El jueves 29 de octubre de 2009 a las 6:30 de la madrugada, me presenté a tramitar mi pensión en la ventanilla de Prestaciones Económicas de la Unidad Médica Familiar número 51 con sede en la ciudad de León, Gto. Lo hice con más documentación de la que demanda el IMSS en su página de Internet, acompañando cada documento con una copia simple del mismo. Me asignaron la ficha de atención número 3, como recompensa a mi desmañanada.
Dos horas y 15 minutos después (8:45 am, pues la ventanilla fue abierta hasta las 8:20, aun cuando se debiera empezar a despachar desde las 8) era yo atendido por la amable señorita María Ofelia de Anda González, sólo para indicarme, después de la revisión de mis documentos, que me faltaban las CURPs de mi esposa y mis dos hijos. Al indicarle que esos requisitos no eran mencionados en la referida página de Internet, me respondió que si no los presentaba mi solicitud sería rechazada. Acto seguido, me indicó que también carecía de mi credencial ADIMSS del Seguro, cuando lo único que se pide, al carecer de ella, es un documento oficial que ampare el número de afiliación del asegurado. Tampoco esta razón mía fue atendida, por lo que fui obligado a tramitar la mentada credencial, que ahí mismo me entregaron. En cuanto a las CURPs faltantes, tuve que ir a imprimirlas a una papelería a unas cuadras de la clínica familiar.
La señorita De Anda me indicó que estaba en todo mi derecho de poner una queja en la urna transparente de plástico de que ahí se disponía para tal efecto, pero la urna únicamente contenía pañuelos desechables usados. Eso sí, mientras esperábamos ahí asegurados, pensionados y público en general, recibimos un “tallercito” (sic) sobre cómo utilizar el gel antibacteriano, tan de moda en estos tiempos. Acto seguido, fuimos requeridos para firmar una hoja de “asistencia” al mencionado “tallercito”, utilizando todos la misma pluma. Las enfermeras estaban más interesadas en que llenáramos la hoja que en el curso en sí, de otra manera, cómo justifican sus plazas.
En fin, después de cuatro horas y media, abandoné la clínica con el ansiado formato de solicitud de pensión “debidamente requisitado”, como les encanta a los burócratas decir, aunque prácticamente habíamos sido atendidas únicamente otras dos personas y yo, entre decenas que aún esperaban, muchas de las cuales sólo lo hacen para cumplir con el infame trámite de “supervivencia” y son atendidas en ventanilla por separado. A todo lo demás le da trámite Ofelia de Anda.
Por cierto, la solicitud salió con un error en mi dirección postal. Cuando se lo hice notar a doña Ofelia, me respondió que no importaba, que de cualquier forma se estaba adjuntando un comprobante domiciliario con la dirección correcta.
Esto es lo que yo llamo quiebra moral del Seguro Social.
jueves, 29 de octubre de 2009
martes, 27 de octubre de 2009
No growth without equity?
Después de leer de pasta a pasta el libro No growth without equity? (editado por Santiago Levy y Michael Walton), queda la sensación de haber leído un drama o una tragedia más que una obra didáctica, función ésta que, bromas aparte, queda cabalmente cumplida.
Y es que nada más de enterarse de cómo son manejados los fondos de las Afores, que en los últimos nueve años han dado un rendimiento promedio por debajo del 1% durante dicho periodo, cuando aun el más inexperto inversionista hubiera sido capaz de encontrar tasas muy superiores incluso bajo las circunstancias actuales del mercado financiero; de las condiciones insultantes de privilegio en que se jubilan los trabajadores del IMSS, con 1.3 veces el último salario devengado; y la conclusión a la que llega el autor (Santiago Levy) de que nadie tiene la culpa sino la legislación actual que permite tales despropósitos, donde los ganones son los administradores, como siempre, debido a la obscenidad de las comisiones que cargan; nada más de saber esto, repito, lo único que queda es exigir una reforma profunda de este sistema de pensiones.
Pasar de aquí a las razones por las que los bancos no prestan: quizá sea porque existen múltiples formas alternativas de crédito, llámense éstas banca de desarrollo, mercado de valores, inversión extranjera directa, préstamos internacionales, proveedores comerciales..., lo cierto es que todas estas fuentes de financiamiento van a la baja, según prueba el autor (Stephen Haber) fehacientemente en el capítulo que le corresponde. O quizá sea por desincentivos para prestar después de la tragedia de 94-95, aunque, como muestra el mismo autor, los bonos IPAB representan hoy en día una fracción muy pequeña de los activos bancarios.
O tal vez los bancos no presten porque, como queda demostrado en el libro, las tasas de interés que cobran les dejan una ganancia marginal que difícilmente justificarían el negocio, o probablemente sea, en fin, por la proverbial poca certeza jurídica que caracteriza a México.
Lo cierto es que los bancos no prestan porque, como queda probado en el libro, más que compensan sus pérdidas o ganancias magras con las inmorales comisiones que cobran y que justifican ampliamente su viabilidad.
Y qué decir de las telecomunicaciones, donde se le entregó al señor Slim en charola de plata un monopolio contra el cual nadie pudo entrar legalmente a competir durante un largo y generoso período de seis años, mientras este individuo consolidaba su extraordinario poder económico, político y social. Se demuestra en el libro cómo Telmex ha acudido frecuentemente al odioso instrumento legal del amparo para cansar a sus competidores, a la Cofetel y a la Comisión Federal de Competencia, y para que, con el transcurso del largo tiempo que le lleva a nuestra justicia pronunciarse, las prácticas denunciadas se queden sin materia y sin sustento legal, en un terreno donde los rápidos avances tecnológicos así lo determinan. Amén del encarecimiento de los servicios que un ambiente monopólico de facto necesariamente provoca y contraviniendo todos los compromisos a los que se obligó en este sentido.
Finalmente, de Pemex ya ni hablamos, la prensa ha expresado reiteradamente –hasta el cansancio-, más claro de lo que lo hace Adrián Lajous en la obra, la desgracia en la que se encuentra sumergida la industria petrolera nacional.
El SNTE, la tragedia de la educación, la falta de competencia en todas las áreas, la fragilidad de la democracia y privilegios varios forman buena parte del discurso de Carlos Mayer-Serra.
Desgraciadamente, nada se dice o apenas si se incluye el acrónimo del SME, cuya desaparición tanto se festina estos días. Aun así, todavía queda materia para llenar este libro de casi 450 angustiosas páginas.
Y es que nada más de enterarse de cómo son manejados los fondos de las Afores, que en los últimos nueve años han dado un rendimiento promedio por debajo del 1% durante dicho periodo, cuando aun el más inexperto inversionista hubiera sido capaz de encontrar tasas muy superiores incluso bajo las circunstancias actuales del mercado financiero; de las condiciones insultantes de privilegio en que se jubilan los trabajadores del IMSS, con 1.3 veces el último salario devengado; y la conclusión a la que llega el autor (Santiago Levy) de que nadie tiene la culpa sino la legislación actual que permite tales despropósitos, donde los ganones son los administradores, como siempre, debido a la obscenidad de las comisiones que cargan; nada más de saber esto, repito, lo único que queda es exigir una reforma profunda de este sistema de pensiones.
Pasar de aquí a las razones por las que los bancos no prestan: quizá sea porque existen múltiples formas alternativas de crédito, llámense éstas banca de desarrollo, mercado de valores, inversión extranjera directa, préstamos internacionales, proveedores comerciales..., lo cierto es que todas estas fuentes de financiamiento van a la baja, según prueba el autor (Stephen Haber) fehacientemente en el capítulo que le corresponde. O quizá sea por desincentivos para prestar después de la tragedia de 94-95, aunque, como muestra el mismo autor, los bonos IPAB representan hoy en día una fracción muy pequeña de los activos bancarios.
