jueves, 27 de octubre de 2016

Teoría de la relatividad para "dummies"

El espacio euclidiano de tres dimensiones, llamémosle E3, con el que nosotros estamos familiarizados, se corresponde uno a uno con las coordenadas cartesianas (x, y, z) que hemos manejado de toda la vida en la escuela, con una métrica basada en el teorema de Pitágoras, que nos proporciona la distancia del origen a ese punto como la raíz cuadrada de x**2 + y**2 + z**2.

Sin embargo, existen otros espacios que “se acomodan más” a la “realidad real” de nuestro mundo y con una “métrica” que no lo es en el sentido estricto del término y que, aunque parecida a la arriba mencionada, difiere fundamentalmente de ella, y la llamamos por tanto seudopitagórica, pues además de introducir una variable adicional, el tiempo, y venirnos dadas en consecuencia sus coordenadas por (t, x, y, z), la “distancia” del origen a este punto se calcula mediante la raíz cuadrada de t**2 – x**2 – y**2 – z**2. Este espacio es el minkowskiano y en él no vale, por ejemplo, la desigualdad del triángulo, que establece que la suma de las longitudes de dos de sus lados es siempre mayor que la longitud del tercero.

Esta geometría se acopla maravillosamente a la teoría de la relatividad especial de Einstein, cuyo ejemplo paradigmático es la conocida paradoja de los gemelos, que establece que si dos gemelos, A y B, parten en un viaje “por el tiempo” a la vez, pero el primero lo hace también a través del espacio, desplazándose 4 unidades en la dirección de x, suponiendo, por simplicidad, y y z de cero, en un tiempo de 5, mientras B permanece inmóvil, y A emprende el regreso para reencontrarse con B 5 unidades de tiempo adicionales después, es decir, si A viaja partiendo de (0, 0, 0, 0) hasta (5, 4, 0, 0) y “regresa” a (10, 0, 0, 0), de donde B no se ha “movido”, pues para él sólo habrá transcurrido el tiempo, entonces, aplicando la fórmula del espacio minkowskiano, A se habría desplazado primero una distancia de raíz cuadrada de 25 menos 16, esto es, raíz cuadrada de 9, que es 3, y luego de ahí a (10, 0, 0, 0) una distancia de raíz cuadrada de (10 – 5) al cuadrado menos (0 – 4) al cuadrado, es decir, raíz cuadrada de 25 – 16 = 3, o lo que es lo mismo, A habría viajado una “distancia” de 3 + 3 = 6, en tanto que B se habría “desplazado únicamente” raíz cuadrada de 10 menos 0 al cuadrado, o lo que es lo mismo 10.

Pero como B no se ha desplazado más que en el tiempo, estas cifras nos están dando sólo una medida de éste y, por lo tanto, el hecho de haber viajado A a través del espacio, le ha representado ¡envejecer a un ritmo 40 por ciento menor que su gemelo B: 6 contra 10! ¡Sorprendente! En consecuencia, si el periplo completo es de 100 días, A sólo habrá envejecido 60. Aquí se demuestra palmariamente que la desigualdad del triángulo no es válida en la relatividad especial, pues la suma de los lados (0, 0, 0, 0) a (5, 4, 0, 0) y (5, 4, 0, 0) a (10, 0, 0, 0) ¡es menor que la “distancia” de (0, 0, 0, 0) a (10, 0, 0, 0)!

Como verán, la relatividad especial es “fácilmente” explicable y entendible, pero qué pasa con la relatividad general. Veamos.

Como dice Tim Maudlin en el magnífico tratado Filosofía de la física, de su autoría, que acabo de leer (FCE, 2014), la relatividad general es una teoría de la gravedad que incorpora la explicación cualitativa de la estructura espacio-tiempo que acabamos de hacer. Puesto que la gravedad introduce un nuevo elemento en que todo objeto en reposo en tierra se encuentra en realidad en una trayectoria curva en el espacio-tiempo, un reloj en tal situación en el piso registrará un tiempo menor que otro en caída libre lanzado hacia arriba con la suficiente fuerza para que alcance al primero en el suelo, digamos, un minuto después, ya que los objetos en caída libre siguen trayectorias rectas y, por lo que vimos para el caso de la relatividad especial, éstas representan un tiempo transcurrido mayor. Ésta es una maravillosa predicción empírica de la relatividad general que resulta ser cierta.

Como dice el “colega” Vicente Aboites, no hay nada que se compare con el enorme placer de entender una teoría científica, o escuchar una pieza musical, o ver una buena película, o leer un buen libro, o en fin, diría yo, disfrutar una comida con una saludable copa de vino tinto en la mano. ¡Gracias, Tierra, por estos incomparables placeres!

jueves, 13 de octubre de 2016

La vida


Fugaz e imperceptible interrupción

de la eternidad de la nada

en el infinito escenario del Universo

Ni la caja del cereal

Literalmente. El mexicano común y corriente no lee ni la caja del cereal mientras desayuna, no digamos ya medio libro o tres o ¡seis! al año. Lo que pasa es que no le gusta que lo tomen por ignorante cuando le preguntan si está acostumbrado a leer y cuánto lee. No hace falta más que observar los hábitos y costumbres de los que nos rodean, familiares y amigos, para llegar a tan aterradora conclusión.

Hace aproximadamente 15 años me propuse desarrollar en mí el hábito y la disciplina de la lectura, no porque antes no leyera: lo hacía, y mucho, de manera irregular y sin ningún método, pero a partir de esa fecha me propuse leer media hora en la mañana y media hora por la tarde todos (y remarco todos) los días, lo que me permite disfrutar de alrededor de veinte páginas de buena literatura cada día. Es decir, más de siete mil páginas al año, esto es, más o menos veinte libros con un promedio de 350 páginas cada uno durante dicho periodo.

Lo importante es no fallar. Y no se puede fallar, pues aunque uno modifique sustancialmente su ritmo de vida, ya sea por viaje, enfermedad o cualquier otro imponderable, siempre podrá disponer de cuando menos una hora al día para devorar veinte páginas. Y no hablo sólo de novelas, pues se pueden cubrir un sinfín de géneros: cuento, teatro, ensayo, filosofía, sociología, ciencia.

Y lo más importante: una vez adquirido el hábito, cuesta muchísimo más trabajo abandonarlo que el que nos tomó adquirirlo. Es imposible perder la disciplina. Únicamente hay que atreverse.

Suicide at the Tower

After frustrating seven months of a “job” in the worst place to work in the world, Mexican bureaucracy, I decided to travel by train some cities in Europe with my children and my wife. At the end, we decided to extend our trip to Paris, where we had stayed in the past a couple of times. My son, a 9-year-old boy then, still kept that strange fascination the Eiffel tower caused on him from the very beginning, and again, as in the first time, he wanted to go every day, to have a look, at least.

My mood was not the best at all after anguishing experiences of treason and disloyalty while I “served the State”, but Paris had helped to palliate it a little. However, once in the tower, after walking along the Sienna, I felt an uncontrolled impulse to climb the pedestal on which one of the legs of the iron monument rests, which I easily got helped by the stony conformation of it. At the beginning, my children thought I was just kidding and I only wanted them to take me a picture before the authorities came. From there, however, it wasn’t a challenge to me to start climbing the leg itself. I did it with a blind impulse and the firm desire to take some distance from whoever tried to avoid it. My wife and the children, used to my strange conduct patterns, although nothing of the proportions of the one I attempted now, started to shout for somebody to impede this crazy adventure.

A few minutes later, a 6-men firefighters squad tried to reach me following the path I’ve traced, but the distance seemed impossible. The man in front of the others, although I didn’t understand him, I learned from his gestures and words was trying to convince me to please stop, to come back and avoid any damage to my person. However, it was a decision taken by me the night before, when I stood up while my family slept and I went to the hotel lobby to write some goodbye lines to my children and my wife. The same way as the man talked to me in French, I emphatically and with resolution responded him in Spanish not to insist.

-Understand -I said-, I’m determined, I’m fed up to make life impossible to the ones around me, but above all, I’m fed up to make it impossible to myself, it’s been more than fifty years trying to leave the depression darkness. It is not something that suddenly happened, it is a decision consciously taken due to void existence. Besides, it’s my fervent desire all the people down there to witness I’m doing this willingly.

In the mean time, the ticket office to visit the tower had been closed and police surrounded the zone without impeding people to be as close as they wanted.

Once I reached tower’s first stage, I pull out my jacket in which pockets I had kept the writings to my daughter, my son, and my wife, and threw it into the void. A panic shout emerged from the crowd’s throat, followed by a relief laugh when they realized it’d been the jacket what had fell on the floor. However, almost immediately after, I also threw myself into the void. The crowd couldn’t stop a harrowing cry out from their mouths, while I clearly saw the hard floor reaching my head, at the same speed one collapses at the sloppiest fall in a roller coaster. Finally, for a nanosecond, I felt how my skull shattered and my bowels burst.

Women in the crowd hysterically cried by the impression, while men didn´t believe what they were watching, and everybody seemed devastated.

A kind of phantom came out of the inert mass of bones, viscera, blood, and remains, and it posed inside of me, who, among the crowd, astonished contemplated the outcome of the tragic event in which destiny made me “participate” and witness.

The following day, Wednesday, April 30, 2003, lost on page 11 of LE FIGARO, a brief anonymous note, Suicide at the Eiffel tower, was published about a not less anonymous individual: A man committed suicide around 5 pm yesterday jumping from first stage of the Eiffel tower, after evading the protection bars installed in the monument. It’s the first suicide committed this year from the heights of the Paris monument.

Since then, I’ve “survived” some other similar situations, still waiting for my chance.

miércoles, 12 de octubre de 2016

A propósito de Luis González de Alba

El viernes 13 de diciembre de 1968 me tocó presenciar uno de los actos de mayor soberbia política y autoritarismo de que tenga yo memoria, no sólo por estar demasiado frescos los acontecimientos del histórico octubre anterior, sino por la desmedida muestra de fuerza bruta y amedrentamiento que sean dados imaginar.

Tenía yo apenas 19 años cumplidos y había terminado la prepa en una escuela para “señoritos” en junio de ese año, y no era aconsejable esperar hasta abril del 69 para iniciar mis estudios profesionales en la Facultad de Ciencias de la UNAM. De tal forma se habían desquiciado los fechas académicas con la implantación de un nuevo calendario en las escuelas y el movimiento estudiantil que decidí acudir de oyente a mi querida Universidad. Pero para ese día habían anunciado una magna concentración ahí tratando de revivir lo irrevivible.

Como en aquel entonces todavía no comenzaba a quitárseme lo “catrincito”, decidí abordar mi Insurgentes-Bellas Artes en la terminal de camiones de la UNAM y marcharme de inmediato. Para cuando me decidí  a empezar a contar las tanquetas con soldados que circulaban en sentido contrario al mío sobre la avenida era ya demasiado tarde. Aun así, logré contabilizar más de cien vehículos militares y un número mucho mayor de soldados. Obviamente, ese día “nada” ocurrió en la Universidad ni en el resto del país. Era el certificado de defunción oficial de un movimiento “muerto” dos meses antes. Los entrecomillados son con toda intención, pues incluso para una conciencia tan sedada como la mía “todo” ocurrió y  yo “resucité” a un mundo para mí desconocido.

