Caro, mi hija, completó hoy, domingo 7 de noviembre de 2021, sin detenerse, el maratón de Estambul, Turquía, y no es que yo la haya impulsado a hacerlo, cuando mucho me tomó como referente después de más de cuarenta años en estas correrías. Se decidió este mismo año a intentarlo a sus treinta de edad y, como otras veces en distintos aspectos de su vida, se inclinó por lo más exótico que pudiera ocurrírsele: este país euroasiático. Es más, el maratón comenzó en la parte asiática de la ciudad, continuó a la europea y vuelta hacia Asia, valga el seudo redundante chistorete.
Lo más que hice yo fue acompañarla los últimos siete kilómetros de su entrenamiento de 35 con el que dio por concluida su preparación de fondo en el Parque Metropolitano de León, Guanajuato, antes de marcharse con Juan Martín a la enigmática Turquía. Huelga decir que en tal ocasión me dejó atrás a pesar de llevar ya ella cuatro giros de siete kilómetros cada uno cuando yo me le uní. Algo con lo que también la “ayudé” fue proporcionándole mis registros diarios de entrenamiento de cinco años, 1984-1988, que conservo religiosamente y que dan fe de los maratones que corrí en Nueva York, Berlín y Boston durante esos años. No sé que habrá hecho Caro con ellos, si les sacó un promedio a las distancias recorridas por mí para tratar de seguirlas ella o tan solo las tomó como referencia para su propio plan de entrenamiento. Como dicen en el bajío, sabe.
El caso es que terminó, lo que da muestra cabal de la pugnacidad que Carolina ha manifestado durante toda su vida y que la ha llevado a destacar al más alto nivel en los ámbitos académico, profesional y deportivo. Y no porque sea yo un fanático que le haya imbuido la pasión por el jogging, para nada, pero fue el término más ad hoc que se me ocurrió para expresar fehacientemente el orgullo de un padre por su hija, parafraseando al clásico.
¡Salud, Caro!
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