martes, 28 de julio de 2020

Revocación de mandato, la alternativa

Existe un indicador socioeconómico, el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en el ingreso de los habitantes de una nación, el cual varía entre 0 y 1, indicando lo primero la igualdad total, esto es, todas las familias tienen exactamente el mismo ingreso, y lo segundo todo lo contrario, es decir, un solo individuo o familia acapara el ingreso de un país, o lo que es lo mismo, prácticamente el 100% de la población vive en la inopia. No es exactamente un porcentaje, pero se le parece mucho. Vamos, es un ponderado de la distribución del ingreso entre la población, y debe su nombre a su creador, el estadístico, demógrafo y sociólogo italiano Corrado Gini.

Obviamente, no se requiere de un coeficiente de Gini cercano a 1 para calificar a un país de desigual. México, por ejemplo, que se encuentra dentro de las veinte naciones con mayor desigualdad en el ingreso del mundo, tiene un coeficiente de Gini de 0.483 (Banco Mundial, 2016), lista que encabeza Sudáfrica con 0.63 (BM, 2014) y sorpresivamente –al menos para mí- finaliza Ucrania como la sociedad más igualitaria del planeta, con un coeficiente de apenas 0.25 (BM, 2016). Seguramente la crisis actual por la pandemia y los “moditos” del inepto que encabeza el Gobierno de México han incrementado la desigualdad en el país. Hace unos días leía en la prensa que durante esta época de coronavirus se ha incrementado considerablemente la fortuna de 73 magnates a lo largo y ancho del planeta.


En otro orden de ideas, me pregunto yo cuál será la desigualdad intelectual de nuestro país, entendiendo la “intelectualidad” no como el opuesto de “idiotez”, sino como la medida de quienes se consideran a sí mismos “intelectuales” sin ningún recato. Lo digo por la reciente carta publicada en medios nacionales donde un grupo de “pensadores” nos convoca a lidiar con valor, y que mereció la réplica del imbécil del cuento, intitulada por él mismo, “Bendito coraje”, donde califica a aquellos de conservadores y neoporfiristas, entre mil otras sandeces.

En fin, entendido así, yo creo que nuestro “coeficiente de Gini” intelectual rondará el 0.8 o 0.9, si no es que más aún, pues no en cualquier cantina encuentra uno tan egregias y conspicuas figuras como los abajofirmantes de la carta que provocó la inmediata reacción del energúmeno. Pero ¿a dónde voy con todo este rollo? Simplemente a cuestionarme la autoridad moral de nuestros “intelectuales” que, ellos creen, los legitima ante sus iguales para lanzar tal convocatoria. ¿Quiénes se creen que son, cuando no logran ponerse de acuerdo ni entre ellos mismos y, en no pocas ocasiones, protagonizan reyertas entre mafias de padre y muy señor mío? No está de más recordar el encono en la cúspide entre Carlos Fuentes y Octavio Paz, a los que ni la cercana muerte hizo perdonar el uno al otro, y así pasaron a mejor vida, como enemigos irreconciliables. Y de los enconos entre mafias de “intelectuales”, como la escenificada a finales del siglo XX entre las revistas culturales Nexos y Vuelta, ya mejor ni hablamos. Alguna vez intenté colaborar con alguna de esas revistas, sin compromiso de ninguna de las partes, pero fui ninguneado con los pretextos más baladíes, nunca por no haberme identificado con alguno de los grupos facinerosos.

No deja de llamar la atención que otro intelectual (me atrevo a calificar a éste sin comillas), Leonardo Curzio, haya desautorizado el escrito de sus pares afirmando que la opción partidista que éstos aducen está rebasada, además de criticar que no hayan tenido más opción que la de acudir a una ¡inserción pagada! (https://www.eluniversal.com.mx/opinion/leonardo-curzio/el-encierro-pasa-factura).

Estos soberbios deberían tomar ejemplo de José Vasconcelos, que en la época postrevolucionaria supo sacar ventaja de su cartera como secretario de Educación para emprender cruzadas educativas para todo el pueblo de México. Los muy pagados de sí no pueden con la parte que les es inherente, la intelectual, y pretenden, altivamente, conseguir el cambio de régimen. ¡Cuánta vanidad!