Y en ello jugó un papel primordial mi amada Universidad. Todavía recuerdo cómo el 1 de enero de 1970 los reos del fuero común fueron lanzados como perros de caza sobre los presos políticos en Lecumberri, sin que se hayan tenido que lamentar pérdidas irreparables, afortunadamente, y cómo los más importantes de ellos fueron ¡deportados a Perú! al año siguiente. En mayo de 1971 los indultaron y los regresaron a México, apenas a tiempo para que, a fuerza, participaran en el otro gran ícono de los movimientos estudiantiles de México un mes después.

Me acuerdo cómo en un auditorio de la Facultad de Ciencias totalmente atiborrado, en el que hasta el zumbido de una mosca hubiera podido ser escuchado ante el silencio expectante que precedió a la toma de la palabra por Gilberto Ramón Guevara Niebla, éste intentó justificar su postura de no acudir ese 10 de junio por la tarde a la manifestación que tendría lugar en San Cosme. El pretexto, decía, había desaparecido, pues Eduardo A. Elizondo había renunciado a la gubernatura de Nuevo León y apenas el día 5 se había aprobado una nueva ley orgánica para la Universidad Autónoma de Nuevo León que ponía fin a un conflicto para cuya resolución se había solicitado el apoyo de otras universidades. No obstante, el afán inconsciente de la juventud de confrontar al asesino de tres años atrás, ahora en la Presidencia, era grande, y la asamblea de la Facultad votó asistir a la manifestación. Guevara Niebla y demás celebridades del 68 no tuvieron más opción que manifestarse, con las lamentables consecuencias que todos conocemos. Bueno, casi todos, ya que Carlos Fuentes, junto con muchos otros intelectuales, como Ricardo Garibay, nunca se enteró y hasta justificó al sátrapa. Y así murió, idolatrándolo.

Mi entusiasmo por asistir a esta última manifestación se vio frustrado cuando, después de recoger a mi hermana en la escuela, recorrí todo San Cosme para llegar a mi casa en Clavería. Así como el despliegue del ejército el 13 de diciembre de 1968 que menciono fue impresionante y ominoso, lo era ahora el de agentes embozados en las escaleras del cine Cosmos, en la Normal y en toda la ruta que más tarde seguirían los estudiantes, además de las fuerzas policiales distribuidas a todo lo largo de la avenida. Me espanté y no asistí, y toda esa tarde desde mi casa no dejé de oír el incesante ulular de sirenas desde y hacia el Hospital Rubén Leñero.

Cuando al día siguiente en la Facultad le comentábamos en corro a Guevara Niebla lo que había dicho el otoñal y ya desaparecido “revolucionario” Zabludovsky la noche anterior, se lamentaba: “otra vez, como en el 68, de víctimas a victimarios”. El mismo Guevara que, junto con Raúl Álvarez Garín, del Poli, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, de Chapingo, y Luis González de Alba, formaba parte, de acuerdo a algún pasaje de La Noche de Tlatelolco, de Poniatowska, de la cuarteta de líderes más visible y prestigiada del movimiento estudiantil del 68.

Cuando a veces me cuestiono la influencia real que todo esto ha tenido en un país aún tan retrasado como el nuestro y con trácalas políticas tan obvias como las que vivimos cotidianamente, no puedo más que decepcionarme un mucho con la obvia respuesta, pero al menos con el cambio que obró en mí y con la nueva manera de pensar que he logrado transmitir a los míos, de edades similares a la que yo tenía en aquel entonces, me doy por bien servido. Al menos, digo yo, caminé la ruta inversa que transitó Guevara, quien fue ¡cooptado por el régimen priísta de Salinas de Gortari! en 1992 como subsecretario de educación básica de la SEP, el mismo puesto negociado que varios lustros después ocuparía Fernando González, yerno de la abominable Gordillo. ¡Vivir para creer!

La cura de Schopenhauer

En algún cumpleaños pedí que me obsequiaran un libro con cuya referencia me había topado poco tiempo antes: Economía y sociedad, de Max Weber. Carolina, mi hija, satisfizo mi deseo. Sin embargo, este texto, de más de mil 400 páginas, resultó una abigarrada prosa para eruditos en sociología, ciencia humanística desconocida por mí. Tras un fallido intento de hincarle el diente, desistí y me comuniqué a la librería del Fondo de Cultura Económica, editorial responsable de la publicación de la obra, para solicitar el canje del costoso libro por varios otros más accesibles a mi ignorancia. De buen talante, aceptaron mi propuesta.

Entre los libros que seleccioné a cambio se encuentra uno que un amigo, sabiendo de mi pasión por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, me recomendó y que encontré casualmente cuando despreocupado buscaba las obras objeto de la permuta: Un año con Schopenhauer (editorial BOOKET, 2008), traducción desafortunada del título en inglés de la obra de Invin D. Yalom Schopenhauer's cure. No sin cierta reticencia, me llevé el libro -junto con los otros para los que me alcanzó el canje-, pues hace varios años había ya leído del mismo autor El día que Nietzsche lloró, recomendado por el siquiatra que por entonces me atendía, y no dejó mayor huella en mí. El siquiatra tampoco, por cierto. Un anciano que casi se me dormía durante las sesiones de terapia y que se tenía que levantar a orinar frecuentemente.

De entrada me entusiasmé con la lectura de la novela, ya que ésta hace referencia a Los Buddenbrook, de Thomas Mann, y menciona como pilares del pensamiento filosófico a Platón, Kant y Schopenhauer, todos ellos, de alguna manera, viejos conocidos míos. Ya en dos anteriores artículos dejé constancia de cómo Schopenhauer ejerció una influencia determinante en el personaje central de la obra de Mann (Schopenhauer, filósofo maldito) y cómo Platón despertó en mí viejos recuerdos (Beber la cicuta).

La sola mención del encabezado del capítulo (41, libro cuarto, segundo volumen) de la obra de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, que causa honda impresión en Thomas Buddenbrook, explica el éxtasis en que éste cae, enfermo incurable y obsesionado con su ya próxima muerte: Sobre la muerte y su relación con el carácter indestructible de nuestro ser en sí.

Pues bien, en la novela que ahora comento, uno de los dos personajes centrales es un psicoterapeuta de grupo al que se le ha diagnosticado cáncer mortal de piel (melanoma) y se le da un año más de vida. El otro es un misántropo erudito, fanático de Schopenhauer y que por azares del destino cae en la terapia de grupo del primero, como requisito previo para llegar a ejercer él mismo como "terapeuta filosófico", el cual invita a aquél a una conferencia universitaria que impartirá a sus alumnos y en la que el tópico es precisamente el que causa conmoción en Thomas Buddenbrook, pues nota que éste y el terapeuta comparten un mismo destino.

Schopenhauer's cure (prefiero llamarla así) es una magistral descripción de una terapia de grupo, con la típica serie de conflictos y agresiones que se dan al interior de estos grupos, y las desgarradoras angustias personales de cada uno de sus miembros. Fue como transportarme en el tiempo a aquellos días en que yo mismo estuve involucrado durante nueve meses en uno de tales grupos hace más de 40 años y descritos en el artículo mencionado anteriormente: Beber la cicuta.

Kant decía que la realidad es alterada por nuestros sentidos y lo que finalmente captamos es algo muy distinto a ella, en tanto que Schopenhauer afirmaba que, por ello, era mejor partir de nuestro interior o lo que él llama la experiencia inmediata. Y éste es también el punto de vista del misántropo de nuestra novela. Por eso renuncia a todo contacto con la gente y se dedica al estudio de la filosofía y al disfrute del arte, de la música, justo como Schopenhauer hizo, quien todos los días tocaba la flauta poco antes de comer. Este aislamiento, junto con el estudio y el disfrute de la música es, finalmente, lo que le da nombre al libro: la cura de Schopenhauer.

Sin embargo, alguien le dice al personaje de la novela, debido a todos los problemas personales que ahí quedan asentados, que lo que ahora necesita es la cura de la cura de Schopenhauer, como a final de cuentas lo experimentó el mismo Schopenhauer, a quien la fama le llegó unos pocos años antes de su muerte y tuvo, por fuerza, que socializar. Fue así como, después de una larga vida de aislamiento y soledad, tuvo hasta que convivir con una escultora, encargada de elaborar su busto, por dos meses. Menciona Schopenhauer que sentía como si esta dama fuera su esposa. Él, que nunca se casó y que se distanció hasta de su madre y de su hermana después de que su padre se suicidó años antes.

Yo en lo personal,  me siento a gusto con mi aislamiento, únicamente me faltan la erudición y el goce del arte que poseía Schopenhauer. Creo que una vez que supere estas deficiencias, yo también me sentiré aliviado y renunciaré a una eventual búsqueda de la cura de este bendito alivio. Me encanta mi soledad.

Todos somos genios, pocos son virtuosos

Uno de los libros que más me ha deleitado y resultado de utilidad en los últimos años es El edificio de la razón / El sujeto científico, de Jaime Labastida (Siglo XXI editores, 2007), pues me ha puesto en perspectiva el mundo de la filosofía a través de sus diversos creadores, desde la antigüedad hasta nuestros días.

El pasaje del libro de Labastida que más me gustó es en el que hace énfasis en uno de los diálogos de Platón, el de Menón, a propósito de que todo ser humano nace con ciertas capacidades intelectuales intrínsecas, por más ajeno que éste se encuentre de ellas. Para demostrarlo, Sócrates hace llamar al esclavo de Menón para, por medio de sencillos razonamientos, llevarlo a comprender un problema matemático complejo, ante el azoro y deleite de ambos, Menón y su esclavo.

Aunque don Jaime lo describe con exactitud, excitó mi curiosidad de tal forma que decidí releer la fuente original, por supuesto no el texto griego sino el incluido en la edición de los Diálogos de la colección Sepan cuántos, de Porrúa. En síntesis, le pide Sócrates al esclavo de Menón que le diga cuál es el área de un cuadrado cuyos lados miden dos unidades cada uno, a lo que el esclavo responde, sin vacilar, cuatro. Entonces Sócrates le inquiere cuál sería el área si duplicáramos la longitud de cada lado. El esclavo, sin dudarlo de nuevo, le responde rápidamente que 16, pues entonces el cuadrado mayor estaría conformado por cuatro cuadrados idénticos al original.


Muy bien, y si quisiéramos obtener un cuadrado de área 8, ¿cómo le haríamos? Bueno, sería de un tamaño intermedio entre el menor de área cuatro y el mayor de 16. Perfecto, reduzcámosle entonces una unidad por lado al cuadrado mayor. Tendríamos así uno de área 9, de tres unidades por lado, tan sólo un poco mayor del que se nos pide, ¿no es cierto? A todo esto, el esclavo daba seguimiento lúcidamente, asintiendo firmemente y sin la menor sombra de duda.

