En algún cumpleaños pedí que me obsequiaran un libro con cuya
referencia me había topado poco tiempo antes: Economía y sociedad, de
Max Weber. Carolina, mi hija, satisfizo mi deseo. Sin embargo, este texto, de
más de mil 400 páginas, resultó una abigarrada prosa para eruditos en
sociología, ciencia humanística desconocida por mí. Tras un fallido intento de
hincarle el diente, desistí y me comuniqué a la librería del Fondo de Cultura
Económica, editorial responsable de la publicación de la obra, para solicitar el
canje del costoso libro por varios otros más accesibles a mi ignorancia. De buen
talante, aceptaron mi propuesta.
Entre los libros que seleccioné a cambio se encuentra uno que un amigo, sabiendo de mi pasión por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, me recomendó y que encontré casualmente cuando despreocupado buscaba las obras objeto de la permuta: Un año con Schopenhauer (editorial BOOKET, 2008), traducción desafortunada del título en inglés de la obra de Invin D. Yalom Schopenhauer's cure. No sin cierta reticencia, me llevé el libro -junto con los otros para los que me alcanzó el canje-, pues hace varios años había ya leído del mismo autor El día que Nietzsche lloró, recomendado por el siquiatra que por entonces me atendía, y no dejó mayor huella en mí. El siquiatra tampoco, por cierto. Un anciano que casi se me dormía durante las sesiones de terapia y que se tenía que levantar a orinar frecuentemente.
De entrada me entusiasmé con la lectura de la novela, ya que ésta hace
referencia a Los Buddenbrook, de Thomas Mann, y menciona como pilares
del pensamiento filosófico a Platón, Kant y Schopenhauer, todos ellos, de alguna
manera, viejos conocidos míos. Ya en dos anteriores artículos
dejé constancia de cómo Schopenhauer ejerció una influencia determinante en el
personaje central de la obra de Mann (Schopenhauer, filósofo maldito) y
cómo Platón despertó en mí viejos recuerdos (Beber la cicuta).
La sola mención del encabezado del capítulo (41, libro cuarto, segundo
volumen) de la obra de Schopenhauer, El mundo como voluntad y
representación, que causa honda impresión en Thomas Buddenbrook, explica el
éxtasis en que éste cae, enfermo incurable y obsesionado con su ya próxima
muerte: Sobre la muerte y su relación con
el carácter indestructible de nuestro ser en sí.
Pues bien, en la novela que ahora comento, uno de los dos personajes
centrales es un psicoterapeuta de grupo al que se le ha diagnosticado cáncer
mortal de piel (melanoma) y se le da un año más de vida. El otro es un
misántropo erudito, fanático de Schopenhauer y que por azares del destino cae en
la terapia de grupo del primero, como requisito previo para llegar a ejercer él
mismo como "terapeuta filosófico", el cual invita a aquél a una conferencia
universitaria que impartirá a sus alumnos y en la que el tópico es precisamente
el que causa conmoción en Thomas Buddenbrook, pues nota que éste y el terapeuta
comparten un mismo destino.
Schopenhauer's cure (prefiero llamarla así) es una magistral
descripción de una terapia de grupo, con la típica serie de conflictos y
agresiones que se dan al interior de estos grupos, y las desgarradoras
angustias personales de cada uno de sus miembros. Fue como transportarme en el
tiempo a aquellos días en que yo mismo estuve involucrado durante nueve meses en
uno de tales grupos hace más de 40 años y descritos en el artículo mencionado
anteriormente: Beber la cicuta.
Kant decía que la realidad es alterada por nuestros sentidos y lo que
finalmente captamos es algo muy distinto a ella, en tanto que Schopenhauer
afirmaba que, por ello, era mejor partir de nuestro interior o lo que él llama
la experiencia inmediata. Y éste es también el punto de vista del misántropo de
nuestra novela. Por eso renuncia a todo contacto con la gente y se dedica al
estudio de la filosofía y al disfrute del arte, de la música, justo como
Schopenhauer hizo, quien todos los días tocaba la flauta poco antes de comer.
Este aislamiento, junto con el estudio y el disfrute de la música es,
finalmente, lo que le da nombre al libro: la cura de Schopenhauer.
Sin embargo, alguien le dice al personaje de la novela, debido a todos los
problemas personales que ahí quedan asentados, que lo que ahora necesita es la
cura de la cura de Schopenhauer, como a final de cuentas lo experimentó el mismo
Schopenhauer, a quien la fama le llegó unos pocos años antes de su muerte y tuvo,
por fuerza, que socializar. Fue así como, después de una larga vida de
aislamiento y soledad, tuvo hasta que convivir con una escultora, encargada de
elaborar su busto, por dos meses. Menciona Schopenhauer que sentía como si esta
dama fuera su esposa. Él, que nunca se casó y que se distanció hasta de su madre
y de su hermana después de que su padre se suicidó años antes.
Yo en lo personal, me siento a gusto con mi aislamiento, únicamente me
faltan la erudición y el goce del arte que poseía Schopenhauer. Creo que una vez
que supere estas deficiencias, yo también me sentiré aliviado y renunciaré a una
eventual búsqueda de la cura de este bendito alivio. Me encanta mi
soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario