sábado, 8 de octubre de 2016

Participación política y abstencionismo / Una aventura personal

Antecedentes
Estuve en posibilidades de votar por primera vez en julio de 1970, pues había cumplido los 18 en octubre de 1967. Sin embargo, la despolitización del país, el autoritarismo y la hegemonía de un solo partido, vamos, la carencia total de una democracia de facto, ni siquiera me llevó a pensar en ese derecho adquirido y la jornada electoral pasó desapercibida para mí. Todavía recuerdo cómo le aplaudí rabiosamente a Díaz Ordaz con motivo de su cuarto Informe de Gobierno el 1 de septiembre de 1968 por haber deshecho la “amenaza comunista” y permitir la realización en santa paz de los XIX Juegos Olímpicos en octubre de aquel año. Mi mente había sido colonizada por la ignorancia política de mis padres y por la prepa confesional en la que en ese entonces realizaba mis estudios.
La situación no cambió mucho seis años después, en julio de 1976, salvo por el hecho de que yo me había “politizado” intensivamente en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde realicé mis estudios profesionales a partir de abril de 1969 y hasta el mismo mes de 1973 en que me gradué de actuario. En el ínter, me tocó vivir de primera mano los infaustos acontecimientos de junio de 1971 y su Jueves de Corpus, el 10 de dicho mes, con toda la carga política que ello representó. En la Facultad me tocó conocer a los “legendarios” líderes del movimiento del 68: Gilberto Ramón Guevara Niebla, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Salvador Martínez della Rocca, Pablo Gómez y tantos otros. Muchos de ellos hoy totalmente absorbidos por el sistema.
En fin, todo esto provocó que yo me indignara profundamente de tener “candidato sin oposición” a la Presidencia de la República ese 1976 en la persona de José López Portillo y Pacheco por parte del hegemónico Partido Revolucionario Institucional  (PRI), y tampoco en tal ocasión me presté a la farsa de unas elecciones de “candidato único”. Sin embargo, durante el sexenio de éste dio comienzo un periodo de ya casi 40 años de continuas y profundas reformas políticas, producto, sí, de los referidos movimientos del 68 y el 71, y aun antes de éstos por los de ferrocarrileros y médicos, en 1958 y 1964-65, respectivamente.
La LOPPE
Fue así como en diciembre de 1977 se promulgó la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, la famosa LOPPE, cuyo verdadero padre no es otro que uno de los más grandes intelectuales demócratas que ha dado el país, incrustado a la sazón en el gabinete de López Portillo como Secretario de Gobernación: don Jesús Reyes Heroles. La principal aportación de esta ley, según reza el sitio en Internet del hoy Instituto Nacional Electoral (INE), “fue permitir el ingreso a la vida institucional de fuerzas políticas ‘no incluidas’ y propiciar su representación en los órganos legislativos. La LOPPE modificó la integración de la Comisión Federal Electoral (CFE) y permitió la participación de los partidos políticos registrados –ya fuera bajo la figura de registro condicionado o definitivo- en igualdad de condiciones. La Comisión quedó conformada por el Secretario de Gobernación, un representante de cada una de las cámaras legislativas, un representante de cada partido político con registro y un notario público.”
Otro cambio fundamental introducido por la LOPPE fue el de diputados de representación proporcional, con el objeto de que los partidos minoritarios  tuvieran mayor representación. Se habilitó el financiamiento público a todos los partidos, así como espacio al Estado en los medios de comunicación.
Ni aun así me animé a participar en las elecciones de 1982, en las que resultó “electo” Miguel de la Madrid Hurtado. Paradójicamente, esta abstención se dio después del desastre en que dejó al país su antecesor, pues la confianza en nuestras instituciones aún estaba lejos de darse cabalmente, como se demostraría de manera descarnada seis años después, en 1988, y el proverbial fraude que entonces se maquinó.
Antes, en 1986-87, se duplicaron los diputados de representación proporcional, pasando de 100 a 200, y se introdujo el mismo concepto de representación proporcional en la integración de la Comisión Federal Electoral.
