sábado, 31 de agosto de 2019

Diego, yo no voté por ti

Razón de más para exigirte que cumplas con tu responsabilidad, pues estás en la gubernatura en contra de mis deseos. No te escudes más bajo el pretexto de los fueros (federal o estatal) para no cumplir con tu deber, ya que lo que aquí te planteo cae directamente dentro del ámbito de tus obligaciones.

Mi hijo, Raúl Gutiérrez Zepeda, fue asaltado anoche, viernes 30 de agosto de 2019, alrededor de las 21:50 horas, por dos malandros que le apuntaron con la pistola directamente a la cabeza para despojarlo de su auto, cartera y celular en la calle Nadadores casi esquina con Tenistas en la colonia Punto Verde, León, Gto., mientras esperaba a una amiga a las puertas de su casa. Ahora sabemos que esta zona está siendo de alta incidencia delictiva. ¿Cuál no?, me pregunto yo. Acudir con el tibio presidente municipal, Héctor López Santillana, es punto menos que inútil ante la ineptitud mostrada por ya más de tres años.

Raúl obtuvo un préstamo automotriz por parte del banco donde labora para sacar su auto Mazda (placas GKJ-259-B), apenas en mayo pasado, que con sus mejores esfuerzos está pagando mensualmente a la institución financiera. El viacrucis comenzó con el arribo de la patrulla 465 de la Policía Municipal, que nos proporcionó el número de folio 9967330 después de que le hubimos reportado el delito que puso en grave riesgo la vida de mi hijo. De ahí nos fuimos a la Cepol Norte, agencia del ministerio público, donde nos dijeron que ellos ¡no recibían ese tipo de denuncias!, que debíamos acudir al Módulo de Atención Primaria, en el kilómetro 4.5 de la carretera León-Cuerámaro, donde se ubica el Edificio de Prevención Social. En este lugar hubo que lidiar con la típica burocracia de esta clase de oficinas, de donde salimos a las dos de la madrugada de hoy, sábado 31 de agosto de 2019, con el folio de denuncia 185136 de la agencia investigadora 20-UIPAT02.

Si aún conservas un poco de vergüenza como funcionario púbico, deberías exigirles a tu secretario de seguridad pública, Alvar Cabeza de Vaca, y a tu fiscal carnal, Carlos Zamarripa Aguirre, que pongan su mayor empeño en este caso, toda vez que en el lugar de los hechos hay un par de cámaras de seguridad y el celular de Raúl pudiera ser rastreado por Prevención Social. Huelga decir que el aparto constituye una herramienta de primera necesidad para él, no sólo por su funcionalidad, sino por el cúmulo de información personal y laboral que el mismo contiene. Mi hijo tiene que volver a la agencia del ministerio público el próximo lunes, así que te pido que gires las instrucciones necesarias para que no se nos haga más perder nuestro valioso tiempo.

De la monserga de tener que cancelar tarjetas de crédito y débito y tramitar nuevas identificaciones, nos encargamos nosotros, tú únicamente responsabilízate de darnos la seguridad que nos merecemos y que pagamos con nuestros impuestos, y de ayudarnos con esta petición que formalmente te planteo.

Y, ¡carajo!, pónganse ya las pilas, pues tras 54 años de residir en la Ciudad de México, nunca me habían ocurrido tantas cosas como en este malhadado pueblo. ¡Salgan de una buena vez de su zona de confort y pónganse a trabajar!

martes, 27 de agosto de 2019

El incesto lo explica todo

Cuando primero leí sobre las declaraciones del legislador republicano de los Estados Unidos Steve King en el sentido de que sin incestos y violaciones no habría humanidad (El Universal, 14 de agosto de 2019), como todos, me indigné, pero después de cavilarlo un poco más, me propuse demostrar científicamente su aseveración, por lo menos en lo que se refiere al incesto.

Procedamos ignorando la afirmación del señor King y supongamos que provenimos de sólo relaciones “legítimas”. Así, como todo ser humano en el planeta, tengo, para empezar, 2 padres, pero además ellos proceden de mis 2 x 2= 4 abuelos, quienes a su vez descienden de mis 2 x 2 x 2 = 8 bisabuelos, que son producto de mis 2 x 2 x 2 x 2 = 16 tatarabuelos, y así sucesivamente hasta llegar, por decir algo, a la generación 63 arriba de la mía, es decir, 2**63 =  9,223,372,036,854,775,808 ancestros (sin parentesco alguno entre ellos) sólo a ese nivel, ya que habría que sumarles mis antepasados de los 62 niveles subsecuentes para obtener el gran total de quienes me preceden en mi árbol genealógico hasta 63 generaciones arriba de la mía, esto es, 18,446,744,073,709,551,614 individuos.