O tal vez los bancos no presten porque, como queda demostrado en el libro, las tasas de interés que cobran les dejan una ganancia marginal que difícilmente justificarían el negocio, o probablemente sea, en fin, por la proverbial poca certeza jurídica que caracteriza a México.
Lo cierto es que los bancos no prestan porque, como queda probado en el libro, más que compensan sus pérdidas o ganancias magras con las inmorales comisiones que cobran y que justifican ampliamente su viabilidad.
Y qué decir de las telecomunicaciones, donde se le entregó al señor Slim en charola de plata un monopolio contra el cual nadie pudo entrar legalmente a competir durante un largo y generoso período de seis años, mientras este individuo consolidaba su extraordinario poder económico, político y social. Se demuestra en el libro cómo Telmex ha acudido frecuentemente al odioso instrumento legal del amparo para cansar a sus competidores, a la Cofetel y a la Comisión Federal de Competencia, y para que, con el transcurso del largo tiempo que le lleva a nuestra justicia pronunciarse, las prácticas denunciadas se queden sin materia y sin sustento legal, en un terreno donde los rápidos avances tecnológicos así lo determinan. Amén del encarecimiento de los servicios que un ambiente monopólico de facto necesariamente provoca y contraviniendo todos los compromisos a los que se obligó en este sentido.
Finalmente, de Pemex ya ni hablamos, la prensa ha expresado reiteradamente –hasta el cansancio-, más claro de lo que lo hace Adrián Lajous en la obra, la desgracia en la que se encuentra sumergida la industria petrolera nacional.
El SNTE, la tragedia de la educación, la falta de competencia en todas las áreas, la fragilidad de la democracia y privilegios varios forman buena parte del discurso de Carlos Mayer-Serra.
Desgraciadamente, nada se dice o apenas si se incluye el acrónimo del SME, cuya desaparición tanto se festina estos días. Aun así, todavía queda materia para llenar este libro de casi 450 angustiosas páginas.
jueves, 27 de agosto de 2009
La mala fe del SAT
A causa de mi suicido, doy cabida en este espacio a la justa indignación de mi viuda, Aurora Elena Zepeda Ángeles:
El 4 de mayo de 2009 presenté la declaración anual del ejercicio fiscal 2008 de mi negocio aprovechando la extensión del plazo que otorgó el Servicio de Administración Tributaria (SAT) debido a la emergencia sanitaria. Casi un mes después, el 1 de junio, recibí una primera notificación del referido organismo requiriendo información adicional, con el mismo pretexto que se había hecho un año antes, lo que ayuda al inicio de la cólera del contribuyente.
El 23 de junio de 2009 volví a meter mis papeles mediante el formato 32. Así transcurrieron otros dos largos meses hasta que el 26 de agosto, ya fuera de todo plazo legal para que el SAT pudiera reclamarme nada, recibí una segunda notificación con un segundo y por demás necio requerimiento, totalmente distinto del primero, solicitando información de lo más variada y absurda. Y todo esto por reclamar la ridícula devolución de 3,809 pesos, no los cientos de millones que el SAT devuelve sin chistar a grandes consorcios como Jumex y Alsea.
Esta segunda notificación, mañosamente, está fechada el 21 de julio de 2009, fecha todavía dentro del plazo legal que tiene el SAT para requerir información adicional. Aquí reside, simple y llanamente, la mala fe del Servicio: en prefechar sus requerimientos, muy a pesar de que están bien conscientes que la única fecha válida es aquélla en que el contribuyente es notificado oficialmente. En su portal de Internet todavía es hora en que no suben esta notificación, por lo que sería estúpido atribuir a la carga de trabajo la dilación en su entrega por parte de sus mensajeros.
Pero que no se le ocurra a uno evadir impuestos porque hasta a la cárcel se puede ir a parar con lujo de violencia. ¿Hasta cuándo, Honorable Congreso de la Unión, dispondremos de un ombudsman fiscal los sufridos contribuyentes que nos proteja de tan vulgares y arbitrarias agresiones?
Mientras tanto, propongo el cambio de nombre del SAT por el de Fiscalía de Administración Tributaria (FAT), en honor de quien a final de cuentas es jefe de Gutiérrez Ortiz Mena y zánganos que le acompañan.
El 4 de mayo de 2009 presenté la declaración anual del ejercicio fiscal 2008 de mi negocio aprovechando la extensión del plazo que otorgó el Servicio de Administración Tributaria (SAT) debido a la emergencia sanitaria. Casi un mes después, el 1 de junio, recibí una primera notificación del referido organismo requiriendo información adicional, con el mismo pretexto que se había hecho un año antes, lo que ayuda al inicio de la cólera del contribuyente.
El 23 de junio de 2009 volví a meter mis papeles mediante el formato 32. Así transcurrieron otros dos largos meses hasta que el 26 de agosto, ya fuera de todo plazo legal para que el SAT pudiera reclamarme nada, recibí una segunda notificación con un segundo y por demás necio requerimiento, totalmente distinto del primero, solicitando información de lo más variada y absurda. Y todo esto por reclamar la ridícula devolución de 3,809 pesos, no los cientos de millones que el SAT devuelve sin chistar a grandes consorcios como Jumex y Alsea.
Esta segunda notificación, mañosamente, está fechada el 21 de julio de 2009, fecha todavía dentro del plazo legal que tiene el SAT para requerir información adicional. Aquí reside, simple y llanamente, la mala fe del Servicio: en prefechar sus requerimientos, muy a pesar de que están bien conscientes que la única fecha válida es aquélla en que el contribuyente es notificado oficialmente. En su portal de Internet todavía es hora en que no suben esta notificación, por lo que sería estúpido atribuir a la carga de trabajo la dilación en su entrega por parte de sus mensajeros.
Pero que no se le ocurra a uno evadir impuestos porque hasta a la cárcel se puede ir a parar con lujo de violencia. ¿Hasta cuándo, Honorable Congreso de la Unión, dispondremos de un ombudsman fiscal los sufridos contribuyentes que nos proteja de tan vulgares y arbitrarias agresiones?
Mientras tanto, propongo el cambio de nombre del SAT por el de Fiscalía de Administración Tributaria (FAT), en honor de quien a final de cuentas es jefe de Gutiérrez Ortiz Mena y zánganos que le acompañan.
lunes, 24 de agosto de 2009
El adiós de un suicida
El 14 de abril es una fecha cabalística en la historia de mi vida. El lunes 14 de abril de 1969 ingresé a la Facultad de Ciencias de la UNAM para estudiar la carrera de actuaría. Tres años y medio después cursaba el último semestre a la vez que me encontraba embarcado de lleno en la elaboración de mi tesis profesional, que nada tenía que ver con la tan “despreciada”, dentro de la misma Facultad, carrera de actuaría: Algunos algoritmos para calcular las raíces de un polinomio complejo. En fin, cuando solicité fecha de examen, me asignaron el martes 10 de abril de 1973, pero, días después, cuando se percataron que era martes santo, ellos me solicitaron a mí el cambio de fecha. Les sugerí el lunes 16 de abril, a lo que replicaron que no amargara mi fin de semana y que presentara mejor el examen el Sábado de Gloria, 14 de abril de 1973, que sí era día laborable. Ante tan sorprendente coincidencia y dada mi proclividad por las ciencias exactas, acepté de inmediato. En noviembre de ese año, el Conacyt me seleccionó como el mejor estudiante de la generación.