La elección de 1988
En 1988 participé por primera vez con todo entusiasmo en unas elecciones federales y sufragué, obviamente, por el Frente Democrático Nacional (FDN), ancestro del PRD, y conformado entonces por la coalición PPS, PMS, PFCRN, PARM y PVEM, y teniendo como candidato para la Presidencia de la República al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Huelga expresar la rabia que entonces sentí por el despojo de que fue objeto la ciudadanía en aquella memorable ocasión, pero no fui más allá, pues me tragué, a regañadientes, “mi derrota”. A raíz de esto surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD) el 5 de mayo del  siguiente año.
Las reformas electorales dieron sus primeros frutos tangibles en 1989 cuando Ernesto Ruffo Appel, candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la gubernatura de Baja California, ganó por primera vez para la oposición unas elecciones para gobernador. Luis Donaldo Colosio Murrieta, presidente del PRI, se apresuró a reconocer el triunfo del adversario, pues el 88 estaba aún muy fresco, y el entusiasmo se dejó sentir en todo el país.
El COFIPE
En 1990 se expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE), que ordenó la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) para dar certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales. “Al momento de su fundación”, se lee en la página del INE, “el Consejo General, máximo órgano de dirección del IFE, estaba compuesto por los siguientes funcionarios:
o El Presidente del Consejo General, que era el Secretario de Gobernación.
o Seis Consejeros Magistrados, personalidades sin filiación partidista con una sólida formación académica y profesional en el campo de derecho, propuestos por el Presidente de la República y aprobados por las dos terceras partes de la Cámara de Diputados.
o El Director y el Secretario General del Instituto.
o Dos diputados y dos senadores (representantes de los dos grupos parlamentarios más numerosos en cada Cámara).
o Un número variable de representantes partidistas que se fijaba de acuerdo con los resultados que obtuvieran en la última elección.”
Mediante una reforma al COFIPE en 1993, el Congreso le confirió al IFE las atribuciones de declarar válidas elecciones de diputados y senadores, expedir constancias de mayoría para los ganadores de estos cargos y fijar topes de gastos de campaña. Se le concedió al Tribunal Federal Electoral (Trife) la atribución de calificar las elecciones de diputados y senadores, y se incrementó el número de éstos de 64 a 128, cuatro por entidad federativa.
El voto del miedo
Los graves acontecimientos políticos del primer trimestre de 1994: el levantamiento en el sureste del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el asesinato del candidato del PRI a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, en Lomas Taurinas, no impidieron y sí tal vez aceleraron la importantísima ciudadanización del Consejo General del IFE. Fue así como figuras del calibre de Santiago Creel Miranda, Miguel Ángel Granados Chapa, José Agustín Ortiz Pinchetti, Ricardo Pozas Horcasitas, Isaac José Woldenberg Karakowski y Fernando Zertuche Muñoz llegaron a tener una influencia tremenda dentro del Consejo.
Como todos, me decepcioné del bajo perfil que asumió Diego Fernández de Cevallos, candidato del PAN a la Presidencia de la República en 1994, después de su brillante triunfo en el debate que sostuvo con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Ernesto Zedillo Ponce de León, candidatos del PRD y del PRI, respectivamente. No obstante, voté por él el domingo 21 de agosto de ese año, pero pudo más el voto del miedo al cambio por el par de acontecimientos que apunté al principio de esta sección.
El parteaguas de 1997
Después se vino la tragedia económico-financiera de finales de 1994 y principios de 1995, pero ello no obstó para que en 1996, mediante una nueva reforma electoral y un nuevo COFIPE, se independizara totalmente al IFE del Poder Ejecutivo. Éste fue el parteaguas que permitió la conformación de un Congreso en 1997 en el que el PRI ya no era, por primera vez en su historia, mayoría, y para muchos, el verdadero nacimiento de la democracia en México, máxime que se logró sofocar el intento de un auténtico golpe de Estado por parte del PRI en dicho Congreso al saberse no mayoría absoluta, pero el presidente Zedillo los sometió a disciplina, y al PRI y su líder parlamentario, Arturo Núñez Jiménez, no les quedó más remedio que aceptar como presidente de la Cámara al perredista Porfirio Muñoz Ledo.
