clínicos, si al urólogo o a mi ginecólogo. Creo que optaré  por el primero.

Todo lo anterior ocurre a dos martes de mis bodas de platino (cumplo setenta y cinco años el 22 de octubre, o lo que es lo mismo, tres cuartos de siglo), así que lo tomaré como un buen augurio, a pesar de mi proverbial pesimismo. Como quiera que sea, ya no ha de faltar mucho.

Lo de paradójico está relacionado también con lo que dije aquí hace un par de semanas a propósito del libro de Elena Ferrante La amiga estupenda, y que yo prefiero llamar My brilliant friend por razones que quedarán claras y satisfarán a todos en el siguiente párrafo (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/que-decepcion.html).

Lo dicho en ese escrito llevó a otra Elena, mi esposa, a invitarme a ver la serie televisiva en cuatro temporadas (una por cada libro escrito por Ferrante sobre el mismo tópico: toda una saga) intitulada no en italiano, su idioma original, sino en inglés como arriba digo, pero parlada en italiano y con subtítulos en español. Los títulos de los tres libros restantes no vienen al caso, habida cuenta de que el primero bautiza a la serie completa, y ya los mencioné en el antedicho escrito.

¡Ah, qué clavada me di! Nos aventamos en jornadas maratónicas los veinticuatro capítulos de que consta el culebrón en sus tres primeras temporadas (ocho por cada una) y comenzamos ya con la cuarta, compuesta por ¡diez! Pero no para ahí la cosa, pues Elena y Caro ya se habían echado dichas temporadas durante la pandemia, lo cual no obstó para que mi mujer quisiera rememorarlas ahora.

Desgraciadamente, la cuarta apenas comenzó a aparecer el martes 10 de septiembre de 2024 y se liberará un capítulo por semana, lo que llevará a su conclusión hasta el martes 12 de noviembre. ¡No me puedo aguantar tanto!, por lo que tomé ya cartas en el asunto y compré el libro correspondiente a esta temporada (La niña perdida) y lo estoy devorando como si en ello me fuera la vida. Ya con más calma, iré disfrutando cada episodio televisivo conforme se libere, no importa que en este momento cometa el feo crimen de spoiling conmigo mismo.

Para no repetirme, los remito a mi anterior artículo y tan sólo agregaría que las protagonistas han seguido creciendo y conservan su “amistad” incólume, aunque matizada por amargos desencuentros y más o menos felices reencuentros… y vuelta a empezar. Es un tremendo drama que involucra a las decenas, si no es que centenas, de personajes que circulan por las novelas, y cuyo desenlace no puedo anticipar toda vez que actualmente, como dije, devoro el cuarto volumen. Las protagonistas principales nacieron, ambas, en 1944, y la acción se remonta hasta el 2010, cuando quien narra, Elena (¡otra Elena!) Greco, cuenta 66 años de edad. Así que ya imaginarán el complicado contexto histórico de la Italia de esos años. Esta Elena no puede dejar de referirse continuamente a Su amiga brillante, Lila, más inteligente, malévola y hábil que ella, a pesar de que fue Greco quien destacó en el mundo académico e intelectual con la publicación de sus libros. Lila nunca abandonó el ambiente rupestre en que ambas se desarrollaron durante su infancia, juventud y adultez temprana, aunque triunfó clamorosamente en el mundo de los negocios en su natal Nápoles.

Si pueden, no dejen de ver esta soberbia y ostentosa producción televisiva, no se arrepentirán.

Prometo un artículo posterior y, mientras tanto, celebro mi triunfo sobre el cáncer -o, como lo llama Siddhartha Mukherjee, el emperador de todos los males- y mis bodas de platino.

martes, 1 de octubre de 2024

Inconcebible emergencia editorial

Hace poco más de un cuarto de siglo me matriculé en un curso de literatura contemporánea que impartía en la Universidad Iberoamericana campus Santa Fe en la Ciudad de México el insigne crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michel, miembro del Colegio Nacional desde 2017, la más prestigiosa institución académica del país. El grupo lo conformábamos dos varones y varias damas, completando casi la veintena entrambos.

Una de las tareas que el profesor Domínguez encomendó a sus alumnos fue la lectura de la magna obra del ilustre escritor y filósofo austriaco Hermann Broch -injustamente privado del Nobel de literatura- La muerte de Virgilio, sin haberse cerciorado previamente, ni tenía por qué, de que las librerías lo tuvieran en existencia. Resultó penoso el deambular de veinte diletantes por todas las librerías de México en busca de tan preciada joya. Obviamente, los seminaristas visitamos, todos, las mismas librerías, de prestigio y modestas, por lo que cundió la alarma en la industria editorial mexicana de que el indisponible libro estaba teniendo una demanda inusual y urgía sacarlo de bodegas, si es que ahí se encontraba, y si no, pedirlo a las editoriales.