Treinta y cinco años después, mi vida ha dado un giro que, aunque predecible, yo mismo no imaginaba. Radico desde hace seis en una despreciable “ranchería” de la Provincia mexicana, después de más de 50 años de vivir en la excitante ciudad de México. Y reitero lo de predecible pues siempre he sido un individuo depresivo, con dos o tres épocas en la vida de verdadera crisis. Achaco esto a mi propia “química” y a la asquerosa religión que mis padres me inculcaron, sin ser ellos ejemplos de santidad a seguir, ajenos por entero al tremendo daño que me infligían.
En fin, la religión la arrojé, con todo y dios (así, con minúsculas, como se merece el invento más perfecto del hombre –Rius dixit), por la borda desde que ingresé a la Universidad Nacional, verdadera escuela de valores, de vida y de conocimiento para mí. ¡Qué diferencia con las escuelas de mochos que frecuenté en los tiernos años de mi infancia!
Mi “ranchería” de residencia, y muy especialmente sus “rancheros”, son sólo el pretexto de que me agarré para ir a consultar al sicoanalista, pues me la estaba pasando verdaderamente mal. El viejito que seleccioné, como siempre ocurre en estos casos, únicamente estaba interesado en no perder el cliente. Era él quien me relataba sus sueños, ya que se quedaba profundamente jetón en mi sesión semanal, no tanto por ser yo un tipo aburrido como él un anciano al borde del sepulcro. Ni él ni sus fármacos dieron resultado, además de ser éstos de prescripción y carísimos.
Decidí ir a ver mejor al siquiatra, quien me dio cita para el ¡14 de abril! de 2008. En un principio no me percaté de la fecha de “ingreso” a la parte final de mi existencia, pues sólo estos últimos meses, mediante el terrible sin sentido de la vida toda, me hicieron cobrar conciencia de ello. En octubre próximo estaría yo cumpliendo los 60 años de edad, y este doctor me recetó, para no variar, medicamentos carísimos: uno para curar el insomnio crónico que padezco desde crío y que lo único que hizo fue imbecilizarme todo el día, y otro propiamente para la locura, o depresión como le llaman algunos. Además, me prohibió alcohol y café, y si fumara, me hubiera prohibido también el tabaco. Sólo aguanté un mes. Me sentía como si el tipo me hubiese planteado la disyuntiva: ¿qué desea usted: ser libre o ser feliz? Ante lo cual no vacilo en responder: ¡ser libre!, aunque sea para elegir mi propia destrucción.
Haciendo, pues, uso de esta libertad y empleando este instrumento como medio de despedida de familiares, amigos, conocidos y ¿lectores?, les informo que he decidido privarme de la vida.
Alguien dirá que soy muy valiente, algún otro opinará que soy un cobarde. Ambos, me valen madre.
Treinta y cinco años después, mi vida ha dado un giro que, aunque predecible, yo mismo no imaginaba. Radico desde hace seis en una despreciable “ranchería” de la Provincia mexicana, después de más de 50 años de vivir en la excitante ciudad de México. Y reitero lo de predecible pues siempre he sido un individuo depresivo, con dos o tres épocas en la vida de verdadera crisis. Achaco esto a mi propia “química” y a la asquerosa religión que mis padres me inculcaron, sin ser ellos ejemplos de santidad a seguir, ajenos por entero al tremendo daño que me infligían.
En fin, la religión la arrojé, con todo y dios (así, con minúsculas, como se merece el invento más perfecto del hombre –Rius dixit), por la borda desde que ingresé a la Universidad Nacional, verdadera escuela de valores, de vida y de conocimiento para mí. ¡Qué diferencia con las escuelas de mochos que frecuenté en los tiernos años de mi infancia!
Mi “ranchería” de residencia, y muy especialmente sus “rancheros”, son sólo el pretexto de que me agarré para ir a consultar al sicoanalista, pues me la estaba pasando verdaderamente mal. El viejito que seleccioné, como siempre ocurre en estos casos, únicamente estaba interesado en no perder el cliente. Era él quien me relataba sus sueños, ya que se quedaba profundamente jetón en mi sesión semanal, no tanto por ser yo un tipo aburrido como él un anciano al borde del sepulcro. Ni él ni sus fármacos dieron resultado, además de ser éstos de prescripción y carísimos.
Decidí ir a ver mejor al siquiatra, quien me dio cita para el ¡14 de abril! de 2008. En un principio no me percaté de la fecha de “ingreso” a la parte final de mi existencia, pues sólo estos últimos meses, mediante el terrible sin sentido de la vida toda, me hicieron cobrar conciencia de ello. En octubre próximo estaría yo cumpliendo los 60 años de edad, y este doctor me recetó, para no variar, medicamentos carísimos: uno para curar el insomnio crónico que padezco desde crío y que lo único que hizo fue imbecilizarme todo el día, y otro propiamente para la locura, o depresión como le llaman algunos. Además, me prohibió alcohol y café, y si fumara, me hubiera prohibido también el tabaco. Sólo aguanté un mes. Me sentía como si el tipo me hubiese planteado la disyuntiva: ¿qué desea usted: ser libre o ser feliz? Ante lo cual no vacilo en responder: ¡ser libre!, aunque sea para elegir mi propia destrucción.
Haciendo, pues, uso de esta libertad y empleando este instrumento como medio de despedida de familiares, amigos, conocidos y ¿lectores?, les informo que he decidido privarme de la vida.
Alguien dirá que soy muy valiente, algún otro opinará que soy un cobarde. Ambos, me valen madre.
sábado, 15 de agosto de 2009
La Familia ¿mexicana?
Con cariño, para el “valiente” Presidente de México Felipe Calderón.
“Asistimos impotentes al dolor de tantas familias que ven a sus hijos acabar miserablemente como víctimas o mandantes de las organizaciones (criminales)... Hoy (estas organizaciones son) una forma de terrorismo que infunde temor, impone sus leyes y trata de convertirse en un componente endémico de la sociedad (...) Los (delincuentes) imponen, mediante la violencia, las armas y los puños, reglas inaceptables: extorsiones que han hecho que nuestras tierras se conviertan cada vez más en áreas objeto de subvenciones y ayudas, sin ninguna capacidad autónoma de desarrollo; comisiones del 20 por ciento y más sobre los trabajos de construcción, que desalentarían al más temerario de los empresarios; tráficos ilícitos para la adquisición y venta de sustancias estupefacientes cuyo uso deja montones de jóvenes marginados y peonadas a disposición de las organizaciones criminales, enfrentamientos entre distintas facciones que se abaten como devastadores azotes sobre las familias de nuestras tierras; ejemplos negativos para toda la franja adolescente de la población, auténticos laboratorios de violencia y del crimen organizado...
...
“La desconfianza y recelo del hombre... frente a las instituciones, debido a la secular insuficiencia de una política apropiada para resolver los profundos problemas que (lo) afligen..., especialmente los relativos al trabajo, a la vivienda, a la sanidad y a la enseñanza; la sospecha, no siempre infundada, de complicidad con (el crimen organizado) por parte de unos políticos que, a cambio del apoyo electoral, o incluso debido a objetivos comunes, les aseguran cobertura y favores; el sentimiento generalizado de inseguridad personal y de riesgo permanente, derivados de la insuficiente tutela jurídica de las personas y de los bienes, de la lentitud de la maquinaria judicial, de las ambigüedades de los instrumentos legislativos... lo que determina, a menudo, el recurso a la defensa organizada por clanes o a la aceptación de la protección (criminal); la falta de claridad en el mercado laboral, por la que encontrar una ocupación es más una operación de tipo (criminal)-clientelar que la consecución de un derecho basado en la ley del empleo; la carencia o la insuficiencia, incluso en la acción pastoral, de una verdadera educación social, casi como si se pudiera formar a un cristiano maduro sin formar al hombre y al ciudadano maduro.