La alternancia
Pero el gusanillo de la alternancia ya se había sembrado, más cuando el inquieto gobernador de Guanajuato, Vicente Fox Quesada, había empezado a hacer campaña en 1997, a poco de tomar posesión como tal. Quería hacerse por todos los medios con la Presidencia de la República en el no tan lejano 2000. El Grupo San Ángel, fundado en 1994 y con figuras aparentemente tan disímbolas como Jorge Germán Castañeda Gutman, Elba Esther Gordillo Morales, el propio Fox y decenas de personajes más, revivió previo a las elecciones de dicho 2000 y centró sus esfuerzos en el llamado “voto útil” para echar al PRI de Los Pinos y que tal voto no se desperdiciara innecesariamente entre dos candidatos de oposición y se buscara mejor uno de unidad, pero tanto Fox, candidato del PAN, como Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD, se negaron, pues, obviamente, ambos reclamaban para sí dicha representatividad. En fin, la participación del Grupo resultó inocua y así se llegó a las elecciones del domingo 2 de julio de aquel año, con Cárdenas y Fox enfrentando al candidato oficial Francisco Labastida Ochoa.
Otra vez, como en 1988, salí a ejercer mi voto con todo entusiasmo y dispuesto a arrojar al PRI de Los Pinos, nuevamente votando por la oposición, pero esta vez en la persona de Vicente Fox. A mi manera, traté de hacer mía la figura del “voto útil” tratando de convencer a mis familiares de que sufragaran en el mismo sentido que yo, pero creo que con mi hermana fracasé, pues ella siempre ha sido muy dada a votar por la izquierda, no importa qué.
Las presiones internas y externas no se hicieron esperar para que se reconociera lo más pronto posible el triunfo que muy claramente iba obteniendo Fox en las urnas. De manera muy similar a como se apresuró Colosio en el 89 para reconocer el triunfo de Rufo en Baja California, Zedillo lo hizo ahora con el del inefable candidato del PAN y… ¡estalló la euforia! En ese mismo instante me precipité yo sobre la computadora a escribir una carta para el New York Times en los términos más exultantes. Cuál no sería mi sorpresa al recibir al día siguiente una llamada desde Nueva York preguntándome por la correcta acentuación de mi nombre y apellidos, ya que por concesión al idioma inglés los omití en mi escrito original. Fue así como el martes 4 de julio de 2000 se publicó el siguiente texto en la página A18 del diario neoyorquino:

Mexico’s Moment
To the Editor:
Re “Challenger Says He Sees Big Margin in Mexico Election” (front page, July 3):
My father was 8 when the ruling party in Mexico, the PRI, took power. Today, my father is 79, and we got the PRI out of power. These 71 years of authoritarianism, corruption and cheating have come to an end, and it feels great.
The joy, happiness and relief most Mexicans feel right now is unbelievably real. It is the result of at least 30 years of fighting by millions of citizens who never lost hope that a day like this would come.
This is the most important moment in Mexico’s modern history. It is also one of the most important days in the world’s contemporary history as we end the oldest “dictatorship” on earth.
Raúl Gutiérrez y Montero
Mexico City, July 3, 2000

En la que en buen romance digo: “Mi padre tenía 8 años cuando el partido dominante en México, el PRI, tomó el poder. Hoy, mi padre tiene 79, y hemos echado al PRI del poder. Estos 71 años de autoritarismo, corrupción y engaño han terminado, y se siente maravilloso.
El gozo, la felicidad y el alivio que la mayoría de los mexicanos sienten ahora es increíblemente real. Es el resultado de por lo menos 30 años de lucha por parte de millones de ciudadanos que nunca perdieron la esperanza de que un día así llegaría.