Al final, todas las librerías de la capital se atiborraron de copias de la famosa novela de Broch, y ninguno de los alumnos del maestro Christopher se quedó sin su respectivo ejemplar, pero yo creo que las librerías se quedaron con varios más y han de haber batallado para moverlos, pues su lectura es muy difícil, ya que trata de la agonía del gran poeta Virgilio: sus últimas dieciocho horas de vida, con todo lo onírico, alegórico y filosófico que un relato así pueda tener. Yo lo leí y recuerdo que lo disfruté mucho, pero a más de un cuarto de siglo de distancia, queda poco en mi memoria. Habrá que releerlo. Domínguez Michel, por su lado, disfrutaba mucho al recordar la manera en que sus estudiantes habían podido desquiciar de tal forma el mercado del libro en México.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer Los inocentes, también del antedicho Broch, una novela de entreguerras conformada por varios relatos y textos poéticos, y un sesudo prólogo de Lluís Izquierdo, académico catalán. En el libro se entremezclan, en los diversos relatos, los mismos personajes, lo que le imprime un carácter de unidad. La acción transcurre en una pequeña ciudad alemana en tiempos en que la amenaza del nazismo se cernía sobre la humanidad, por ello, quizá, el tono un tanto lúgubre de la escritura, pero ciertamente disfrutable.

Pero volviendo al tema del seminario, no se imaginan el escándalo que se armó cuando me atreví a sugerir que Televisa había tenido mucho que ver en el otorgamiento del Nobel de literatura a Octavio Paz, habida cuenta de que Christopher fue siempre un miembro distinguido del grupo del exquisito poeta, junto con Enrique Krauze, Guillermo Sheridan, Gabriel Zaid y otras luminarias por el estilo. Mi atrevimiento bastó para que el susodicho Domínguez tildara mi osadía, sin referirse a mí directamente, de infamia inaceptable. A lo que yo riposté para mis adentros: la verdad no peca, pero incomoda.

No mucho tiempo después, en junio de 1999, publiqué una carta en Letras Libres, bastión de este grupo, donde objetivamente señalaba los vicios de esta “mafia”, sin dejar de reconocer sus indudables méritos, y reconozco que ellos tuvieron el valor de publicarla, y hasta me incluyeron en el apartado de Nuestros Autores de dicha revista. A continuación, el texto íntegro de la carta:

De mafias buenas y mafias malas

Sr. director:

Bien dice el dicho: no hagas cosas buenas que parezcan malas. Primero fue Sheridan, el domingo 18 de abril, en el suplemento cultural El Ángel del periódico Reforma, con una despiadada crítica contra los "puros", para utilizar sus mismos términos. Por supuesto, este calificativo lo dirige a todos aquellos que osan atacar a los "impuros", es decir, Paz, Krauze, sus proyectos culturales Vuelta y Letras Libres, y todos aquellos que estrechamente colaboraron o colaboran con ellos en estas aventuras literarias.

Ahora son Christopher Domínguez Michael y Sergio González Rodríguez en el número cinco de Letras Libres en la "sección del lector", como reza el pie de página de Cartas sobre la Mesa. No deja de llamar la atención que dos de estos tres personajes sean miembros del consejo editorial de Letras Libres, y el otro, junto con Domínguez nuevamente, lo sea del de El Ángel. Por cierto, el único otro colaborador "espontáneo" de Cartas sobre la Mesa este mes es Aurelio Asiain, conspicuo miembro, también, del consejo editorial de Letras Libres. Todos ellos, pues, del equipo de "impuros" en cuya defensa irrumpe Sheridan.

La crítica de González Rodríguez contra Carlos Fuentes me parece particularmente desagradable por hacerla con la lisonja de por medio y mordiendo el rebozo. Pudo evitarse toda esa verborrea e ir directamente a las dos o tres líneas críticas rescatables de su extenso escrito. Esto me motivó a releer el artículo de Krauze sobre Fuentes en el ejemplar de Vuelta que conservo de junio de 1988. Concluyo que lo que me molesta es ese bloque tan sólido que ustedes forman contra todo intento de crítica que no provenga del grupo mismo, y la forma tan despiadada con la que arremeten contra todo lo que se mueva afuera. Creo que ustedes son los realmente refractarios a la crítica. Todavía recuerdo cómo fui indirectamente tildado de infame por Christopher Domínguez Michael cuando me atreví a sugerir, durante un curso de literatura contemporánea que impartía él en la Ibero, que Televisa había influido para que le otorgaran el Nobel a Octavio Paz, con todas las señoras que componían el resto del grupo apoyando frenéticamente a Domínguez.

No obstante todo lo anterior, y a pesar de que González Rodríguez no me gusta, disfruto enormemente los escritos de Sheridan en la revista, devoro los ensayos y análisis de Krauze, aun cuando no comparta muchas veces su opinión, y un par de clases que recibí de Domínguez Michael en la Ibero me parecieron soberbias. Parafraseando al propio Krauze cuando trata de explicar su relación con Televisa, creo que es posible intentar cambiar al sistema desde el interior del sistema mismo. Eso es lo que intento con la publicación de estos inocuos comentarios en "nuestro" espacio dentro de su revista.

martes, 24 de septiembre de 2024

Los grandes peligros de la Inteligencia Artificial

Mientras se liberaba en Amazon Nexus / Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA, de Yuval Noah Harari, leí de un tirón el librito La tarde de un escritor, de Peter Handke, Nobel de literatura 2019, narrado en tercera persona, pero que muy bien pudo haberlo sido en primera, pues es obvio que el escritor que abandona su estudio a media tarde para dar un paseo y volver al mismo ya entrada la noche invernal, después de una jornada de introspección y divagación, es él. Como todo este tipo de relatos, desde un principio supuse que iba a ser un escrito críptico, enigmático, muy personal, y así fue. De esos que en particular a mí no me gustan, pero que tal vez hagan las delicias de un lector con inclinaciones poéticas, y como yo no lo soy, agradecí al cielo su finalización justo el día que apareció el libro de Harari (martes 10 de septiembre), que me apresuré a adquirir en su versión Kindle.