...
“La (delincuencia) llama ‘familia’ a un clan organizado con fines delictivos, en el que es ley la fidelidad absoluta, se excluye cualquier expresión de autonomía, y se considera traición, y digna de muerte, no sólo la defección, sino también la conversión a la honradez; la (delincuencia) usa todos los medios para extender y consolidar ese tipo de ‘familia’, instrumentalizando incluso los sacramentos. Para el cristiano, formado en la escuela de la Palabra de Dios, por ‘familia’ se entiende únicamente un conjunto de personas unidas entre sí por una comunión de amor, donde el amor es servicio desinteresado y atento, donde el servicio exalta a quien lo ofrece y a quien lo recibe. La (delincuencia) pretende tener su propia religiosidad, logrando engañar a veces, además de a sus fieles, incluso a pastores de almas desprevenidos o ingenuos.
...
“No permitir que la función de ‘padrino’ en los sacramentos que lo requieren sea ejercida por personas cuya honradez no sea notoria tanto en su vida privada como pública, así como su madurez cristiana. No admitir a los sacramentos a cualquiera que trate de ejercer presiones indebidas al carecer de la necesaria iniciación sacramental.”
Esta es una descripción puntual de lo que ocurre hoy en México. Sin embargo, constituye una cita in extenso de partes fundamentales de un texto de Don Peppino Diana, sacerdote de la iglesia de San Nicola di Bari, de la comuna (municipio) de Casal di Principe, 25 kilómetros al noroeste de Nápoles, Italia, incluidos en Gomorra, de Roberto Saviano, editorial Debate (2007). Lo único que hice fue sustituir en el texto original Camorra por delincuencia. Don Peppino fue asesinado por esta organización el 19 de marzo de 1994, día de su cumpleaños número 36.
El libro todo de Saviano es una descripción fidedigna de buena parte de la sociedad mexicana. Yo siempre he pensado que los italianos y los mexicanos guardan una íntima relación, quizá hasta de sangre, desde un remoto pasado. Mi tesis es que el verdadero conquistador y colonizador de México-Tenochtitlan fue el italiano Cristóbal Colón y no el español Hernán Cortés.
“Asistimos impotentes al dolor de tantas familias que ven a sus hijos acabar miserablemente como víctimas o mandantes de las organizaciones (criminales)... Hoy (estas organizaciones son) una forma de terrorismo que infunde temor, impone sus leyes y trata de convertirse en un componente endémico de la sociedad (...) Los (delincuentes) imponen, mediante la violencia, las armas y los puños, reglas inaceptables: extorsiones que han hecho que nuestras tierras se conviertan cada vez más en áreas objeto de subvenciones y ayudas, sin ninguna capacidad autónoma de desarrollo; comisiones del 20 por ciento y más sobre los trabajos de construcción, que desalentarían al más temerario de los empresarios; tráficos ilícitos para la adquisición y venta de sustancias estupefacientes cuyo uso deja montones de jóvenes marginados y peonadas a disposición de las organizaciones criminales, enfrentamientos entre distintas facciones que se abaten como devastadores azotes sobre las familias de nuestras tierras; ejemplos negativos para toda la franja adolescente de la población, auténticos laboratorios de violencia y del crimen organizado...
...
“La desconfianza y recelo del hombre... frente a las instituciones, debido a la secular insuficiencia de una política apropiada para resolver los profundos problemas que (lo) afligen..., especialmente los relativos al trabajo, a la vivienda, a la sanidad y a la enseñanza; la sospecha, no siempre infundada, de complicidad con (el crimen organizado) por parte de unos políticos que, a cambio del apoyo electoral, o incluso debido a objetivos comunes, les aseguran cobertura y favores; el sentimiento generalizado de inseguridad personal y de riesgo permanente, derivados de la insuficiente tutela jurídica de las personas y de los bienes, de la lentitud de la maquinaria judicial, de las ambigüedades de los instrumentos legislativos... lo que determina, a menudo, el recurso a la defensa organizada por clanes o a la aceptación de la protección (criminal); la falta de claridad en el mercado laboral, por la que encontrar una ocupación es más una operación de tipo (criminal)-clientelar que la consecución de un derecho basado en la ley del empleo; la carencia o la insuficiencia, incluso en la acción pastoral, de una verdadera educación social, casi como si se pudiera formar a un cristiano maduro sin formar al hombre y al ciudadano maduro.
...
“La (delincuencia) llama ‘familia’ a un clan organizado con fines delictivos, en el que es ley la fidelidad absoluta, se excluye cualquier expresión de autonomía, y se considera traición, y digna de muerte, no sólo la defección, sino también la conversión a la honradez; la (delincuencia) usa todos los medios para extender y consolidar ese tipo de ‘familia’, instrumentalizando incluso los sacramentos. Para el cristiano, formado en la escuela de la Palabra de Dios, por ‘familia’ se entiende únicamente un conjunto de personas unidas entre sí por una comunión de amor, donde el amor es servicio desinteresado y atento, donde el servicio exalta a quien lo ofrece y a quien lo recibe. La (delincuencia) pretende tener su propia religiosidad, logrando engañar a veces, además de a sus fieles, incluso a pastores de almas desprevenidos o ingenuos.
...
“No permitir que la función de ‘padrino’ en los sacramentos que lo requieren sea ejercida por personas cuya honradez no sea notoria tanto en su vida privada como pública, así como su madurez cristiana. No admitir a los sacramentos a cualquiera que trate de ejercer presiones indebidas al carecer de la necesaria iniciación sacramental.”
Esta es una descripción puntual de lo que ocurre hoy en México. Sin embargo, constituye una cita in extenso de partes fundamentales de un texto de Don Peppino Diana, sacerdote de la iglesia de San Nicola di Bari, de la comuna (municipio) de Casal di Principe, 25 kilómetros al noroeste de Nápoles, Italia, incluidos en Gomorra, de Roberto Saviano, editorial Debate (2007). Lo único que hice fue sustituir en el texto original Camorra por delincuencia. Don Peppino fue asesinado por esta organización el 19 de marzo de 1994, día de su cumpleaños número 36.
El libro todo de Saviano es una descripción fidedigna de buena parte de la sociedad mexicana. Yo siempre he pensado que los italianos y los mexicanos guardan una íntima relación, quizá hasta de sangre, desde un remoto pasado. Mi tesis es que el verdadero conquistador y colonizador de México-Tenochtitlan fue el italiano Cristóbal Colón y no el español Hernán Cortés.
martes, 11 de agosto de 2009
Sesquicentenario de la hipótesis de Riemann
En agosto de 1859, esto es, hace exactamente 150 años, el célebre matemático alemán Bernhard Riemann pronunció ante la Academia de Ciencias de Berlín un discurso de aceptación como miembro de dicha academia, discurso que en realidad era un serio trabajo de investigación científica en el campo de la teoría de números. Riemann proponía una fórmula para el cálculo de la cantidad de números primos (aquellos que son únicamente divisibles por sí mismos y por la unidad) menores a x. Este cálculo involucra a la famosa función zeta del mismo Riemann. Esta función es la sumatoria de los inversos de n elevados a la potencia s, n=1, 2,... y s un número complejo, que otro genial matemático de la antigüedad, Eratóstenes, intuyó que era igual al producto de los inversos de 1 – p a la potencia -s, p primo.
Pues bien, la fórmula de Riemann involucra a las raíces de la función zeta en el cálculo del número de primos inferiores a un número dado x, es decir, la fórmula involucra a los números que hacen cero (raíces) a la función zeta.