Este es el momento más importante en la historia moderna de México. Es también uno de los días más importantes en la historia contemporánea del mundo, ya que acabamos con la ‘dictadura’ más antigua sobre la Tierra.”
La decepción
Desgraciadamente, la transición democrática no resultó ser la panacea que todos esperaban y pronto, muy pronto, los nuevos gobernantes mostraron ser tan autoritarios, corruptos y mentirosos como los anteriores. El desengaño fue tremendo y allanó el camino para que “nuevos” líderes populistas de oposición tomaran la alternativa. Fue así como surgió como la espuma el líder más emblemático de la izquierda en México: Andrés Manuel López Obrador, del PRD.
Por cierto, como parte de las importantes reformas de 1997, los capitalinos tuvieron la oportunidad de elegir ese año, por primera vez en su historia, al Jefe de Gobierno de la capital del país, y lo hicieron en la persona del hasta entonces dos  veces derrotado en elecciones presidenciales Cuauhtémoc Cárdenas. Lo hicieron únicamente por tres años, con el objeto de empatar el proceso local con el federal de fin de sexenio. Ni ese plazo menor cumplió Cárdenas, pues no pudo resistir la tentación de lanzarse por tercera vez consecutiva a contender por las presidenciales en que ganó Fox. El periodo de Cuauhtémoc lo completó Rosario Robles Berlanga y en el 2000 fue electo el antes dicho López Obrador. La  guerra sucia que desde muchos sectores le hicieron a éste desde que anunciara sus intenciones de lanzarse a competir por la Presidencia de la República en 2006, no hizo más que fortalecerlo, habiendo salido increíblemente bien librado de un proceso de desafuero al que fue sometido puerilmente y sin medir dichos efectos, y previo a ello, de unas videograbaciones en que algunos de sus colaboradores y amigos fueron pillados en situaciones comprometedoras, por decir lo menos.
La elección de 2006
Y así llegamos al célebre proceso electoral de 2006, para el que arriesgo un poco de historia personal. A finales de 2002, me desempeñaba yo como Gerente de Base de Datos del Servicio Postal Mexicano (Sepomex), uno de esos ambientes burocráticos irrespirables que abundan en todas las dependencias gubernamentales del país y, para no ser injustos, del mundo entero.
En tal posición, en diciembre de aquel año, me vi involucrado en una disputa cibernética, a través del correo electrónico, con el entonces desconocido Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo, cuyo principal mérito residía en ser hermano de Margarita de idénticos apellidos, esposa de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, coordinador, en ese momento, de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados.
El ahora mundialmente famoso Hildebrando me llamaba, eufemísticamente, mentiroso en un correo electrónico de respuesta a uno mío en el que me quejaba por un deficientísimo, por decir lo menos, sistema interactivo de direcciones postales, desarrollado por la compañía que del dueño tomaba su nombre: Hildebrando. Me acusaba, en pocas palabras, de decir medias verdades. Lo único cierto es que el sistema nunca entró en operación, a pesar de los cientos de miles de pesos que se le pagó a sus desarrolladores. Cuando yo me uní a Sepomex en julio de aquel 2002, el engendro ya estaba en gestación, pero nunca logró levantar a pesar de los ingentes recursos materiales y humanos que se le invirtieron. A pesar de ello, el director de sistemas, mi jefe, me reclamó el modo en que yo le exigía a Diego Hildebrando el cumplimiento de sus responsabilidades. Ignoras, me dijo, qué “callos puedas estar pisando”.
Hastiado de esos ambientes, renuncié a Sepomex mes y medio más tarde y me fui con la familia a recorrer por tren algunos países de Europa en abril-mayo de 2003, no sin antes haber guardado copia de todos los archivos relevantes de mi paso por Correos de México para que después no se me fuera a fincar responsabilidad alguna por el fallido sistema. Todo ello, quién lo fuera a decir, por recomendación del subdirector de sistemas, mi jefe directo.
