En oportunidades previas hablé sobre los placeres de leer y escribir, ahora lo quiero hacer con otro íntimamente relacionado con ellos aunque incomparablemente superior: el extático deleite de leer el periódico por las mañanas a la hora del desayuno.
En Los Buddenbrook, de Thomas Mann (Edhasa, 2008), puede leerse al final del capítulo VI, página 158, el siguiente diálogo entre la heroína de la novela, Tony, y uno de sus pretendientes, muy jóvenes aún los dos:
“Más tarde, cuando Tony hubo terminado y se estaba limpiando los labios con la servilleta, señaló el periódico y preguntó:
- ¿Y bien? ¿Alguna noticia?
El joven Schwarzkopf se echó a reír y meneó la cabeza con un gesto de compasión un tanto burlona.
- Ay, no... ¿Qué va a poner ahí? ¿Sabe usted? El Stiidtische Anzeigen es un periódico que podría ir directamente a la basura.
- Oh... Pues papá y mamá llevan toda la vida comprándolo.
- ¿Y qué? -dijo él y se sonrojó-. Yo también lo leo, como puede ver, aunque sólo cuando no tengo otra cosa a mano…”.
Pues yo tampoco tengo otra cosa a mano a esas horas de la “madrugada” que el periódico local, que merecería igual suerte que el Stiidtische Anzeigen, pero, aun así, nada puede superar el inmenso placer de hacer esto todos los días mientras devoro mis suculentos bizcochos con un exquisito expreso, previa deglución de un saludable y refrescante jugo de naranja.
¿Paradójico, no? Aunque no tanto, ya que bien que mal uno se pone al día de los aconteceres de la ciudad, el estado, el país y el mundo, en lo relacionado con la política, la sociedad, los negocios, la economía y hasta los deportes, y todo, aderezado con sesudos artículos de opinión; ya posteriormente se pondrá uno más al tanto en Internet con diarios nacionales y extranjeros de mejor “manufactura”.
Además, no deja de tener su encanto el descubrir tantos gazapos, duendes y erratas en lo que constituye un humorismo involuntario puesto en marcha todos los días por mi propio Stiidtische Anzeigen.
Se hace más leve la jornada.
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