El miércoles 10 de febrero de 1999 mi padre, un anciano de 78 años de edad en ese entonces, fue intervenido quirúrgicamente de la columna cervical por un criminal que le aseguró que a las 24 horas saldría del hospital por su propio pie, lo cual toda la familia creyó cándidamente, pues, hasta entonces, mi padre había caminado normalmente toda su vida, y la operación sólo era para aliviar los dolores que le causaba la compresión de la médula cervical por las vértebras correspondientes.
Mi padre no volvió a caminar ni a valerse por sí mismo, incluso para las cuestiones más elementales: alimentarse y asearse, pues lo invalidaron del cuello para abajo. El sábado 20 de octubre de 2007 falleció.
Las crisis que don Nicolás, mi padre, padeció durante estos ocho años, ocho meses y diez días fueron múltiples y dramáticas, especialmente los dos últimos años, en que nos repetía que lo único que quería era morir ya. Yo le ofrecía mi auxilio en este sentido, haciéndole ver que la eutanasia era una práctica común en nuestros días y que conocía doctores que le podían proporcionar este alivio extremo. Enseguida desviaba la conversación y yo le hacía ver que en realidad no era eso lo que quería, y así, una y otra vez, durante más de dos años.
Sinceramente creo que no haya sido por cobardía ni por principios o sólidos valores religiosos (¿los habrá conservado?), sino más bien por no involucrar en problemas de conciencia o legales a sus hijos, dos de los cuales siguen siendo firmemente creyentes (o “crédulos”, como me preguntaba mi hija, cuando era pequeña, que si así se les llamaba a los que a diferencia nuestra sí creían). Digo esto porque en los últimos meses se abandonó, comía poco, escupía los medicamentos, casi no tomaba agua y se la pasaba dormitando y con dolores la mayor parte del tiempo, siempre bajo el cuidado de una enfermera las 24 horas del día. El sábado le vino una hemorragia interna y se le llevó al hospital inmediatamente. Los doctores sugirieron una traqueotomía y él movió negativa y desesperadamente la cabeza. Se le regresó a casa de mi hermana, y mi hermano trajo a su médico personal, quien dijo claramente que era el final, que no se atrevía a emitir un pronóstico, pero que podían ser 24 o 48 horas, o más incluso ateniéndose a lo que ya había resistido hasta entonces. Tres horas más tarde falleció.
Huelga decir los problemas de toda índole que esta tragedia ocasionó durante todos estos años. Mi madre, ahorrativa, le heredó una cantidad considerable cuando murió hace más de 14, misma que conservaba hasta antes de su operación en 1999 y que se esfumó en cinco años. El tiempo restante corrió por cuenta de los hijos. Adicionalmente, como mi padre tuvo la “mala ocurrencia” de morir en sábado, hubo que embarrar las manos de funcionarios públicos o simples particulares con las consabidas dádivas, pero el colmo fueron los buitres mercaderes de la muerte. Sólo un ejemplo: el ataúd les cuesta tantos miles de pesos, pero si ustedes deciden cremarlo, les devolvemos la mitad al final de la ceremonia y nos quedamos con él. No quiero ni imaginármelo, pero quién nos garantiza que no se quedan con él de cualquier forma.
En fin, puedo tener mis reticencias en cuanto al aborto, aunque respaldo incondicionalmente y sin reservas la decisión de la ALDF de legalizarlo y de la mujer de optar por él si así lo considera conveniente, pero en cuanto a la eutanasia, por favor, no debiera haber duda ya y se tendría que haber legalizado desde hace muchísimos años, y, en este caso sí, ser optado libre y conscientemente por el único afectado. Y debiéramos ya estar educando a nuestros hijos en tan piadosa práctica, que aplicamos de manera responsable y plausible en los animales que sufren. No seamos hipócritas, la eutanasia ya se aplica clandestinamente y con la aprobación plena y hasta suplicante del único que la “padece”. Yo, por mi parte, ya dejé plasmada esta voluntad en el testamento oral a mi esposa e hijos, por si no pudiera yo expresarla personalmente y tuvieran ellos que tomar la decisión en un momento dado.
Dios ha muerto (Nietzsche dixit), obviamente bastantes siglos antes de que intervinieran a mi padre. Sin embargo, en los demonios sí creo: en el maldito que lo baldó y que salió impune a pesar de haberlo denunciado ante la Conamed y la PGJDF, y a ésta ante la CDHDF por su corrupción e ineficiencia, pero sobre todo creo en el demonio de nuestros prejuicios e ignorancia, que mantuvo a mi padre en un verdadero infierno los últimos años de su “vida”. Cumpliría 87 el mes próximo. Se queda en mi memoria la paz de su semblante, que contemplé a través de la mirilla del famoso ataúd el sábado 20 de octubre de 2007.
domingo, 11 de noviembre de 2007
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1 comentario:
¡¡¡Qué bonito escribes!!! Abuelito estaría todavía más orgulloso de ti si leyera este escrito.
Deseo, e verdad, llegar a escribir tan bien como tú.
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