Por otro lado, si suponemos una duración promedio por generación de 30 años, estamos hablando de un total 1890 años en 63 generaciones, lo que significa que del año 129 de nuestra era a la actualidad mi árbol genealógico lo componen más de ¡18 trillones de personas! Pero si el número total de habitantes que han poblado la Tierra durante toda la historia de la humanidad es, según los expertos, de alrededor de sólo 108 mil millones, esto quiere decir que yo solito tengo en 1890 años ¡170 millones veces más ancestros que habitantes ha tenido el planeta en toda la historia del género humano!


Como lo anterior es claramente imposible, todo se explica por las relaciones incestuosas -alegadas por Mr. King- que se acostumbraban antaño entre primos hermanos, si no es que hasta entre hermanos, y obviamente entre primos de segundo, tercero, cuarto y más niveles, con ancestros comunes, por no hablar de otro tipo de relaciones francamente inaceptables en todo tiempo y lugar. Es decir, si en la actualidad un matrimonio entre primos hermanos nos parece casi casi contra natura, antes debió haber sido práctica común o lo sigue siendo en algunos pueblos y comunidades. Además, quién le garantiza a una persona en la actualidad que no esté contrayendo nupcias con algún primo, tío o sobrino lejano sin siquiera ella imaginarlo.

Por lo que he sabido del señor King, tiene rasgos de carácter bastante odiosos, pero por lo menos en el caso de los incestos no le falta razón, pues en el de las violaciones no me atrevo a opinar, aunque quizá no ande tampoco muy errado, y si no, recordemos al monstruo austriaco Josef Fritzl, que procreó siete hijos/nietos con su propia hija Elisabeth, a quien mantuvo en cautiverio durante 24 años, desde 1984 hasta 2008, cuando se descubrió el horrendo crimen, siendo Josef un ser despreciable de 74 años y Elisabeth una dama de 35, es decir, su padre, en 1984 de 50, comenzó a abusar de ella desde los 11 años de edad. Pero esa es otra historia… que tal vez no sea única.

Así pues, sin la menor sombra de duda, me declaro el producto indirecto de las relaciones incestuosas (o algo peor) entre mis antepasados. Mucho me temo que el republicano Steve King tenga razón.

Si se me permite aquí una breve digresión, quiero encomiar el fascinante método matemático empleado para probar mi tesis: contradicción o reducción al absurdo, y que consiste en dar por cierta la aseveración contraria a dicha tesis y de ahí, mediante razonamientos lógicos, arribar a ese absurdo que corroboraría la tesis original, como fue claramente el caso, pues para probar que soy producto de relaciones incestuosas, partimos de afirmar que procedo únicamente de relaciones “legítimas” y así llegamos a la aberración de que tengo 170 millones veces más ascendientes que habitantes el planeta en toda la historia de la humanidad, lo que, por absurdo, corrobora mi origen “espurio”.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Hándicap

En agosto de 1986 fui enviado por IBM de México a una corta residencia de dos meses en el Centro Internacional de Soporte Técnico (ITSC, por sus siglas en inglés) de Raleigh, ciudad capital de Carolina del Norte. Yo quería tomar esta corta estancia como preámbulo a una asignación más larga, de dos o tres años, poco tiempo después.

Temprano en la mañana de un día que trabajaba frente a mi terminal en el proyecto que me había sido asignado, se me acercó un colega de México que estaba ahí precisamente disfrutando de una de esas estancias largas. De repente, como me ha ocurrido ya varias veces a lo largo de mi existencia durante los últimos 60 años, empecé a atragantarme, sin más. No es necesario que esté comiendo o bebiendo algo, pues a veces con el solo pasó de saliva a través de mi garganta, la epiglotis comienza a hacer su show. El individuo con el que platicaba no quiso saber más, hizo mutis y se fue, lo mismo que el japonés que laboraba en una terminal junto a la mía, al que al principio le llamó la atención mi ahogamiento, pero después, sin inmutarse, continuó tecleando como si nada.

Ante el severo escándalo por mi sofocación, fue llegando gente de otras oficinas hasta donde yo me encontraba, haciendo las más diversas preguntas, que si había estado comiendo o bebiendo algo, que si había tenido un ataque previo, y así por el estilo. La más consternada y tierna de todos era la secretaria del Centro, que casi casi me suplicaba que no me muriera. Todo el personal médico y de seguridad, así como otros colegas, se habían apersonado ya para entonces en el lugar. Después de tantos años, ya me sé la etiología de este padecimiento, aunque no por ello resulta menos angustiante para mí. Lo primero que hago es ponerme de pie y llevar mis manos con los dedos entrecruzados a la nuca tratando de jalar por la boca la mayor cantidad de aire que pueda a mis pulmones a través del angosto canal que queda para ello.