Sin embargo, era claro, incluso para el esclavo, que por este método no llegaríamos al cuadrado requerido, pues al reducir una unidad más por lado llegaríamos al cuadrado original de longitud dos por lado y área cuatro. ¿Cómo proceder entonces?

Aquí es donde interviene Sócrates para probarle a Menón que un individuo con escasa preparación es capaz de entender un problema complejo con tan sólo los atributos de que lo ha provisto la naturaleza. Le dice al esclavo: tomemos el cuadrado mayor, el de área 16, es decir, el conformado por cuatro cuadrados menores de área cuatro cada uno, y elijamos uno de éstos. ¿Qué ocurre si trazamos en su interior una diagonal que lo divida en dos triángulos idénticos? Cada uno tendrá un área de dos, ¿no es verdad?, inquiere Sócrates al esclavo, a lo que éste responde afirmativamente sin mayor sorpresa. Y si hacemos lo mismo con el resto de los cuadrados menores, de tal forma que las diagonales de todos ellos conformen un cuadrado en diagonal en el interior del cuadrado mayor, ¿qué área tendría este nuevo cuadrado? El esclavo responde, con sorpresa y admiración, sin vacilar siquiera, ¡ocho! Había descubierto, sin ser consciente de ello, pues nadie hasta entonces sabía lo que era un número irracional, un cuadrado cuyos lados tenían, cada uno, una longitud de raíz cuadrada de 8.

Desde luego que Sócrates iba más allá de la “simple” cuestión matemática, pues el nombre completo del diálogo de Platón es Menón o de la virtud. Lo que Sócrates quería probar es que, a pesar de que el humano en general está diseñado para comprender problemas complejos con las simples herramientas que la naturaleza le proporciona de nacimiento, “la virtud no es natural al hombre,... no puede aprenderse, sino que llega por influencia divina a aquellos en quien se encuentra”. Y concluye: “antes de indagar cómo la virtud se encuentra en los hombres, emprendamos indagar lo que ella es en sí misma”.

Es maravilloso comprobar cómo las lecturas se encadenan y sentir el enorme placer y conocimiento que proporcionan. Gracias a Labastida, por la divulgación de la filosofía, y gracias a Sócrates y Platón, por su sabiduría milenaria y más actual que nunca, pues, como don Jaime apunta al final de su hermoso libro, haciendo una recapitulación de lo que y de quienes en él ha platicado, “somos herederos de la razón filosófica helena, del sujeto racional moderno y, en realidad, del sujeto universal que ha sido levantado a lo largo de los siglos. Prevalecerá la razón. Habrá de prevalecer, en la estructura mental de nuestra sociedad, la razón; se guardará el juicio crítico. Heráclito y Platón, Sócrates y Spinoza, Aristóteles y Descartes, Leibniz y Kant, Hegel y Marx, Galileo y Newton, Hume y Buffon, Humboldt y Darwin, Locke y Berkeley, Smith y Ricardo, Freud y Lacan, Einstein y Heisenberg, los padres nuestros que están en la Tierra.”

Mi General

Alfredo ‘El Mochomo’ Beltrán Leyva envió un mensajero al Comandante de la Novena Zona Militar en Culiacán, Sinaloa, general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, ofreciéndole tres millones de dólares mensualmente con tal de que lo dejara operar con toda libertad en la región. Este dinero provendría, en partes iguales, de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, Ismael ‘El Mayo’ Zambada y él mismo, de a millón por cabeza. El general Hidalgo rechazó el ofrecimiento, lo que ocasionó amenazas de muerte por parte del famoso narcotraficante.

Poco tiempo después, ‘El Mochomo’ le dijo a su cómplice que no era necesario seguir insistiendo con el general, pues ya algún superior suyo había aceptado la oferta, pero Beltrán Leyva quiso darle un escarmiento a aquél y ordenó que destazaran algunos perros y arrojaran sus restos en la barda perimetral de la Zona Militar con mensajes intimidantes, que nunca llegaron a concretarse.

Esta información la extraje del periódico de San Luis La Razón, de apenas el 5 de agosto de 2015.

Lo anterior viene a cuento porque me hizo recordar mis años infantiles y los primeros de mi juventud, pues el en aquel entonces cadete del Heroico Colegio Militar, Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, había sido de niño alumno de mi tía en una primaria federal, a la que yo también asistí como preparación a mi entrada ya formal a una escuela particular. Rolando vivía en la colonia San Álvaro y yo en la Clavería, ambas en la delegación Azcapotzalco de la ciudad de México. El vivía enfrente del jardín principal de aquella colonia y tenía un padre, también general, sumamente estricto. Alguna vez que casualmente pasé enfrente de su casa me percaté cómo éste lo disciplinaba con extrema severidad.

Cierta ocasión, jugando futbol en una cancha de la parroquia de la Inmaculada Concepción, también en Clavería, coincidimos, sin conocernos, en el mismo equipo. Ante una agresión bastante artera de un rival contra mi persona y no estando en disputa el balón, Rolando no dudó en entrar en mi defensa en contra de aquél y de su prepotente hermano, que lo “defendía”. Ante mi acobardamiento y no obstante ser yo más o menos de la misma edad que él, de los dos dio cuenta con gran facilidad a pesar de su aparentemente menudo físico. Ya desde aquel entonces mostraba una recia y distinguida personalidad.

Volví a coincidir con él siendo yo recluta del Servicio Militar Nacional en el centro de adiestramiento de la prepa cuatro en el deportivo Plan Sexenal, bajo las órdenes del capitán Mauro Delgado Soto. Mientras los reclutas estábamos en marcial descanso, Hidalgo Eddy llegó a visitar al capitán Delgado y se escucharon leves susurros de burla a propósito de no recuerdo qué. Delgado tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para contener a Rolando que se quería abalanzar sobre todos nosotros y aniquilarnos. Una vez que éste se hubo marchado, aquél nos dijo que éramos muy afortunados al desconocer de lo que el teniente Hidalgo Eddy era capaz, que nos habíamos comportado cobardemente.

Varios años después, siendo yo empleado de IBM de México, fue jefe mío otro capitán del Ejército Mexicano, Alejandro Urías Mora, qepd, y condiscípulo del multicitado Hidalgo Eddy en el Colegio Militar. También lo tenía en alto aprecio y elogiaba sus virtudes, aunque decía que tanto él como Delgado Soto “estaban medio locos”.

Todos estos recuerdos se agolparon en mi mente cuando el general Hidalgo fue nombrado jefe de la Policía Municipal de Querétaro. También recordé la Perspectiva del 15 de julio de 2013 de Enrique Gómez Orozco en am, donde hace encomio del general en los siguientes términos: “El gobernador (de Aguascalientes) Carlos Lozano decide contratar al general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy para apaciguar su tierra. De temple recio, como casi todos los militares chapados a la antigua, Hidalgo Eddy realiza un trabajo de excepción. Fortaleció la Policía de mando único con capacitación, armamento y una disciplina férrea que hoy rinde frutos.

“Dicen que sus métodos no son ortodoxos y las leyendas urbanas afirman que emprendió una guerra sin cuartel y sin medida en contra de los delincuentes. Cuando se le reconoce su hazaña, le da el crédito a su jefe, el gobernador Carlos Lozano. Diríamos que es un hombre del ‘sistema’, del viejo sistema que sí funcionaba con la seguridad pública, antes de los ‘Derechos Humanos’, antes del desconcierto extremo del sexenio pasado.
"El ‘mando único’ da resultados en Aguascalientes porque casi es una ciudad-estado, porque su geografía es pequeña y sus accesos pueden ser mejor controlados. ¿Para qué una Policía del municipio de Rincón de Romos o Calvillo?”.

No deja de ser interesante haber conocido de primera mano a este hombre, sin que él sea consciente de ello ni yo lo pretenda.

Vida y destino

Mi hija Carolina me regaló un ladrillo de más de mil 100 páginas, que no es otro que la monumental obra Vida y destino del escritor y periodista ruso Vasili Grossman, novela con más de 160 personajes… y todos entran en escena. El editor enlista los nombres de todos estos personajes en la parte final del libro, agrupándolos conforme a la trama que les toca jugar en él.
 
La obra tiene que ver con los totalitarismos ruso y alemán en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Las distintas tramas, en apariencia disconexas, tienen sus puntos de contacto, y se entra y sale de ellas, entremezcladas, a lo largo de las tres partes que conforman el libro.

La parte medular, la columna vertebral, de la novela gira en torno a la entrañable familia Sháposhnikov, y dentro de ésta, el rol principalísimo lo juega el físico nuclear teórico Víktor Pávlovich Shtrum, marido de Liudmila Nikoláyevna Sháposhnikova, hombre inseguro, egoísta, conflictivo y científico de primer orden.

Shtrum resulta tan humano como para haber acaparado todo mi entusiasmo y emoción por la novela, aun sobre las descripciones dramáticas y desgarradoras sobre campos de concentración y cámaras de gases alemanes, y centros de reclusión soviéticos. Lo siento, pero el drama personal, interno, de los individuos es lo que me fascina.

Cuando Shtrum cree que ha fallado en sus investigaciones teóricas pues siente que ha llegado a un punto de atasco en que ni para atrás ni para delante, de repente, una tarde, paseando para pensar en cualquier otra cosa, lo vislumbra todo con una claridad diáfana y entra en éxtasis. Cuando sus compañeros en el instituto y el laboratorio ven puesta en papel su hermosa teoría físico-matemática no pueden menos que admirarlo y compararlo hasta con el mismo Einstein.

Pero esto no es más que el principio de la desgracia de Shtrum, pues esa independencia de pensamiento que lo caracteriza en el terreno científico se extiende también a cuestiones políticas. Y es así como se ha ido un tanto de la lengua en reuniones de amigos deslizando críticas veladas contra el sistema. Pero también ha asumido la férrea defensa de compañeros de trabajo tratados por los jefes con desdén por sus escasas credenciales científicas o, peor aún, por cuestiones raciales.

Llega a tal tensión por estos motivos la relación de trabajo con sus jefes, compañeros de trabajo y amigos que ya no lo son tanto, que hasta en duda ponen todos su otrora hermosa teoría. Shtrum se recluye en su casa con su esposa y su hija, con las que también comienza a tener roces, y entra en rebeldía no acudiendo al instituto ni a las reuniones para las que es citado ex profeso. Shtrum ha sido prácticamente defenestrado y entra en una paranoia total sintiendo que en cualquier momento será encarcelado por el régimen de Stalin, de quien alguna vez dijera que la física se atenía a los principios de la ciencia y no a lo que éste u otros líderes políticos dictaran.

Bajo tal delirio de persecución y aislamiento en que ya ni llamadas telefónicas recibe, cuál no va siendo su sorpresa al recibir una de quien menos lo esperaba, en términos cordiales y deseándole el mayor éxito en su trabajo. Sí, Stalin, bien enterado de lo que las investigaciones de Shtrum pudieran significar en el manejo de la energía nuclear, tomó personalmente el auricular y le deseó la mejor de las suertes.