Esta era la gran aportación del trabajo de Riemann: una fórmula para calcular algo tan “impredecible” como la cantidad de números primos, cuya distribución, como cualquier niño con una formación matemática básica sabe, no sigue ningún patrón predeterminado. Precisamente por esta impredecibilidad los primos son la base de muchos sistemas criptográficos y de seguridad en el mundo de las finanzas, entre otros.
Posteriormente, a principios del siglo XX, el matemático belga De la Vallée Poussin y el francés Hadamard, cada quien por su lado, demostraron el teorema de los números primos, una refinación de la fórmula proporcionada por Riemann.
Lo verdaderamente importante es que en aquel remotísimo agosto de 1859, Riemann especuló que las raíces de la función zeta probablemente se encontraban todas en la recta ½ del plano complejo, pero como ello no era relevante para el resultado al que él quería llegar ese día, dejó la prueba para después.
El esfuerzo de las mentes matemáticas más brillantes de los últimos 150 años no ha sido suficiente para demostrar lo que desde entonces se conoce como la hipótesis de Riemann, la cual ha sido incluida como uno de los problemas matemáticos cuya solución se busca acuciantemente, pues el Instituto Clay de Matemáticas ofrece un millón de dólares a quien lo consiga. Se trata del mismo problema que intenta resolver infructuosamente John Forbes Nash, premio Nobel de Economía 1994, en la película Una mente brillante, estelarizada por Russell Crowe.
Pues bien, la fórmula de Riemann involucra a las raíces de la función zeta en el cálculo del número de primos inferiores a un número dado x, es decir, la fórmula involucra a los números que hacen cero (raíces) a la función zeta.
Esta era la gran aportación del trabajo de Riemann: una fórmula para calcular algo tan “impredecible” como la cantidad de números primos, cuya distribución, como cualquier niño con una formación matemática básica sabe, no sigue ningún patrón predeterminado. Precisamente por esta impredecibilidad los primos son la base de muchos sistemas criptográficos y de seguridad en el mundo de las finanzas, entre otros.
Posteriormente, a principios del siglo XX, el matemático belga De la Vallée Poussin y el francés Hadamard, cada quien por su lado, demostraron el teorema de los números primos, una refinación de la fórmula proporcionada por Riemann.
Lo verdaderamente importante es que en aquel remotísimo agosto de 1859, Riemann especuló que las raíces de la función zeta probablemente se encontraban todas en la recta ½ del plano complejo, pero como ello no era relevante para el resultado al que él quería llegar ese día, dejó la prueba para después.
El esfuerzo de las mentes matemáticas más brillantes de los últimos 150 años no ha sido suficiente para demostrar lo que desde entonces se conoce como la hipótesis de Riemann, la cual ha sido incluida como uno de los problemas matemáticos cuya solución se busca acuciantemente, pues el Instituto Clay de Matemáticas ofrece un millón de dólares a quien lo consiga. Se trata del mismo problema que intenta resolver infructuosamente John Forbes Nash, premio Nobel de Economía 1994, en la película Una mente brillante, estelarizada por Russell Crowe.
viernes, 24 de julio de 2009
Cómo destruir la Tierra en menos de dos horas
Reduzcamos la historia del Universo a un periodo de un año, es decir, supongamos que el big bang ocurrió el 1 de enero. Bajo este supuesto, nuestro planeta Tierra se habría formado, junto con el resto del Sistema Solar, los primeros días de septiembre. Siguiendo con estas consideraciones y asumiendo que hoy fuera precisamente el 31 de diciembre de ese año hipotético, el hombre habría hecho su aparición sobre la faz de la Tierra hace apenas 1 hora con 31 minutos y 52.48 segundos.
En pocas palabras, menos de dos horas le han sido suficientes al homo “sapiens” para destruir su planeta.
Si después de estos argumentos alguien sigue dudando que el hombre es el peor depredador de la historia es que no ha entendido nada.
En pocas palabras, menos de dos horas le han sido suficientes al homo “sapiens” para destruir su planeta.
Si después de estos argumentos alguien sigue dudando que el hombre es el peor depredador de la historia es que no ha entendido nada.
martes, 30 de junio de 2009
Felipe Calderón, delincuente electoral
El Presidente de México tuvo la desvergüenza de enviarme la siguiente carta a cinco días de las elecciones federales.
¡Qué descaro y qué asco!
“Instituto Mexicano del Seguro Social
México, D.F., a 19 de junio de 2009
Estimado Derechohabiente
RAUL GUTIERREZ Y MONTERO
Por iniciativa del Lic. Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de la República, recientemente se modificó la Ley del Seguro Social.
Con lasa modificaciones realizadas, las aportaciones que hace el grupo (sic) federal para el retiro de los trabajadores se incrementaron sensiblemente para aquellos cuyo ingreso es inferior a 10 salarios mínimos, es decir por debajo de los 16,462 pesos mensuales. Para identificar esas aportaciones del gobierno, podrás consultar el estado de cuenta de tu Afore en la parte llamada: “cuota social”.
Con este aumento en la contribución del gobierno, al momento de tu retiro gozarás de una pensión mayor. Si deseas saber cuántas semanas cotizadas tienes en el Seguro Social y cuál fue el último salario con el que te registraron las últimas cinco empresas para las que has trabajado, consulta la página de Internet: www.imss.gob.mx
Si tienes alguna duda, llama sin costo al 01800 7707777 donde con gusto te atenderán.”.
¡Qué descaro y qué asco!
“Instituto Mexicano del Seguro Social
México, D.F., a 19 de junio de 2009
Estimado Derechohabiente
RAUL GUTIERREZ Y MONTERO
Por iniciativa del Lic. Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de la República, recientemente se modificó la Ley del Seguro Social.
Con lasa modificaciones realizadas, las aportaciones que hace el grupo (sic) federal para el retiro de los trabajadores se incrementaron sensiblemente para aquellos cuyo ingreso es inferior a 10 salarios mínimos, es decir por debajo de los 16,462 pesos mensuales. Para identificar esas aportaciones del gobierno, podrás consultar el estado de cuenta de tu Afore en la parte llamada: “cuota social”.
Con este aumento en la contribución del gobierno, al momento de tu retiro gozarás de una pensión mayor. Si deseas saber cuántas semanas cotizadas tienes en el Seguro Social y cuál fue el último salario con el que te registraron las últimas cinco empresas para las que has trabajado, consulta la página de Internet: www.imss.gob.mx
Si tienes alguna duda, llama sin costo al 01800 7707777 donde con gusto te atenderán.”.
sábado, 6 de junio de 2009
La tragedia del futbol mexicano
La tragedia que vive el futbol mexicano no es de ahora, lleva cocinándose desde que este deporte se empezó a comercializar de forma excesiva y grosera, esto es, desde que se inventaron los torneos de Apertura y Clausura (antes, de Verano e Invierno), por lo menos, y se dividieron los equipos en cuatro grupos, lo que constituye un incentivo perverso para practicar un juego apenas suficiente para “calificar” a la siguiente ronda.
Así, se presentan absurdos como el de la temporada que apenas terminó y en cuya liguilla participó un equipo (Jaguares de Chiapas) que ocupó el duodécimo lugar de la clasificación general, o como cuando los Pumas de la UNAM se coronaron habiendo sido los novenos en dicha clasificación, o, más ridículo aún, cuando el equipo que descendería a la Segunda División estaba, a la vez, disputando el título de Primera, que llevó a nuestras “autoridades” a reglamentar la imposibilidad de tan estúpida circunstancia.