Siempre pasa, cuando ya sé que la situación está bajo control, aunque aún respire con extrema dificultad, puedo observar la cara de terror de la gente que me rodea y, en la medida de mis posibilidades, procedo a darles ánimos, haciéndoles con las manos señales para que se calmen o levantándoles los pulgares en señal de “éxito”. Sus rostros se van distendiendo y, al final, respiran aliviados junto conmigo y comienzan las inevitables sonrisas, cuando no las francas risas. La más feliz de todas en aquella ocasión era la preocupada secretaria, que no cesaba de apapacharme por haber vuelto a la vida.

Más tarde, cuando el director del Centro se enteró de lo ocurrido, se preocupó mucho y le pidió a un colega dominicano que me llevara al médico a 20 millas de ahí, donde se encontraban los laboratorios de investigación de la compañía y me habían hecho una cita con un médico especialista que ahí atendía. No hubo forma de decirle que ya no era necesario y que, en todo caso, yo era capaz de conducir hasta ahí, pero el director insistió. Obviamente, el galeno no tuvo mucho que decir ante mis explicaciones y una somera revisión de mis vías respiratorias.

En la noche veraniega de aquel día invité a mi amigo dominicano a que corriéramos alrededor del lago que se encontraba cerca del complejo de departamentos donde residíamos.

- Estoy preocupado –le dije al antillano mientras caminábamos hacia allá.

- ¿Por qué? –me inquirió solícito.

- Si alguna oportunidad tenía yo de venir para acá dentro de unos años a residir por un periodo largo de tiempo, la he perdido esta mañana con el show que ofrecí –le respondí.

- No digas eso, Raúl –agregó él con total despreocupación-, acuérdate que este es el país de los discapacitados.

- ¡Hombre, qué gentil! –le dije, con no fingida indignación-. Favor que me haces.

- ¡No, no, no, amigo! –respondió el caribeño percatándose de su insensibilidad-. Me refiero a que esta es la tierra de las oportunidades, independientemente de tu sexo, raza, preferencias sexuales y… demás.

Fue un buen augurio, ya que cinco años y medio más tarde, en diciembre de 1991, fui distinguido, por el mismo director que se preocupó tanto por mí en el 86, como el mejor asignado del ITSC después de más de dos de residir en Raleigh, entre ingenieros de todo el orbe: Francia, Suecia, España, Japón, Venezuela, Argentina, Perú, Brasil, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica y más. Todo ello, a pesar de la “discapacidad” que aún padezco hoy en día.

Por otra parte, me pregunto si Estados Unidos seguirá siendo la generosa tierra de las oportunidades. Ojalá que sí y que pronto salga de su actual pesadilla.


miércoles, 7 de agosto de 2019

Mi siniestro encuentro con Echeverría

Para las sinceras admiradoras de esta columna: Elena, Adri, Arce, Caro, Cecilia, Chivis, Gina y Glafira.

El lunes 5 de noviembre de 1973 recibí un correograma que en su parte medular dice: “Por haber sido distinguido por el Centro Educativo de su Entidad, y en virtud de haber terminado su carrera profesional con el más alto promedio de calificaciones, será distinguido públicamente como EL MEJOR ESTDIANTE DE MEXICO, en unión de otros pasantes, los días 26, 27 y 28 de noviembre del año en curso (sic).”

Aunque yo ya era actuario por la UNAM (la única universidad donde entonces se podía cursar dicha carrera), no pasante, de ningún modo me sentí ofendido por esta invitación, máxime que los festejos incluían una ceremonia de premiación el martes 27 en el Palacio de Bellas Artes en la que serían entregados un diploma, una medalla y una carta de recomendación para el Conacyt de manos del secretario de Educación Pública, Víctor Bravo Ahúja, y del titular del Instituto Mexicano de Cultura, el ex presidente de México Miguel Alemán Valdés, y el miércoles 28 de noviembre un desayuno en la residencia oficial de Los Pinos con el Señor Presidente de la República, el inefable Luis Echeverría Álvarez. El otro organizador del evento, además del Instituto y el Consejo, era el Diario de México.


