martes, 25 de febrero de 2020

Du yu espik yerman?

Después de varios años, nueve para ser precisos, volví a leer Los Buddenbrook,  la esplendorosa obra de arte de Thomas Mann, autor teutón laureado con el Nobel de literatura en 1929 y para el que influyó en no poca medida para que se lo otorgaran esta creación producida por el genio alemán cuando apenas contaba ¡25 años de edad!, en 1901, y que quizá sea mi libro favorito de todos los tiempos. Recomiendo ampliamente que se lea el escrito de mi autoría  http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2014/07/schopenhauer-filosofo-maldito.html, publicado en estas mismas páginas, también hace muchos años.

El tener nuevamente entre mis manos este libro representó la misma enorme felicidad que se experimenta cuando se tiene el placer de disfrutar una extraordinaria lectura por primera vez, y que uno sabe que le estará acompañando por varias semanas, llegando al extremo de levantarse todos los días con el ánimo fortalecido con el solo recuerdo de la tarea que se emprende y del enorme gozo y beneficio que ello representa. Es curioso, pero cuando releo este párrafo no me parece que incurra en ningún exceso, sino más bien que  me quedo corto al tratar de expresar todo lo que mi espíritu desborda.

Siempre ha merecido todo mi respeto la incomparable cultura alemana, empezando por el deporte, cuando yo era muy joven, y más específicamente por el futbol. Cómo olvidar la inmerecida derrota de mis ídolos en Wembley en la final del Mundial del 66 con un balón que nunca cruzó la línea de gol y que el VAR de nuestros días hubiera hecho evidente. O el convivio con Kissinger en un palco del estadio Azteca para presenciar la caída heroica de los “nuestros” en el Partido del Siglo durante el Mundial México70 (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2007/11/encuentros-inesperados.html). Finalmente, el título mundial frente a Argentina en 2014 en Brasil, después de humillar a los anfitriones con tremenda goleada. Y digo finalmente pues lo de Rusia en 2018 he preferido obviarlo.

Pero, banalidades aparte, la cultura “real” alemana no me ha sido ajena, excepto, vergonzosamente, la música, tal como le ocurre a los Buddenbrook de la novela, que durante cuatro generaciones no se distinguieron por sus dotes en ella, sino hasta la quinta, en que el pequeño y malogrado Hanno empezaba a manifestar una extraordinaria capacidad musical, y ello por influjo de la madre, Gerda, esposa del héroe de la historia, Thomas Buddenbrook, y música consumada en varios instrumentos. Thomas era más bien de gustos simplones en este terreno, lo que provocaba críticas hirientes de parte de aquella. Tan ignorante como yo, pues.

Así, me di a la tarea de elaborar ternas germanas en áreas como la mencionada, donde ubico fácilmente a Bach, Wagner y Beethoven, pero también en filosofía (Kant, Schopenhauer y Nietzsche), ciencia (Gauss, Riemann y Einstein) y literatura (Goethe, Mann y Hermann Hesse). Insisto, penosamente me declaro neófito en lo primero, pero he abordado a los otros nueve del mejor modo posible: como diletante, y es maravilloso.

Mann mismo era un conocedor profundo de la música y durante la novela nos hace ver, sin atosigarnos, su erudición, no así en su Fausto, donde hace gala de dicho conocimiento sin consideración alguna, lo que para un desconocedor como yo lo vuelve insondable en los pasajes donde así se explaya.


Por cierto, mi germanofilia se vio impactada por un acontecimiento muy curioso que me ocurrió el otro día al salir del local de mi esposa en Plaza Galerías Las Torres. Circulaba yo por Juan Alonso de Torres rumbo a la casa cuando, dos carriles a mi izquierda y un poco retrasado, un simpático ranchero, desde el asiento del copiloto de una camioneta, me gritaba:

- ¡Oiga… oiga…! –a lo que yo reaccioné volteando y viendo que aquel sacaba casi medio cuerpo por la ventanilla para hacerse escuchar.

- ¿Si? –le respondí.

- ¿Es de México? –preguntó mi interlocutor muy interesado.

- Sí –contesté muy dubitativamente, no sabiendo si el otro se refería a mí, al coche o al clima.

- Ah –me dijo-, porque parece usted alemán.