Resulta ocioso describir la reacción de los “enemigos” de Shtrum cuando la noticia de la llamada se extendió como reguero de pólvora. Volvió no a ser el mismo de antes sino aún más grande. Jefes y compañeros de trabajo con los que antes había tenido serias diferencias y que por lo mismo conocía poco, le parecían ahora gente de lo más normal, con filias y fobias como todos y que se permitían intimar con él. Otras amistades ya no volvieron, pero por lo menos Shtrum les había dejado el ejemplo inquebrantable de sus principios cuando ellas flaquearon.

Sin embargo, Víktor Pávlovich Shtrum fue absorbido por el sistema y quedó adormecido, de tal suerte que cuando fue convocado por los dirigentes del instituto para informarle que en el mundo occidental estaban diciendo cosas terribles contra el país, contra ellos que habían derrotado al fascismo alemán en la heroica Stalingrado, y que era por tanto necesario que firmara una carta de apoyo al régimen desmintiendo a Occidente, dudó.

Dudó, pero al final, y casi maquinalmente, firmó, como quizá lo hubiésemos hecho cualquiera de nosotros, aunque a Víktor le quedó la inquietud de si  los que antes se acobardaron dentro del instituto cuando él entró en rebeldía habrían firmado. Y se promete lavar su falta invocando, por un lado, el espíritu de su madre, muerta en reclusión, y, por el otro, un amor platónico, esposa precisamente de uno de esos cobardes y que se había enamorado perdidamente de él.

Esta y otras historias igualmente atractivas y enigmáticas conforman esta novela de muy recomendable lectura.

El hermano Gilberto

Mi adolescencia quedó marcada por el transcurso de la vida en la secundaria del Colegio Cristóbal Colón (1963-1965) en la hoy oficialmente Ciudad de México, después de haber transitado la primaria en la misma escuela (1957-1962) y previo a mi ingreso a la Universidad La Salle, así, sin la preposición de, o simplemente ULSA, fundada el 15 de febrero de 1962 a partir de la prepa del mismo colegio y donde cursé mi educación media superior de 1966 a 1968. Precisamente este año se cumplieron 54 años de su apertura y ya desde aquella época formaba, además, profesionales de excelencia en diversos campos, especialmente el de la arquitectura.

Ya con anterioridad me he referido a cómo esta docena “trágica” de años marcó mi existencia para “mal”. Y escribo las comillas a propósito porque un espíritu sensible y melancólico como el que tenía (¿tengo?) se iba a dejar influenciar de cualquier forma por prejuicios que en aquella época eran abundantes, y no sólo en la escuela, sino en la iglesia, la casa y hasta en la calle misma. Y las escribo también porque sería terriblemente injusto no reconocer la indudable calidad de la educación no confesional que recibía uno en dichas instituciones.

Menciono la secundaria en primer término porque durante ese tiempo tuve la enorme fortuna de que fuera su director el hermano Gilberto Martínez Soto, fallecido apenas el martes 9 de febrero de 2016 en esta ciudad, a los 90 años de edad, y de cuya enorme calidad humana me gustaría tan sólo dar un ejemplo.

Dentro de lo que cabe, tenía yo completamente “olvidada” aquella época, sobre todo desde que me mudé a León en julio de 2003 después de radicar toda mi vida en México, mas un día se apersonó en mi negocio un gentil y vital anciano que me presumía que a sus 85 años andaba todavía de arriba para abajo y apoyándose tan sólo en un bastón,  pero cuando plasmó su firma en el váucher de venta quedé hondamente impresionado y conmovido, pues reconocía en ella la misma que dio validez a diplomas, certificados y demás documentos de aquel tiempo. De manera espontánea salí de detrás del mostrador, me paré justo enfrente de él y lo estrujé entre mis brazos, a la vez que pronunciaba su nombre completo, que había quedado archivado en mi memoria desde entonces. Don Gilberto se conmovió junto conmigo y se le rasgaron los ojos. Obviamente no reconocía al adolescente de 13 años que se había transformado en el viejo lamentable de 61 que hace cinco años era yo.

Pero tampoco hizo falta, los recuerdos hicieron el trabajo de ubicar a cada quien en su lugar y por ello les dimos rienda suelta. Traje a la memoria a todos los demás hermanos lasallistas que asimismo fueron mis maestros y a los laicos de quienes también aprendí un montón, especialmente el de literatura, Agustín Monroy Carmona, a quien debo el amor por esta rama, más que del saber, del disfrutar.  Él me introdujo en El Quijote y me hizo leer varias de las primeras novelas de mi vida. “¿Sabías –me preguntó don Gilberto- que el día que murió Agustín, el Presidente de la República, Miguel de la Madrid, ordenó personalmente que se asistiera a la familia en todo lo que necesitara, pues había sido su maestro muy querido?”. “Pues también lo fue mío, maestro Gilberto, también lo fue mío”, le respondí.

Por todo esto, cuando un día por la noche llegó mi esposa a la casa después de cerrar el negocio y me presentó la medalla conmemorativa de los 50 años de La Salle en León (1952-2002), con el nombre de mi maestro grabado al reverso, y me dijo que el hermano Gilberto había hecho especialmente el viaje al negocio para regalármela, quedé hondamente impresionado y agradecido.

Gracias de todo corazón, querido Maestro Gilberto Martínez Soto, y aunque sea yo un ateo empedernido, que Dios lo tenga en su Santa Gloria.

martes, 11 de octubre de 2016

Pirámides

Siempre ha despertado gran interés el famoso enigma de cuántos granos de trigo se requerirían para cubrir un tablero de ajedrez (8 x 8 = 64 casillas) si comenzáramos colocando 1 en la primera casilla, 2 en la segunda, 4 en la tercera, 8 en la cuarta y así sucesivamente, duplicando cada vez lo que hubiéramos puesto en la casilla anterior, es decir, 2**n granos de trigo (2 x 2 x 2 x…), donde n = 0, 1, 2,… 63.

Pues bien, sólo para la casilla 64 (n = 63) requeriríamos de ¡más de 9 trillones de granos de trigo!, pero para la suma de todas ellas necesitaríamos 2**64 – 1 > 18 trillones, esto es, la producción mundial de trigo ¡durante más de 20 milenios!

Todo esto para explicar que la misma lógica, pero elevada literalmente al cubo, se está aplicando para los famosos “telares”, tan en boga hoy en día en Guanajuato. En éstos, lo que se ofrece es una “ganancia” inmediata de 192 mil pesos, procedentes de 8 incautas que sin chistar aportaron 24 mil cada una. Pero estas 8 requerirán a su vez de 64 que satisfagan sus necesidades de “pronta” ganancia, y éstas de 512 que a ver de dónde salen. Como se ve, aquí la progresión geométrica es de razón igual a 8 (2 al cubo), y tan sólo para el quinto nivel requeriríamos ya de 4,096 ingenuas adicionales, y en total de (8**5 – 1)/7 = 4,681, para no hablar del monto en metálico involucrado, que ya para entonces rondaría los 898 millones 752 mil pesos, y que obviamente no van a aparecer por ningún lado. En el nivel 11, no alcanzarían todas las mujeres de este mundo (se requerirían más de 8,500 millones), y mucho menos el dinero (aproximadamente ¡1,650 billones de pesos!, casi 350 veces el Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2017).

Hay gente que se embolsó ya los 192 mil pesos, pero con el crecimiento exponencial que esto representa será obviamente imposible satisfacer a todas, no ya al quinto nivel, sino desde el tercero en que “apenas” son 64 las afectadas, que requerirán de 512 que les aporten.

Otro aspecto negativo de este esquema es su repugnante misoginia, pues invitan sólo a mujeres, con la encarecida recomendación de que no comenten esto con esposos, novios o amigos. Consideran tontas redomadas a las féminas, sin percatarse de que su “mercado” pudiera fácilmente duplicarse y quizás hasta con menor esfuerzo obtener los recursos solicitados, ya que de tontas a tontos, nosotros nos pintamos solos.

Es una pena que muy seguramente este tipo de delitos no se persigan de oficio, sino que tenga que haber una denuncia para que la autoridad entre en acción, pero por lo menos lo deberían de advertir, ¡caray!

Cuando los hijos se van

No se los había platicado antes porque aún no se materializaba, pero hoy que es toda una realidad, se los cuento.

Tengo un cuate de toda la vida desde que estudiábamos en La Salle, la prepa confesional que obviamente conocen. Estudiábamos es un decir, estudiaba yo, ya que este tipo era bien flojo, siempre sin un centavo en la bolsa y viviendo en casa de un amigo. Le encantaban las apuestas, pero, como les digo, nunca tenía un duro en la bolsa (dirían los gachupines), se las ingeniaba para apostar con alguien en contra de lo obvio pero solicitando ventaja, es decir, una apuesta 2 a 1, vamos que si ocurría lo obvio el perdía 1, pero si se daba la "chica", él ganaba 2. Por otro lado, se agarraba a alguien más ingenuo y apostaba 1 a 1 por el mismo evento, pero apostándole ahora al opuesto de su primera bet, de tal forma que si ocurría lo obvio, ganaba el 1 con el que pagaba esa primera apuesta, pero si se daba la "chica", ganaba 2, de los que 1 le servía para pagarle al "ingenuo" y el otro era ¡ganancia neta, sin haber tenido nunca un peso en la bolsa!

Vamos, lo que hacen las casas de apuestas en la actualidad, supongo, pero aplicado por este tío (y dale) hace casi ¡50 años! ¿Cómo ven? Era un güevón, les digo (sin albur), pero era bueníiiisimo para las matemáticas, tan así, que cuando nuestro titular de prepa, que era a la vez nuestro maestro de cálculo y temas selectos de matemáticas, nos ponía un problema "irresoluble" nos aguijoneaba: bueno, ¿ya?, o le pedimos a su compañero (mi amigo) la respuesta.

Pues bien, frecuenté mucho a este cuate durante las décadas de los 70s, cuando estudiamos Actuaría en la UNAM, y los 80s. Seguía siendo el mismo, viviendo en la misma casa del amigo en la que sobrevivió por lustros. Un par de veces hasta a Acapulco nos fuimos juntos, él pagando todos sus gastos ¡de las apuestas! Después le perdí la pista, hasta que un día, hará unos 7 u 8 años, le seguí el rastro por Internet ¡y lo encontré! No perdió su tiempo, pues había obtenido su máster y doctorado, pero por supuesto, en probabilidad y estadística, por la Universidad de Warwick, en Inglaterra.

Para no hacerles el cuento largo, el señor es ahora un próspero y rico "especulador" (hedge funds manager, manejador de futuros, pues), con oficinas en Hoboken (el famoso Nueva York de Frank Sinatra) y Miami. Le dio mucho gusto volver a saber de mí y prácticamente me invitó dos veces a la primera ciudad. Digo, me invitó literalmente.

Hace menos de un año le insinué, casi casi de broma, la posibilidad de que el júnior fuera a pasar con él una especie de internship tan pronto se graduara... ¡y que acepta! 

