A raíz de mi despido del periódico para el que colaboraba todo los domingos pensé en no pergeñar ya nada más, pero cómo permanecer impávido ante una obra de la envergadura de Sapiens / De animales a dioses / Una breve historia de la humanidad, del historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari, especialmente con la importancia que ahí se le da a los “imperios”, a la ciencia y la tecnología, y al capital, máxime en esta época oscurantista en la que se sataniza a todos estos baluartes “neoliberales” del progreso.
Es difícil que un libro logre capturar el interés de uno desde la portada hasta la cuarta de forros de la manera en que éste lo hace, pero además con el gusto y la emoción que una actividad (mental) así proporciona. Renace en uno el interés por la vida y el deseo de aprender más y más. Todo ello contrastado con el ambiente de muerte y desesperanza que actualmente vivimos. ¡Gracias, Yuval!
Harari nos hace ver, por ejemplo, cómo las potencias de antaño (España, Inglaterra) se preocupaban no sólo por conquistar para su Señor las tierras descubiertas (el Nuevo Mundo, la India), sino que cargaban en sus empresas con toda una pléyade de científicos (arqueólogos, etnólogos, botánicos, biólogos, geólogos, lingüistas, filólogos, sociólogos, geógrafos, físicos et al), pues casi tanto como dominar y subyugar les interesaba saber, a diferencia de sus pares chinos y árabes, que se preocupaban únicamente de su entorno, sin mayor preocupación por el saber. De esta suerte, los ingleses lograron trazar, después de años de estudio e investigación, el origen de sus propias lenguas a partir del sánscrito y la escritura cuneiforme. Puedo imaginar el gozo que un hallazgo de esa índole haya logrado provocar en los sabios responsables de tan loable y humanista empresa.
Por ello, cuando veo a nuestro Presidente haciendo girar el trapiche ayudado por una recua de jamelgos (no, no me refiero a los miembros de su Gabinete, sino a las pobres bestias encargadas de hacerlo), me lleno de una profunda amargura, frustración y tristeza.
Pero no todo ha sido coser y cantar en la historia de la humanidad, y así nos enteramos cómo el Homo sapiens ha depredado todo cuanto a su paso ha encontrado a lo largo de decenas de milenios, incluidas la naturaleza (animales y plantas) y especies emparentadas a la suya, como la de los neandertales, lo mismo en Oceanía, embarcándose desde Indonesia, que en América, a partir del estrecho de Bering.
Es curioso, no he terminado de leer el libro y sin embargo me sentí impelido a escribir sobre él por la profunda emoción y placer que en mí está provocando. Me falta la parte más apasionante, el futuro, la revolución científica. Generalmente me preocupo por saber cuánto me falta para terminar un libro, pero en éste me produce una enorme alegría el saber que todavía me falta poco más de un centenar de páginas para finalizarlo, no quisiera que acabara nunca. Podrías seguir, alguien me diría, con los otros dos que el autor ha escrito: Homo Deus / Breve historia del mañana y 21 lecciones para el siglo XXI, pero mucho me temo que pudieran resultar reiterativos, por lo que prefiero saborear al máximo el que actualmente degusto.
Después de éste, vendrá algún otro, muy seguramente Las uvas de la ira, del Nobel norteamericano John Steinbeck, que hasta donde entiendo, describe algo muy similar a lo que actualmente estamos viviendo (ambientado en la época de la Gran Depresión), pero ya lo estaré comentando en un artículo posterior, si ustedes, desde luego, me lo permiten, pues todavía recuerdo el airado comentario de algún lector cuando escribía para el periódico de marras y que se animó a enviar un escrito a la tribuna del lector comentando que no me entendía nada, que mi espacio estaba siendo totalmente desperdiciado y que podría aprovecharse de una mejor manera. Lo cual no dudo ni tantito.