Literalmente. El mexicano común y corriente no lee ni la caja del cereal
mientras desayuna, no digamos ya medio libro o tres o ¡seis! al año. Lo que
pasa es que no le gusta que lo tomen por ignorante cuando le preguntan si está
acostumbrado a leer y cuánto lee. No hace falta más que observar los hábitos y
costumbres de los que nos rodean, familiares y amigos, para llegar a tan
aterradora conclusión.
Hace aproximadamente 15 años me propuse desarrollar en mí el hábito y la disciplina de la lectura, no porque antes no leyera: lo hacía, y mucho, de manera irregular y sin ningún método, pero a partir de esa fecha me propuse leer media hora en la mañana y media hora por la tarde todos (y remarco todos) los días, lo que me permite disfrutar de alrededor de veinte páginas de buena literatura cada día. Es decir, más de siete mil páginas al año, esto es, más o menos veinte libros con un promedio de 350 páginas cada uno durante dicho periodo.
Lo importante es no fallar. Y no se puede fallar, pues aunque uno modifique sustancialmente su ritmo de vida, ya sea por viaje, enfermedad o cualquier otro imponderable, siempre podrá disponer de cuando menos una hora al día para devorar veinte páginas. Y no hablo sólo de novelas, pues se pueden cubrir un sinfín de géneros: cuento, teatro, ensayo, filosofía, sociología, ciencia.
Y lo más importante: una vez adquirido el hábito, cuesta muchísimo más trabajo abandonarlo que el que nos tomó adquirirlo. Es imposible perder la disciplina. Únicamente hay que atreverse.
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