lunes, 31 de octubre de 2022

"Allá en mi León, Guanajuato, la vida no vale nadaaa"

Caminos de Guanajuato, José Alfredo Jiménez

León, Gto.- (El Universal, viernes 22 de julio de 2022). El periodista jubilado Enrique Sosa murió atropellado por un conductor que le echó el carro encima cuando le exigía que pagara el boleto de estacionamiento del restaurante Rincón Gaucho.

Enrique Sosa, quien por más de 25 años de desempeñó como camarógrafo de noticiarios en la televisora estatal, obtenía un ingreso extra como empleado del estacionamiento del restaurante, ubicado en la Prolongación Calzada.

La noche del martes pasado, un empresario zapatero, identificado como Miguel Ángel, se negó a pagar 40 pesos que le exigía Sosa por el servicio.

El conductor en presunto estado de ebriedad aventó a Enrique Sosa, y lo atropelló.

Enrique Sosa fue trasladado al hospital del ISSSTE, en donde más tarde murió.

El periodista presentaba  hemorragia interna y las costillas rotas, reportaron sus familiares.

Periodistas de medios impresos, digitales, de radio y televisión lamentaron la muerte de su colega y exigieron al Fiscal del estado, Carlos Zamarripa Aguirre, que se haga justicia por el homicidio, que no se trató de un accidente.

Hasta aquí la nota de El Universal. Si tienen hígado para ver el video donde se capta al criminal en flagrancia, los remito a https://www.youtube.com/watch?v=BZAv8DNvgPA.

Pues bien, el jueves pasado, 27 de octubre, se cumplieron ya cien días de este abyecto asesinato que indignó profundamente a todos los leoneses por nacimiento y por adopción, y el asesino aún no ha sido localizado, a pesar de estar plenamente identificado. El fiscal del estado, Carlos Zamarripa Aguirre -sí, ese que tanto crítica el Gran Orate de Palacio por tener más de una docena de años en el puesto, primero como Procurador y ahora como Fiscal General, y no poder controlar al crimen que campea en Guanajuato, “orgulloso” líder en crímenes dolosos del país-, afirmó cínicamente a cien días del asesinato: “Tenemos una deuda que vamos a cumplir y lo hemos hecho, de estar llevando a cabo todas las acciones que estén a nuestro alcance para poder localizar al responsable de esto”.

¡¿Localizar?!, a más de tres meses del homicidio, cuando el criminal está plenamente identificado y grabado. ¿Quién lo protege, carajo? A mí que no me vengan con mamadas. Y la alcaldesa de León, Alejandra Gutiérrez Campos, sin decir esta boca es mía, muy a pesar de que los hechos ocurrieron en su municipio, y más preocupada por causas baladíes como la de dejar entrar gratis a los leoneses los fines de semana a los parques públicos. Y todavía se indignan cuando Obrador los pone en evidencia por no coadyuvar a controlar al crimen organizado, y aun exigir la renuncia del primero, ya que no es capaz siquiera de “localizar” a un vulgar matarife.

Les incluyo la foto del cruelmente inmolado Enrique Sosa, que en paz descanse.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Los buenos viejos tiempos

Mi tía Lupe salió despavorida de su casa en Niza 27, colonia San Álvaro, en la delegación Azcapotzalco del Distrito Federal, seguida de sus hijos, mis primos, y se dirigió a casa de su hermana Eva, mi madre, en Allende 196, colonia Clavería, en la misma demarcación. Como todavía no tenía teléfono, fue lo primero que se le ocurrió ante tamaña urgencia, pero tan fácil que hubiera sido que parara en el estanquillo de la esquina para marcarle a su condescendiente, quien ya lo poseía desde el año anterior, o detenerse en uno público de alcancía y por un módico veinte comunicarle noticia de tan extrema gravedad. Consideró que un asunto de tal envergadura no podía comunicarse más que de frente.

Un trayecto que normalmente tomaba alrededor de quince minutos, lo cubrieron ellos en la mitad, y la alarma en casa fue mayúscula al abrirles la puerta y contemplarlos sudorosos y con el terror dibujado en sus rostros.

- ¿Qué pasa, comadre? -atinó a preguntar mi padre alarmadísimo.

- Compadre, ¡acaban de asesinar a Kennedy en Dallas! -exclamó mi tía con incontenible emoción.

