Comencé a leer a Jesús Silva-Herzog Márquez desde hace más de cinco lustros en el Reforma. Al mero principio pensé que escribía ahí por influencia familiar de su padre, Jesús Silva- Herzog Flores, ex secretario de Hacienda y precandidato a la presidencia de la República en el sexenio de Miguel de la Madrid, y hasta de su desaparecido abuelo, el ilustre historiador potosino Jesús Silva Herzog, y de quien ambos tomaron sus apellidos para formar uno compuesto.
Desde su primera columna quedé disuadido de que no era así, de que el joven de escasos treinta años de edad tenía méritos propios y una preclara inteligencia, de que era un ácido crítico, pero equilibrado y sin estridencias. Desde entonces quedé fascinado y lo he seguido leyendo lunes tras lunes a través de los años. Afortunadamente, el periódico local que leo en la ciudad de León reproduce puntualmente dicha columna al mismo tiempo que el periódico de la Ciudad de México. Ningún otro columnista del país se le aproxima siquiera. El único que lo igualaba en otros tiempos era Miguel Ángel Granados Chapa con su columna diaria Plaza Pública, a quien leía todos los días con igual fruición. La muerte de Miguel Ángel dejó en solitario a Jesús.
Recuerdo que una vez cuqué a Germán Dehesa con un correo electrónico en que lo conminaba a que si en realidad quería tener a alguien talentoso en su programa nocturno El ángel de la noche de Canal 40, invitara a Jesús Silva-Herzog Márquez. Poco tiempo después cumplió mi deseo y, junto con él, se presentó una invitada consuetudinaria de Dehesa, Marta Lamas. Después de la primera intervención de Jesús en el programa, Marta quedó embelesada con la elocuencia y erudición de aquel y no acertó a decir más que: “Oye, Germán, que chico tan brillante, deberíamos invitar al programa únicamente a gente como él -y dirigiéndose a Silva-Herzog-, ¿cómo dijiste que te llamas?”, ajena totalmente a que yo lo había “descubierto” mucho antes que ellos dos.
Todo lo anterior sólo para decir que acabo de leer su lúcido ensayo La casa de la contradicción (Taurus, 2021), después de haber hecho lo mismo en otras épocas con dos obras previas: La idiotez de lo perfecto y Por la tangente, y aun con una tercera antes de éstas referente al tedio, pero que no encontré en mi caótica biblioteca ni mencionada en Internet (¿me la habré imaginada o la memoria me traiciona achacándosela a él?). De que la leí, la leí, y resultó tan encantadora que se la adjudiqué en automático a Silva-Herzog.
Pero volvamos a La casa de la contradicción, que el autor divide en cuatro partes: un estudio erudito sobre la democracia propiamente dicha, con multitud de doctas referencias, y que por lo mismo resulta un tanto denso y aburrido, para enseguida, en el capítulo dos, “entrar en materia” con los desfiguraos de la democracia mexicana, en las personas de quienes dirigieron sendos gobiernos de la alternancia: Fox, el “alto vacío”, como dice Jesús que le llamaba Carlos Castillo Peraza, y una detallada recapitulación y análisis de los desfiguros y sandeces de este engendro de la Coca Cola (eso lo digo yo); otro tanto hace con el “inseguro” (así le llama) Calderón; y termina este segundo capítulo con el inefable Peña Nieto, el “maniquí” o “muñeco de yeso”, hueco de ideas y de sustancia, que creyó que con hacer reformas y escribir leyes bastaba, sin siquiera intentar el inicio de su aplicación, y a quien dos hechos comentados hasta la saciedad, incluso hasta nuestros días: Casa Blanca y Ayotzinapa, obligaron a dar por terminada su presidencia a la mitad del camino.
Y qué decir del tercer capítulo, Demolición, que padecemos en vivo actualmente y analizada cáusticamente por este pensador sin igual. Se hace eco de la gente y otros autores que califican al estúpido del pueblo como el poeta, no de la felicidad, como a Carlos Pellicer, sino del insulto. Pero en eso consiste su transformación, en derruir todo y empezar a construir sobre esos escombros su quimera.
El libro termina con un epílogo que no es más que una bella convicción del académico, como para terminar con ella este escrito, pero como no quiero que me acusen de plagiario, mejor leo otras tres obras sobre el particular, incluyo la convicción en otro escrito, pero habré quedado ya como investigador (así le repetía a Amós Oz, una y otra vez, su padre, un frustrado investigador universitario).
(P.S. Por si se quedaron con el pendiente, les informo que Elena y yo ya obtuvimos una cita para tramitar nuestras visas en la embajada de Estados Unidos, después, claro, de haber pagado los derechos del trámite (1,580 pesos) y los consulares (6,720): ¡martes 17 de enero de 2023 a las 10:10 de la mañana! Con catorce meses de anticipación, o, más bien, de retraso. Insisto: ¡pinches gringos!).
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