Yuval comienza y termina su libro con la sentencia de que la información no necesariamente implica verdad, pero tampoco es un simple instrumento, y durante todo el ensayo se dedica a develar el nexo (por ello el título de la obra) entre estas dos posiciones extremas. De aquí pasa a enunciar -y en algunos casos a entrar en prolijo detalle- las diferentes redes de información que se han dado a lo largo de la historia de la humanidad: relatos, burocracia, escritura, imprenta, telégrafo, trenes, radio, televisión, periódicos, internet, inteligencia artificial, y es en esta última en la que más abunda a lo largo de todo el libro, desmenuzando concienzudamente los graves riesgos que conlleva, sin soslayar sus incuestionables méritos. Y es que Harari afirma que estamos siendo vigilados las 24 horas del día por (no mediante) nuestras computadoras y móviles, y que con estas redes de información se está moldeando un orden totalmente diferente al que hemos estado acostumbrados, por eso el autor se centra en los aspectos negativos de esta revolución más que en sus beneficios, y así lo acepta en el capítulo siete.

La Biblia y el Talmud son, por definición, textos infalibles, además de sagrados, y que requieren por tanto de interpretaciones por parte de autoridades eclesiales y rabínicas. Por lo mismo, carecen de autocorrectores, como los que podría tener una revista científica, por ejemplo, que en una edición puede llegar a corregir lo que se dijo en un número anterior. Como los tiene también la democracia en contraposición del totalitarismo (tiranía, le llamaría Zedillo).

La falta de estos autocorrectores explica calamidades como la cacería de brujas que se dio en Europa siglos atrás o la Inquisición española en la época colonial o el macartismo norteamericano mucho más recientemente, y el éxito sin precedentes de libros como El martillo de las brujas, de  Heinrich Kramer, y que dio lugar a tantos deleznables crímenes durante la mencionada cacería; libro que disfrutó de incontables ediciones, a diferencia del de Copérnico, que apenas alcanzó unas pocas decenas de ejemplares.

Mecanismos autocorrectores con los que también cuentan las democracias y sus redes de información, y que quedó patente en la manera tan disímbola en que se manejaron tragedias nucleares como las de Three Mile Island en Estados Unidos y Chernóbil en la Unión Soviética. Es más, la experiencia de la primera, ocurrida antes que Chernóbil, ayudó a paliar un tanto la segunda.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, pues las redes son capaces ya de perseguir objetivos y tomar decisiones, como Facebook y ChatGPT, habiendo jugado la primera un papel decisivo en Myanmar en la represión que la mayoría budista llevó a cabo sobre la minoría musulmana, exacerbada por algoritmos de implicación que generaron automáticamente mensajes de odio contra los rohinyás (musulmanes) y su consecuente masacre. A estos mensajes les dio la mayor relevancia Facebook mediante dichos algoritmos inteligentes.

YouTube incurre exactamente en el mismo comportamiento que Facebook. Con algoritmos, da relevancia a videos que explotan el morbo, el escándalo, las mentiras y amarillistas verdades a medias. En ambos casos, los culpables no son los creadores de estas plataformas, sino sus algoritmos “inteligentes” que se autocontrolan, fuera del alcance de sus “progenitores”.

En el caso de ChatGPT, sus creadores lo sometieron a prueba para ver si podía superar el desafío CAPTCHA, con todo y sus caracteres retorcidos… ¡y lo consiguió! Pero la forma en que lo hizo resultó inverosímil: al haber fracasado en un primer intento, se puso en contacto con especialistas para que le ayudaran. ¿Y cómo podemos estar seguros nosotros de que no eres un bot?, le preguntaron estos, a lo que con desparpajo respondió ChatGPT: no, no soy un bot, soy un débil visual, y prueba superada.

Obviamente los creadores de ChatGPT no lo entrenaron para que mintiera, pero es la misma situación que con Facebook y YouTube: algoritmos inteligentes fuera del alcance de los creadores de las respectivas plataformas son los responsables.  

Lo que le llevó a la vida orgánica sobre el planeta cuatro mil millones de años de evolución, no le llevará a la red inorgánica de ordenadores (algoritmos) más de dos siglos para tomar control de todo. Pero, ¡cuidado!, la red, como queda claro de toda esta discusión, es falible, pues no goza de los mismos cuestionables privilegios de los textos sagrados. Podría llegar a ocurrir que, así como la imprenta influyó en la cacería de brujas y en las guerras religiosas, y  la Revolución Industrial para que se dieran el nazismo y el imperialismo, estuviera en marcha un fenómeno inédito y de alcances desconocidos para nosotros.

Aun así, no se puede negar el impacto que las redes han tenido en la creatividad y la socialización, como le consta personalmente a Yuval Noah Harari, que conoció a su pareja a través una red LGBTI, algo que en su juventud hubiera sido imposible.