Mi padre, que hasta un retrato autografiado de Jackie Kennedy con sus hijos tenía colgado en su estudio, obtenido por intermediación de la asistente personal de la Primera Dama en la visita que la pareja hizo a México, quedó estupefacto, y con él, todos nosotros: Eva, mis hermanos y yo.

- Esto es el fin -balbuceó mi madre, siempre tan bien informada-, pues no se entiende más que como una venganza de Krushev por lo de los misiles desplegados en Cuba el año pasado, que Kennedy les obligó a retirar, o de Castro por el atentado fallido contra su vida, abortado en Bahía de Cochinos.

La fecha, 22 de noviembre de 1963, aniversario de bodas 19 de Nico y Eva, mis padres, pero ¿a qué viene todo esto? Pues a que, de no haber habido otro medio, Lupe nos hubiera dado la noticia con señales de humo, en cambio, en la actualidad, mis padres se hubieran enterado del asesinato aun antes de que ocurriera, literal.

Quién sabe a dónde nos estén llevando tanta inmediatez y tecnología, pero les juro que hace sesenta años, siendo chiquillos, no nos aburríamos, muy a pesar de no contar con computadoras, Internet, videojuegos, móviles, sino sólo con una televisión limitada a tres canales y con una programación misérrima durante pocas horas al día, comparada con los cientos de canales 24/7 de ahora. Nos divertíamos jugando un tochito o una cascarita, o manejando diestramente el yoyo, el balero, el trompo, el diábolo, el aro y las canicas; o practicando el burro castigado, los peligrosos caballazos, las no menos espeluznantes coleadas y las deliciosas y eróticas cebollitas. O los hoyos. O compitiendo en carreteritas, impulsando pequeños cochecitos diseñados por nosotros mismos con ligeros golpecitos del cordial apoyado en el pulgar en una pista pintada en el pavimento con gis. O la rayuela, que diría Julio Cortázar. O a brincar la reata. O a excavar cuevas en la arena abandonada en la construcción de al lado. O a andar en bici. O a disfrutar de los columpios, subibajas, volantines, argollas, pasamanos y palo “encebado” del parque de la vuelta. O, ya más en el salón, jugos de mesa como las damas chinas y de apuesta, como el 7½ de la baraja española, en el que la voz cantante era la de la tía Chabela.

Y me cae que todo esto es sólo una mínima muestra de cómo nos la pasábamos de lo lindo hace sesenta años sin tele ni compu ni cel ni videojuegos ni red. En cambio, hoy en día, la primera señal de vida de un neonato es un whatsapp enviado al ginecólogo mediante un móvil integrado al mutante, donde también guarda una historia en Instagram con su proceso de gestación. A ese punto de enajenación hemos llegado.

Y esto, para no hablar de los ingentes problemas económicos, políticos y sociales -principalísimamente el del envenenamiento del planeta- que agobian a la humanidad. De veras, no creo que nos queden más de cien años, y me estoy yendo largo.

martes, 18 de octubre de 2022

Un año y un día

Nunca había dejado de correr por un periodo tan largo en los últimos 43 años, ni con mucho. El estado de ánimo y la edad contribuyen desgraciadamente a que así sea. Sin embargo, hoy, después de 366 días sin hacerlo y varios meses más antes de ello, invité a Elena a unírseme y visitar el esplendoroso Parque Metropolitano de la presa de El Palote, ella para caminar a todo lo largo de la cortina y yo para trotar sin detenerme los siete kilómetros de que consta el circuito, y todo, a un tris de cumplir los 73 el próximo sábado. Y lo conseguí, lo que prueba que la enorme regularidad que mostré a lo largo de décadas en esta actividad provoca que la condición física no se pierda, a pesar del largo año transcurrido desde la última vez que lo hice.

Por mi tiempo para cubrir la distancia, mejor ni pregunten. Baste decir que yo sentí como que había hecho mucho menos de lo que el cronómetro me mostró al final del trayecto, y esa sensación se debió a la constancia de mi paso y a no haberlo detenido un solo instante, sintiéndome como un supermán cuando terminé la distancia y como la tortuga de Aquiles cuando miré el reloj, pero como a aquélla, Aquiles nunca me dio alcance y yo arribé triunfante a la meta.

