martes, 24 de septiembre de 2024

Los grandes peligros de la Inteligencia Artificial

Mientras se liberaba en Amazon Nexus / Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA, de Yuval Noah Harari, leí de un tirón el librito La tarde de un escritor, de Peter Handke, Nobel de literatura 2019, narrado en tercera persona, pero que muy bien pudo haberlo sido en primera, pues es obvio que el escritor que abandona su estudio a media tarde para dar un paseo y volver al mismo ya entrada la noche invernal, después de una jornada de introspección y divagación, es él. Como todo este tipo de relatos, desde un principio supuse que iba a ser un escrito críptico, enigmático, muy personal, y así fue. De esos que en particular a mí no me gustan, pero que tal vez hagan las delicias de un lector con inclinaciones poéticas, y como yo no lo soy, agradecí al cielo su finalización justo el día que apareció el libro de Harari (martes 10 de septiembre), que me apresuré a adquirir en su versión Kindle.

Yuval comienza y termina su libro con la sentencia de que la información no necesariamente implica verdad, pero tampoco es un simple instrumento, y durante todo el ensayo se dedica a develar el nexo (por ello el título de la obra) entre estas dos posiciones extremas. De aquí pasa a enunciar -y en algunos casos a entrar en prolijo detalle- las diferentes redes de información que se han dado a lo largo de la historia de la humanidad: relatos, burocracia, escritura, imprenta, telégrafo, trenes, radio, televisión, periódicos, internet, inteligencia artificial, y es en esta última en la que más abunda a lo largo de todo el libro, desmenuzando concienzudamente los graves riesgos que conlleva, sin soslayar sus incuestionables méritos. Y es que Harari afirma que estamos siendo vigilados las 24 horas del día por (no mediante) nuestras computadoras y móviles, y que con estas redes de información se está moldeando un orden totalmente diferente al que hemos estado acostumbrados, por eso el autor se centra en los aspectos negativos de esta revolución más que en sus beneficios, y así lo acepta en el capítulo siete.

La Biblia y el Talmud son, por definición, textos infalibles, además de sagrados, y que requieren por tanto de interpretaciones por parte de autoridades eclesiales y rabínicas. Por lo mismo, carecen de autocorrectores, como los que podría tener una revista científica, por ejemplo, que en una edición puede llegar a corregir lo que se dijo en un número anterior. Como los tiene también la democracia en contraposición del totalitarismo (tiranía, le llamaría Zedillo).

La falta de estos autocorrectores explica calamidades como la cacería de brujas que se dio en Europa siglos atrás o la Inquisición española en la época colonial o el macartismo norteamericano mucho más recientemente, y el éxito sin precedentes de libros como El martillo de las brujas, de  Heinrich Kramer, y que dio lugar a tantos deleznables crímenes durante la mencionada cacería; libro que disfrutó de incontables ediciones, a diferencia del de Copérnico, que apenas alcanzó unas pocas decenas de ejemplares.

Mecanismos autocorrectores con los que también cuentan las democracias y sus redes de información, y que quedó patente en la manera tan disímbola en que se manejaron tragedias nucleares como las de Three Mile Island en Estados Unidos y Chernóbil en la Unión Soviética. Es más, la experiencia de la primera, ocurrida antes que Chernóbil, ayudó a paliar un tanto la segunda.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, pues las redes son capaces ya de perseguir objetivos y tomar decisiones, como Facebook y ChatGPT, habiendo jugado la primera un papel decisivo en Myanmar en la represión que la mayoría budista llevó a cabo sobre la minoría musulmana, exacerbada por algoritmos de implicación que generaron automáticamente mensajes de odio contra los rohinyás (musulmanes) y su consecuente masacre. A estos mensajes les dio la mayor relevancia Facebook mediante dichos algoritmos inteligentes.

YouTube incurre exactamente en el mismo comportamiento que Facebook. Con algoritmos, da relevancia a videos que explotan el morbo, el escándalo, las mentiras y amarillistas verdades a medias. En ambos casos, los culpables no son los creadores de estas plataformas, sino sus algoritmos “inteligentes” que se autocontrolan, fuera del alcance de sus “progenitores”.