- ¡Alemán! –repuse desternillado de la risa-. Ha de ser por mi cabellera aria, ¿no?

- No, no, no, de veras, ya hasta le iba a preguntar: du yu espik yerman? –añadió el sujeto muy seriamente.

Y nos despedimos muy amistosamente, riendo yo todavía y sin entender bien a bien cómo a alguien se le ocurre hacer tan desesperadamente esas observaciones, a voz en cuello y en plena vía pública.

domingo, 16 de febrero de 2020

El planeta azul

En una ocasión cuando yo estaba en prepa, después de una clase de física, continuamos la discusión con el maestro fuera del aula a propósito de un problema que habíamos resuelto poco antes. En un momento dado quise rebatir al docente con una engreída observación: “Pero eso querría decir que la Tierra viaja alrededor del sol a velocidades inimaginables”, a lo que el profesor respondió, bajándome los humos, con un contundente: “¿Y quién le dice a usted que no?”, quedando zanjada la disputa. Y me olvidé del asunto para siempre, igualito que con el enigma de la cara oculta de la luna que me explicaron en primaria y que nunca entendí, hasta que mi hija me obligó a comprenderlo cabalmente, cuando yo ya era un  cincuentón, para que se lo pudiera explicar a ella de apenas ocho años de edad. Es decir, aquel día en la prepa volví a hacer mío el lema del insigne filósofo mexicano Juan Descartes: “Existo, luego pienso”. Nunca mejor aplicado un apelativo al meshica, que por naturaleza descarta todo, hasta pensar.

No obstante, hace poco, durante uno de mis innumerables momentos de ocio, me puse a pensar lo elemental, eso que, por “obvio”, nunca nos planteamos, y quise averiguar la velocidad a la que la Tierra gira sobre su propio eje. Me dije, bueno, si el planeta tiene una circunferencia de 40 mil kilómetros y rota sobre sí mismo esta distancia en 24 horas, entonces lo hace a una velocidad de 40,000/24 = ¡1,667 km/hora! Nada más pensarlo me mareó y me hizo volver el estómago. Sólo espero, añadí, que el mundo no orbite a una velocidad igual de vertiginosa alrededor del sol, el misterio que nunca quise develar en mis años mozos.

¡Qué va! Si la órbita terrestre alrededor del sol tiene una longitud de 930 millones de kilómetros, esto quiere decir que como el mundo recorre dicha distancia en 365 días, lo hace a una velocidad de 930/365 = 2.55 millones de kilómetros/día, esto es, ¡106,164.38 km/hora! O, lo que es lo mismo, ¡29.49 km/segundo! Nada más del vértigo, quería apearme del globo.

Ya entrados en gastos, y sin atreverme a emitir ningún “pronóstico”, quise saber la velocidad a la que nuestra galaxia se desplaza por el universo, pero ahí sí carecía de datos como los anteriores, por lo que acudí a Internet y aprendí que la Vía Láctea se desplaza por el infinito a una velocidad de 2.3 millones de kilómetros/hora, es decir, ¡638.89 km/segundo!

Así que cada uno de nosotros viajamos por el universo a una velocidad agregada de ¡668.84 km/segundo!... y tan tranquilos que nos vemos.

Pero para los nostálgicos, esos que quieren volver una y otra vez al mismo lugar, me permito decepcionarlos, pues lo anterior significa algo aún más dramático: nunca de los nuncas hemos estado más de una vez, qué digo vez, un instante infinitesimal en el mismo punto absoluto del universo, y nunca más volveremos a él.

No cabe duda, todos los días se hace uno consciente de algo interesante e importante en la vida.


lunes, 10 de febrero de 2020

Aseguradoras voraces

Mi esposa, mi hija y yo tenemos una póliza común de seguro de gastos médicos mayores (SGMM) con una compañía grandotota (Grupo Nacional Provincial o GNP), que nos ha brindado “protección” por más de tres lustros (desde 2004). El 20 de febrero de 2019 renové dicha póliza por un año más a un costo, por los tres, de 36,599.73 pesos. En días pasados emitieron ya una factura para la renovación 2020 por un costo de 48,650.50 pesos, es decir, un obsceno aumento ¡del 32.93%! Obviamente, la mayor culpa del cargo la tengo yo con mis 70 años de edad, aunque mis parientas no cantan mal las rancheras. Afortunadamente mi hijo tiene un seguro envidiable de gastos médicos mayores (y menores) de clase mundial en Banco del Bajío, donde trabaja, con coberturas y deducibles sin parangón y, todo, incluido dentro de su paquete de beneficios laborales, esto es, sin prima que pagar. Claro, con una compañía de seguros distinta a la nuestra, más modesta, pero mucho más humana (Atlas, y ya se sabe: con el Atlas, aunque gane).