Todo este rollo para decirles que el júnior llegó hace más de un mes a Miami a ponerse a las órdenes de mi amigo por el tiempo que su visa de turista se lo permita (no más de 6 meses, creo), más lo que de dicha relación pudiera resultar. Estoy casi tan contento como Raúl, digo, porque el güey verdaderamente enloqueció, y creo que personal y profesionalmente le va a resultar una experiencia inolvidable. ¡Qué bueno, ¿no?!

OK, quería compartir con alguien y ustedes fueron los primeros que se me ocurrieron.

sábado, 8 de octubre de 2016

Aquiles, la tortuga y Tolstoi

Es bien conocida en el ambiente matemático la paradoja de Zenón sobre Aquiles y la tortuga. Para simplificar, supongamos que Aquiles es diez veces más veloz que la tortuga. Aun así, en una desigual competencia entre aquél y ésta, Zenón afirma que si la tortuga inicia diez metros adelante de la línea de salida de Aquiles, éste nunca la alcanzará, pues cuando hubiese llegado a los diez metros, la tortuga habría avanzado un metro, es decir, se encontraría a once metros de distancia de dicha línea inicial, y cuando Aquiles recorriera ese metro adicional, la tortuga ya se encontraría otros diez centímetros adelante, esto es, 11.1 metros del punto de partida. Y cuando Aquiles cubriera esa distancia, la tortuga ya habría avanzado un centímetro adicional, o sea, 11.11 metros de donde aquél inició. Un instante después, Aquiles arribaría ahí, pero la tortuga ganaría un milímetro más, a 11.111 metros del principio, y así sucesivamente hasta el infinito, sin que Aquiles jamás pudiera darle alcance.

Matemáticamente, la tortuga se encontraría a una distancia “total” de la línea de donde  salió Aquiles, en metros, dada por la siguiente expresión:

10 + 1 + 1/10 + 1/100 + 1/1000 + … = 10 S(1/10)**n,

donde S representa la suma infinita de las enésimas potencias de 1/10 a partir de n=0.

La convergencia (suma finita) de esta serie infinita de elementos decrecientes (progresión geométrica de razón r = 1/10 < 1) se determina de una manera muy sencilla mediante manipulaciones algebraicas muy simples, que es ocioso detallar ahora, y nos viene dada por:

10(1/(1-r)) = 10/(1-1/10) = 10/(9/10) = 100/9 = 11.111…,

lo cual no debería representar ninguna sorpresa habida cuenta de lo señalado en el primer párrafo. Pero lo que en verdad sorprende y maravilla de todo esto es descubrir que ¡la tortuga no podría ir más allá de algo tan finito y limitado como 100/9 metros de donde partió Aquiles sin que éste le hubiese dado alcance!, con lo que la paradoja de Zenón queda hecha añicos. Por eso escribimos arriba distancia “total”, pues quisimos significar tanto la infinitud de elementos involucrados en la suma como la finitud de la distancia recorrida por la tortuga antes de ser rebasada por Aquiles.

Todo lo anterior se obtiene gracias a las modernas técnicas del cálculo infinitesimal (de lo infinitamente pequeño), obviamente desconocidas en la época de Zenón (c. 490-430 a. C.), pero tan “antiguas” como el matemático escocés James Gregory (1638-1675), en cuyos trabajos se basan estos cálculos. Zenón incurrió en el error de no considerar la continuidad del tiempo.

¿Y qué papel juega aquí Tolstoi? Pues que es precisamente él, en su magistral novela La Guerra y la paz, quien saca a colación el tema al advertirnos que, al igual que en la paradoja de Aquiles y la tortuga, no debemos olvidar la continuidad de la historia y el papel que juegan los acontecimientos infinitesimales en el devenir del tiempo. A propósito de los sueños imperiales de Napoleón durante los primeros quince años del siglo XIX, nos dice: “La suma de las voluntades humanas ha producido la Revolución (así dice Tolstoi que le llaman los historiadores a lo acontecido en esa época) y un Napoleón, y es ella sola la que los ha sostenido y los ha hecho caer.”. Y remata: “hemos de cambiar completamente el objeto de la observación, dejar tranquilos a los reyes, a los ministros y a los generales, y estudiar los elementos comunes, infinitamente pequeños, que guían a las masas.”.

Al leer lo anterior, pensé en Adolfo Hitler; en “la suma de las voluntades humanas” que lo prohijaron, lo sostuvieron y lo hicieron caer, porque es obvio que la irrupción de éste en escena no hubiera sido posible sin la participación de todos sus cómplices, activos y pasivos; y en la gran responsabilidad que Alemania y un mundo acobardado tuvieron en todo ello. ¿Qué nos hubiera dicho Tolstoi si este demonio hubiera sido contemporáneo suyo? Yo creo que jamás imaginó la eventual existencia de un ser tan despreciable.

Dice Tolstoi que La guerra y la paz “no es una novela, menos aún es un poema, y menos todavía una obra de historia.”. Yo creo que a pesar de la falta de objetividad con que juzga a Napoleón, al que hace ver como un incompetente total, su obra es todo lo que dice que no es y mucho más. Es filosofía, es historia (cita al francés Thiers en varias ocasiones, y su descripción de la guerra contra el invasor es impresionantemente prolija, dramática e informada), es ciencia (menciona someramente lo aquí descrito) y es “hasta” literatura.

Este libro demuestra fehacientemente que la lectura no es sólo divertimento, sino algo mucho más intenso que nos permite profundizar en todas estas ramas del saber científico y humanista, incluso más allá de lo que los libros mismos sugieren, como fue el caso.

Ojalá que éste sea uno de los cinco libros y medio que el mexicano haya leído durante el año. Digo, porque si no lo ha comenzado será muy difícil que lo agote de aquí al 31 de diciembre, aunque incluso llegando a la mitad pudiera haber cumplido su meta.

Crónica cachonda

Siempre me he compadecido un tanto de los críticos literarios y cinematográficos, preocupados más en la forma que en el fondo de las materias sobre las que juzgan. Es como si el sujeto amoroso estuviese más dedicado a corroborar que la amada tiene el mismo número de pestañas en cada uno de los párpados de sus ojos que al disfrute pleno de su cuerpo.

No obstante, hay veces que hasta un lego como yo no puede dejar de ver con la mirada del crítico, especialmente en cuanto se refiere a la verosimilitud de una historia. Tal es el caso de la monumental obra del desaparecido Juan García Ponce Crónica de la intervención. Monumental en un sentido doble, el de su calidad y el de su extensión: 1562 páginas en dos tomos (Letras mexicanas, FCE, 2001). Este autor es ampliamente conocido por el contenido erótico y explícitamente sexual de muchas de sus obras, y ésta no es la excepción.

Pero de aquí a creer a pie juntillas que un relato como el de García Ponce pueda ser factible en una sociedad, por más permisiva que ésta sea, media una gran dosis de incredulidad. Me siento tentado a afirmar que la única conducta creíble es la del sacerdote fray Alberto Gurría, con relaciones homosexuales tempranas, sodomita y practicante entusiasta del sexo masivo, aun con sus parientes, y que no tiene el menor escrúpulo en celebrar los servicios religiosos incluso después de haber ejercido sus excesos sexuales. Todo ello, aparentemente, por la pérdida de la fe y una sobrada inteligencia. Un buen día, sin ningún aspaviento, fray Alberto decide colgarse de un árbol.

Sin embargo, la conducta de los demás, intercambiando pareja y hasta compartiéndola generosamente con desconocidos y a ojos del “afectado” o participando en reuniones multitudinarias donde ocurre de todo, resulta francamente inverosímil, y su descripción producto de una mente –de no ser la de García Ponce- francamente calenturienta, perversa y enferma.

Y, por favor, que no se piense que después de leerla acudí de inmediato ante el confesor a expiar mis culpas y propinarme fuertes golpes de pecho. No, más bien quiero enfatizar que a veces uno no puede dejar de interpretar el rol de crítico. En este sentido, la descripción que se hace en la obra de la vida de una escritora frustrada, Francisca Pimentel, que sucumbe finalmente a su alcoholismo, al grado de tener que ser internada en un manicomio, o de las hermosas cavilaciones de fray Alberto antes de cometer suicidio, o de la honda pena que aflige a la acomodada familia Gonzaga por el asesinato del padre, José Ignacio, activo participante en las sesiones sexuales que organiza con su esposa, o del movimiento estudiantil del 68 en la capital mexicana, resultan pasajes realmente bellos y conmovedores. Y también lo son, por qué no, muchas de las escenas más cachondas del descomunal relato.

Por lo demás, en una novela tan extensa, es imposible que el autor deje de ser reiterativo y obsesivo en muchas de sus fantasías y regodeos con el lenguaje, que con frecuencia lo llevan a ser tedioso, cansino y de difícil comprensión. El recurso de enfatizar una idea con la expresión simultánea de su contraria se repite ad nauseam.

Tal parece que García Ponce vivió realmente situaciones similares a las que relata, y no deja de llamar la atención que a pesar del mal que lo aquejaba (esclerosis múltiple) siguió siendo muy prolífico y se apoyaba en su secretaria dictándole sus obras en una voz apenas inteligible para ella. Un médico, al que maldecía, le había pronosticado una pronta muerte debido a su enfermedad bastantes lustros antes de que ésta finalmente ocurriera en 2003.

The “uselessness” of mathematics

One of the most fascinating aspects of mathematics is the abstraction they made of infinity. For example, everybody intuitively “feels” that the number of prime numbers, that is, the ones which are divisible only by themselves and 1 (3, 5, 7,…) should be infinite, but from here to conclude it with absolute certainty mediates a great mathematical mind, like Euclid’s, for instance, who more than two thousand years ago proved it with a sublime simplicity.

Euclid told himself: if the quantity of prime numbers were finite, let’s multiply all of them by each other, add 1 to the resulting product, and name x the result. Obviously, x is divisible by none of the known primes, as we would have a residue of 1 for each one of them. But for a well-known “principle” by then, every integer number can be univocally expressed as a product of its prime factors (fundamental theorem of arithmetic), in particular, x, which we already have seen has none of the known primes so far as its factors, from where it follows that it has a prime necessarily different from these as one of those factors. Therefore, the number of primes is infinite, as we could repeat this process indefinitely.

If not for other reason, we should recognize in this beauty the usefulness of mathematics, like in any other of the fine arts.

All this comes to my mind for what once the eminent British mathematician G. H. Hardy wrote: “I have never done anything ‘useful’. No discovery of mine has made, or is likely to make, directly or indirectly, for good or ill, the least difference to the amenity of the world. I have helped to train other mathematicians, but mathematicians of the same kind as myself, and their work has been, so far at any rate as I have helped them to it, as useless as my own. Judged by all practical standards, the value of my mathematical life is nil; and outside mathematics is trivial anyhow. I have just one chance of escaping a verdict of complete triviality, that I may be judged to have created something worth creating. And that I have created something is undeniable: the question is about its value.”