Estoy de acuerdo, para echar al orate que nos desgobierna hoy en día hay que recuperar primero el Congreso en 2021, y posteriormente, en 2022, revocarle el mandato. Es posible, faltan todavía dos años, durante los cuales se podría armar una campaña entre los millones que lo detestamos y que lo llevara, así, a la defenestración. ¡Sería maravilloso liberarnos de la plaga 4Tísta los dos últimos años del sexenio!

Yo, por lo pronto, trabajo denodadamente en ello y estoy muy entusiasmado de que así ocurra, y para eso no necesito la tutela de ningún pinche “intelectual”, llámese Enrique Krauze  o Héctor Aguilar Camín. Unámonos y mandemos al Peje a la puritita Chingada, de donde nunca, nunca debió haber salido.

jueves, 23 de julio de 2020

Pide al tiempo que vuelva

Para leerse escuchando Somewhere in time en YouTube, o aun sin leer esto, pues.

Después de más de 90 días de clausura por la contingencia pude ir a correr de nuevo al Parque Metropolitano de la presa de El Palote, en León, Guanajuato, justo cuando acabamos de cumplir 17 años de nuestra llegada a la ciudad. En lo personal, siempre me he sentido un desarraigado aquí. Sin embargo, lo que ha salvado mi permanencia en la localidad es este maravilloso lugar de ensueño que rodea a la presa a lo largo de siete kilómetros, y que en ciertos tramos parece bosque y en otros tantos la mismísima playa, así de contrastante. Cuando llegamos contaba yo 54 años de edad e iba a trotar ahí cada tercer día, lunes y miércoles una vuelta y los viernes dos, ¡14 kilómetros! Y así durante muchos años, y era yo bastante veloz. Muchas veces la gente me detenía para hacérmelo notar, al ver el empeño que ponía yo en ello.

Con el paso de los años y acercándome con la misma celeridad a los 71, obviamente mi ritmo ha disminuido mucho, pero jamás he dejado el ejercicio. Por eso me dolió tanto que cerraran el sitio por la pandemia, pues no corría ahí desde el 23 de marzo, y me tuve que refugiar en un aburrido jardín enfrente de la casa en el que uno tiene que dar vueltas como mayate para completar la misma distancia. ¡Deprimente!

La entrada al parque es con restricciones: previa cita, cubre bocas, recorrido en un solo sentido, sin escupir, sana distancia… pero el sitio es incomparablemente placentero, con el vaso de la presa simulando un inmenso lago y con la fauna que acompaña a un lugar tan privilegiado. Hace algún tiempo completé las mil vueltas alrededor de la presa en estos 17 años de estancia y he de estar ya bien instalado en la segunda centena de un millar adicional.


Claro que la nostalgia pega de una manera gacha. En primer lugar, porque ya no es uno el de antes, y después, por los malditos tiempos que nos están tocando vivir. Antes completaba yo la distancia de 14 kilómetros en poquito más de una hora, y los siete en 31 minutos. Ahora, ya ni veo el reloj, ¿para qué? Pero el incomparable deleite de ir a correr en ese inigualable paraíso nadie nos lo puede regatear, ni siquiera el malhadado coronavirus.

El miércoles pasado, cuando regresé de correr a la casa, después de cuatro meses de no hacerlo en El Palote (como lo conocemos en la familia), tanto Elena como los hijos notaron el cambio: “Te sienta bien ir al único lugar que te mantiene atado a este rancho, ¡qué bueno!”, exclamaron al unísono.

Por eso le pido al tiempo que vuelva, no tanto por mis viejas glorias como por volver a disfrutar del cielo a todas mis anchas.

jueves, 16 de julio de 2020

La Compañía Más Admirada

A principios de 1975 atravesaba yo por una severa crisis existencial. El año anterior había abortado unilateralmente un importante proyecto personal en el extranjero y regresaba a casa derrotado. A poco de volver, el último cuarto de ese año, entré a trabajar en Telmex, donde sólo duré tres meses y medio. De inmediato me uní a un consultor independiente que poco antes había renunciado a la misma empresa. Con él estuve únicamente mes y medio, tras una nada cordial relación. Mi desesperación era tal que caí en la Secretaría de Hacienda del Gobierno federal, con una estancia ahí de solamente ¡cuatro semanas! Ya para entonces formaba yo parte de una terapia grupal de ocho personas bajo la supervisión de una siquiatra por los rumbos de Polanco. A tal grado se había derrumbado la fe en mí mismo.

