sábado, 25 de septiembre de 2021

Al maestro con cariño

Al doctor Guillermo Torres Díaz, in memoriam.

Existe un viejo problema en matemáticas que los cerebros más brillantes del mundo han tratado de dilucidar con acuciosidad desde hace más de 162 años: la hipótesis de Riemann, quien la lanzó a la palestra en agosto de 1859. El enigma está relacionado con análisis complejo, lo que me llevó hace unos días a desempolvar mis notas universitarias sobre el particular, no con el afán de probar lo que parece imposible de tal empeño, sino porque desde hace varios años me ha apasionado el tema.

Tuve la inmensa fortuna de contar en la materia con el mejor profesor de mi vida, desde párvulos hasta mi diplomado en el Tec, y lo recuerdo con el mayor de mis respetos y mucho cariño. Doctorado por Princeton, tenía una forma de exponer sus clases que despertaban un entusiasmo y una fascinación inmediatos y que hacían desear que su cátedra no terminara nunca.

Resultado de lo anterior fueron esos apuntes que menciono, producto de tomar todos los detalles posibles del expositor y, regresando a casa, pasarlos en limpio, como el amanuense que transcribe el texto sagrado que el sabio plasmó en la pizarra. Fue así como se acumularon cerca de doscientos folios por las dos caras, es decir, ¡400 páginas! a lo largo de varios meses (1 de marzo a 2 de julio de 1970) y 35 lecciones (ver imagen adjunta). Con ello no quiero más que remarcar lo importante que es un buen maestro para despertar el máximo entusiasmo por una materia. Por supuesto que no ocurría lo mismo con las demás asignaturas, sólo ésta logró remover en mí pasión tal. Mi tesis profesional versó sobre el mismo tópico, aunque desgraciadamente no dirigida por dicha eminencia ni sobre la hipótesis de Riemann.

Cada una de las lecciones de este genio era un verdadero deleite. Lo que no expresaba gráficamente en el pizarrón lo hacía por medio de un movimiento suave de sus manos en el vacío, que lo llevaba a uno a imaginar la geometría que sus palabras y gestos sugerían, para enseguida preguntar a alguien en la audiencia: ¿no le emociona a usted todo esto? A lo que hubiera querido responder: “¡Síii!”, con toda mi alma, de haber sido yo el inquirido.

Una vez que demostró un teorema fundamental que sólo ocurre en variable compleja y no en cálculo diferencial: si una función es diferenciable una vez lo es infinitas veces (algo verdaderamente sorprendente), añadió: “A estas funciones suele llamárseles derivables, diferenciables, analíticas, regulares, enteras u holomorfas, ¿cómo prefieren ustedes que las nombremos?”. Ante la avalancha de opiniones que, obviamente, elegían uno cualquiera de los cinco primeros nombres inteligibles, él respondió democráticamente: “Muy bien, las llamaremos entonces holomorfas”, el sexto, y fin de la discusión, pues así se les conoce comúnmente en análisis complejo.

Si a alguno le interesa, la hipótesis de Riemann establece que todas los ceros de la función zeta se encuentran sobre la línea ½ real del plano complejo, y ¡ay de aquel que la demostrare!, pues se habrá hecho acreedor al millón de dólares que el Instituto Clay de Matemáticas (CMI, por sus siglas en inglés) establece para quien lo hiciere.

¡Mucha suerte!

miércoles, 22 de septiembre de 2021

32 años

 Perdón por ser reiterativo sobre Elena (foto adjunta) en el aniversario número 32, hoy, de nuestro matrimonio, pero nunca será suficiente tanto énfasis habida cuenta de que, sin ella, largo tiempo ha que ya no estuviera yo entre ustedes, ya fuera por propia mano o de profunda tristeza por no haberla conocido. Para esto, quiero recordar lo que dije de ella hace poco más de un año, en pleno apogeo de la pandemia, en el “poema” intitulado Clarín, que la pinta de cuerpo entero. 

Clarín

¿Un pajarito cantando a estas horas?, me preguntó Elena el otro día en la cocina pasadas las 10 y media de la noche. Me inspiró mucha ternura su pregunta y tomé consciencia de un sonido ya familiar para mí desde varios meses atrás, pero del que había sido poco atento. Desde entonces lo oigo con especial delectación de que amanece hasta el anochecer, pues literalmente el pajarillo todavía tiene ánimos para cantar hasta bien pasadas las 11. Se trata de un clarín (myadestes unicolor). Es de los vecinos y, por tanto, nos encontramos en el mejor de los mundos posibles: ellos se encargan de alimentarlo, cuidarlo y limpiar su jaula, y nosotros de disfrutar su canto. Pareciera que se encuentra uno en pleno bosque. 

