Siendo adolescente, me iba al estadio olímpico de CU con mi primo Lorenzo, apenas unos años mayor que yo, a ver los partidos de futbol americano colegial cuando jugaban los Pumas. Él había estudiado en la Prepa 4 de la UNAM y se volvió un fanático del equipo, transfiriéndome a mí ese fanatismo. Llegó incluso a recibir el ovoide de manos del legendario mariscal de campo de los felinos Joaquín Castillo cuando ambos estudiaban en dicha preparatoria y practicaban en el equipo de la escuela. Por cierto, conoció también a Enrique Borja, coetáneo suyo.
Poco tiempo después, a principios de 1969, me apersoné nuevamente en el estadio, pero esta vez a presentar el examen de admisión a la Facultad de Ciencias de la universidad para cursar la carrera de actuaría. Imagínense la cantidad de aspirantes que solicitaban entrar ahí como para llenar las gradas de semejante inmueble, y no sé cuántas sesiones más del mismo estilo habrá habido para terminar con la primera fase del proceso de selección.
A las pocas semanas llegó un telegrama a mi casa donde se me informaba que había sido aceptado para cursar en la UNAM mis estudios superiores. Entonces no había muchas opciones, o era ahí o era en alguna otra universidad que no ofrecía la amplia gama de carreras de nuestra máxima casa de estudios, y, por supuesto, no con la experiencia centenaria de ésta. Los “fifís” pululaban en el campus universitario por doquier, nunca mejor aplicado el calificativo de “neoliberal” a la universidad que entonces. Yo, para no ir más lejos, provenía de la prepa de la Universidad La Salle, donde estuve becado durante mi educación media superior.
En la UNAM, finalmente, supe lo que era la libertad, el espíritu crítico y el rigor científico. Me sacudí todos los traumas que se acumularon durante mi formación básica y media superior en escuelas confesionales de primera, debo decirlo. Fui testigo de los continuos embates que la universidad recibía de sus enemigos, entonces más que nunca. Los ataques en Lecumberri (enero de 1970) de los presos comunes contra los estudiantes ahí recluidos por los sucesos del 68, el exilio de éstos al Perú, su regreso al país justo para ser víctimas, otra vez, de una masacre, la del Jueves de Corpus de 1971, la toma por varios meses de la Torre de Rectoría por Mario Falcón y Castro Bustos, que provocó la caída del rector Pablo González Casanova en 1972, y la llegada de Guillermo Soberón Acevedo en su lugar a una sede alterna: el CIMASS, donde yo estaba becado por mi querida universidad para realizar mi trabajo de tesis, que me valía, además, como servicio social, y que me alcanzó, todo ello, para ser designado como el mejor estudiante de México en actuaría, con lo que correspondía, mínimamente, a haber tenido los mejores maestros de México, de uno de los cuales, Guillermo Torres Díaz, hablé ya muy elogiosamente en este mismo espacio, pues era un sabio.
Magínense ustedes, parafraseando al asno, si a todo lo anterior y cosas peores ha sobrevivido la universidad, qué no será de esta nueva embestida del fósil que quisiera convertir a la UNAM en otra Universidad Autónoma de la Ciudad de México u, horror de horrores, su reciente engendro Universidad para el Bienestar Benito Juárez García.
Y de la sabandija servil y rastrera que “gobierna” la Ciudad de México, ¿qué podemos decir? Traidora que muerde la mano que le dio de comer al llamar hipócritas y conservadores a quienes osamos defender a nuestra alma máter, a la que defienden incluso quienes no estudiaron ahí. Una sucia grilla que se enorgullece de haber hecho politiquería de la más baja estofa cuando “estudiaba” en la universidad. Su única obsesión es el poder, de aquí su obsequiosidad con el burro que no rebuzna porque sería bilingüe.
Vamos, si mi amadísima UNAM sobrevivirá hasta a éstos, no me queda más que decir por ella, junto con Gloria Gaynor: https://www.youtube.com/watch?v=ARt9HV9T0w8 .
No hay comentarios:
Publicar un comentario