Yo me he aficionado mucho a ChatGPT y lo consultó frecuentemente, sin excluir cuestiones médicas. Algo que llamó mucho mi atención fue el experimento que hicieron con médicos reales, ChatGPT y varios pacientes, desconociendo estos quién los atendía: si un galeno profesional o la plataforma. Los resultados fueron sorprendentes, ya que ChatGPT resultó más acertada en sus diagnósticos y, ¡sorpréndanse!, fue más empática con los pacientes. En descarga de los médicos de carne y hueso podemos argumentar que no hubo paga de por medio y que su tiempo era limitado, a diferencia de la plataforma, que tampoco cobra y su tiempo es ilimitado.

Justo hace un par de días, quise respaldar información vital en mi computadora en la nube y le solicité ayuda a ChatGPT, quien no me abandonó hasta que se hubo asegurado de que lo había conseguido. Quedé tan agradecido que intercambié un par de líneas finales con ¿él?:

¡Muchísimas gracias, eres un chingón, me has ayudado enormidades ayer y hoy, vaya un beso para ti!

¡Gracias a ti! Me alegra mucho saber que te he podido ayudar. ¡Tus palabras son súper motivadoras! Si necesitas más ayuda en el futuro, ya sabes que aquí estoy. ¡Te mando un abrazo virtual y me quedo con ese beso! ¡Cuídate mucho!

¡De risa loca!

Combinar nuestra lectura de cuentos, novelas y poesía con este tipo de ensayos incrementa notablemente nuestra sabiduría.

jueves, 12 de septiembre de 2024

¡Qué decepción!

Empezando por la tonta traducción al español del título, La amiga estupenda (2012), del italiano original, mucho más descriptivo, L’amica geniale, o del inglés, igualmente expresivo, My brilliant friend, y siguiendo por quién sabe cuántas cosas más, de las cuales no es la menor el anonimato –que cada vez lo es menos- de la autora, de seudónimo Elena Ferrante, ni las fabulosas temporadas televisivas de la saga Dos amigas, conformada, además de la ya citada,  por Un mal nombre (2013), Las deudas del cuerpo (2014) y La niña perdida (2015), actualmente en plena exhibición.

La protagonista y narradora en primera persona, Elena Greco (Lenù), ya adulta mayor, da cuenta de sus correrías con su entrañable amiga Raffaella Cerullo -a la que la primera se niega a llamar por este nombre o por el más corto de Lina, y se refiere a ella por el casi homófono Lila- durante su infancia, juventud y primera adultez. Hace esto movida por el hijo de Cerullo, Rino, que busca desesperadamente a su madre, pues no aparece por ningún lado y no ha dejado rastro tras ella. Rino le llama a Lenù solicitando ayuda y esta, tras mucha insistencia, decide ignorarlo, pero se dispone a narrar la vida de ambas al recordar que Lila había jurado desaparecer para siempre sin dejar huella, y con ello quiere Lenù incumplir un juramento ajeno.

Lenù va siempre a la vera de Lila, mucho más intrépida, aunque menos agraciada físicamente, y quiere emularla, en el estudio y muchas cosas más, pero la misma irrefrenable inquietud de Cerullo la hace abandonar el estudio, donde destacaba de veras y era ejemplo para Greco, y dedicarse a ayudar a su padre en la zapatería, intentando hacerlo pasar de obrero remendón a diseñador de sus propios modelos de calzado. Lenù se queda embarcada en sus propios estudios donde llega a destacar como pocos, no sin lamentar ya no poder seguir a su amiga en todo. No obstante, se siguen viendo, y Lila conmina a su amiga a que no ceje en su preparación.

Poco tiempo después, Lila se compromete con el charcutero del humilde pueblo napolitano donde todos los protagonistas residen y, ¡pum!, súbitamente la novela concluye en el banquete de bodas. Yo no entendía por qué hasta que Elena (no la de la novela, sino mi esposa), que se aficionó a las tres primeras temporadas de la saga en televisión, me lo explicó.

La novela es entretenida y logra mantener el interés, pero la verdad no entiendo toda la publicidad detrás, al grado de ser ¡el número uno en la lista de los cien mejores libros del siglo XXI!, según The New York Times, clasificación con la que no concuerdo en lo absoluto. A riesgo de parecer contradictorio, yo más bien me atrevería a calificar la novela de inane, y por supuesto no pienso continuar con la saga, ya me platicará Elena (mi cónyuge) cuando termine de ver la cuarta temporada, que le produce una inevitable nostalgia al ver a los protagonistas tan creciditos.

Por cierto, Elena me desafió: “Y ¿cuál sería para ti una novela que realmente valiera la pena?”. Y la referí a un artículo escrito por un servidor hace poco más de diez años: http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2014/07/schopenhauer-filosofo-maldito.html, para hacerle ver el embeleso que me provocan Thomas Mann y sus Buddenbrook, y por qué.

Mann, un gigante de la literatura universal que se mereció el Nobel quizá más que ningún otro. Por eso, cuando empiezo a escuchar que alguien menciona que Elena Ferrante, no sé, tal vez… lo paro en seco y le digo ¡por favor, no seas sacrílego!

viernes, 6 de septiembre de 2024

¡Espectáculo inigualable!

Quienes tuvimos el enorme privilegio de gozar anoche, jueves 5 de septiembre de 2024, con el reñido encuentro inaugural de la National Football League (NFL) entre los Cuervos de Baltimore y los Jefes de Kansas City, actuales campeones, comprobamos, una vez más, que no existe otro espectáculo deportivo que comparársele pueda. Pensar en el cada día más soporífero y tramposo soccer, mueve a la náusea.