This moving story is evidenced in the book by the same Hardy A mathematician’s apology (Cambridge University Press, Canto edition, 1992).

Hardy says he sometimes thinks pure mathematicians (as opposed to applied mathematicians) glory in the useless of its work and they feel proud it does not have any practical application, and suggests it was Gauss who said that if pure mathematics are the queen of sciences by its useless, then number theory is the queen of mathematics by its supreme useless. Needless to say Hardy devoted his entire life to this theory, while everybody knows Gauss tackled brilliantly many other subjects.

Hardy points he has no evidence of Gauss saying that, but he doubts that if any practical and honorable application could be found for the theory of numbers Gauss or any other mathematician would have been so foolish in not rejoicing by it.

One of the reasons of Hardy’s depression was the military use attached to applied mathematics, and the clear evidence of it were the two wars he survived (he was born in 1877 and died in 1947), and in which some of his colleagues collaborated. But the true causes were the decline of his mathematical skills (it is known a mathematician gives the best of himself long before his 50s), a coronial thrombosis in 1939, which obliged him to quit the practice of sports, and the tragic death of one of his closest friends. This, together with the somber vision of his profession as pure mathematician, took him to write this apology in 1940, at 63.

C. P. Snow, famous British chemist and novelist, who wrote the forward to Hardy’s book, says: “Three or four years before his interest in everything was so sparkling as sometimes to tire us all out. ‘No one should ever be bored’, had been one of his axioms. ‘One can be horrified, or disgusted, but one can’t be bored.’ Yet now he was often just that, plain bored.”

Hardy’s depression became so intense that he attempted to commit suicide by an overdose drug in 1947 early summer, attempt from which he didn’t recover completely, and he finally died the morning of December 1 that year.

Ironically, Hardy’s words about Gauss were a premonition on himself, since as John Derbyshire points (Prime obsession, Joseph Henry Press, 2003): “Beginning in the late 1970s, prime numbers began to attain great importance in the design of encryption methods for both military and civilian use… Theoretical results, including some of Hardy’s, were essential in these developments, which, among other things, allow you to use your credit card to order goods over the internet.”

Participación política y abstencionismo / Una aventura personal

Antecedentes
Estuve en posibilidades de votar por primera vez en julio de 1970, pues había cumplido los 18 en octubre de 1967. Sin embargo, la despolitización del país, el autoritarismo y la hegemonía de un solo partido, vamos, la carencia total de una democracia de facto, ni siquiera me llevó a pensar en ese derecho adquirido y la jornada electoral pasó desapercibida para mí. Todavía recuerdo cómo le aplaudí rabiosamente a Díaz Ordaz con motivo de su cuarto Informe de Gobierno el 1 de septiembre de 1968 por haber deshecho la “amenaza comunista” y permitir la realización en santa paz de los XIX Juegos Olímpicos en octubre de aquel año. Mi mente había sido colonizada por la ignorancia política de mis padres y por la prepa confesional en la que en ese entonces realizaba mis estudios.
La situación no cambió mucho seis años después, en julio de 1976, salvo por el hecho de que yo me había “politizado” intensivamente en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde realicé mis estudios profesionales a partir de abril de 1969 y hasta el mismo mes de 1973 en que me gradué de actuario. En el ínter, me tocó vivir de primera mano los infaustos acontecimientos de junio de 1971 y su Jueves de Corpus, el 10 de dicho mes, con toda la carga política que ello representó. En la Facultad me tocó conocer a los “legendarios” líderes del movimiento del 68: Gilberto Ramón Guevara Niebla, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Salvador Martínez della Rocca, Pablo Gómez y tantos otros. Muchos de ellos hoy totalmente absorbidos por el sistema.
En fin, todo esto provocó que yo me indignara profundamente de tener “candidato sin oposición” a la Presidencia de la República ese 1976 en la persona de José López Portillo y Pacheco por parte del hegemónico Partido Revolucionario Institucional  (PRI), y tampoco en tal ocasión me presté a la farsa de unas elecciones de “candidato único”. Sin embargo, durante el sexenio de éste dio comienzo un periodo de ya casi 40 años de continuas y profundas reformas políticas, producto, sí, de los referidos movimientos del 68 y el 71, y aun antes de éstos por los de ferrocarrileros y médicos, en 1958 y 1964-65, respectivamente.
La LOPPE
Fue así como en diciembre de 1977 se promulgó la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, la famosa LOPPE, cuyo verdadero padre no es otro que uno de los más grandes intelectuales demócratas que ha dado el país, incrustado a la sazón en el gabinete de López Portillo como Secretario de Gobernación: don Jesús Reyes Heroles. La principal aportación de esta ley, según reza el sitio en Internet del hoy Instituto Nacional Electoral (INE), “fue permitir el ingreso a la vida institucional de fuerzas políticas ‘no incluidas’ y propiciar su representación en los órganos legislativos. La LOPPE modificó la integración de la Comisión Federal Electoral (CFE) y permitió la participación de los partidos políticos registrados –ya fuera bajo la figura de registro condicionado o definitivo- en igualdad de condiciones. La Comisión quedó conformada por el Secretario de Gobernación, un representante de cada una de las cámaras legislativas, un representante de cada partido político con registro y un notario público.”
Otro cambio fundamental introducido por la LOPPE fue el de diputados de representación proporcional, con el objeto de que los partidos minoritarios  tuvieran mayor representación. Se habilitó el financiamiento público a todos los partidos, así como espacio al Estado en los medios de comunicación.
Ni aun así me animé a participar en las elecciones de 1982, en las que resultó “electo” Miguel de la Madrid Hurtado. Paradójicamente, esta abstención se dio después del desastre en que dejó al país su antecesor, pues la confianza en nuestras instituciones aún estaba lejos de darse cabalmente, como se demostraría de manera descarnada seis años después, en 1988, y el proverbial fraude que entonces se maquinó.
Antes, en 1986-87, se duplicaron los diputados de representación proporcional, pasando de 100 a 200, y se introdujo el mismo concepto de representación proporcional en la integración de la Comisión Federal Electoral.
La elección de 1988
En 1988 participé por primera vez con todo entusiasmo en unas elecciones federales y sufragué, obviamente, por el Frente Democrático Nacional (FDN), ancestro del PRD, y conformado entonces por la coalición PPS, PMS, PFCRN, PARM y PVEM, y teniendo como candidato para la Presidencia de la República al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Huelga expresar la rabia que entonces sentí por el despojo de que fue objeto la ciudadanía en aquella memorable ocasión, pero no fui más allá, pues me tragué, a regañadientes, “mi derrota”. A raíz de esto surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD) el 5 de mayo del  siguiente año.
Las reformas electorales dieron sus primeros frutos tangibles en 1989 cuando Ernesto Ruffo Appel, candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la gubernatura de Baja California, ganó por primera vez para la oposición unas elecciones para gobernador. Luis Donaldo Colosio Murrieta, presidente del PRI, se apresuró a reconocer el triunfo del adversario, pues el 88 estaba aún muy fresco, y el entusiasmo se dejó sentir en todo el país.
El COFIPE
En 1990 se expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE), que ordenó la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) para dar certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales. “Al momento de su fundación”, se lee en la página del INE, “el Consejo General, máximo órgano de dirección del IFE, estaba compuesto por los siguientes funcionarios:
o El Presidente del Consejo General, que era el Secretario de Gobernación.
o Seis Consejeros Magistrados, personalidades sin filiación partidista con una sólida formación académica y profesional en el campo de derecho, propuestos por el Presidente de la República y aprobados por las dos terceras partes de la Cámara de Diputados.
o El Director y el Secretario General del Instituto.
o Dos diputados y dos senadores (representantes de los dos grupos parlamentarios más numerosos en cada Cámara).
o Un número variable de representantes partidistas que se fijaba de acuerdo con los resultados que obtuvieran en la última elección.”
Mediante una reforma al COFIPE en 1993, el Congreso le confirió al IFE las atribuciones de declarar válidas elecciones de diputados y senadores, expedir constancias de mayoría para los ganadores de estos cargos y fijar topes de gastos de campaña. Se le concedió al Tribunal Federal Electoral (Trife) la atribución de calificar las elecciones de diputados y senadores, y se incrementó el número de éstos de 64 a 128, cuatro por entidad federativa.
El voto del miedo
Los graves acontecimientos políticos del primer trimestre de 1994: el levantamiento en el sureste del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el asesinato del candidato del PRI a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, en Lomas Taurinas, no impidieron y sí tal vez aceleraron la importantísima ciudadanización del Consejo General del IFE. Fue así como figuras del calibre de Santiago Creel Miranda, Miguel Ángel Granados Chapa, José Agustín Ortiz Pinchetti, Ricardo Pozas Horcasitas, Isaac José Woldenberg Karakowski y Fernando Zertuche Muñoz llegaron a tener una influencia tremenda dentro del Consejo.
Como todos, me decepcioné del bajo perfil que asumió Diego Fernández de Cevallos, candidato del PAN a la Presidencia de la República en 1994, después de su brillante triunfo en el debate que sostuvo con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Ernesto Zedillo Ponce de León, candidatos del PRD y del PRI, respectivamente. No obstante, voté por él el domingo 21 de agosto de ese año, pero pudo más el voto del miedo al cambio por el par de acontecimientos que apunté al principio de esta sección.
El parteaguas de 1997
Después se vino la tragedia económico-financiera de finales de 1994 y principios de 1995, pero ello no obstó para que en 1996, mediante una nueva reforma electoral y un nuevo COFIPE, se independizara totalmente al IFE del Poder Ejecutivo. Éste fue el parteaguas que permitió la conformación de un Congreso en 1997 en el que el PRI ya no era, por primera vez en su historia, mayoría, y para muchos, el verdadero nacimiento de la democracia en México, máxime que se logró sofocar el intento de un auténtico golpe de Estado por parte del PRI en dicho Congreso al saberse no mayoría absoluta, pero el presidente Zedillo los sometió a disciplina, y al PRI y su líder parlamentario, Arturo Núñez Jiménez, no les quedó más remedio que aceptar como presidente de la Cámara al perredista Porfirio Muñoz Ledo.
La alternancia
Pero el gusanillo de la alternancia ya se había sembrado, más cuando el inquieto gobernador de Guanajuato, Vicente Fox Quesada, había empezado a hacer campaña en 1997, a poco de tomar posesión como tal. Quería hacerse por todos los medios con la Presidencia de la República en el no tan lejano 2000. El Grupo San Ángel, fundado en 1994 y con figuras aparentemente tan disímbolas como Jorge Germán Castañeda Gutman, Elba Esther Gordillo Morales, el propio Fox y decenas de personajes más, revivió previo a las elecciones de dicho 2000 y centró sus esfuerzos en el llamado “voto útil” para echar al PRI de Los Pinos y que tal voto no se desperdiciara innecesariamente entre dos candidatos de oposición y se buscara mejor uno de unidad, pero tanto Fox, candidato del PAN, como Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD, se negaron, pues, obviamente, ambos reclamaban para sí dicha representatividad. En fin, la participación del Grupo resultó inocua y así se llegó a las elecciones del domingo 2 de julio de aquel año, con Cárdenas y Fox enfrentando al candidato oficial Francisco Labastida Ochoa.
Otra vez, como en 1988, salí a ejercer mi voto con todo entusiasmo y dispuesto a arrojar al PRI de Los Pinos, nuevamente votando por la oposición, pero esta vez en la persona de Vicente Fox. A mi manera, traté de hacer mía la figura del “voto útil” tratando de convencer a mis familiares de que sufragaran en el mismo sentido que yo, pero creo que con mi hermana fracasé, pues ella siempre ha sido muy dada a votar por la izquierda, no importa qué.
Las presiones internas y externas no se hicieron esperar para que se reconociera lo más pronto posible el triunfo que muy claramente iba obteniendo Fox en las urnas. De manera muy similar a como se apresuró Colosio en el 89 para reconocer el triunfo de Rufo en Baja California, Zedillo lo hizo ahora con el del inefable candidato del PAN y… ¡estalló la euforia! En ese mismo instante me precipité yo sobre la computadora a escribir una carta para el New York Times en los términos más exultantes. Cuál no sería mi sorpresa al recibir al día siguiente una llamada desde Nueva York preguntándome por la correcta acentuación de mi nombre y apellidos, ya que por concesión al idioma inglés los omití en mi escrito original. Fue así como el martes 4 de julio de 2000 se publicó el siguiente texto en la página A18 del diario neoyorquino:

