Previo a su viaje a Turquía, Carolina
tuvo a bien obsequiarme el libro El
novelista ingenuo y el sentimental, del Nobel turco de literatura Orhan
Pamuk, me imagino que para irme poniendo a tono con su periplo. Lo leí en estos
días que uno prefiere quedarse en casa que andar tirando tinacos en las
azoteas. A los lectores de novelas los divide igualmente Pamuk en ingenuos o
infantiles y sentimentales o reflexivos: los primeros son los que leen una
novela sin complicarse mayormente la vida, a diferencia de los segundos, más
interesados intelectualmente en la obra y en los intríngulis de su forma, pero
ambos, ingenuos y sentimentales, preocupados por encontrar el “centro” (tema,
le prefiere llamar Borges) de la novela, que no hay que buscar, por cierto, en
las novelas de género (ciencia ficción, fantásticas, policiacas y románticas),
pues en ellas el centro siempre está donde lo encontramos en ocasiones
anteriores.
Pamuk pone el ejemplo del argentino
Jorge Luis Borges y Moby Dick, de
Herman Melville. En el prólogo de Bartleby,
del mismo Melville, Borges duda si Moby
Dick es una novela de crítica social sobre la miserable vida de los
arponeros, o si es un estudio sicológico del capitán Ahab cuando éste enloquece
en su obsesión por cazar a la Ballena Blanca, para finalmente concluir que el
centro es algo totalmente diferente: “Página por página, el relato se agranda
hasta usurpar el tamaño del cosmos”.
En fin, el libro de Orhan, aunque muy
interesante, primordialmente trata sobre técnicas en la escritura de novelas, y
a mí sinceramente lo que me interesa es comer melones, no técnicas sobre el
cultivo de los mismos, como alguna vez me dijera mi amigo Germán Dehesa a
propósito de un asunto muy parecido.
En otro orden de ideas, ayer, como suelo
hacer otros domingos, sintonicé el programa que TV UNAM transmite ese día a las
19:30 horas, Diálogos por la democracia,
conducido por el nefasto John Ackerman, que, dicho sea en su descargo, es absolutamente
plural en cuando a los personajes que invita a dialogar con él, y así, he visto
desfilar en sus tertulias a personajes tan disímbolos como Sara Sefchovich,
Sergio Sarmiento, Evo Morales, Margarita Ríos, Manuel Bartlett Díaz, Enrique
Gaue Wiechers, Hugo López-Gatell, Damián Alcázar, Juan Ramón de la Fuente,
Alfonso Romo, Carlos Marín. La gama ideológica no podría ser más amplia.
Sin embargo, este domingo se llevó las
palmas con un personaje extraordinario que supo capotear los obstáculos que representa
el tono balbuceante e inseguro de Ackerman, que de “entrevistador” tiene lo que
yo de carismático, y aquello resultó literalmente en una conferencia magistral
del gran escritor Juan Villoro. Qué bárbaro, qué manera tan pulcra de
expresarse y sin titubeos, todo lo contrario de su interlocutor, y con una
sustancia envidiable, como si estuviera leyendo, diría mi amigo Juan Heberto
Gaviño, que lo escuchó hace algunos años en la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara y quedó tan maravillado como yo. Villoro comparte conmigo el
sentimiento de embeleso que una obra tan cruda como la Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, provocó en mí, hablando él de
ese tipo de relatos en general, por supuesto, lo que pone punto final a la
objeción que me hiciera mi amiga Gina a propósito de lo que escribí entones.
Pero para qué les cuento más, mejor
véanlo y escúchenlo ustedes mismos y ojalá se sientan tan enaltecidos
espiritualmente, como yo anoche después de ver el programa: https://www.youtube.com/watch?v=cHb1DCXVDio
.
Cultura, erudición e inteligencia, no en
balde Villoro es un miembro insigne del Colegio Nacional, igual que su padre, el
ya fallecido y eminente filósofo Luis Villoro.
Es una desgracia que
la televisión estatal (Canal 11, Canal 22 y TV UNAM) esté cooptada por ese espantajo
autodenominado 4T, pero mientras siga habiendo perlas como la que describo, no
todo estará podrido en Dinamarca. Nunca mejor aplicado el dicho, pues es el
país que nuestro Mesías se ha planteado como modelo a seguir.