Al regresar del viaje, como ya traía yo la inquietud de huir de la Ciudad de México y el futuro lucía sombrío para esposa y niños (en ese entonces) de permanecer ahí, adquirimos de forma exprés un negocio que transfería una franquicia en la ciudad de León, y nos mudamos el jueves 17 de julio de 2003. Y así, nos llegó por sorpresa el fatídico y memorable 2006, aquél de los inolvidables debates en que López Obrador desenmascaró al hoy célebre Hildebrando.
Recordé, entonces, el tesoro que había yo estado añejando, casi contra mi voluntad, durante tres largos años y me decidí, intempestivamente, a enviar una carta para su publicación al diario local am, pero, como hago casi siempre que el tema es relevante, la mandé también a la revista Proceso y a los diarios Reforma, El Financiero, La Jornada y ya no recuerdo si algún otro.
Como entonces todavía enviaba mis cartas por fax, la transcripción que de ella hizo am el sábado 10 de junio de 2006 (p. 5) fue lamentable y la reenvié con una atenta carta al director explicándole la situación, pero ahora sí ya por correo electrónico para que no hubiera pierde y nada más la “cortaran y pegaran”.
Ese mismo día me llamaron por teléfono Claudia Salazar, de Reforma, y el hoy también célebre Daniel Lizárraga, de Proceso, el mismo que descubrió la Casa Blanca de Peña Nieto. Me solicitaban, de favor, todos los documentos que pudiera yo enviarles, aquélla mediante correo electrónico y éste mediante una guía pre pagada que me proporcionarían en DHL. Cosa que hice con mucho gusto y sin cobrar un solo centavo. Pero también me hablaron ¡del PRD! y la diputada Martha Lucía Mícher Camarena o, simplemente,  Malú Mícher. ¿Cómo le hicieron para conseguir mi teléfono? Lo ignoro, pero Malú insistía en que la acompañara a la Ciudad de México a entrevistarme con López Obrador y hasta me vino a ver personalmente a la casa. Quién sabe qué se imaginaba.
Al día siguiente, domingo 11 de junio de 2006, apareció publicada mi carta, corregida, en am (p. 11), pero además mencionaban el hecho desde la primera plana. Reforma también le otorgó un espacio a la noticia en la parte superior derecha de su misma primera plana (Revelan que Zavala incumplió en Sepomex), con un extenso reportaje en páginas interiores (p. 4). Una semana después, el domingo 18 de junio de 2006, Proceso (número 1546) publicó la famosa portada de “El cuñado letal” y en el número correspondiente se daba cuenta de la información que le proporcioné a Lizárraga y de la entrevista telefónica que éste me realizó (Bajo el amparo de Cerisola, p. 9, 10). Esa tarde que Malú me visitó en la casa, me insistía en que no bastaba la breve nota en la primera plana del Reforma, que tenía que acompañarla  a México para ¡armar una estrategia con López Obrador! Cuando le mostré el amplio reportaje en páginas interiores del ejemplar de Reforma que había comprado yo en Sanborns, quedó más tranquila y aproveché para zafarme del compromiso y agradecerle encarecidamente su visita. Le insistí, porque ya se lo había dicho, que no era partidista, pero que de cualquier manera saludara mucho a AMLO de mi parte.
La siguiente semana, el domingo 25 de junio de 2006, el longevo director general de Sepomex (llevaba 18 años en el puesto), Gonzalo Alarcón Osorio, intentó desmentirme en el número 1547 del semanario Proceso (p. 96), pero ahí mismo lo refutaba Daniel Lizárraga, y yo hice lo propio una semana después (Proceso, número 1548, p. 65). Ya no hubo réplica, pues Alarcón carecía de argumentos.
Obviamente, en esas elecciones voté por López Obrador. Sinceramente creo que merecía la oportunidad, pues “los otros dos” (PRI y PAN) habían fallado terriblemente, pero todos mis esfuerzos resultaron vanos para superar el famoso 0.56% con el que literalmente se impuso su contrincante del PAN Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, “haiga sido como haiga sido”.