Esa última jugada faltando cinco segundos para que terminara el partido y con el marcador 27-20 a favor de los de casa, los Jefes, que hubiese significado muy seguramente el empate  para Baltimore y la extensión del juego, no tiene parangón en la historia de este deporte: Lamar Jackson, mariscal de campo de los Cuervos, asediado por sus contrincantes, lanzó un preciso y precioso pase a las diagonales que su compañero Isaiah Likely atrapó espectacularmente, consiguiendo así el virtual empate para su equipo, que más tarde los oficiales revirtieron porque literalmente la punta del zapato derecho de Isaiah está rozando la línea que delimita el campo de juego, como se muestra en la gráfica adjunta.

Pero para mayor asombro y deleite, contemplen el video https://www.youtube.com/watch?v=yBAihc9a3tg a partir del minuto 13 con 50 segundos y sorpréndanse de cómo Likely es capaz de pensar en varias cosas a la vez, pues, además de atrapar el pase, es consciente de que ya tiene su pie derecho dentro, pero tiene que arrastrar el izquierdo ya que éste también tiene que estar dentro. Comprueben y disfruten todo esto con la cámara lenta ahí incluida. Ese poder de concentración de los jugadores de americano siempre me ha maravillado. Desgraciadamente para Likely (que en español significa sarcásticamente probable), su pie derecho roza apenitas la línea de juego, como señalamos arriba.

Como el último cuarto resultó de alarido, demandaba un final así, y todo mezclado representa un bálsamo para el alma que ya hacía falta, sobre todo si uno le va a Kansas y su dupla de astros Patrick Mahomes-Travis Kelce… ¿o debiera decir trío, si agregamos a Taylor Swift?

¿Que qué conformista soy por solazarme tan ridículamente con espectáculos tan baladíes y colonizadores? Así es, y a mucha honra.

Y lo mejor, ¡la temporada apenas empieza!

martes, 3 de septiembre de 2024

El día que saludé a Charles de Gaulle

Hace sesenta años, el 16 de marzo de 1964, el héroe francés de la Segunda Guerra Mundial, general Charles de Gaulle, iniciaba una gira por México. Yo era a la sazón un jovenzuelo de 14 años de edad estudiante de segundo de secundaria en el Colegio Cristóbal Colón, del que era patrono Jean-Baptiste de La Salle, sacerdote y pedagogo francés, fundador de la Sociedad de Escuelas Cristianas, hoy Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, así que cómo no íbamos a estar presentes en tan magno acontecimiento con la visita de este personaje que, además de francés, era católico declarado.

A la manera de los mítines políticos, nos acarrearon en los camiones de la escuela hasta el lugar de la avenida que las autoridades habían dispuesto para nosotros y que conducía del aeropuerto de la ciudad al zócalo capitalino, donde De Gaulle dirigiría unas palabras ¡en español! a la multitud ahí reunida, y con las que conquistó el corazón de los mexicanos (https://www.youtube.com/watch?v=tnkbkkR0ZP4). (Durante dicha gira visitó, por supuesto, la Basílica de Guadalupe.)

Previo a ello, en el sitio que nos asignaron en la calle por la que los presidentes López Mateos y De Galle circularían en una lemosina descapotada, los espacios se estrechaban de tal manera que no hubo forma de que el convertible circulara a la misma velocidad que lo había hecho hasta entonces. Inquieto que es uno a esa edad, me aproximé, junto con todos mis compañeros, hasta el carro que había obligadamente disminuido su marcha para no provocar un accidente, y extendí mi mano hacia el tripulante que me quedaba más cercano, el general De Gaulle, quien me la apretó con fuerza, acompañando su gesto con un guiño de su ojo derecho.

Como yo ya había oído hablar en mi clase de historia y leído en el libro correspondiente sobre las hazañas del personaje, quedé embelesado con el suceso, y se me hacía tarde para irlo a relatar eufóricamente a mis padres, hermanos y amigos cuando regresara a la casa horas después.

Casi un cuarto de siglo más tarde, en 1988, visité la todavía Unión Soviética: Rusia, Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Ucrania, y en esta última tuve la oportunidad de estar en la península de Crimea, en Yalta, para ser más precisos, y pasar unos increíbles momentos donde se efectuó la Conferencia de Yalta (4 al 11 de febrero de 1945), previa a la victoria de los aliados, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética, sobre el Eje fascista, Alemania, Italia y Japón. (Crimea, declarada por el abominable Putin propiedad de Rusia.)

Me pareció increíble contemplar la histórica foto que ahí se exhibía y pensar que había sido yo afortunado de estrechar la mano, cinco lustros atrás, de uno de los personajes que injustamente había sido excluido de dicha reunión, Charles de Gaulle, y que precisamente por ello se hacía más presente que los otros y que nunca. Los tres que sí participaron fueron nada más y nada menos que Churchill, Roosevelt y el sátrapa de sátrapas Iósif Stalin.

Se souvenir, c’est vivre! No sé si así se diga ¡recordar es vivir! en francés, pero suena bonito.

