sábado, 8 de octubre de 2016

Rindiendo tributo al Metropolitano

Dice Wikipedia que la frontera entre México y Estados Unidos parte del este en el Golfo de México, desde las ciudades de Matamoros, Tamaulipas, y Brownsville, Texas, hasta el oeste en el Océano Pacífico, en las ciudades de Tijuana, Baja California, y San Diego, California. Añade que atraviesa grandes áreas urbanas y desiertos inhóspitos y se extiende a lo largo del Río Bravo, o Río Grande para los estadounidenses, para luego cruzar los vastos desiertos de Sonora y Chihuahua, atravesar un tramo del Río Colorado, llegar al norte de Baja California y finalizar su recorrido en el Pacífico. Agrega que tiene una longitud de 3,185 kilómetros y que es la frontera con mayor número de cruces legales del mundo (más de 50 millones desde 2002) y también ilegales (casi doce millones en 2007), que implican un promedio anual de 250 muertes de mexicanos y, en orden decreciente, de centroamericanos, sudamericanos, caribeños y asiáticos.

Recuerdo que en mi juventud alguna vez pensé que sería bueno trotar de ida y vuelta a lo largo de esta frontera si tuviera uno los arrestos para ello. Bueno, pues de alguna manera esto se cumplió, ya que la semana que recién termina cumplí mi vuelta número mil alrededor del vaso de la presa de El Palote en el Parque Metropolitano, es decir, recorrí ya ¡7 mil kilómetros! tras varios años de trotar en mi queridísimo parque. Dos veces la frontera entre México y Estados Unidos y… algunos kilómetros más. Claro que si nos remontamos a los comienzos de mi “carrera” es muy probable que haya completado ya una vuelta completa al globo terráqueo, incluidos entrenamientos, maratones y diversas competencias, pues cuando principié a correr aquí ya llevaba yo más de 24 años de haberme iniciado en el jogging.

Pero El palote, así, a secas, como le digo yo, resulta profundamente entrañable para mí por haber sido el único capaz de rescatarme de los abismos de la melancolía cuando no lograba sobreponerme al abandono de una residencia de más de medio siglo en otra ciudad. Todavía recuerdo las primeras veces en que corriendo yo por la pista me daba la impresión, después de contemplar la luz del día reflejarse en el agua, de estarlo haciendo a orillas del mismísimo mar, hasta que un día un caminante al que rebasaba me lo confirmó: “oye -me gritó rebosante de auténtica dicha-, no te da la impresión de estar corriendo a la orilla de la playa, mira qué hermosa es”.

Esto me lo decía en la zona de playas, precisamente, esa que algún particular está tratando de recuperar ahora junto con aproximadamente cien metros de la pista para correr, lo cual, por más derecho que le asista, me parecería un auténtico despojo a la comunidad, máxime si se le está ofreciendo en permuta un espacio fuera del parque de valor similar. Acéptelo, por favor, no mutile usted la felicidad de decenas de miles de leoneses y turistas de todas partes de México.

Recién llegado a León, sacaba yo la vuelta a la presa en poquito más de 31 minutos, pero con 54 años de edad, ahora, más de una docena de años después y con 66 de edad, he incrementado mi tiempo en 16 minutos. Prueba de que no siempre los aumentos representan una mejora, pero que a tan avanzada edad se pueda afirmar junto con Galileo “y sin embargo, se mueve”, es de agradecérselo a la vida y a mi entrañable Palote.

Ojalá se conserve así nuestro parque por muchas décadas más.

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