lunes, 15 de noviembre de 2021

Buen Fin de holganza

Previo a su viaje a Turquía, Carolina tuvo a bien obsequiarme el libro El novelista ingenuo y el sentimental, del Nobel turco de literatura Orhan Pamuk, me imagino que para irme poniendo a tono con su periplo. Lo leí en estos días que uno prefiere quedarse en casa que andar tirando tinacos en las azoteas. A los lectores de novelas los divide igualmente Pamuk en ingenuos o infantiles y sentimentales o reflexivos: los primeros son los que leen una novela sin complicarse mayormente la vida, a diferencia de los segundos, más interesados intelectualmente en la obra y en los intríngulis de su forma, pero ambos, ingenuos y sentimentales, preocupados por encontrar el “centro” (tema, le prefiere llamar Borges) de la novela, que no hay que buscar, por cierto, en las novelas de género (ciencia ficción, fantásticas, policiacas y románticas), pues en ellas el centro siempre está donde lo encontramos en ocasiones anteriores.

Pamuk pone el ejemplo del argentino Jorge Luis Borges y Moby Dick, de Herman Melville. En el prólogo de Bartleby, del mismo Melville, Borges duda si Moby Dick es una novela de crítica social sobre la miserable vida de los arponeros, o si es un estudio sicológico del capitán Ahab cuando éste enloquece en su obsesión por cazar a la Ballena Blanca, para finalmente concluir que el centro es algo totalmente diferente: “Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos”.

En fin, el libro de Orhan, aunque muy interesante, primordialmente trata sobre técnicas en la escritura de novelas, y a mí sinceramente lo que me interesa es comer melones, no técnicas sobre el cultivo de los mismos, como alguna vez me dijera mi amigo Germán Dehesa a propósito de un asunto muy parecido.

En otro orden de ideas, ayer, como suelo hacer otros domingos, sintonicé el programa que TV UNAM transmite ese día a las 19:30 horas, Diálogos por la democracia, conducido por el nefasto John Ackerman, que, dicho sea en su descargo, es absolutamente plural en cuando a los personajes que invita a dialogar con él, y así, he visto desfilar en sus tertulias a personajes tan disímbolos como Sara Sefchovich, Sergio Sarmiento, Evo Morales, Margarita Ríos, Manuel Bartlett Díaz, Enrique Gaue Wiechers, Hugo López-Gatell, Damián Alcázar, Juan Ramón de la Fuente, Alfonso Romo, Carlos Marín. La gama ideológica no podría ser más amplia.

Sin embargo, este domingo se llevó las palmas con un personaje extraordinario que supo capotear los obstáculos que representa el tono balbuceante e inseguro de Ackerman, que de “entrevistador” tiene lo que yo de carismático, y aquello resultó literalmente en una conferencia magistral del gran escritor Juan Villoro. Qué bárbaro, qué manera tan pulcra de expresarse y sin titubeos, todo lo contrario de su interlocutor, y con una sustancia envidiable, como si estuviera leyendo, diría mi amigo Juan Heberto Gaviño, que lo escuchó hace algunos años en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y quedó tan maravillado como yo. Villoro comparte conmigo el sentimiento de embeleso que una obra tan cruda como la Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, provocó en mí, hablando él de ese tipo de relatos en general, por supuesto, lo que pone punto final a la objeción que me hiciera mi amiga Gina a propósito de lo que escribí entones.

Pero para qué les cuento más, mejor véanlo y escúchenlo ustedes mismos y ojalá se sientan tan enaltecidos espiritualmente, como yo anoche después de ver el programa: https://www.youtube.com/watch?v=cHb1DCXVDio .

Cultura, erudición e inteligencia, no en balde Villoro es un miembro insigne del Colegio Nacional, igual que su padre, el ya fallecido y eminente filósofo Luis Villoro.

Es una desgracia que la televisión estatal (Canal 11, Canal 22 y TV UNAM) esté cooptada por ese espantajo autodenominado 4T, pero mientras siga habiendo perlas como la que describo, no todo estará podrido en Dinamarca. Nunca mejor aplicado el dicho, pues es el país que nuestro Mesías se ha planteado como modelo a seguir.

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