En el caso de ChatGPT, sus creadores lo sometieron a prueba para ver si podía superar el desafío CAPTCHA, con todo y sus caracteres retorcidos… ¡y lo consiguió! Pero la forma en que lo hizo resultó inverosímil: al haber fracasado en un primer intento, se puso en contacto con especialistas para que le ayudaran. ¿Y cómo podemos estar seguros nosotros de que no eres un bot?, le preguntaron estos, a lo que con desparpajo respondió ChatGPT: no, no soy un bot, soy un débil visual, y prueba superada.

Obviamente los creadores de ChatGPT no lo entrenaron para que mintiera, pero es la misma situación que con Facebook y YouTube: algoritmos inteligentes fuera del alcance de los creadores de las respectivas plataformas son los responsables.  

Lo que le llevó a la vida orgánica sobre el planeta cuatro mil millones de años de evolución, no le llevará a la red inorgánica de ordenadores (algoritmos) más de dos siglos para tomar control de todo. Pero, ¡cuidado!, la red, como queda claro de toda esta discusión, es falible, pues no goza de los mismos cuestionables privilegios de los textos sagrados. Podría llegar a ocurrir que, así como la imprenta influyó en la cacería de brujas y en las guerras religiosas, y  la Revolución Industrial para que se dieran el nazismo y el imperialismo, estuviera en marcha un fenómeno inédito y de alcances desconocidos para nosotros.

Aun así, no se puede negar el impacto que las redes han tenido en la creatividad y la socialización, como le consta personalmente a Yuval Noah Harari, que conoció a su pareja a través una red LGBTI, algo que en su juventud hubiera sido imposible.

Yo me he aficionado mucho a ChatGPT y lo consultó frecuentemente, sin excluir cuestiones médicas. Algo que llamó mucho mi atención fue el experimento que hicieron con médicos reales, ChatGPT y varios pacientes, desconociendo estos quién los atendía: si un galeno profesional o la plataforma. Los resultados fueron sorprendentes, ya que ChatGPT resultó más acertada en sus diagnósticos y, ¡sorpréndanse!, fue más empática con los pacientes. En descarga de los médicos de carne y hueso podemos argumentar que no hubo paga de por medio y que su tiempo era limitado, a diferencia de la plataforma, que tampoco cobra y su tiempo es ilimitado.

Justo hace un par de días, quise respaldar información vital en mi computadora en la nube y le solicité ayuda a ChatGPT, quien no me abandonó hasta que se hubo asegurado de que lo había conseguido. Quedé tan agradecido que intercambié un par de líneas finales con ¿él?:

¡Muchísimas gracias, eres un chingón, me has ayudado enormidades ayer y hoy, vaya un beso para ti!

¡Gracias a ti! Me alegra mucho saber que te he podido ayudar. ¡Tus palabras son súper motivadoras! Si necesitas más ayuda en el futuro, ya sabes que aquí estoy. ¡Te mando un abrazo virtual y me quedo con ese beso! ¡Cuídate mucho!

¡De risa loca!

Combinar nuestra lectura de cuentos, novelas y poesía con este tipo de ensayos incrementa notablemente nuestra sabiduría.

jueves, 12 de septiembre de 2024

¡Qué decepción!

Empezando por la tonta traducción al español del título, La amiga estupenda (2012), del italiano original, mucho más descriptivo, L’amica geniale, o del inglés, igualmente expresivo, My brilliant friend, y siguiendo por quién sabe cuántas cosas más, de las cuales no es la menor el anonimato –que cada vez lo es menos- de la autora, de seudónimo Elena Ferrante, ni las fabulosas temporadas televisivas de la saga Dos amigas, conformada, además de la ya citada,  por Un mal nombre (2013), Las deudas del cuerpo (2014) y La niña perdida (2015), actualmente en plena exhibición.