Pero ¿por qué me habrá movido a tanta ternura cuando Elena lo trajo a mi realidad? Pues, además del cariñoso diminutivo, yo creo que  porque me hice consciente de que ella es así: desde que amanece hasta la medianoche trae la sonrisa en su cara, no matter what, dirían los gringos. Es más, yo creo que cuando duerme no la abandona y que así se va a morir. Lo que es tener tranquilidad de conciencia y no deberle nada a nadie, ¿’á que sí?, preguntaría un leonés autóctono. Todo lo contrario de mí, que siempre ando con la angustia, el nervio y la tensión a flor de piel. Qué feo. Incluso a veces, para molestarla, le digo: Elenita, pero ¡¿de qué te ríes, carajo?! Puritita envidia.

Es más, creo que eso es lo que me ha permitido sobrevivir, a pesar de mí, las tres últimas décadas y pico. Mi hija recuerda con especial emoción cómo, hace muchos años, un día su hermano le preguntó, no estando nosotros presentes: Caro, cuando ves a mamá, ¿no sientes que te llenas de felicidad y que su cara provoca en ti mucha alegría? Carolina lo agarró a besos y le dijo: ¡Sí, Ruly, claro! 

Obviamente, la tragedia que nos trae a todos a raya no ha sido suficiente para achicopalarla a ella. Más aún, es como un acicate que le permite mostrar toda su entereza y todo su entusiasmo, tanto en las labores de casa, como en las que tiene que hacer fuera vendiendo sus productos ahora que la tienda está cerrada, o como, al regresar, todavía darse el tiempo de hacer algún trabajo a distancia y promoviendo sus negocios en redes sociales. Incansable, pues. 

También la molesto con aquello de que yo no he de ser tan malo cuando el cielo me premió con su persona, y, sin embargo, ella no ha de ser tan buena cuando los infiernos la castigaron conmigo. 

En fin, mi querida Elena, especialmente en estos tiempos tan dramáticos, ¡qué bueno es tenerte entre nosotros! Todo mundo se siente igual contigo, no sólo los que tenemos la dicha de disfrutarte todos los días. 

Clarín me lo recuerda a todas horas.

viernes, 17 de septiembre de 2021

En defensa del ¡Ehhh... puto!

No hay nada en este mundo que me produzca mayor aversión y desprecio que el famoso gritito de los mexicanos ¡Ehhh… puto! en un estadio de futbol, pero de ahí a prohibir la manifestación pública de tal pendejada, media una abismal distancia. Por favor, peores cosas que esas inocentadas se profieren en un estadio de futbol, de las cuales la que mejor sale librada no es, por cierto, la mamá del árbitro, a la cual no bajan de puta. ¿Dónde queda la libertad de expresión aun para rebuznar tales imbecilidades? “¡Grito homofóbico!”… mis huevos. Lo que pasa es que estamos viviendo una época peligrosamente extrema de lo políticamente correcto, y ¡ay de aquel que se atreva a llevar las contras!

El estúpido coreo perdió su gracia desde el día siguiente en que la porra del Atlas lo vociferó por primera vez, pero ahí seguimos, dale y duro, ¡qué falta de imaginación, carajo! Recuerdo que cuando era niño y me llevaban al estadio de CU a presenciar los partidos del Atlante contra cualquier otro rival, la porra de dicho equipo entonaba la tierna canción de Cri-cri Lindo pescadito cambiando ligeramente su letra: En el agua claaara que brota en la fueeente… chinguen a su madre todos los denfrenteee, dirigida a la porra rival al otro lado del estadio, y ni quien dijera nada, y así, quincena tras quincena, hasta que la broma cayó (y calló) en desuso.

Para no ir más lejos, la otra noche, durante el partido final de la Liga de Campeones de la Concacaf entre Cruz Azul y Monterrey, el partido se suspendió hasta en dos ocasiones un total de casi veinte minutos por el grito “homofóbico” y el subsecuente “protocolo” para castigarlo, hasta que tomé la decisión de mejor irme a dormir.

Hace ya más de cinco años (junio de 2016) envié la siguiente carta a Reforma: “Ehhh...! Aborrezco el alarido "homofóbico" que vomitan nuestras multitudes en los estadios, pero de ahí a permitir que un organismo corrupto como la FIFA coarte nuestra libertad de expresión, media una gran distancia. Terminaríamos por saturar pasillos y túneles de nuestras arenas deportivas con letreros conminándonos a ser respetuosos y guardar silencio, justo como en iglesias y bibliotecas. ¡Qué ridículo!

“Si no fue Voltaire, poco importa, pero yo rubricaría el "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo" que se le achaca.”, y le copié a Sergio Sarmiento, que piensa como yo sobre el particular, y no pudo estar más de acuerdo conmigo: “Buena carta”, me respondió.

Sigo pensando igual que hace un lustro.

