Con esto en mente, me puse en contacto con la representación en León del Inegi para explorar la posibilidad de conseguir una copia “perdida” de este libro publicado por el Instituto en 2012 bajo la égida de Eduardo Sojo Garza-Aldape, pero me salieron con el tan mexicano y consabido no-hay que tan de moda puso el comediante Héctor Suárez hace ya muchos años.
- Oiga, señorita –inquirí-, ¿pero ni siquiera en sus oficinas centrales en Aguascalientes sería posible conseguir una copia?
- No, no hay en ninguna parte, señor –me respondió.
Tal vez en la época del Dr. Sojo no me habría topado con una respuesta tan tajante, pues él hizo de ésa, una institución de excelencia. Pero como nunca me he conformado con rezarle nada más a los santos sino acudir al auxilio de Dios mismo, traté de imaginarme cuál sería el correo electrónico de Eduardo Sojo, ahora al frente del Iplaneg en Guanajuato, equivalente regional del Inegi nacional, y concluí que con toda seguridad debería ser esojo@guanajuato.gob.mx, pero para no errarle, decidí copiar a Silvia Edith González Padilla, su Directora General de Información y Participación Social, en el mensaje que le envié el domingo 4 de marzo solicitándole una copia de libro de Heath, dándole tiempo para que me contestara al día siguiente, lunes 5. Erré en mi adivinanza del correo de Sojo, pero hice diana con Edith González, pues ¡el mismo domingo en la noche me contestó! Me dijo que con mucho gusto le haría llegar mi solicitud al Dr. Sojo, y me deseaba un excelente inicio de semana.
No habían transcurrido ni 24 horas y el lunes en la noche me decía que el Dr. Sojo la había apoyado en sus gestiones ante el Inegi para conseguir una copia del libro y que el martes 6 lo tendría ella en su oficina, que adónde me lo enviaba. Para no hacer el cuento largo, el martes me dijo que ya tenía el libro en su poder y que el miércoles 7 un enviado del Iplaneg se estaría comunicando conmigo a mi celular para entregarme la obra en mi domicilio, lo cual ocurrió ese día hacia las 10:15 de la mañana. Todo esto, sin ningún costo, como única y noble respuesta a la petición de un “estudioso” que buscaba desesperadamente el libro.
Tal vez todo este asunto parezca intrascendente, pero no lo es, y si ejemplo tal de civismo y pundonor no basta para que uno se reconcilie con el género humano, ¿entonces qué sí? Esta manera de ayuda desinteresada, eficiente y generosa, sin ni siquiera conocer al otro, lo lleva a uno a pensar qué no estarían dispuestos a hacer estos maravillosos seres humanos en un caso de mayor relevancia y gravedad. La ofrenda de la propia vida, creo yo.
Muy bien, ahora, a disfrutar la lectura y estudio del libro de don Jonathan.
¡Mil gracias, mis ángeles guardianes!