Cuando uno se obsesiona por algo o por alguien no para hasta conseguirlo u obtener el rechazo definitivo. Tal fue mi caso con el libro Koala, de Lukas Bärfuss, que no encontré por ninguna parte. Novela corta de 170 páginas, en rústica, que se anuncia como la historia en que el narrador va a dar una plática sobre un autor X en su pueblo natal, donde aprovecha para verse con su hermano (medio hermano) al que no ve desde hace tiempo y al que no volverá a ver nunca más, pues éste se suicida poco después. Fanático del tema como soy y por venir recomendado el libro por un escritor que respeto, lo conseguí finalmente en Mercado Libre al módico precio de ¡890 pesos con 74 centavos!, rusticidad incluida. Afortunadamente un error del proveedor hizo que la venta se frustrara y me devolvieran mi dinero. Pero, terco, ahí voy otra vez, y en esta ocasión el atraco sí se consumó, aunque para compensar el mal servicio previo y el desfalco, me lo hicieron llegar en tan solo un par de días.
El relato prácticamente comienza describiendo el fatal acontecimiento y con interrogantes del autor sobre las razones que su hermano tendría para cometer tal “despropósito”, y lo pongo entre comillas porque el autor entra en el tipo de disquisiciones que a mí tanto me gustan y que parecen justificar plenamente la decisión de su pariente. Luego acude a elucubraciones sobre el tiempo en que a su hermano empezarían a identificarlo con un koala y tal vez hasta asignarle el sobrenombre. Quizá haya sido mientras perteneció a los scouts.
Pero, súbitamente, el narrador pasa de esta historia a otra totalmente disímbola, sin conexión alguna aparente, y que abarca la mayor parte de la novela: la colonización por parte de diferentes cuadrillas europeas, ayudadas por nativos, de la Antártida, hasta llegar a descubrimiento de ese animal que parece ser todo un enigma: ¡el koala! Al principio, la carencia de ilación entre las historias me desconcertó y enojó. Era como pasar, terminados los comerciales televisivos, de un encuentro reñido de básquet en los cardiacos segundos finales del partido a otro de la temporada regular de beis. Frustrante, pues hasta el interés por la lectura se pierde.
Todo se arregla con el descubrimiento en el relato del koala, animal perezoso, con mil limitaciones, de vista corta, retraído, habitual de las altitudes arbóreas y de escasa utilidad, de no ser por su piel, que es lo que llevó al humano depredador a terminar con la especie. Y ese mismo exterminador, el hombre, lo hizo resucitar de entre sus cenizas para convertirlo en símbolo de toda una colonia. Esto es, lo rescataron de su pereza y lo pusieron a trabajar, aun después de desaparecerlo. Desgraciadamente, no pueden hacer otro tanto con el hermano del narrador, pues él posiblemente estaba harto de todo eso, pero nunca lo sabremos, ya que no dejó nota póstuma alguna, y todos conocían su baja autoestima.
“Y de pronto comprendí -dice el narrador- por qué se trataba de evitar hablar del suicidio. No era contagioso como una enfermedad, era convincente como un argumento incuestionable. Era una mentira que no se entendía a los suicidas, al contrario. Todos los entendían demasiado bien. Pues la pregunta no era: ¿por qué se suicidó? La pregunta era: ¿por qué siguen ustedes con vida? ¿Por qué no abrevian las fatigas? ¿Por qué no agarran ahora mismo la soga, el veneno o el revólver, por qué no abren la ventana, ahora mismo?”
Novela altamente gratificante.
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