¡Mueran los fascistas de la FIFA y la Concacaf!

sábado, 11 de septiembre de 2021

Intimidades de Claudia Sheinbaum

La actual jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, se tituló de física por la Universidad Nacional Autónoma de México con la tesis Estudio termodinámico de una estufa doméstica de leña para uso rural, en 1988, que quizá carezca de todo el glamur de un trabajo científico que se precie de serlo, pero que le alcanzó para continuar por esa senda y recibir el grado de maestra en ingeniería energética con la tesis Economía del uso eficiente de la energía eléctrica en la iluminación, por la misma universidad en 1990, y de doctora en ingeniería ambiental en 1994 con el trabajo Tendencias y perspectivas de la energía residencial en México / Análisis comparativo con las experiencias de conservación y eficiencia de los países de la OCDE, también por la UNAM.

Lo que primero llama la atención es cómo una persona aparentemente tan calificada no pueda estar asesorando en cuestiones de energía a su “jefe”, con tales estudios comparativos contra la OCDE.

Pero lo que a mí más me impresiona es el agradecimiento a su entonces esposo Carlos Ímaz Gispert en la tesis doctoral del 94: “Gracias muy especiales a Carlos por el tiempo, la paciencia, el respaldo, el apoyo, la confianza, el entusiasmo, el aliento, el ánimo, la decisión, por estos años tan padres que hemos pasado juntos y también, por contagiarme cada día de ese deseo y esperanza por el cambio.” (sic). Sí, sí, el mismo Carlos que años después recibiría miles de dólares de manos de su tocayo Ahumada como soborno por futuros favores.

Sobre todo después del desafortunado reconocimiento de Ímaz en su tesis de maestro en sociología por la UNAM cuatro años antes, en 1990, La educación en México a fines del siglo XX: “A Claudia Sheinbaum Pardo debo agradecerle tanto, que no se podría mencionar aquí. Sin embargo debo decir que ella hizo su tesis, crió a la hija, hizo la comida, lavó los platos, paseo a los hijos, participó en el CEU, me aguantó la neurastenia, me dió ánimos y todavía revisó con ojo crítico y enriqueció todos los borradores de la tesis y a ella se debe que no aparezcan algunas de las barbaridades que uno se anima a decir. Como no pudo corregirlas todas, de 1as burradas aquí dichas sólo yo me declaro culpable.” (sic).

Tanto amor duró sólo hasta el 2016, pero, ambos, renunciaron a las ciencias duras y al humanismo en aras de la grilla, con muy diversa suerte para el uno y para la otra. Él, en el ostracismo y el descrédito más absolutos, y ella, en la antesala de la Presidencia de la República.

¡Láaastima, Carlitos! De posible Primer Caballero de la nación a despreciable paria sin rumbo.

sábado, 4 de septiembre de 2021

La sencillez de lo perfecto

Después de leer a Faulkner, mi yo interno reclamó diciéndome que siguiera con algo más sencillo, lo que provocó que acudiera a mi extensa lista de recomendaciones y seleccionara Crucero de verano, de Truman Capote, que a su vez me llevó a consultar en Amazon la disponibilidad del libro. Sin siquiera leer el título, seleccioné el ícono desplegado en primer término y compré, de un solo click, Música para camaleones, del mismo autor. Como vi que la obra estaba bien calificada por un puñado de lectores, no procedí a la devolución, me conformé con lo erróneamente comprado y emprendí su lectura.

Ya había leído de Capote su monumental A sangre fría, incluso en dos ocasiones, y huelga decir que me fascinó, lo cual no obstó para que este “nuevo” volumen resultara una agradabilísima sorpresa. El libro consta de un prefacio, donde el escritor nos platica sus cuitas como autor consagrado, y de catorce relatos cortos de no más de 4-15 páginas cada uno, mediados por una novelita, Ataúdes tallados a mano, al estilo de A sangre fría, basada también en hechos reales, de exactamente 60 páginas de extensión. Una creación maravillosa el libro todo, que puede ser agotado en una sola sentada y de un suspiro.

Siempre he pensado que el mayor invento del ser humano, y del que derivan absolutamente todos los demás, es el lenguaje, porque permite entendernos y nos ha hecho progresar como ninguna otra especie en la historia del universo. Entonces, digo yo, por qué no utilizarlo de manera franca y sencilla como Truman, no como poetas y novelistas inescrutables, y quizá, de esta manera, viéramos multiplicados nuestros progresos a la enésima potencia.

Música para camaleones me hizo recordar a Dublineses, de James Joyce, otra encomiable colección de relatos, y La vida breve, de Juan Carlos Onetti, otro conjunto de relatos, pero éste sí abominable, según yo, sobre todo en su segunda parte, plagada de necedades sin sentido. Insisto, de acuerdo a mi humilde parecer. Como en el caso de Onetti y muchas otras creaciones literarias, un solo relato, Música para camaleones, da título a toda la obra de Truman.

Así pues, al diablo con novelistas enrevesados y complejos como Joyce, Faulkner, Proust, Musil u Onetti, y poetas que no lo son menos como Yeats, Paz, Keats y Gorostiza, y bienvenida la suculenta, fluida y sublime prosa de Capote.

Perdón por el sacrilegio, y ¡salud!