Y ahora, a esperar que la dedicación, el carácter y las endorfinas coadyuven a superar la proverbial y veleidosa melancolía, que he hecho mi compañera de ruta durante tantísimos lustros (ya casi quince).

Les obsequió una hermosa vista del privilegiado lugar que la naturaleza me regaló para la consecución de mis objetivos, y les envío un cariñoso saludo.

jueves, 6 de octubre de 2022

Nobel de Física 2022: ¡Dios sí juega a los dados!

Increíble que no se le haya dado la relevancia debida al Premio Nobel de Física 2022, anunciado en días pasados, pues para mí es tan importante y trascendente lo que se premia, como la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, ¡y no exagero!

Hace poco más de dos años y medio, en plena pandemia, escribí el siguiente artículo: http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/12/dios-no-juega-los-dados.html , apoyándome exclusivamente en el libro What is real?, de Adam Becker. Les recomiendo ampliamente leer la página de cinco párrafos de que consta mi artículo para que comprendan la magnitud de este anuncio. Quizá no se le ha dado dicha relevancia por encontrarnos muy próximos a su ocurrencia, pero vean lo que escribía Becker en 2018: “Así, o las predicciones de la física cuántica son erróneas y la naturaleza puede ser local, o la física cuántica es correcta y una ‘escalofriante acción a distancia’ es real. Bell ha descubierto una notable, profunda y contra intuitiva verdad acerca del mundo.

“Bell también ha mostrado una prueba experimental que pudiera decidir entre ambas opciones. Todo lo que tiene uno que hacer es construir y ejecutar la versión modificada de Bell de la paradoja EPR, o algún otro experimento por el estilo que involucre partículas estrechamente relacionadas. Si los resultados muestran que la desigualdad de Bell fue violada, la física cuántica es correcta pero la naturaleza es no local; si se cumple la desigualdad, entonces la física cuántica es incorrecta pero la naturaleza puede ser local. La prueba de imposibilidad de Bell ha llevado el asunto de no localía fuera del dominio del debate y lo ha convertido en un reto experimental. Esta prueba, ahora conocida como teorema de Bell, ha sido acertadamente llamado ‘el descubrimiento más profundo de la ciencia’”.

(John Stewart Bell fue un célebre físico irlandés, famoso por dicho teorema, y el acrónimo EPR se refiere a la paradoja de Einstein, Podolsky y Rosen, un ejercicio de pensamiento puro en el que se insiste que la mecánica cuántica parece no proveer una descripción completa de la realidad.)

Pues bien, cuatro años después, los tres sabios galardonados con el Nobel de Física 2022, Alain Aspect, John F. Clauser y Anton Zeilinger, han sido reconocidos por haber superado exitosamente ese reto experimental -probando que se violaba la desigualdad de Bell- y haber desmentido de paso a Einstein, autor de la célebre frase “Dios no juega a los dados”. La anteriormente citada, “escalofriante acción a distancia”, también es de él.

Imagínense, si ya en aquel entonces se calificaba al descubrimiento de Bell como “el más profundo de la ciencia”, qué no podrá afirmarse de su prueba experimental, que tendrá un profundo impacto en el desarrollo tecnológico, especialmente en criptografía y computación cuántica. La emoción y orgullo de este francés, este estadounidense y este austríaco han de ser inconmensurables, y yo, como Homo sapiens que se precia de serlo, los siento como propios, pues estamos ante una teoría científica tanto o más importante y sublime que la de la relatividad. Al tiempo.

Con la exultación que me inunda el alma proclamo que ¡la mecánica cuántica vive, es correcta y goza de cabal salud!, pues como establece el anuncio de la Academia: “Los experimentos han demostrado que la naturaleza se comporta como lo predice la mecánica cuántica”.

Y no digo más.

lunes, 3 de octubre de 2022

Soy un discapacitado mental

… sintió, como nunca hasta entones, que el estado de no saber y no sentir propio de los muertos era lo más cercano a la felicidad total.

The master, Colm Tóibín

Hace aproximadamente tres años, una lectora española me diagnosticó discapacidad mental (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2019/09/un-libro-sin-atributos.html), lo hizo “samaritanamente” mencionando el libro del novelista y periodista irlandés Colm Tóibín The master / Retrato del novelista adulto, no con el afán de que superara yo mis deficiencias, sino simplemente para confirmarlas, y me profetizaba que me “perdería” leyéndolo. Ella tomó la recomendación del foro Zona Fantasma del recientemente fallecido Javier Marías, acontecimiento que precisamente hizo que trajera al presente este curioso y olvidado incidente.