Mexico’s Moment
To the Editor:
Re “Challenger Says He Sees Big Margin in Mexico Election” (front page, July 3):
My father was 8 when the ruling party in Mexico, the PRI, took power. Today, my father is 79, and we got the PRI out of power. These 71 years of authoritarianism, corruption and cheating have come to an end, and it feels great.
The joy, happiness and relief most Mexicans feel right now is unbelievably real. It is the result of at least 30 years of fighting by millions of citizens who never lost hope that a day like this would come.
This is the most important moment in Mexico’s modern history. It is also one of the most important days in the world’s contemporary history as we end the oldest “dictatorship” on earth.
Raúl Gutiérrez y Montero
Mexico City, July 3, 2000

En la que en buen romance digo: “Mi padre tenía 8 años cuando el partido dominante en México, el PRI, tomó el poder. Hoy, mi padre tiene 79, y hemos echado al PRI del poder. Estos 71 años de autoritarismo, corrupción y engaño han terminado, y se siente maravilloso.
El gozo, la felicidad y el alivio que la mayoría de los mexicanos sienten ahora es increíblemente real. Es el resultado de por lo menos 30 años de lucha por parte de millones de ciudadanos que nunca perdieron la esperanza de que un día así llegaría.
Este es el momento más importante en la historia moderna de México. Es también uno de los días más importantes en la historia contemporánea del mundo, ya que acabamos con la ‘dictadura’ más antigua sobre la Tierra.”
La decepción
Desgraciadamente, la transición democrática no resultó ser la panacea que todos esperaban y pronto, muy pronto, los nuevos gobernantes mostraron ser tan autoritarios, corruptos y mentirosos como los anteriores. El desengaño fue tremendo y allanó el camino para que “nuevos” líderes populistas de oposición tomaran la alternativa. Fue así como surgió como la espuma el líder más emblemático de la izquierda en México: Andrés Manuel López Obrador, del PRD.
Por cierto, como parte de las importantes reformas de 1997, los capitalinos tuvieron la oportunidad de elegir ese año, por primera vez en su historia, al Jefe de Gobierno de la capital del país, y lo hicieron en la persona del hasta entonces dos  veces derrotado en elecciones presidenciales Cuauhtémoc Cárdenas. Lo hicieron únicamente por tres años, con el objeto de empatar el proceso local con el federal de fin de sexenio. Ni ese plazo menor cumplió Cárdenas, pues no pudo resistir la tentación de lanzarse por tercera vez consecutiva a contender por las presidenciales en que ganó Fox. El periodo de Cuauhtémoc lo completó Rosario Robles Berlanga y en el 2000 fue electo el antes dicho López Obrador. La  guerra sucia que desde muchos sectores le hicieron a éste desde que anunciara sus intenciones de lanzarse a competir por la Presidencia de la República en 2006, no hizo más que fortalecerlo, habiendo salido increíblemente bien librado de un proceso de desafuero al que fue sometido puerilmente y sin medir dichos efectos, y previo a ello, de unas videograbaciones en que algunos de sus colaboradores y amigos fueron pillados en situaciones comprometedoras, por decir lo menos.
La elección de 2006
Y así llegamos al célebre proceso electoral de 2006, para el que arriesgo un poco de historia personal. A finales de 2002, me desempeñaba yo como Gerente de Base de Datos del Servicio Postal Mexicano (Sepomex), uno de esos ambientes burocráticos irrespirables que abundan en todas las dependencias gubernamentales del país y, para no ser injustos, del mundo entero.
En tal posición, en diciembre de aquel año, me vi involucrado en una disputa cibernética, a través del correo electrónico, con el entonces desconocido Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo, cuyo principal mérito residía en ser hermano de Margarita de idénticos apellidos, esposa de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, coordinador, en ese momento, de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados.
El ahora mundialmente famoso Hildebrando me llamaba, eufemísticamente, mentiroso en un correo electrónico de respuesta a uno mío en el que me quejaba por un deficientísimo, por decir lo menos, sistema interactivo de direcciones postales, desarrollado por la compañía que del dueño tomaba su nombre: Hildebrando. Me acusaba, en pocas palabras, de decir medias verdades. Lo único cierto es que el sistema nunca entró en operación, a pesar de los cientos de miles de pesos que se le pagó a sus desarrolladores. Cuando yo me uní a Sepomex en julio de aquel 2002, el engendro ya estaba en gestación, pero nunca logró levantar a pesar de los ingentes recursos materiales y humanos que se le invirtieron. A pesar de ello, el director de sistemas, mi jefe, me reclamó el modo en que yo le exigía a Diego Hildebrando el cumplimiento de sus responsabilidades. Ignoras, me dijo, qué “callos puedas estar pisando”.
Hastiado de esos ambientes, renuncié a Sepomex mes y medio más tarde y me fui con la familia a recorrer por tren algunos países de Europa en abril-mayo de 2003, no sin antes haber guardado copia de todos los archivos relevantes de mi paso por Correos de México para que después no se me fuera a fincar responsabilidad alguna por el fallido sistema. Todo ello, quién lo fuera a decir, por recomendación del subdirector de sistemas, mi jefe directo.
Al regresar del viaje, como ya traía yo la inquietud de huir de la Ciudad de México y el futuro lucía sombrío para esposa y niños (en ese entonces) de permanecer ahí, adquirimos de forma exprés un negocio que transfería una franquicia en la ciudad de León, y nos mudamos el jueves 17 de julio de 2003. Y así, nos llegó por sorpresa el fatídico y memorable 2006, aquél de los inolvidables debates en que López Obrador desenmascaró al hoy célebre Hildebrando.
Recordé, entonces, el tesoro que había yo estado añejando, casi contra mi voluntad, durante tres largos años y me decidí, intempestivamente, a enviar una carta para su publicación al diario local am, pero, como hago casi siempre que el tema es relevante, la mandé también a la revista Proceso y a los diarios Reforma, El Financiero, La Jornada y ya no recuerdo si algún otro.
Como entonces todavía enviaba mis cartas por fax, la transcripción que de ella hizo am el sábado 10 de junio de 2006 (p. 5) fue lamentable y la reenvié con una atenta carta al director explicándole la situación, pero ahora sí ya por correo electrónico para que no hubiera pierde y nada más la “cortaran y pegaran”.
Ese mismo día me llamaron por teléfono Claudia Salazar, de Reforma, y el hoy también célebre Daniel Lizárraga, de Proceso, el mismo que descubrió la Casa Blanca de Peña Nieto. Me solicitaban, de favor, todos los documentos que pudiera yo enviarles, aquélla mediante correo electrónico y éste mediante una guía pre pagada que me proporcionarían en DHL. Cosa que hice con mucho gusto y sin cobrar un solo centavo. Pero también me hablaron ¡del PRD! y la diputada Martha Lucía Mícher Camarena o, simplemente,  Malú Mícher. ¿Cómo le hicieron para conseguir mi teléfono? Lo ignoro, pero Malú insistía en que la acompañara a la Ciudad de México a entrevistarme con López Obrador y hasta me vino a ver personalmente a la casa. Quién sabe qué se imaginaba.
Al día siguiente, domingo 11 de junio de 2006, apareció publicada mi carta, corregida, en am (p. 11), pero además mencionaban el hecho desde la primera plana. Reforma también le otorgó un espacio a la noticia en la parte superior derecha de su misma primera plana (Revelan que Zavala incumplió en Sepomex), con un extenso reportaje en páginas interiores (p. 4). Una semana después, el domingo 18 de junio de 2006, Proceso (número 1546) publicó la famosa portada de “El cuñado letal” y en el número correspondiente se daba cuenta de la información que le proporcioné a Lizárraga y de la entrevista telefónica que éste me realizó (Bajo el amparo de Cerisola, p. 9, 10). Esa tarde que Malú me visitó en la casa, me insistía en que no bastaba la breve nota en la primera plana del Reforma, que tenía que acompañarla  a México para ¡armar una estrategia con López Obrador! Cuando le mostré el amplio reportaje en páginas interiores del ejemplar de Reforma que había comprado yo en Sanborns, quedó más tranquila y aproveché para zafarme del compromiso y agradecerle encarecidamente su visita. Le insistí, porque ya se lo había dicho, que no era partidista, pero que de cualquier manera saludara mucho a AMLO de mi parte.
La siguiente semana, el domingo 25 de junio de 2006, el longevo director general de Sepomex (llevaba 18 años en el puesto), Gonzalo Alarcón Osorio, intentó desmentirme en el número 1547 del semanario Proceso (p. 96), pero ahí mismo lo refutaba Daniel Lizárraga, y yo hice lo propio una semana después (Proceso, número 1548, p. 65). Ya no hubo réplica, pues Alarcón carecía de argumentos.
Obviamente, en esas elecciones voté por López Obrador. Sinceramente creo que merecía la oportunidad, pues “los otros dos” (PRI y PAN) habían fallado terriblemente, pero todos mis esfuerzos resultaron vanos para superar el famoso 0.56% con el que literalmente se impuso su contrincante del PAN Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, “haiga sido como haiga sido”.
La elección debió haber sido anulada, pero todos los órganos jurisdiccionales fallaron que había habido graves violaciones pero que ¡no habían influido en los resultados!
Una decepción más
Me decepcioné, pues pensé que México nunca sería un país desarrollado. No era un problema de elecciones políticas, era un problema cultural; no era el problema de una jornada electoral, era un problema histórico.
El 4 de julio de 2000 festejé en el New York Times la elección de Vicente Fox Quesada, sólo para comprobar, al final, que incurrió en la misma corrupción que el PRI durante su régimen de 71 años: privilegios económicos y materiales para él y sus allegados, abuso de poder por parte de su esposa, graves escándalos de corrupción alrededor de los hijos de ésta, y durante los varios meses anteriores a la finalización de su sexenio, utilización de los programas sociales del gobierno en favor del candidato oficial Felipe Calderón, junto con cientos de horas en los medios promoviéndolo y denigrando a su principal adversario político, Andrés Manuel López Obrador.
Por otro lado, lo que todo mundo esperaba de éste, ocurrió: negación de la derrota. Y está bien, fue su derecho y los mexicanos disponemos de la institución adecuada para manejar tales situaciones, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Sin embargo, optó, también, por el camino equivocado. Culpó a todo mundo, incluso a los miembros de su propio equipo, en vez de concentrarse en el mal uso que de los programas sociales y de la publicidad hizo el presidente Fox a favor de Calderón. Pudiera también haber exigido transparencia en los mecanismos de cómputo que se utilizaron para contabilizar los votos. Podría, finalmente, haber declinado en favor de Calderón, de manera similar a como lo hizo Al Gore en los comicios estadounidenses del 2000 para evitar a su nación daños políticos, económicos y sociales adicionales, local e internacionalmente, y aprovechar el claro “triunfo” que su partido obtuvo en el Senado y en la Cámara de Diputados, con casi un tercio de sus miembros en cada uno de los organismos del Congreso, junto con los casi 15 millones de votos en su haber, prácticamente los mismos que Calderón, y prepararse para el 2012. Desgraciadamente, escogió el bloqueo criminal de Paseo de la Reforma, con todos los daños económicos, políticos y sociales que ello implicó.
La segunda vuelta
Muchos de estos males se pudieron haber evitado con la reforma que yo considero reina de todo proceso electoral: la segunda vuelta. Con un margen de apenas 0.56%, ésta hubiera estado más que justificada, y la victoria definitiva para cualquiera de los dos contrincantes habría sido nítida e incontrovertible. En pocas palabras, el aberrante daño infligido a la Ciudad de México pudo haber sido evitado, y muchas otras rabietas y pantomimas también. Para bien o para mal. No quiero implicar con esto que AMLO hubiera sido claramente derrotado en una segunda vuelta, pero muy probablemente, porque hasta los indecisos y abstencionistas se hubieran animado entonces.
Elecciones federales de 2012
El hartazgo de la ciudadanía por dos administraciones consecutivas del PAN, tanto o más corruptas que las del PRI, ¡determinó que éste regresara al poder! Toda la euforia que había manifestado doce años atrás en el New York Times quedó hecha añicos, pues yo, ya sin mucha convicción, volví a votar por López Obrador, pero me tuve que conformar con el claro y poco impugnado triunfo de Peña Nieto. Poco impugnado, quiero decir, si lo comparamos con la aguda crisis que se había vivido seis años atrás.
Los graves problemas con Peña Nieto vinieron después y estamos inmersos en ellos hoy en día, pero quizás convenga abundar sobre éstos en la conclusión de este trabajo.