La protagonista y narradora en primera persona, Elena Greco (Lenù), ya adulta mayor, da cuenta de sus correrías con su entrañable amiga Raffaella Cerullo -a la que la primera se niega a llamar por este nombre o por el más corto de Lina, y se refiere a ella por el casi homófono Lila- durante su infancia, juventud y primera adultez. Hace esto movida por el hijo de Cerullo, Rino, que busca desesperadamente a su madre, pues no aparece por ningún lado y no ha dejado rastro tras ella. Rino le llama a Lenù solicitando ayuda y esta, tras mucha insistencia, decide ignorarlo, pero se dispone a narrar la vida de ambas al recordar que Lila había jurado desaparecer para siempre sin dejar huella, y con ello quiere Lenù incumplir un juramento ajeno.

Lenù va siempre a la vera de Lila, mucho más intrépida, aunque menos agraciada físicamente, y quiere emularla, en el estudio y muchas cosas más, pero la misma irrefrenable inquietud de Cerullo la hace abandonar el estudio, donde destacaba de veras y era ejemplo para Greco, y dedicarse a ayudar a su padre en la zapatería, intentando hacerlo pasar de obrero remendón a diseñador de sus propios modelos de calzado. Lenù se queda embarcada en sus propios estudios donde llega a destacar como pocos, no sin lamentar ya no poder seguir a su amiga en todo. No obstante, se siguen viendo, y Lila conmina a su amiga a que no ceje en su preparación.

Poco tiempo después, Lila se compromete con el charcutero del humilde pueblo napolitano donde todos los protagonistas residen y, ¡pum!, súbitamente la novela concluye en el banquete de bodas. Yo no entendía por qué hasta que Elena (no la de la novela, sino mi esposa), que se aficionó a las tres primeras temporadas de la saga en televisión, me lo explicó.

La novela es entretenida y logra mantener el interés, pero la verdad no entiendo toda la publicidad detrás, al grado de ser ¡el número uno en la lista de los cien mejores libros del siglo XXI!, según The New York Times, clasificación con la que no concuerdo en lo absoluto. A riesgo de parecer contradictorio, yo más bien me atrevería a calificar la novela de inane, y por supuesto no pienso continuar con la saga, ya me platicará Elena (mi cónyuge) cuando termine de ver la cuarta temporada, que le produce una inevitable nostalgia al ver a los protagonistas tan creciditos.

Por cierto, Elena me desafió: “Y ¿cuál sería para ti una novela que realmente valiera la pena?”. Y la referí a un artículo escrito por un servidor hace poco más de diez años: http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2014/07/schopenhauer-filosofo-maldito.html, para hacerle ver el embeleso que me provocan Thomas Mann y sus Buddenbrook, y por qué.

Mann, un gigante de la literatura universal que se mereció el Nobel quizá más que ningún otro. Por eso, cuando empiezo a escuchar que alguien menciona que Elena Ferrante, no sé, tal vez… lo paro en seco y le digo ¡por favor, no seas sacrílego!

viernes, 6 de septiembre de 2024

¡Espectáculo inigualable!

Quienes tuvimos el enorme privilegio de gozar anoche, jueves 5 de septiembre de 2024, con el reñido encuentro inaugural de la National Football League (NFL) entre los Cuervos de Baltimore y los Jefes de Kansas City, actuales campeones, comprobamos, una vez más, que no existe otro espectáculo deportivo que comparársele pueda. Pensar en el cada día más soporífero y tramposo soccer, mueve a la náusea.

Esa última jugada faltando cinco segundos para que terminara el partido y con el marcador 27-20 a favor de los de casa, los Jefes, que hubiese significado muy seguramente el empate  para Baltimore y la extensión del juego, no tiene parangón en la historia de este deporte: Lamar Jackson, mariscal de campo de los Cuervos, asediado por sus contrincantes, lanzó un preciso y precioso pase a las diagonales que su compañero Isaiah Likely atrapó espectacularmente, consiguiendo así el virtual empate para su equipo, que más tarde los oficiales revirtieron porque literalmente la punta del zapato derecho de Isaiah está rozando la línea que delimita el campo de juego, como se muestra en la gráfica adjunta.