La elección debió haber sido anulada, pero todos los órganos jurisdiccionales fallaron que había habido graves violaciones pero que ¡no habían influido en los resultados!
Una decepción más
Me decepcioné, pues pensé que México nunca sería un país desarrollado. No era un problema de elecciones políticas, era un problema cultural; no era el problema de una jornada electoral, era un problema histórico.
El 4 de julio de 2000 festejé en el New York Times la elección de Vicente Fox Quesada, sólo para comprobar, al final, que incurrió en la misma corrupción que el PRI durante su régimen de 71 años: privilegios económicos y materiales para él y sus allegados, abuso de poder por parte de su esposa, graves escándalos de corrupción alrededor de los hijos de ésta, y durante los varios meses anteriores a la finalización de su sexenio, utilización de los programas sociales del gobierno en favor del candidato oficial Felipe Calderón, junto con cientos de horas en los medios promoviéndolo y denigrando a su principal adversario político, Andrés Manuel López Obrador.
Por otro lado, lo que todo mundo esperaba de éste, ocurrió: negación de la derrota. Y está bien, fue su derecho y los mexicanos disponemos de la institución adecuada para manejar tales situaciones, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Sin embargo, optó, también, por el camino equivocado. Culpó a todo mundo, incluso a los miembros de su propio equipo, en vez de concentrarse en el mal uso que de los programas sociales y de la publicidad hizo el presidente Fox a favor de Calderón. Pudiera también haber exigido transparencia en los mecanismos de cómputo que se utilizaron para contabilizar los votos. Podría, finalmente, haber declinado en favor de Calderón, de manera similar a como lo hizo Al Gore en los comicios estadounidenses del 2000 para evitar a su nación daños políticos, económicos y sociales adicionales, local e internacionalmente, y aprovechar el claro “triunfo” que su partido obtuvo en el Senado y en la Cámara de Diputados, con casi un tercio de sus miembros en cada uno de los organismos del Congreso, junto con los casi 15 millones de votos en su haber, prácticamente los mismos que Calderón, y prepararse para el 2012. Desgraciadamente, escogió el bloqueo criminal de Paseo de la Reforma, con todos los daños económicos, políticos y sociales que ello implicó.
La segunda vuelta
Muchos de estos males se pudieron haber evitado con la reforma que yo considero reina de todo proceso electoral: la segunda vuelta. Con un margen de apenas 0.56%, ésta hubiera estado más que justificada, y la victoria definitiva para cualquiera de los dos contrincantes habría sido nítida e incontrovertible. En pocas palabras, el aberrante daño infligido a la Ciudad de México pudo haber sido evitado, y muchas otras rabietas y pantomimas también. Para bien o para mal. No quiero implicar con esto que AMLO hubiera sido claramente derrotado en una segunda vuelta, pero muy probablemente, porque hasta los indecisos y abstencionistas se hubieran animado entonces.
Elecciones federales de 2012
El hartazgo de la ciudadanía por dos administraciones consecutivas del PAN, tanto o más corruptas que las del PRI, ¡determinó que éste regresara al poder! Toda la euforia que había manifestado doce años atrás en el New York Times quedó hecha añicos, pues yo, ya sin mucha convicción, volví a votar por López Obrador, pero me tuve que conformar con el claro y poco impugnado triunfo de Peña Nieto. Poco impugnado, quiero decir, si lo comparamos con la aguda crisis que se había vivido seis años atrás.
Los graves problemas con Peña Nieto vinieron después y estamos inmersos en ellos hoy en día, pero quizás convenga abundar sobre éstos en la conclusión de este trabajo.