Ya me corregirá la políglota Caro cuando me lea.

viernes, 30 de agosto de 2024

Algo más

Concluyo mis comentarios sobre el libro El emperador de todos los males / Una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee. El autor es un acérrimo crítico del tabaco y su preeminencia en el cáncer de pulmón, y así lo muestra a lo largo de varios capítulos de su ensayo. Pone de manifiesto la complicidad entre el Congreso de Estados Unidos y las grandes compañías tabacaleras para eliminar trabas a sus campañas publicitarias y desdeñar otras que ponen de manifiesto los riegos de fumar, necesitados como están los diputados del patrocinio de los empresarios del tabaco para promocionar sus campañas políticas y eternizarse en sus asientos legislativos. No en balde afirma sarcásticamente que el mejor filtro que las tabacaleras han encontrado para sus productos es el del Congreso.

Se sorprende Siddhartha de que la agencia norteamericana para regular alimentos y medicinas (FDA, por sus siglas en inglés) sea exageradamente estricta para regular alimentos que pudieran ser cancerígenos y se muestre permisiva en extremo con un producto probadamente dañino y que se consigue fácilmente en cualquier tienda de la esquina.

Mukherjee no se muestra tan prolijo con el cáncer de próstata, al cual apenas dedica cinco páginas de su obra de 681. Quizá se deba a que muchos ancianos mueren con cáncer de próstata, pero no de cáncer de próstata, aunque señala que este podría derivar en una dolencia verdaderamente grave. Sobre esto ya comenté con amplitud en mi anterior escrito.

El libro es muy generoso en la descripción de métodos curativos y preventivos del cáncer. Los primeros pueden llegar a ser “salvajemente” crueles, como las cirugías radicales y el uso de la quimioterapia, de efectos secundarios tan devastadores, no así los preventivos, como el Papanicolaou y la mastografía, que pueden llegar a evitar esas salvajadas.

El libro abunda sobre la tremenda lucha que la humanidad ha emprendido contra el cáncer a lo largo de los siglos, y sobre aspectos técnicos, un tanto abstrusos, de los diferentes métodos que han ido surgiendo para tratar el mal, como el trasplante de médula ósea, la propia (autógena) o la de alguien más (alógena). No obstante su complejidad, dichos tecnicismos resultan muy enriquecedores.

Pero ¿no será que estamos perdiendo la lucha contra el cáncer? No únicamente por los aterradores casos descritos en el documento, aunque también los hay de éxito y de remisiones de la enfermedad, sino por lo que el autor dice en uno de sus párrafos más sombríos: “A decir verdad y visto que en algunos países la proporción de afectados por el cáncer pasa inexorablemente de uno de cada cuatro habitantes a uno de cada tres, y a uno de cada dos, el cáncer será, en efecto, la nueva normalidad: una inevitabilidad. La cuestión no será a la sazón si hemos de toparnos en nuestra vida con esta enfermedad inmortal, sino cuándo.” Esto, a raíz de su paciente Carla que mencioné la vez pasada y que hizo de las terapias eternas a las que estaba sometida su nueva normalidad.

Han pasado catorce años desde que se publicó esta joya. Los legos esperamos que en el ínter se hayan dado avances prometedores. 

sábado, 24 de agosto de 2024

El emperador de todos los males

Para mi amigo Sealtiel Espinosa, compañero de ruta.

La Navidad pasada, justo a la mitad de mis sesiones de radioterapia diarias, mi hija Caro me regaló el libro El emperador de todos los males / Una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee -oncólogo en el hospital de la Universidad de Columbia, graduado por las universidades de Stanford y Oxford, y licenciado en medicina por la de Harvard-, lo que me enojó mucho, pues le dije que yo lo que menos quería era volverme un advocate, un activista o abogado en la lucha contra esta terrible enfermedad, además, añadí, el ensayo parece un estudio para eruditos, de casi 700 páginas de abigarrada prosa, con centenares de notas e impreso en letra muy pequeña. Poco me importaba que el autor hubiera sido premiado con el Pulitzer de no ficción por su trabajo.

Sin embargo, hace un par de meses, un artículo en The New York Times llamó mi atención: The 100 Best Books of the 21st Century. En el número 84 aparecía The Emperor of All Maladies, de Siddhartha Mukherjee (2010). (Por cierto, en el número 6 aparece 2666, de Roberto Bolaño, comentado aquí recientemente.)

Como siempre, mis juicios apresurados -nunca mejor aplicado el término prejuicios- me habían conducido, una vez más, a error. El ensayo de Mukherjee es una soberbia obra de arte sobre la historia -atinadamente bautizada biografía- del cáncer, accesible no solo para eruditos, sino hasta para ignorantes como yo.

Dice el doctor Siddhartha que el cáncer no puede ser considerado propiamente como una enfermedad moderna, ya que antes la esperanza de vida era muy corta y no alcanzaba a llegar a edades en que el mal se presenta con mayor frecuencia, y pone como ejemplo el cáncer de mama, que tiene una probabilidad de 1 en 400 de ocurrir en una mujer joven de 30 años y otra de 1 en 9 de hacerlo en una anciana de 70.