Comercialización que no pasa desapercibida incluso al aficionado más distraído e indolente con la insultante y nauseabunda publicidad que el duopolio televisivo nos receta durante todas sus transmisiones, a pantalla completa y desentendiéndose continua y totalmente del partido.
Pero qué se puede esperar de ese par de tontos “útiles”, Decio de Maria y Justino Compeán, que “dirigen” los destinos de este deporte, y comparsas que los acompañan, entre ellos el exquisito Vergara. Lo único que persiguen es generar utilidades explotando a aficionados y jugadores por igual... y lo consiguen.
Ahí están las consecuencias: un futbol de pésima calidad y que no le está alcanzando a México ni para pasar al Mundial de Sudáfrica de panzazo, frente a “potencias” como Honduras, El Salvador, Costa Rica y Estados Unidos, superando en la actualidad únicamente al “trabuco” Trinidad y Tobago.
Por cierto, fue impresionante ver en una toma televisiva cómo los aficionados salvadoreños no respetan ni a sus propias mujeres. El manoseo que hicieron de una de ellas mientras se desplazaba junto con su novio por las tribunas movía a la rabia ajena y provocaba tristeza. La cara de terror de la chica conmovía de veras. Nunca he observado algo así en estadios mexicanos. Las bajezas estuvieron a la orden del día en esta ocasión en El Salvador.
Recomendación: promuevan la calidad futbolística volviendo a los torneos largos, fomentando una competencia real donde el campeón se lleva los mayores honores participando en torneos internacionales de renombre (Libertadores, por ejemplo), y, para que el interés no decaiga, donde los siguientes equipos en la clasificación general diputaran otros torneos internacionales (Sudamericana, Concacaf, etc.).
Finalmente, hagan algo, por favor, para liberar al aficionado de tanta publicidad imbécil. Intenten convertir el futbol en América en algo similar a lo que se practica en Europa, incluidas sus soberbias transmisiones televisivas.
Así, se presentan absurdos como el de la temporada que apenas terminó y en cuya liguilla participó un equipo (Jaguares de Chiapas) que ocupó el duodécimo lugar de la clasificación general, o como cuando los Pumas de la UNAM se coronaron habiendo sido los novenos en dicha clasificación, o, más ridículo aún, cuando el equipo que descendería a la Segunda División estaba, a la vez, disputando el título de Primera, que llevó a nuestras “autoridades” a reglamentar la imposibilidad de tan estúpida circunstancia.
Comercialización que no pasa desapercibida incluso al aficionado más distraído e indolente con la insultante y nauseabunda publicidad que el duopolio televisivo nos receta durante todas sus transmisiones, a pantalla completa y desentendiéndose continua y totalmente del partido.
Pero qué se puede esperar de ese par de tontos “útiles”, Decio de Maria y Justino Compeán, que “dirigen” los destinos de este deporte, y comparsas que los acompañan, entre ellos el exquisito Vergara. Lo único que persiguen es generar utilidades explotando a aficionados y jugadores por igual... y lo consiguen.
Ahí están las consecuencias: un futbol de pésima calidad y que no le está alcanzando a México ni para pasar al Mundial de Sudáfrica de panzazo, frente a “potencias” como Honduras, El Salvador, Costa Rica y Estados Unidos, superando en la actualidad únicamente al “trabuco” Trinidad y Tobago.
Por cierto, fue impresionante ver en una toma televisiva cómo los aficionados salvadoreños no respetan ni a sus propias mujeres. El manoseo que hicieron de una de ellas mientras se desplazaba junto con su novio por las tribunas movía a la rabia ajena y provocaba tristeza. La cara de terror de la chica conmovía de veras. Nunca he observado algo así en estadios mexicanos. Las bajezas estuvieron a la orden del día en esta ocasión en El Salvador.
Recomendación: promuevan la calidad futbolística volviendo a los torneos largos, fomentando una competencia real donde el campeón se lleva los mayores honores participando en torneos internacionales de renombre (Libertadores, por ejemplo), y, para que el interés no decaiga, donde los siguientes equipos en la clasificación general diputaran otros torneos internacionales (Sudamericana, Concacaf, etc.).
Finalmente, hagan algo, por favor, para liberar al aficionado de tanta publicidad imbécil. Intenten convertir el futbol en América en algo similar a lo que se practica en Europa, incluidas sus soberbias transmisiones televisivas.
martes, 26 de mayo de 2009
La odisea de leer a Joyce
Leer Retrato del artista adolescente, de James Joyce, resultó un verdadero placer. Como todo mundo sabe, esta novela relata las andanzas del joven Stephen Dedalus, alter ego del autor.
Posteriormente, cuando se cumplieron 100 años del famoso Bloom’s day en 2004 (un siglo completo había transcurrido desde aquel 16 de junio de 1904 en que se ubican las aventuras del héroe de la novela Ulises, Leopold Bloom, del propio Joyce), adquirí, para conmemorarlo, el libro en traducción de J. Salas Subirat, editorial Colofón, 2001. Esta novela es en cierta medida la continuación del Retrato, pues Stephen Dedalus, sin ser el personaje principal, aparece como el hijo no consustancial de Bloom, y éste se preocupa por él como si realmente fuera su padre biológico, quizá por haber perdido al suyo propio, Rudolph, a los once días de nacido.
Pues bien, el libro de marras resultó para mí un verdadero tormento. Con grandes dificultades y frustración inicié su lectura para abandonarla a los pocos días totalmente decepcionado. Lo retomé varios meses después resuelto a no dar marcha atrás. Llegué hasta la página 269 (de 806) sin haber comprendido mayor cosa. Era idiota estar leyendo palabras sin sentido, una tras otra, con el único afán de terminar la “lectura” de uno de los libros más ilustres de la Literatura Universal, así, con mayúsculas.
Dejé el libro “olvidado” en la mesa del restaurante del hotel donde había ido a pasar unas cortas vacaciones y aprovechar para concentrarme en su lectura, sólo para que el mesero me alcanzara a los pocos pasos y me lo devolviera con cara de que debía vivirle eternamente agradecido. Al día siguiente, aprovechando que dejaba mi lugar de retiro, tiré el libro en el basurero del cuarto decidido a no meterme nunca más con Joyce. Desgraciadamente, en la recepción del hotel, al hacer el checkout, y una vez que el mozo hubo verificado in situ que no se consumió nada del servibar, con cara idéntica a la del mesero, me entregó el libro diciendo que “se había caído” en la basura. Al llegar a casa, lo sepulté “definitivamente” en el fondo de un cajón, con un separador en la referida página 269.
Tiempo después, al leer el diario inédito de Salvador Elizondo que Letras Libres publicó mensualmente durante un año, me enteré del encomio que éste hacía de la obra cumbre de Joyce, sin entrar en mayor detalle. Esto removió las viejas frustraciones que de tiempo atrás guardaba yo en mi interior. Sin embargo, en otra entrega del mismo diario, el propio Elizondo mencionaba el libro de Stuart Gilbert, James Joyce’s Ulysses / A Study, editorial Vintage, 1955, también, sin mayores comentarios.
La curiosidad me hizo ordenar esta referencia de Elizondo a Amazon. Desafortunadamente elegí como medio de entrega, por razones pecuniarias, el correo ordinario, y el libro se perdió. Fue tal mi enojo en aquel entonces contra la directora general de Correos de México, la inefable Purificación Carpinteyro, que bastante tiempo después me hicieron creer que el libro había aparecido y me lo enviaron, envuelto en un simple paquete. Fue tan burda la maniobra que me enviaron, para mi fortuna, Ulysses / The 1934 text as corrected and reset in 1961, editorial Modern Library, 1992.