Lo que me llevó a dejar Hacienda, además de la crisis personal y el deprimente ambiente burocrático, fue el anuncio en el periódico con el que IBM trataba de allegarse recién graduados o pasantes en distintas áreas académicas para becarlos y encaminarlos en la carrera de proceso de datos. El examen de selección de estos becados se había llevado ya a cabo en las instalaciones del cine Roble y a él acudieron alrededor de quinientos aspirantes. Los resultados con los que se seleccionaría a una veintena de jóvenes serían dados a conocer pocos días después. Mientras me aburría en Hacienda, recordaba que entre los múltiples bandazos que di por aquella época estaba el de haber acudido a las oficinas del Gigante Azul en Mariano Escobedo a presentar exámenes en el departamento de personal. Tímidamente acudí a solicitar que se me tomara en consideración para la elección final de becarios y que entendería que si no se hiciera así, era por haberme presentado a destiempo. Me pidieron esperar en recepción mientras ellos revisaban mi expediente. Poco después bajó una amable empleada y me preguntó que si tenía tiempo en esos momentos de ya únicamente presentar los exámenes de inglés, a lo que con regocijo respondí afirmativamente. Un par de días más tarde me llamaron a la casa para comunicarme que había sido uno de los 19 afortunados, entre los centenares que presentaron el examen, en ser elegido como becario de IBM de México. El regocijo personal y familiar fue grande. Frisaba yo los 26 años de edad.


La beca inició el lunes 4 de agosto de 1975, hace casi 45 años, y desde el principio sentimos yo y mi deplorable estado de ánimo el intolerable ambiente de competencia que se respiraba entre los compañeros. Cuatro de ellos fueron “invitados” a abandonar el programa por bajo rendimiento durante los primeros días y, antes de que a mí me lo propusieran, pedí hablar con el coordinador de la beca para comunicarle mi decisión de marcharme por voluntad propia. Esta persona, a la que le vivo eternamente agradecido, cambió mi destino. “¿Ya olvidaste –me dijo- el video de Vince Lombardi que les proyectamos hace poco? ¿El del segundo esfuerzo? Tú te estás derrotando a la primera oportunidad. Toma tus manuales, vuelve al salón y ¡vamos por ese segundo esfuerzo!” Trabajé para IBM por más de veinte años, la época más lúcida y lucida de mi existencia.

Tiempo después supe que, previo a la beca, hicieron un estudio cuidadoso de todos nuestros antecedentes para determinar a quiénes de nosotros no se podrían dar el lujo de perder, y fue así como al final seleccionaron, dentro de esos 19, a los siete a los que nos ofrecieron empleo formal. ¡No sé cómo me les colé! Fue una delicia laborar para IBM: orgullo por el trabajo, aprendizaje, reconocimientos, viajes a todo lo largo de América (al norte -EU y Canadá- a aprender, y al sur -Argentina y Brasil- a fiestas, comúnmente conocidas como convenciones). No es casualidad que varias veces en la década de los 80 IBM haya sido reconocida como la Compañía Más Admirada del Mundo por la revista Fortune. Y de veras se siente uno inmensamente feliz de ser parte de ello, como los granos de arena que conforman la playa.

Yo además tuve la enorme fortuna de ser asignado temporalmente a EU como soporte mundial en el área de comunicaciones, y como tal, viajar por todo el orbe, en especial Europa, el Lejano Oriente y Sudamérica, durante los dos años más felices de mi vida que recuerde.

En 1995 solicité y obtuve mi retiro anticipado de IBM de México, y en 1998, con el boom de las .com, volví a trabajar para IBM de EU, mediante un contratista en Denver, por más de un año.