La reforma de 2014
La reforma electoral más reciente es la de 2014, que básicamente crea el Instituto Nacional Electoral (INE) en sustitución del antiguo IFE, otorgándole mayores atribuciones por sobre los organismos locales, y establece la posibilidad de reelección para diputados federales y senadores, diputados locales y presidentes municipales. La reelección representa un deseo largamente acariciado por diversos sectores de la sociedad, especialmente por quienes ven esto como un mecanismo de castigo o premio para una labor mal o bien desarrollada, y quizás no les falte razón, pero insisto en la necesidad mayúscula del establecimiento de la segunda vuelta, que ya se contempla en democracias de países más desarrollados y en algunos de avance similar al nuestro. Es una materia pendiente de urgente resolución.
Las elecciones intermedias de 2015
Las elecciones intermedias de junio de 2015 dejaron al descubierto los terribles excesos de corrupción y cinismo del Partido Verde Ecologista de México y sus impresentables miembros. Los cuantiosos gastos en publicidad  y artículos promocionales del partido, al margen de toda norma, fueron frecuente y severamente castigados por las autoridades electorales, tanto el INE como el TEPJF y la Fiscalía especializada para la atención de delitos electorales (Fepade), pero poco les importó a los sancionados, ya que un rápido cálculo les permitió concluir que bien valía la pena la inversión en estas sanciones a cambio de todos los beneficios obtenidos por violar las reglas.
El anuncio por parte de la Fepade de que solicitaría una orden de aprehensión contra Arturo Escobar y Vega por delitos electorales cuando éste formaba parte del grupo dirigente de dicho partido determinó a la postre su renuncia a la Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación, a cuyo frente estaba. Posteriormente, cuando se supo que el titular de la Fepade, Santiago Nieto Castillo, había sido asesor de la fracción del PRD en el Senado de la República, que había cobrado por ello y que omitió esta circunstancia cuando presentó su currículo para ser nominado por el Senado mismo Fiscal, el Verde contraatacó para minar la credibilidad de Nieto por tan obvio conflicto de intereses.
Este sainete no hace más que revelar el profundo grado de descomposición en que se encuentran nuestros partidos, las autoridades electorales y nuestra “democracia” toda. Y todo esto, habida cuenta de que antes de que ello ocurriera presenté una denuncia formal por Internet ante la Fepade en contra de un medio local por hacer descarado proselitismo en favor de un partido en un artículo de opinión la víspera misma de las elecciones (6 de junio de 2015). Se me envió acuse de recibo y quedé a la espera algunos meses, con esporádicos recordatorios de mi parte inquiriéndoles sobre el avance de mi denuncia. No fue sino hasta poco antes del affaire PVEM-Fepade que ¡dos abogados de la Fiscalía me visitaron en mi propia casa! para abundar sobre mi denuncia, pero ante la magnitud de los problemas que poco después supe que vivía ésta, el mío me pareció de poca monta y me desistí, pero el solo hecho de la visita me dejó un agradable sabor de boca.
Conclusión
Tengo 66 años de edad y jamás me había sentido tan "políticamente" angustiado como ahora. Quizá sea la edad misma, pero después de haber vivido el 68 y el 71; las crisis político-económicas de los 80, aunadas al terremoto de mediados de esa misma década en la Ciudad de México; las nuevas crisis político-financieras del inolvidable bienio 94-95; la ineptitud de dos consecutivos gobiernos panistas con el "cambio" de régimen, creo que la coyuntura actual no tiene parangón.
Y no me refiero a Tlatlaya y Ayotzinapa, a pesar de la enorme responsabilidad por omisión, en el segundo caso, de dos dependencias del Ejecutivo federal, la PGR y el Ejército, no atendiendo, la una, las denuncias que se le hicieron desde mucho antes de la tragedia y absteniéndose de entrar en acción, el otro, a pesar de que los hechos ocurrieron prácticamente en sus narices.
No, esto no se lo podríamos imputar -no directamente, al menos- a Peña Nieto, aunque sí parcialmente a su Gobierno. Me refiero a asuntos más mundanos pero igualmente graves: el contubernio -aquí sí de Peña y su protegido Videgaray- con el Grupo Higa. Resulta más difícil ver en esto un conflicto entre los intereses del Estado y los gobernantes que una perfecta armonía de dichos intereses entre Peña-Videgaray y Juan Armando Hinojosa.