Pues bien, nunca en mi vida he sido tan puntual como ese miércoles en que arribé en mi proletario automóvil al sitio referido, lo estacioné en el espacio que para el efecto tenían en dicho lugar y se me franqueó la entrada de acceso a los jardines de la mansión. El menú consistió de jugo de mandarina, fresas con crema, budín de tamal con pollo y salsa de mole rojo, huevos con queso, frijoles, café y típico pan dulce mexicano. Lo mejor de todo fue la compañía que por azar me tocó en la mesa: un simpatiquísimo chihuahuense, pues el certamen incluyó a gente de todo el territorio nacional. Franco, seguro de sí mismo, sincero y muy echao pa’lante. Todo un norteño, pues.

A cada uno de nosotros se le entregó una bolsa del Fondo de Cultura Económica llena de libros, de los que recuerdo Llano en llamas y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y Vida cotidiana de los aztecas, de Jacques Soustelle, entre muchos otros. Al concluir el desayuno, Echeverría nos dirigió unas palabras de encomio y, acto seguido, se nos permitió pasear por los prados de la casa. Yo, siempre en compañía de mi inseparable amigo de Chihuahua.

De repente, vimos que el Presidente jugueteaba con los concurrentes a dejarse fotografiar junto a ellos por profesionales de la cámara traídos especialmente para el evento. Por supuesto, ni tardo ni perezoso, mi acompañante me dijo: “Vente, ahorita lo agarramos, tú de un brazo y yo del otro y le pedimos a algún fotógrafo que dispare”. Y ahí vamos, yo más aterrorizado que gozoso, pero como nada podía parar la determinación de mi amigo, una vez que tuvo cerca al Primer Mandatario, lo pepenó del brazo diestro y me conminó con todo énfasis a que hiciese yo otro tanto con el siniestro. Y ahí me tienen, agarrando con todas mis fuerzas la extremidad superior izquierda del Presidente. Uno de tantos chicos de la cámara ahí presentes inmortalizó la escena.


Se veía que Echeverría disfrutaba enormemente todos estos escarceos, pues estaba justamente a mitad de su sexenio y es difícil imaginar alguien con tanto Poder en sus circunstancias: “artífice” de las matanzas de Tlatelolco y el Jueves de Corpus; intelectuales de primer orden cooptados por su “embeleso”: Carlos Fuentes, Ricardo Garibay, Fernando Benítez, quien llegara a plantear: Echeverría o el fascismo, aunque nunca nadie pudo saber con certeza si la “o” era exclusiva o sinónima, y tantos más. Por otra parte, sus broncas internacionales era epopéyicas: tildando de racistas a los sionistas y enviando después a su canciller Emilio O. Rabasa a ofrecer disculpas a los israelíes; criticando el garrote vil de Franco contra los terroristas y desatando la ira de los españoles por su hipócrita intromisión; finalmente, haciéndole creer a Pinochet que no había bronca contra él, para poder enviar a Emilio Rabasa (quién si no) a rescatar a refugiados chilenos en la embajada de México en Santiago y rompiendo relaciones con el déspota apenas hubo despegado el avión de Chile con ellos abordo.

Y cómo olvidar sus delirios de grandeza con su Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados que le merecería, si no el Nobel de la Paz, por lo menos la Secretaría General de la ONU al terminar su mandato. Todo lo anterior, por no mencionar el golpe contra el Excélsior de Julio Scherer en 1976, que quizá ya desde entonces maquinara.

Tal vez por todo esto me puse a buscar la foto que de nosotros habían tomado y que exhibían en unas mesas a propósito para ello. Abandoné a mi compinche y emprendí la frenética búsqueda. Afortunadamente no batallé mucho, ahí estaba junto a muchas otras. En ella aparecía yo con cara de angustia y el norteño sonriendo de lo lindo, igual que el Presidente. Le pregunté a quien cuidaba del lugar si podía llevármela, a lo que amablemente respondió que para eso estaban. La tomé y la refundí en la bolsa de libros que cargaba conmigo. En eso me topé de nuevo con el chihuahuense, quien manifestaba su frustración por no encontrar la memorable placa. Le repliqué que iba a ser difícil encontrarla en el montón, si no es que alguien más la había agarrado ya.

Terminado el ágape, le di un fuerte y afectuoso abrazo de despedida a mi nuevo amigo y emprendí el regreso a casa a toda velocidad. Una vez ahí, extraje la fotografía del fondo de la bolsa, la extendí, desarrugándola, sobre el piso del patio de servicio, la rocié de tíner, aguarrás y alcohol, y le encendí un fósforo, provocando con ello una ligera explosión que nos envió al infierno a los tres: a Echeverría, a mi amigo y a mí, salvando con ello la posteridad.