Vivo perennemente agradecido a IBM por lo que considero lo mejor que me ha ocurrido en la existencia, después de la familia, claro.

viernes, 10 de julio de 2020

"Amiga muerte"

Ustedes han de pensar que yo me empeño en encontrar lecturas acordes con mi melancolía, ¡pero no, lo juro! Supe de la publicación del libro Por la tangente / De ensayos y ensayistas (Taurus, 2020), de mi admiradísimo Jesús Silva-Herzog Márquez, y el análisis que en él realiza, a lo largo de medio centenar de breves ensayos, de lo que otros tantos pensadores han plasmado en ensayos de su autoría. Eso sí, mi sesgo hizo que me impactara profundamente lo que el autor escribe acerca del filósofo George Steiner y la afirmación de este sobre algo que a mí me ha apasionado siempre. Las conclusiones del propio Jesús son por demás pertinentes. A quienes me han leído cotidianamente en escritos previos les constará que estoy totalmente de acuerdo con ambos.

Escribe Silva-Herzog sobre Steiner, en su pequeño ensayo El ensayista como cartero, lo siguiente:

“Amiga Muerte”. ¿A dónde apunta, de dónde viene esta inscripción? ¿Cuál es la exigencia de este misterio? A partir de esa decena de letras, el erudito reflexiona sobre la vejez y la última libertad, la que supone decidir el fin. El imperio de nuestros científicos ha sido capaz de prolongar la vida, pero apenas ha conseguido simular las “repugnantes” miserias de la vejez. “La vista y el oído se debilitan. La orina chorrea. Las extremidades se vuelven rígidas y duelen. Las dentaduras se tambalean en bocas malolientes y salivantes. Incluso con la lamentable seguridad de un bastón o de un andador, las escaleras se convierten en el enemigo. Las noches se vuelven huecas por la incontinencia y por las vejigas estériles. Pero las debilidades del cuerpo no son nada comparadas con la devastación de la mente.” ¿Cómo puede pensarse que ante este cuadro la muerte sea amenaza? Entregarse a ella parece la única esperanza sensata. ¿Qué le sugiere aquella pareja de palabras sobre la amistosa muerte? Que en la elección de la muerte se juega más que nuestra dignidad. Ser persona es ser libre de vivir y de morir. Amiga muerte: aquel par de palabras es el manantial del pensamiento.

El sabio entendía de lo que hablaba, pues murió el pasado 3 de febrero a los 90 años de edad, y lo que Jesús concluye es impecable.

Deliciosa y enriquecedora lectura esta que estoy haciendo del solvente Jesús Silva-Herzog Márquez, llena de sabiduría y rebosante de belleza.


domingo, 5 de julio de 2020

Guanajuato: el horror

En 1960, siendo yo un chiquillo de escasos diez años de edad, cuando el autobús escolar que me transportaba al Colegio Cristóbal Colón transitaba por la calle Antonio Caso de la colonia San Rafael en la hoy Ciudad de México, poco antes de doblar a la izquierda sobre Sadi Carnot donde se encontraba la escuela, presencié una escena que me marcó de por vida: justo enfrente de la funeraria Tangassi, inmaculadamente pintada de amarillo canario, un hombre ensangrentado y con pistola en mano le disparó a otro a quemarropa, matándolo al instante  y dejándolo tendido sobre el pavimento a media calle, mientras que un compañero del asesino, igualmente ensangrentado, lo tomó por la cintura y lo condujo lejos de ahí, recargándolo contra la pared de la casa mortuoria, que también se tiñó de rojo, y conteniéndolo con ambos brazos para que no disparara más contra su rival, ya que aún mantenía el arma en su diestra.