Pero para mayor asombro y deleite, contemplen el video https://www.youtube.com/watch?v=yBAihc9a3tg a partir del minuto 13 con 50 segundos y sorpréndanse de cómo Likely es capaz de pensar en varias cosas a la vez, pues, además de atrapar el pase, es consciente de que ya tiene su pie derecho dentro, pero tiene que arrastrar el izquierdo ya que éste también tiene que estar dentro. Comprueben y disfruten todo esto con la cámara lenta ahí incluida. Ese poder de concentración de los jugadores de americano siempre me ha maravillado. Desgraciadamente para Likely (que en español significa sarcásticamente probable), su pie derecho roza apenitas la línea de juego, como señalamos arriba.

Como el último cuarto resultó de alarido, demandaba un final así, y todo mezclado representa un bálsamo para el alma que ya hacía falta, sobre todo si uno le va a Kansas y su dupla de astros Patrick Mahomes-Travis Kelce… ¿o debiera decir trío, si agregamos a Taylor Swift?

¿Que qué conformista soy por solazarme tan ridículamente con espectáculos tan baladíes y colonizadores? Así es, y a mucha honra.

Y lo mejor, ¡la temporada apenas empieza!

martes, 3 de septiembre de 2024

El día que saludé a Charles de Gaulle

Hace sesenta años, el 16 de marzo de 1964, el héroe francés de la Segunda Guerra Mundial, general Charles de Gaulle, iniciaba una gira por México. Yo era a la sazón un jovenzuelo de 14 años de edad estudiante de segundo de secundaria en el Colegio Cristóbal Colón, del que era patrono Jean-Baptiste de La Salle, sacerdote y pedagogo francés, fundador de la Sociedad de Escuelas Cristianas, hoy Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, así que cómo no íbamos a estar presentes en tan magno acontecimiento con la visita de este personaje que, además de francés, era católico declarado.

A la manera de los mítines políticos, nos acarrearon en los camiones de la escuela hasta el lugar de la avenida que las autoridades habían dispuesto para nosotros y que conducía del aeropuerto de la ciudad al zócalo capitalino, donde De Gaulle dirigiría unas palabras ¡en español! a la multitud ahí reunida, y con las que conquistó el corazón de los mexicanos (https://www.youtube.com/watch?v=tnkbkkR0ZP4). (Durante dicha gira visitó, por supuesto, la Basílica de Guadalupe.)

Previo a ello, en el sitio que nos asignaron en la calle por la que los presidentes López Mateos y De Galle circularían en una lemosina descapotada, los espacios se estrechaban de tal manera que no hubo forma de que el convertible circulara a la misma velocidad que lo había hecho hasta entonces. Inquieto que es uno a esa edad, me aproximé, junto con todos mis compañeros, hasta el carro que había obligadamente disminuido su marcha para no provocar un accidente, y extendí mi mano hacia el tripulante que me quedaba más cercano, el general De Gaulle, quien me la apretó con fuerza, acompañando su gesto con un guiño de su ojo derecho.

Como yo ya había oído hablar en mi clase de historia y leído en el libro correspondiente sobre las hazañas del personaje, quedé embelesado con el suceso, y se me hacía tarde para irlo a relatar eufóricamente a mis padres, hermanos y amigos cuando regresara a la casa horas después.

Casi un cuarto de siglo más tarde, en 1988, visité la todavía Unión Soviética: Rusia, Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Ucrania, y en esta última tuve la oportunidad de estar en la península de Crimea, en Yalta, para ser más precisos, y pasar unos increíbles momentos donde se efectuó la Conferencia de Yalta (4 al 11 de febrero de 1945), previa a la victoria de los aliados, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética, sobre el Eje fascista, Alemania, Italia y Japón. (Crimea, declarada por el abominable Putin propiedad de Rusia.)

Me pareció increíble contemplar la histórica foto que ahí se exhibía y pensar que había sido yo afortunado de estrechar la mano, cinco lustros atrás, de uno de los personajes que injustamente había sido excluido de dicha reunión, Charles de Gaulle, y que precisamente por ello se hacía más presente que los otros y que nunca. Los tres que sí participaron fueron nada más y nada menos que Churchill, Roosevelt y el sátrapa de sátrapas Iósif Stalin.

Se souvenir, c’est vivre! No sé si así se diga ¡recordar es vivir! en francés, pero suena bonito.

Ya me corregirá la políglota Caro cuando me lea.