miércoles, 22 de septiembre de 2021

32 años

 Perdón por ser reiterativo sobre Elena (foto adjunta) en el aniversario número 32, hoy, de nuestro matrimonio, pero nunca será suficiente tanto énfasis habida cuenta de que, sin ella, largo tiempo ha que ya no estuviera yo entre ustedes, ya fuera por propia mano o de profunda tristeza por no haberla conocido. Para esto, quiero recordar lo que dije de ella hace poco más de un año, en pleno apogeo de la pandemia, en el “poema” intitulado Clarín, que la pinta de cuerpo entero. 

Clarín

¿Un pajarito cantando a estas horas?, me preguntó Elena el otro día en la cocina pasadas las 10 y media de la noche. Me inspiró mucha ternura su pregunta y tomé consciencia de un sonido ya familiar para mí desde varios meses atrás, pero del que había sido poco atento. Desde entonces lo oigo con especial delectación de que amanece hasta el anochecer, pues literalmente el pajarillo todavía tiene ánimos para cantar hasta bien pasadas las 11. Se trata de un clarín (myadestes unicolor). Es de los vecinos y, por tanto, nos encontramos en el mejor de los mundos posibles: ellos se encargan de alimentarlo, cuidarlo y limpiar su jaula, y nosotros de disfrutar su canto. Pareciera que se encuentra uno en pleno bosque. 

Pero ¿por qué me habrá movido a tanta ternura cuando Elena lo trajo a mi realidad? Pues, además del cariñoso diminutivo, yo creo que  porque me hice consciente de que ella es así: desde que amanece hasta la medianoche trae la sonrisa en su cara, no matter what, dirían los gringos. Es más, yo creo que cuando duerme no la abandona y que así se va a morir. Lo que es tener tranquilidad de conciencia y no deberle nada a nadie, ¿’á que sí?, preguntaría un leonés autóctono. Todo lo contrario de mí, que siempre ando con la angustia, el nervio y la tensión a flor de piel. Qué feo. Incluso a veces, para molestarla, le digo: Elenita, pero ¡¿de qué te ríes, carajo?! Puritita envidia.

Es más, creo que eso es lo que me ha permitido sobrevivir, a pesar de mí, las tres últimas décadas y pico. Mi hija recuerda con especial emoción cómo, hace muchos años, un día su hermano le preguntó, no estando nosotros presentes: Caro, cuando ves a mamá, ¿no sientes que te llenas de felicidad y que su cara provoca en ti mucha alegría? Carolina lo agarró a besos y le dijo: ¡Sí, Ruly, claro! 

Obviamente, la tragedia que nos trae a todos a raya no ha sido suficiente para achicopalarla a ella. Más aún, es como un acicate que le permite mostrar toda su entereza y todo su entusiasmo, tanto en las labores de casa, como en las que tiene que hacer fuera vendiendo sus productos ahora que la tienda está cerrada, o como, al regresar, todavía darse el tiempo de hacer algún trabajo a distancia y promoviendo sus negocios en redes sociales. Incansable, pues. 

También la molesto con aquello de que yo no he de ser tan malo cuando el cielo me premió con su persona, y, sin embargo, ella no ha de ser tan buena cuando los infiernos la castigaron conmigo. 

En fin, mi querida Elena, especialmente en estos tiempos tan dramáticos, ¡qué bueno es tenerte entre nosotros! Todo mundo se siente igual contigo, no sólo los que tenemos la dicha de disfrutarte todos los días. 

Clarín me lo recuerda a todas horas.

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