martes, 29 de octubre de 2024

Veintiún años después

Es bien conocido el adagio no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, que hace referencia a novelas  de Alejandro Dumas, pero que en el caso del dicho se refiere a la pérdida de facultades con el paso del tiempo. Ahora, imagínense veintiún años después, que es el tiempo transcurrido desde que llegué a esta bendita ciudad de León.

Desde hace nueve lustros tomé el jogging como una actividad que realizaba muy regularmente, no al extremo de dejar de ser amateur, pero tampoco tan leve como para no haber completado un palmarés de cinco maratones, uno de los máximos orgullos de mi existencia. Cuando llegué aquí a los 54 de edad todavía conservaba mucho de la inercia de aquellos tiempos de trote cotidiano y sistemático, al grado de que no era raro que en El Palote me dijeran qué rápido corre usted, señor, cuando recorría gustoso la pista de siete kilómetros que circunda la presa del mismo nombre, o que me hicieran ver con asombro que ya llevaba más de una vuelta cuando le daba dos todos los viernes muy de mañana.

Sin embargo, de unos años a la fecha, es palpable el diario (literalmente) declinar de unas facultades que yo daba por garantizadas y permanentes no ha mucho, al grado de que el tiempo que antes me tomaba darle dos vueltas a la pista, hoy con dificultad sólo me alcanza para una. A tal extremo.

Lo cual, afortunadamente, no impide que lo siga intentando, y lo más sorprendente es que llego igual de cansado y sudoroso ahora que doy una sola vuelta que antes cuando daba dos, lo que significa que obtengo el mayor beneficio aeróbico que busco.

Además, como me dicen Elena, Caro y Raúl júnior cuando lamento el triste ocaso de mis facultades: ya quisiéramos ver a algún otro viejito de 75 años caminando, no trotando, ca-mi-nan-do los siete kilómetros que tú acostumbras correr cada tercer día.

Si no fuera por estos cheerleaders, la vida carecería de sentido.

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