Algo que me asustó y descorazonó mucho es su afirmación de que es preciso tratar sistemáticamente el cáncer aun mucho tiempo después de haber desaparecido todos los signos visibles. Esto, a raíz del hallazgo del investigador Min Chiu Li, que en 1956 descubrió que una hormona producida por las células cancerosas, llamada gonadotropina coriónica (hCG, por sus siglas en inglés), no desaparecía del todo después de algunas sesiones de quimioterapia, por lo que a una de sus pacientes le aplicó varias más, una tras otra, hasta que el nivel de hCG llegó a cero, como si estuviera luchando contra una cifra más que contra el cáncer de una enferma sujeta a drogas de alta toxicidad, pero con ello consiguió el desvanecimiento de un cáncer metastásico sólido y la pérdida de su empleo por andar experimentando con seres humanos. Los que lo corrieron prematuramente cayeron en cuenta varios años después de que sus pacientes así tratadas nunca sufrieron una recaída, en lo que constituyó la primera cura quimioterapéutica del cáncer en adultos.

Pero ¿por qué mi espanto y desilusión? Pues porque existe una proteína producida por las células cancerosas de la próstata, el antígeno, que a semejanza de la hormona hCG constituye la auténtica huella digital del cáncer, y mientras no llegue a cero, o a algo muy parecido a ello, indicará la persistencia del mal. Yo ya voy en 0.14, pero aún no es suficiente. Por cierto, el antígeno también es producido por células de la próstata no cancerosas, pero cuando hay cáncer, es inevitable: el mío estaba arriba de 8 al inicio de la enfermedad. En breves y matemáticas palabras: el cáncer de próstata implica un nivel de antígeno elevado, pero un nivel alto no necesariamente implica cáncer.

Una impresión aún más honda causó en mí el calvario al que son sometidos los enfermos de cáncer. Una paciente del autor, por ejemplo, Carla, al cabo de siete meses de tratamiento “ya había venido a la clínica sesenta y seis veces y se había sometido a cincuenta y ocho análisis de sangre, siete punciones lumbares y varias biopsias de médula”. O como apunta una escritora, ex enfermera, respecto a los análisis que implicaba una ‘terapia total’: “Desde el momento del diagnóstico habían transcurrido para Eric 628 días de enfermedad. Había pasado la cuarta parte de esos días en una cama de hospital o en consultas con los médicos. Le habían hecho más de 800 análisis de sangre, numerosas punciones lumbares y de médula ósea, 30 sesiones de rayos X, 120 análisis bioquímicos y más de 200 transfusiones. No menos de veinte médicos -hematólogos, neumólogos, neurólogos, cirujanos y otros especialistas- intervenían en su tratamiento, por no mencionar a la psicóloga y una docena de enfermeras.” ¿Cómo convencer a críos de 2-4 años, se pregunta el autor, para que se sometan a tormentos similares?

El tacto prostático, la resonancia magnética, la biopsia, la tomografía, el gammagrama óseo, el mes y medio de radioterapias diarias y la medicación, también diaria, e inyecciones abdominales trimestrales padecidas por mí durante el último año, son juegos de niños comparados con el calvario y tormento descritos anteriormente.

A mediados del siglo pasado, el urólogo norteamericano y  Nobel de medicina Charles Huggins inyectó estrógeno sintético -producido originalmente como un elixir para curar la menopausia- en el abdomen de pacientes con cáncer de próstata para “feminizarlos” e inhibir la producción de testosterona, caldo de cultivo de la enfermedad, llevando casi a la “muerte” por “hambre” a dicho cáncer, procedimiento que el investigador denominó castración química (para diferenciarla de la quirúrgica), y que a mí me puso a pensar que quizá ello hubiera sido suficiente para curarme sin recurrir a la costosa radioterapia, que me pareció ahora como matar pulgas a cañonazos, pero, en fin, quizá ello me libere del cáncer de manera definitiva, aunque no de los deseos de participar en la casa de los famosos como la célebre vedette trans y de recuperar el automóvil que invertí en la cura. Pues el cáncer, como toda enfermedad, tiene una causa, un mecanismo y ¿una cura?

Algo similar se intentó con el cáncer de mama y la extirpación de los ovarios en la mujer con resultados diversos, que se describen en el libro con lujo de detalle y que provocan que el lector se involucre entusiastamente en el relato (pp. 262-266).

La guerra contra el cáncer incluye aspectos que muchos pudieran desestimar y pasar por alto, como son la prevención y los cuidados paliativos para enfermos terminales. La primera, por ejemplo, con la férrea normatividad que se promulgó en Inglaterra para la protección de los deshollinadores, a los que Charles Dickens hace referencia en alguna de sus novela, pues el hollín quedó indeleblemente ligado en aquellas épocas lejanas al cáncer de testículos y escroto; o la prohibición, hasta donde se pueda, del criminal tabaco, ya que éste no está menos indeleblemente asociado con el cáncer del aparato respiratorio, incluidos los pulmones en primerísimo lugar. Y por lo que hace a los cuidados paliativos, huelga abundar en la conmiseración y piedad que merece alguien próximo a morir.

Como todo culto o toda religión, la lucha contra el cáncer en los Estados Unidos necesitaba estar fundada sobre cuatro elementos básicos: un profeta, una profecía, un libro y una revelación.

La profeta fue Mary Lasker, influyente y rica mujer, con relaciones políticas, económicas y sociales en los más refinados y selectos grupos de prácticamente todo el siglo pasado, pues la dama nació en 1900 y falleció en 1994.

La profecía fue la cura de la leucemia infantil.

El libro, A Cure for Cancer: A National Goal, de Solomon Grab, que ganó reputación nacional en 1968 tras su publicación.