Pues bien, buscando algo que leer de la autoría de Marías, preferí tomar al toro por los cuernos y aceptar el reto de mi corresponsal, que ignoro hasta qué punto pudo haberme impactado, toda vez que lo hice más de tres años después, aunque, por supuesto, toda crítica cala, sobre todo cuando uno se cree indemne a ella.

No me “perdí” en la lectura del Retrato del artista adulto, juguetón titulo que se contrapone con el Retrato del artista adolescente, de James Joyce, aunque nada tenga que ver con él, sino más bien con una especie de biografía novelada del escritor norteamericano migrado a Europa Henry James. Interesantísima. En ella nos relata Tóibín los celos de James hacia Oscar Wilde, reconocido poeta y dramaturgo irlandés: en tanto que aquel fallaba estrepitosamente con su primera obra teatral, Guy Domville, Wilde triunfaba clamorosamente con las suyas en distintos teatros de Londres, y abunda un poco en el drama de Oscar, perseguido por la mojigatería de su país y época.

La novela abunda en flashbacks que nos transportan a diferentes etapas en la vida del autor “biografiado”. Así, nos enteramos cómo una encantadora prima de Henry, Minny, pone en aprietos al padre del primero, del mismo nombre, recriminándole sutilmente su misoginia, al considerar el tío más inteligente al hombre que a la mujer, y poniendo Minny en ridículo a tal tío, en un arranque de feminismo muy adelantado a su época. Sencillamente, sublime. En otra parte del libro, Colm también describe con maestría la unicidad absoluta del ser humano en su relación con cualquier otro, a raíz de la visita que uno de los personajes de la obra realiza a unos soldados heridos en batalla, y su afortunada  incapacidad, en este sentido, de experimentar el dolor de los demás. Sentimientos muy propios estos de la esencia humana.

En una de las secciones más largas del libro, si no es que la más, Tóibín se regodea con los sufrimientos de Henry James con su servidumbre, los Smith, uno como mayordomo y su esposa como cocinera, hasta que, víctimas de alcoholismo ambos, termina por correrlos de su casa, no sin antes haberlos indemnizado generosamente, indemnización que seguramente no iba a alcanzarles más que para terminar ahogados en su propio vicio. Impresionado tal vez por experiencias propias, el lector llega a identificarse solidariamente con los pesares de James.

 El autor habla más que nada de la vida social de Henry y la forma en que llega a relacionarse con una pléyade de artistas -pintores, escultores, músicos, autores- de su época, pero muy especialmente de una, su queridísima amiga, también novelista, Constance Fenimore Woolson, que terminará trágicamente su vida, y a la que Colm Tóibín dedicará no únicamente largas secciones de su libro, sino capítulos enteros. Y todo esto en el esplendoroso marco de Venecia y desde la perspectiva de James, que nunca dejó de sentirse culpable por la muerte de dicha amiga.

La novela termina describiendo la larga visita que su hermano William, reconocido psicólogo y filósofo norteamericano, hace a su hermano con todo esposa e hija, viajando desde Boston, donde aquel es un respetadísimo catedrático en Cambridge, hasta Rye, el pueblo inglés donde Henry reside. En este capítulo se desvelan las desconcertantes e increíbles tendencias espiritistas que tanto William como su esposa Alice poseen y de las que la hermana de ambos James, otra Alice, ya fallecida, era crítica acerba y objeto de sus burlas e incredulidad, pero a Henry le juran que se han comunicado con sus fallecidos padres y que ambos les han encarecido el cuidado del novelista.

Entendí cabalmente y me deleitó mucho este extraordinario retrato de Henry James, independientemente de lo que opine mi corresponsal extranjera, para la que no guardo más que un profundo agradecimiento por tan enriquecedora “recomendación”.  

Por lo demás, mi discapacidad mental sigue progresando glamorosamente, pues ya olvido hasta las cosas que aún ni siquiera ocurren. Mal de Alice y Jaime, le llaman algunos, muy propio de la avanzada edad -73 años- a la que en pocos días arribaré.