Mientras tanto, releí el Retrato y leí Los Dublineses, también del genial irlandés, y, por otro lado, le solicité a una amiga el envío personalizado desde Estados Unidos del estudio del Ulises de Gilbert, el cual acabé de un tirón, una vez que me hubo llegado.
¡La luz se había hecho para mí!
Acto seguido, volví a leer el estudio de Gilbert, alternando sus capítulos con cada una de las 18 secciones en tres partes de que consta la obra de Joyce, pero ahora en la edición inglesa que tuvo a bien enviarme el correo mexicano, no en la española de Colofón.
¡Qué maravilla! No cabe duda que esta obra satanizada en un principio por los moralistas, al grado de haber tenido que ser autorizada su publicación por los tribunales estadounidenses el 6 de diciembre de 1933 (Joyce la escribió entre 1914 y 1921), y después por los gustos conformistas y convenencieros de las masas (la misma esposa de Joyce, Nora, pregunta James: ¿Por qué no escribes libros que la gente pueda leer?, según la magistral compilación de Gabriel Zaid en Letras Libres, Colegas admirables, número 125, mayo de 2009), es de los mayores deleites estéticos que uno pueda disfrutar en vida.
No es ociosa la comparación que hace Stuart Gilbert de la madurez alcanzada con el tiempo por Joyce con la de grandes pintores, como Picasso, aunque enfatizando que la de Joyce es seguramente única en literatura.
A mí me tomó prácticamente cinco años entender cabalmente el trabajo de James Joyce, y aún así tuve que releer una de sus 18 secciones (la decimocuarta, The oxen of the sun) en la edición española de Colofón, que de otra forma me hubiera resultado inentendible. Por algo afirmaba Joyce que a sus lectores les debería tomar entender sus obras por lo menos el mismo tiempo que a él le había llevado escribirlas, por ello renuncio a leer su trabajo postrero Finnegans Wake, que consumió algo así como 17 años de su existencia.
Posteriormente, cuando se cumplieron 100 años del famoso Bloom’s day en 2004 (un siglo completo había transcurrido desde aquel 16 de junio de 1904 en que se ubican las aventuras del héroe de la novela Ulises, Leopold Bloom, del propio Joyce), adquirí, para conmemorarlo, el libro en traducción de J. Salas Subirat, editorial Colofón, 2001. Esta novela es en cierta medida la continuación del Retrato, pues Stephen Dedalus, sin ser el personaje principal, aparece como el hijo no consustancial de Bloom, y éste se preocupa por él como si realmente fuera su padre biológico, quizá por haber perdido al suyo propio, Rudolph, a los once días de nacido.
Pues bien, el libro de marras resultó para mí un verdadero tormento. Con grandes dificultades y frustración inicié su lectura para abandonarla a los pocos días totalmente decepcionado. Lo retomé varios meses después resuelto a no dar marcha atrás. Llegué hasta la página 269 (de 806) sin haber comprendido mayor cosa. Era idiota estar leyendo palabras sin sentido, una tras otra, con el único afán de terminar la “lectura” de uno de los libros más ilustres de la Literatura Universal, así, con mayúsculas.
Dejé el libro “olvidado” en la mesa del restaurante del hotel donde había ido a pasar unas cortas vacaciones y aprovechar para concentrarme en su lectura, sólo para que el mesero me alcanzara a los pocos pasos y me lo devolviera con cara de que debía vivirle eternamente agradecido. Al día siguiente, aprovechando que dejaba mi lugar de retiro, tiré el libro en el basurero del cuarto decidido a no meterme nunca más con Joyce. Desgraciadamente, en la recepción del hotel, al hacer el checkout, y una vez que el mozo hubo verificado in situ que no se consumió nada del servibar, con cara idéntica a la del mesero, me entregó el libro diciendo que “se había caído” en la basura. Al llegar a casa, lo sepulté “definitivamente” en el fondo de un cajón, con un separador en la referida página 269.
Tiempo después, al leer el diario inédito de Salvador Elizondo que Letras Libres publicó mensualmente durante un año, me enteré del encomio que éste hacía de la obra cumbre de Joyce, sin entrar en mayor detalle. Esto removió las viejas frustraciones que de tiempo atrás guardaba yo en mi interior. Sin embargo, en otra entrega del mismo diario, el propio Elizondo mencionaba el libro de Stuart Gilbert, James Joyce’s Ulysses / A Study, editorial Vintage, 1955, también, sin mayores comentarios.
La curiosidad me hizo ordenar esta referencia de Elizondo a Amazon. Desafortunadamente elegí como medio de entrega, por razones pecuniarias, el correo ordinario, y el libro se perdió. Fue tal mi enojo en aquel entonces contra la directora general de Correos de México, la inefable Purificación Carpinteyro, que bastante tiempo después me hicieron creer que el libro había aparecido y me lo enviaron, envuelto en un simple paquete. Fue tan burda la maniobra que me enviaron, para mi fortuna, Ulysses / The 1934 text as corrected and reset in 1961, editorial Modern Library, 1992.
Mientras tanto, releí el Retrato y leí Los Dublineses, también del genial irlandés, y, por otro lado, le solicité a una amiga el envío personalizado desde Estados Unidos del estudio del Ulises de Gilbert, el cual acabé de un tirón, una vez que me hubo llegado.
¡La luz se había hecho para mí!
Acto seguido, volví a leer el estudio de Gilbert, alternando sus capítulos con cada una de las 18 secciones en tres partes de que consta la obra de Joyce, pero ahora en la edición inglesa que tuvo a bien enviarme el correo mexicano, no en la española de Colofón.
¡Qué maravilla! No cabe duda que esta obra satanizada en un principio por los moralistas, al grado de haber tenido que ser autorizada su publicación por los tribunales estadounidenses el 6 de diciembre de 1933 (Joyce la escribió entre 1914 y 1921), y después por los gustos conformistas y convenencieros de las masas (la misma esposa de Joyce, Nora, pregunta James: ¿Por qué no escribes libros que la gente pueda leer?, según la magistral compilación de Gabriel Zaid en Letras Libres, Colegas admirables, número 125, mayo de 2009), es de los mayores deleites estéticos que uno pueda disfrutar en vida.
No es ociosa la comparación que hace Stuart Gilbert de la madurez alcanzada con el tiempo por Joyce con la de grandes pintores, como Picasso, aunque enfatizando que la de Joyce es seguramente única en literatura.
A mí me tomó prácticamente cinco años entender cabalmente el trabajo de James Joyce, y aún así tuve que releer una de sus 18 secciones (la decimocuarta, The oxen of the sun) en la edición española de Colofón, que de otra forma me hubiera resultado inentendible. Por algo afirmaba Joyce que a sus lectores les debería tomar entender sus obras por lo menos el mismo tiempo que a él le había llevado escribirlas, por ello renuncio a leer su trabajo postrero Finnegans Wake, que consumió algo así como 17 años de su existencia.
sábado, 9 de mayo de 2009
Benedicto XVI no usa condón
No podría estar más de acuerdo con Su Santidad. Me explico.
Soy un viejo verde de casi 60 años (los cumplo en octubre), casado con una hermosa hembra de 43 (cumple 44 el mes que entra). El problema es que mientras yo únicamente me conformo ya con imaginar desenfrenadas escenas eróticas, ella quiere acción. Nuestro solo método de control de natalidad a lo largo de 20 años han sido los condones. Huelga decir que incontables veces nos hemos visto enfrentados a la desagradable “sorpresa” de que el látex se rompió.