Ya imaginarán ustedes la escandalera que se armó en el camión atestado de chamacos de no más allá de sexto año de primaria, pues entonces sólo estábamos acostumbrados a estas escenas en las series de televisión, que a muchos, por cierto, nos las tenían prohibidas. De cualquier manera, como digo, a mí me marcó y aún en la actualidad la percibo nítidamente en la memoria como si hubiese ocurrido hace apenas unas horas. Quizá fuese necesario que cada uno de nosotros pasáramos por una experiencia similar para aquilatar lo que significa la pérdida sin sentido de una vida humana. Por supuesto, el incidente fue la comidilla del día en la casa cuando el autobús me hubo regresado a primeras horas de la tarde para el lunch, antes de regresar de nuevo a clases. Morbosamente esperé a pasar otra vez enfrente de la funeraria para ver si todavía quedaban rastros del crimen, y sí, ahí seguían las manchas de sangre sobre la pared. Al día siguiente leí en el periódico que la disputa se había originada por un detalle baladí. Una muerte innecesaria, pues.

Pero lo que se vive ahora en Guanajuato es espeluznantemente peor, más que nada porque nos ha dejado de importar. Imaginar una tragedia como la que a mí me tocó presenciar de niño multiplicada por 26 (27, por la muerte que se dio con posterioridad), como ocurrió hace unos días en un anexo para adictos en Irapuato, supera cualquier capacidad racional. Más aún si el incidente baladí de mi vivencia infantil alcanza en este caso los límites de una demencia diabólica, como el de matar a 26 porque de seguro se encuentran entre ellos los cinco que se quiere ejecutar, según algunas versiones. O como apunta el experto en seguridad Alejandro Hope: matar a pocos (¿menos de quince?) no implica mayor riesgo para sus ejecutores, pues se toma como una disputa del día con día, pero una masacre como la de Irapuato implicaría el envío de una señal de un grupo poderoso que está tratando de adueñarse de la plaza. Sinsentido e impunidad, simple y llanamente.

Desgraciadamente hay otros a los que no les ha dejado de importar, pero en el peor sentido de la frase. Al día siguiente de la masacre, la primera plana del periódico local la ocupó, casi en su totalidad, una amarillista foto de los cuerpos hacinados de los 26 acribillados entre ríos de sangre, literalmente. La indignante y ofensiva imagen, junto con un título ad hoc, les ha de haber redituado pingües ganancias a los dueños del diario, a través del fácil recurso de explotar el morbo. ¡Qué asco!


Fuera del morbo, a poco de escuchada o leída la noticia, nos olvidamos de la tragedia casi al instante. No importa que un par de días después en Apaseo el Alto, casi al mismo tiempo en que el Fiscal General del Estado, el inepto Carlos Zamarripa Aguirre (con más de diez años en el puesto, primero como procurador y ahora como abogado general), comparece ante el Congreso local, cinco policías (tres hombres y dos mujeres) sean acribillados y muertos en su patrulla y dos compañeras más queden gravemente heridas. Los policías huían en su vehículo perseguidos por el de sus verdugos (¡el mundo al revés!), pero el conductor del transporte policial perdió el control, quedando este volcado sobre su costado izquierdo, momento que los maleantes aprovecharon para bajar del suyo y disparar alrededor de cien tiros de armas de grueso calibre sobre el parabrisas y la carrocería.

Tampoco importa que Guanajuato registre 75 asesinatos en los primeros cuatro días de julio de 2020 y que ostente el poco honroso título de más crímenes dolosos en el año en todo el país. Y digo que no importa porque ahí siguen el anteriormente citado fiscal, que alega que la criminalidad no es su responsabilidad, sino la investigación de los crímenes, y el Secretario de Seguridad, Álvar Cabeza de Vaca Appendini, que, obviamente, no podría alegar lo mismo. Ambos con más de una década en sus respectivos puestos y a quienes yo he bautizado como Los Hermanos Lelos, en recuerdo de aquella pareja interpretada por Los Polivoces, comediantes casi tan antiguos como el Fiscal y el Secretario. Y el gobernador del estado, Diego sinhue… (así, con minúscula y puntos suspensivos), que alega que no está dentro de sus atribuciones remover a Zamarripa, aunque de Álvar, principalísimo responsable, no le alcance para alegar nada  porque ese sí es su responsabilidad total. Además, como si no fuera suficiente con que le “recomendara” a Zamarripa que renunciara.

Ya en serio, qué tragedia vivimos en nuestra entidad, y lo peor es que creemos que, con ignorarla, a nosotros nunca nos tocará, pero que equivocados estamos, ¡me cae!... y me consta.