Pero eso no es todo, pues en caso de un evento o siniestro con GNP, tendríamos que desembolsar, entre deducible y coaseguro, una suma estratosférica que rondaba, hace un año, los 250 mil pesos, no quiero imaginar ahora. Esta fue la razón principal por la que cuando Elena nos dio un susto mayúsculo con su riñón hace poco más de un año y en el Hospital Ángeles me preguntaron que si estaba asegurada, de inmediato respondí que no; acto seguido, me inquirieron sobre cuál sería mi método de pago, y les contesté presentándoles la tarjeta de crédito. Tuve razón; no estaba yo asegurado, ya que el costo total fue por un poco menos de la tercera parte de ese cuarto de millón que me exigía la benemérita GNP.

No sé cuánto dinero he tirado prácticamente a la basura durante los últimos varios años, pero si lo calculamos a un modesto promedio de 30 mil pesos anuales por tres lustros, a una razonable tasa de interés del 6%, estamos hablando de cerca de tres cuartos de millón de pesos que no volví a ver jamás.


Sin embargo, siendo intelectualmente honestos, la póliza -bajo la cual, en un principio, hasta mi hijo estaba protegido- cubría también accidentes y no estaba sujeta a deducibles en este rubro. Desafortunadamente tuvimos que hacer uso de dicha protección en cuatro ocasiones y no tenemos queja (aunque los eventos hubieran quedado saldados con largueza con los ahorros en primas mencionados arriba, en caso de no haber contado con el seguro), por lo que, ante la imposibilidad de pagar la exorbitante nueva suma demandada por GNP para la renovación, solicité a mi agente de seguros que me cotizara mejor una póliza contra accidentes que nos cubriera a los tres, mi esposa, mi hija y yo, pero ¿qué creen? Al tratarse de una nueva pólza, no ya de SGMM, yo ya no sería aceptado por viejo, pues la edad límite son los 65 años, y lo mismo me ocurriría si quisiera mudar de compañía con cualquier tipo de protección. Debiera de estar agradecido con la magnánima GNP de que me aceptara todavía en SGMM por mi antigüedad, pero un cambio de póliza dentro de la misma compañía o una mudanza de cualquier tipo (SGMM o accidentes) a una nueva aseguradora, me dejaría irremediablemente desprotegido. Y ¿qué creen?

Opté por quedar desprotegido y correr el riesgo, o atenderme en el IMSS, que es tanto como eso o algo peor. Elena y Caro continuarán, por su parte, con una póliza contra accidentes, corriendo también el mentado riesgo de algún gasto médico mayor, ni modo, pero la nueva póliza se abate exactamente un ¡90% por abajo! de la del SGMM, y sin deducible.

Elena, indignada, me comenta que cómo es posible que estos buitres no sepan reconocer e incentivar a quienes no les han dado mayor lata durante tantos años, en vez de agasajar a sus enriquecidos agentes en fastuosas convenciones  organizadas en exóticos lugares alrededor del mundo. ¡Ay, Elena! –le respondo-, de lo que se trata es de motivar a estos brillantes winners para que convenzan a carne fresca de que se asegure, no a vejestorios de alto riesgo como yo. Si estúpidos no son, ¡nada de echarle dinero bueno al malo!

Así es, lo van arrinconando a uno contra su esquina hasta que se decide a arrojar la toalla, qué tristeza. Maniobra malévola y calculada, si las hubo, y dictada única y exclusivamente por el lucro.