Peña omitió en su declaración patrimonial declarar los bienes de su esposa, habiendo estado obligado a manifestarlos, como bien apuntó la experta en materia de información Jacqueline Peschard (¿Declaración patrimonial completa?, El Universal, 24 de noviembre de 2014), violando con ello flagrantemente la ley de responsabilidades de los servidores públicos y haciéndose candidato a ser destituido de su puesto. El fuero lo protege únicamente contra actos de Gobierno, no contra los de corrupción. Videgaray dice que firmó con Hinojosa antes de asumir cargo alguno, lo que lo libera, añade, de cualquier conflicto de intereses. Bajo esta óptica, bien podría haber firmado la víspera misma de la toma de posesión de Peña y nadie tendría por qué objetarle nada, lo que resulta, por decir lo menos, ingenuo y ofensivo a nuestra inteligencia.
Macario Schettino (Desmesura, El Financiero, 11 de diciembre de 2014) afirma que un estereotipo del mexicano es la desmesura, tanto para lo bueno como para lo malo, sugiriendo irresponsablemente que estamos exagerando la actual situación. Yo más bien pienso que otro estereotipo es la negación: aquí no pasa nada, y que la realidad es en verdad mucho peor de lo que se nos permite ver.
Y no, no es que Peña deba ser destituido, simplemente dejó pasar su oportunidad. Debió haber renunciado hace tiempo, pues. No hubiera importado que nos impusieran a algún nefasto priísta que hubiera tenido que sustituirlo. Ése hubiera sido el auténtico y genuino golpe de timón que tanto hemos estado añorando, lo cual hubiera sentado un saludabilísimo precedente, único en la historia contemporánea del país. No hubiera bastado con que Peña ofreciera disculpas, como sugirió Enrique Krauze en el International New York Times (What Mexico's President Must Do, 11 de diciembre de 2014), ni con soluciones que proponían "analistas" a modo. ¡Hubiera renunciado! y la lección hubiera quedado aprendida. A mí, al menos, pesimista irredento, me hubiera infundido una profunda fe en la institución presidencial y consecuentemente en todas las que de ella derivan, y me hubiera llenado de entusiasmo. Perdimos nuestra oportunidad de provocar una genuina Primavera Mexicana y evitar el hundimiento en un posible próximo invierno.
¡Hubiera renunciado Peña! No importa que el choque inicial hubiera sido traumático y no exento de turbulencias políticas, económicas y sociales, ya que al poco tiempo el mundo hubiera reconociendo el renacer de un auténtico y real Momento Mexicano, así, con mayúsculas.
Y todo esto no era una quimera, dependía de la voluntad de un solo hombre.
Nos enteramos ahora de un nuevo escándalo. Un hacker colombiano, Andrés Sepúlveda, que confiesa haber vigilado a opositores para provocar la victoria de Peña Nieto en 2012 (Reforma, 1 de abril, con información de Bloomberg Businessweek).
Por otro lado, López Obrador, aparentemente ya fuera de sus cabales, flirteando con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) para obtener su soporte y obteniendo únicamente el rechazo de tan nefasto grupo.
Finalmente, la tercera opción, el PAN, amenazando con imponer una dinastía en México mediante la esposa del ex Presidente Felipe Calderón, Margarita Zavala Gómez del Campo, hermana del ampliamente mencionado en este escrito Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo.

Después de todo esto, me queda la sensación de que a casi medio siglo de haber adquirido mi ciudadanía y, con ella, el derecho a elegir a mis gobernantes, me ha tocado vivir un rotundo triunfo de la democracia, pero una dolorosa y cruel realidad, por más paradójico que ello pudiera parecer. Creo que en las elecciones de 2018 me abstendré, no parece que tenga mucho caso votar.

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