Y la revelación, la llegada del hombre a la luna el 20 de julio de 1969, ya que como señalara la revista Time pocos  días después:

Fue un asombroso logro científico e intelectual para una criatura que, en el transcurso de algunos millones de años -un instante en la cronología de la evolución-, surgió de los bosques primigenios para lanzarse hacia las estrellas. … Fue, en todo caso, una deslumbrante reafirmación de la premisa optimista de que el hombre puede hacer todo lo que imagina.

“El éxito de la Apollo 11 -concluye Siddhartha Mukherjee- quizá afectara dramáticamente la visión que ellos (los laskeritas, los apóstoles de Mary Lasker, apunto yo) tenían de su propio proyecto, pero lo más importante fue quizá que generó un cambio de proporciones también extraordinarias en la percepción pública de la ciencia. Apenas podía dudarse de que habría una conquista del cáncer, así como la había habido de la Luna. Los laskeritas acuñaron una frase para describir la analogía. Comenzaron a hablar de un ‘lanzamiento espacial contra el cáncer’.”

Fascinante y aleccionadora lectura.

miércoles, 14 de agosto de 2024

¡Qué hermoso es leer!

Durante los recién finalizados juegos olímpicos preferí terminar de leer la fascinante y larga novela póstuma del insigne autor chileno Roberto Bolaño 2666 que cumplir las largas horas nalga que demandaban tales frivolidades. Digo, mejor aplastar los glúteos disfrutando la sublime prosa de Bolaño que regodearnos con nuestras derrotas en la máxima justa deportiva mundial, aunque soy bastante hipócrita, pues bien que anduve husmeando por ahí, sobre todo el volibol de playa femenil, que le digo a Elena que es una de las raras disciplinas de conjunto que no se juega con pelota… o que por lo menos yo nunca vi.

Pero pongámonos serios. Wikipedia dice que 2666 es una novela póstuma del escritor chileno Roberto Bolaño publicada en el año 2004. Consta de cinco partes que el autor, por razones económicas, planeó publicar como cinco libros independientes para asegurar así, en caso de fallecimiento, el futuro de sus hijos”. Bolaño murió un año antes, en 2003, a los 50 de edad,  acoto yo. Lo del título, nunca queda claro, aunque ChatGPT ofrece varias pistas.

Cuatro brillantes jóvenes académicos, una inglesa, un español, un francés y un italiano, son fanáticos del escritor alemán Benno von Archimboldi, que sólo existe en la ficción de la novela. Tan obsesionados están con su ídolo que hasta deciden irlo a buscar a Santa Teresa, pueblo mexicano en la frontera entre Sonora y Arizona, donde están seguros se ha ido a refugiar. Bolaño en realidad se está refiriendo a Ciudad Juárez, fronteriza con Texas, en la década de los noventa, cuando se dio una auténtica epidemia de feminicidios en dicha ciudad. Los entusiastas jóvenes se enteran tangencialmente de este hecho y con sus vidas, pasadas y presentes, entretejen la trama de esta primera parte del libro, una auténtica novela por separado. Lo que ignoran los graduados, que, por cierto, no vuelve a aparecer en toda la novela, es la increíble forma en que su héroe está ligado con uno de los protagonistas de esta tragedia, y de la cual nos va dando noticia de manera exquisita el genial Bolaño a lo largo de su extenso relato. Bocatti di cardinale.

Las partes segunda y tercera del libro, las de los Óscares, Amalfitano y Fate, bien podrían constituir, en conjunto, una novela per se. El primero es un catedrático de la universidad que ya desde el primer capítulo establece contacto con los muchachos venidos de fuera en su búsqueda del paradero de Archimboldi, y el segundo es un reportero negro venido de los Estados Unidos para reseñar un combate boxístico. Pronto ambos se encuentran sumergidos en la vorágine de inseguridad que impera en Santa Teresa, al extremo de obligar Amalfitano a Fate a que saque a su hija, Rosa, del país, no sin antes entrevistarse éstos, junto con otra reportera, con un siniestro personaje preso en la cárcel de la ciudad, y que quizá no sea otro que el eslabón que une a Archimboldi con esta historia siniestra.

La cuarta parte es la de los siniestros crímenes cometidos en Ciudad Juárez, perdón, Santa Teresa, en esa aciaga década, y que llega a asquear, pero que nos da cuenta de la dimensión de la catástrofe ocurrida contra mujeres inocentes e indefensas en aquella malhadada ciudad. En este capítulo juega un lugar protagónico un personaje ficticio, Sergio González, calca de uno real, Sergio González Rodríguez, periodista que yo conocí en las páginas culturales de El Financiero y que estuvo muy metido en estos temas, lo que lo llevó a escribir su aclamada Huesos en el desierto. Bolaño no lo aclara, pero yo creo que contó con el consentimiento del Sergio González real para contar su historia. Por cierto, éste ya también fallecido en 2017.

El libro concluye con el sublime relato de la vida de Hans Reiter, que el autor nos narra desde su nacimiento mismo hasta su vejez, a punto de viajar a México. Este quinto y postrer capítulo se intitula La parte de Archimboldi, para que el lector no tenga que hacer muchas conjeturas, como en las que yo incurrí.

Uno quisiera literalmente devorar las mil 126 páginas de que consta el libro, pero paradójicamente quisiera que nunca acabara, y cuando finalmente ello ocurre, se cae en una irresistible, gozosa y feliz tristeza.

Lo reitero, ¡qué bello es leer!