Por cierto, quien lea regularmente esta columna recordará las de Caín que tuvimos que pasar con otra voraz compañía de seguros, Quálitas, para que se nos pagara el coche del que despojaron violentamente a mi hijo en agosto del año pasado.

jueves, 6 de febrero de 2020

La transa de las pensiones

Yo me jubilé en octubre de 2009, bajo la ley del Seguro Social 73 (LSS 73), cuando cumplí 60 años de edad. Como dejé de cotizar en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en 1995, al que me afilié en 1966, tuve que reactivar mis derechos cotizando de mayo de 2008 a la fecha de mi jubilación. Pero en 1997 se promulgó una nueva ley (LSS 97) que establecía, en un artículo transitorio, que las pensiones serían calculadas a partir de ese año en base a 15 salarios mínimos (SM) para quien hubiera cotizado a ese nivel, límite que se incrementaría año con año en un SM hasta llegar a un máximo de 25 SM en 2007.

Pues bien, como mis salarios de cotización al IMSS databan de una fecha anterior a 1997, mi pensión fue calculada en base a 10 SM, como lo establece la LSS 73, muy a pesar de que mi salario de cotización siempre estuvo topado a 25 SM, excepto en 2008-2009, en que sólo lo estuvo a 5.66 SM. Sin embargo, para quien se jubila después de 1997 y con sus cinco últimos años de cotización posteriores a esa fecha, digamos 2007 en adelante, su pensión se calcula en base a 25 SM si cotizó a ese nivel, muy a pesar de que la LSS 73 diga otra cosa (10 SM), como lo acaba de establecer en una jurisprudencia –impecablemente, por cierto- la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Como a mí me pareció sumamente injusta esta discrecionalidad, entablé, en aquel entonces, una demanda contra el IMSS ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje (JFCA) vía la Procuraduría federal de la defensa del trabajo (Profedet), que después de casi cuatro años de intensa lucha gané al Seguro y mi pensión fue recalculada en base a 25 SM (1991-1995) y 5.66 SM (2008-2009), y se me compensó retroactivamente todo lo que el Seguro me adeudaba de esos años.

Si ya de por sí es injusto que se calcule una pensión en 2009 con base en los cinco últimos años de cotización y salarios mínimos vigentes en 1991-1995 en vez del vigente el año de jubilación, ya imaginarán la miseria si la misma se topa a únicamente 10 SM.

No es ninguna sorpresa, entonces, que la parte que mayormente contribuyó para el monto de mi pensión fueran los 5.66 SM que coticé durante la parte final de mi vida laboral. Esto, por la forma arbitraria y desventajosa para el pensionado en que se calcula la cesantía en edad avanzada, es decir, en mi caso, salarios mínimos de los años 1991 a 1995 del orden de 13.30, 14.27, 15.27, 16.34 y 18.30 pesos diarios, no los casi 60 que regían en 2009 y que reflejarían de mejor manera, aunque aún injusta, el incremento en el costo de la vida. En fin, ¡salarios mínimos de aquella época y únicamente diez!


¿Cómo es que el IMSS calcula la pensión sobre 25 SM a pesar de que la ley seleccionada claramente marca 10? ¡Misterio insondable! ¿Por qué el mismo IMSS, en mi caso, sí se avino a este límite inferior muy a pesar de que solicité mi pensión el 29 de octubre de 2009, ya con la nueva normatividad vigente, y cuando la mayor parte de mi trayectoria laboral coticé al tope de 25 SM? ¿Será porque las cotizaciones correspondientes se dieron antes de 1997, como ellos alegan, a pesar de que no cuenten con ninguna ley escrita que claramente lo establezca? ¡Misterio dos veces insondable!

Quizá la estratagema, la coartada, con la jurisprudencia de la SCJN  sea que cuando los afectados acudan a los tribunales, éstos se laven las manos afirmando “lo siento, existe una jurisprudencia que, aunque no obliga al Seguro -como afirmó Zoé Robledo hace poco-, para nosotros es de observancia obligatoria”. Y hazle como quieras.

Por lo pronto, si esto hubiera ocurrido cuando yo peleaba mi caso, lo hubiese perdido irremisiblemente. ¿No será que ante el gravísimo problema de las pensiones que se avecina en México -¡que ya tenemos encima, pues!- la 4T y la SCJN morenista se estén poniendo de acuerdo para “judicializar” el mayor número posible de peticiones de pensión y que el derechohabiente, al saber perdido su asunto, se avenga a lo que le ofrecen sin presentar mayor pelea?

Puede ser… puede ser.