La reforma de 2014
La reforma electoral más reciente es la de 2014, que básicamente crea el Instituto Nacional Electoral (INE) en sustitución del antiguo IFE, otorgándole mayores atribuciones por sobre los organismos locales, y establece la posibilidad de reelección para diputados federales y senadores, diputados locales y presidentes municipales. La reelección representa un deseo largamente acariciado por diversos sectores de la sociedad, especialmente por quienes ven esto como un mecanismo de castigo o premio para una labor mal o bien desarrollada, y quizás no les falte razón, pero insisto en la necesidad mayúscula del establecimiento de la segunda vuelta, que ya se contempla en democracias de países más desarrollados y en algunos de avance similar al nuestro. Es una materia pendiente de urgente resolución.
Las elecciones intermedias de 2015
Las elecciones intermedias de junio de 2015 dejaron al descubierto los terribles excesos de corrupción y cinismo del Partido Verde Ecologista de México y sus impresentables miembros. Los cuantiosos gastos en publicidad  y artículos promocionales del partido, al margen de toda norma, fueron frecuente y severamente castigados por las autoridades electorales, tanto el INE como el TEPJF y la Fiscalía especializada para la atención de delitos electorales (Fepade), pero poco les importó a los sancionados, ya que un rápido cálculo les permitió concluir que bien valía la pena la inversión en estas sanciones a cambio de todos los beneficios obtenidos por violar las reglas.
El anuncio por parte de la Fepade de que solicitaría una orden de aprehensión contra Arturo Escobar y Vega por delitos electorales cuando éste formaba parte del grupo dirigente de dicho partido determinó a la postre su renuncia a la Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación, a cuyo frente estaba. Posteriormente, cuando se supo que el titular de la Fepade, Santiago Nieto Castillo, había sido asesor de la fracción del PRD en el Senado de la República, que había cobrado por ello y que omitió esta circunstancia cuando presentó su currículo para ser nominado por el Senado mismo Fiscal, el Verde contraatacó para minar la credibilidad de Nieto por tan obvio conflicto de intereses.
Este sainete no hace más que revelar el profundo grado de descomposición en que se encuentran nuestros partidos, las autoridades electorales y nuestra “democracia” toda. Y todo esto, habida cuenta de que antes de que ello ocurriera presenté una denuncia formal por Internet ante la Fepade en contra de un medio local por hacer descarado proselitismo en favor de un partido en un artículo de opinión la víspera misma de las elecciones (6 de junio de 2015). Se me envió acuse de recibo y quedé a la espera algunos meses, con esporádicos recordatorios de mi parte inquiriéndoles sobre el avance de mi denuncia. No fue sino hasta poco antes del affaire PVEM-Fepade que ¡dos abogados de la Fiscalía me visitaron en mi propia casa! para abundar sobre mi denuncia, pero ante la magnitud de los problemas que poco después supe que vivía ésta, el mío me pareció de poca monta y me desistí, pero el solo hecho de la visita me dejó un agradable sabor de boca.
Conclusión
Tengo 66 años de edad y jamás me había sentido tan "políticamente" angustiado como ahora. Quizá sea la edad misma, pero después de haber vivido el 68 y el 71; las crisis político-económicas de los 80, aunadas al terremoto de mediados de esa misma década en la Ciudad de México; las nuevas crisis político-financieras del inolvidable bienio 94-95; la ineptitud de dos consecutivos gobiernos panistas con el "cambio" de régimen, creo que la coyuntura actual no tiene parangón.
Y no me refiero a Tlatlaya y Ayotzinapa, a pesar de la enorme responsabilidad por omisión, en el segundo caso, de dos dependencias del Ejecutivo federal, la PGR y el Ejército, no atendiendo, la una, las denuncias que se le hicieron desde mucho antes de la tragedia y absteniéndose de entrar en acción, el otro, a pesar de que los hechos ocurrieron prácticamente en sus narices.
No, esto no se lo podríamos imputar -no directamente, al menos- a Peña Nieto, aunque sí parcialmente a su Gobierno. Me refiero a asuntos más mundanos pero igualmente graves: el contubernio -aquí sí de Peña y su protegido Videgaray- con el Grupo Higa. Resulta más difícil ver en esto un conflicto entre los intereses del Estado y los gobernantes que una perfecta armonía de dichos intereses entre Peña-Videgaray y Juan Armando Hinojosa.
Peña omitió en su declaración patrimonial declarar los bienes de su esposa, habiendo estado obligado a manifestarlos, como bien apuntó la experta en materia de información Jacqueline Peschard (¿Declaración patrimonial completa?, El Universal, 24 de noviembre de 2014), violando con ello flagrantemente la ley de responsabilidades de los servidores públicos y haciéndose candidato a ser destituido de su puesto. El fuero lo protege únicamente contra actos de Gobierno, no contra los de corrupción. Videgaray dice que firmó con Hinojosa antes de asumir cargo alguno, lo que lo libera, añade, de cualquier conflicto de intereses. Bajo esta óptica, bien podría haber firmado la víspera misma de la toma de posesión de Peña y nadie tendría por qué objetarle nada, lo que resulta, por decir lo menos, ingenuo y ofensivo a nuestra inteligencia.
Macario Schettino (Desmesura, El Financiero, 11 de diciembre de 2014) afirma que un estereotipo del mexicano es la desmesura, tanto para lo bueno como para lo malo, sugiriendo irresponsablemente que estamos exagerando la actual situación. Yo más bien pienso que otro estereotipo es la negación: aquí no pasa nada, y que la realidad es en verdad mucho peor de lo que se nos permite ver.
Y no, no es que Peña deba ser destituido, simplemente dejó pasar su oportunidad. Debió haber renunciado hace tiempo, pues. No hubiera importado que nos impusieran a algún nefasto priísta que hubiera tenido que sustituirlo. Ése hubiera sido el auténtico y genuino golpe de timón que tanto hemos estado añorando, lo cual hubiera sentado un saludabilísimo precedente, único en la historia contemporánea del país. No hubiera bastado con que Peña ofreciera disculpas, como sugirió Enrique Krauze en el International New York Times (What Mexico's President Must Do, 11 de diciembre de 2014), ni con soluciones que proponían "analistas" a modo. ¡Hubiera renunciado! y la lección hubiera quedado aprendida. A mí, al menos, pesimista irredento, me hubiera infundido una profunda fe en la institución presidencial y consecuentemente en todas las que de ella derivan, y me hubiera llenado de entusiasmo. Perdimos nuestra oportunidad de provocar una genuina Primavera Mexicana y evitar el hundimiento en un posible próximo invierno.
¡Hubiera renunciado Peña! No importa que el choque inicial hubiera sido traumático y no exento de turbulencias políticas, económicas y sociales, ya que al poco tiempo el mundo hubiera reconociendo el renacer de un auténtico y real Momento Mexicano, así, con mayúsculas.
Y todo esto no era una quimera, dependía de la voluntad de un solo hombre.
Nos enteramos ahora de un nuevo escándalo. Un hacker colombiano, Andrés Sepúlveda, que confiesa haber vigilado a opositores para provocar la victoria de Peña Nieto en 2012 (Reforma, 1 de abril, con información de Bloomberg Businessweek).
Por otro lado, López Obrador, aparentemente ya fuera de sus cabales, flirteando con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) para obtener su soporte y obteniendo únicamente el rechazo de tan nefasto grupo.
Finalmente, la tercera opción, el PAN, amenazando con imponer una dinastía en México mediante la esposa del ex Presidente Felipe Calderón, Margarita Zavala Gómez del Campo, hermana del ampliamente mencionado en este escrito Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo.

Después de todo esto, me queda la sensación de que a casi medio siglo de haber adquirido mi ciudadanía y, con ella, el derecho a elegir a mis gobernantes, me ha tocado vivir un rotundo triunfo de la democracia, pero una dolorosa y cruel realidad, por más paradójico que ello pudiera parecer. Creo que en las elecciones de 2018 me abstendré, no parece que tenga mucho caso votar.