En los últimos tiempos es ya la tercera ocasión en que nos vemos obligados a utilizar la píldora “del día siguiente”. Sin embargo, la última vez, ésta resultó infructuosa, o más bien debiera decir todo lo contrario, pues mi mujer lleva ya más de mes y medio sin regla. Me parece extraño ya que mis potencialidades no son precisamente las de un semental. A no ser que ella me esté ocultando algo, como algunas veces ha hecho conmigo mismo al obligarme a complacerla en la pequeña bodega de su tiendita de venta al público, previa activación de la alarma que ahuyente a curiosos o clientes impertinentes.
En fin, en esta ocasión me he visto obligado a actuar y tomar enérgicas medidas: me presenté a levantar una demanda ante la Procuraduría federal del consumidor (Profeco) para exigir de Sico, la conocida marca de productos espanta-cigüeñas, una satisfacción que restañe las funestas consecuencias del uso de los mismos: la creación de un fideicomiso para la manutención y educación de Eugenio, que así se llamará el nuevo miembro de la familia, porque, para acabarla de fastidiar, los miembros del honorable Congreso del pueblo de mochos donde vivo acaban de aprobar una ley antiaborto que define como ser viviente al óvulo fecundado aun cuando éste no se implante todavía en el útero, lo que vino a dar al traste con nuestro proyecto de darle cristiana sepultura a Eutanasio, nombre alternativo que habíamos elegido para el producto de nuestros devaneos.
Pues bien, la demanda en la Profeco la gané, aunque no de palmo como yo hubiera querido, pues Sico únicamente me proporcionó un paquete con 12 condones ultrasensibles marca Trojan. Ignoro la causa del alborozo de Elena, mi esposa, cuando le dije que lo único que había conseguido en la Profeco con mi denuncia era una dotación de condones para hacer el amor todo el año. Quién sabe que se habrá imaginado, pero lo averiguaré.
También ignoro si el Papa se habrá topado con los mismos problemas para descalificar tan flamígeramente a los preservativos.
Soy un viejo verde de casi 60 años (los cumplo en octubre), casado con una hermosa hembra de 43 (cumple 44 el mes que entra). El problema es que mientras yo únicamente me conformo ya con imaginar desenfrenadas escenas eróticas, ella quiere acción. Nuestro solo método de control de natalidad a lo largo de 20 años han sido los condones. Huelga decir que incontables veces nos hemos visto enfrentados a la desagradable “sorpresa” de que el látex se rompió.
En los últimos tiempos es ya la tercera ocasión en que nos vemos obligados a utilizar la píldora “del día siguiente”. Sin embargo, la última vez, ésta resultó infructuosa, o más bien debiera decir todo lo contrario, pues mi mujer lleva ya más de mes y medio sin regla. Me parece extraño ya que mis potencialidades no son precisamente las de un semental. A no ser que ella me esté ocultando algo, como algunas veces ha hecho conmigo mismo al obligarme a complacerla en la pequeña bodega de su tiendita de venta al público, previa activación de la alarma que ahuyente a curiosos o clientes impertinentes.
En fin, en esta ocasión me he visto obligado a actuar y tomar enérgicas medidas: me presenté a levantar una demanda ante la Procuraduría federal del consumidor (Profeco) para exigir de Sico, la conocida marca de productos espanta-cigüeñas, una satisfacción que restañe las funestas consecuencias del uso de los mismos: la creación de un fideicomiso para la manutención y educación de Eugenio, que así se llamará el nuevo miembro de la familia, porque, para acabarla de fastidiar, los miembros del honorable Congreso del pueblo de mochos donde vivo acaban de aprobar una ley antiaborto que define como ser viviente al óvulo fecundado aun cuando éste no se implante todavía en el útero, lo que vino a dar al traste con nuestro proyecto de darle cristiana sepultura a Eutanasio, nombre alternativo que habíamos elegido para el producto de nuestros devaneos.
Pues bien, la demanda en la Profeco la gané, aunque no de palmo como yo hubiera querido, pues Sico únicamente me proporcionó un paquete con 12 condones ultrasensibles marca Trojan. Ignoro la causa del alborozo de Elena, mi esposa, cuando le dije que lo único que había conseguido en la Profeco con mi denuncia era una dotación de condones para hacer el amor todo el año. Quién sabe que se habrá imaginado, pero lo averiguaré.
También ignoro si el Papa se habrá topado con los mismos problemas para descalificar tan flamígeramente a los preservativos.
jueves, 2 de abril de 2009
Colectas
Sugiero que aprovechemos la colecta anual de la Cruz Roja para proporcionarles a las personas que en ella ayudan una segunda alcancía para que todo el pueblo de México coopere para la indemnización de Sven-Goran Eriksson y se marche del País pero ¡ya! Mucho me temo que se llegue a juntar una cantidad muy superior a la de la benemérita institución.
Digo, porque también supongo que el bribón sueco habrá firmado un contrato con una cláusula de rescisión leonina, por algo se niega a renunciar y abandonar su lujosísimo penthouse en Campos Elíseos.
¿Quién más da?... Uno por uno, por favor.
Digo, porque también supongo que el bribón sueco habrá firmado un contrato con una cláusula de rescisión leonina, por algo se niega a renunciar y abandonar su lujosísimo penthouse en Campos Elíseos.
¿Quién más da?... Uno por uno, por favor.
jueves, 19 de febrero de 2009
El Presidente Calderón cría cuervos...
Es un hecho probado que el Presidente de México Felipe Calderón violó la ley para nombrar a su muy cercana “amiga” Purificación Carpinteyro Calderón directora general del entonces Servicio Postal Mexicano (Sepomex), al que ésta cambió su denominación por el rancio Correos de México. Tengo las pruebas documentales que irrefutablemente lo demuestran, como lo adelanté en el número 1592 del 6 de mayo de 2007 de la revista Proceso.
Qué arrepentido ha de estar Calderón de haber criado este cuervo que no sólo le sacará los ojos sino que, como chivo en cristalería, está causando daños irreversibles a su Gobierno en momentos tan difíciles en que lo mínimo que podría reclamar a sus colaboradores es lealtad. ¿Sabrá la ambiciosa Carpinteyro como se escribe esta palabra?
Joven, guapa, inteligente, instruida, acomodada, con facilidad de palabra, poderosa y con relaciones envidiables, estoy seguro de que ella ya se veía despachando en Los Pinos en el 2018, si no es que mucho antes. Qué manera de dilapidar este enorme capital.
Y por favor, que no se me malinterprete. Ni Calderón ni Téllez, que por azares del infame destino se había convertido en jefe de la susodicha, son dignos de todas las lealtades, pero de los “amigos” es lo único que se puede esperar, en las buenas y en las malas, así sea uno execrable demonio o santo de todas las devociones.
En el pecado lleva Calderón la penitencia, esperemos que sea para su purificación y no para su putrefacción.
Qué arrepentido ha de estar Calderón de haber criado este cuervo que no sólo le sacará los ojos sino que, como chivo en cristalería, está causando daños irreversibles a su Gobierno en momentos tan difíciles en que lo mínimo que podría reclamar a sus colaboradores es lealtad. ¿Sabrá la ambiciosa Carpinteyro como se escribe esta palabra?
Joven, guapa, inteligente, instruida, acomodada, con facilidad de palabra, poderosa y con relaciones envidiables, estoy seguro de que ella ya se veía despachando en Los Pinos en el 2018, si no es que mucho antes. Qué manera de dilapidar este enorme capital.
Y por favor, que no se me malinterprete. Ni Calderón ni Téllez, que por azares del infame destino se había convertido en jefe de la susodicha, son dignos de todas las lealtades, pero de los “amigos” es lo único que se puede esperar, en las buenas y en las malas, así sea uno execrable demonio o santo de todas las devociones.
En el pecado lleva Calderón la penitencia, esperemos que sea para su purificación y no para su putrefacción.
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