Empezando por la tonta traducción al español del título, La amiga estupenda (2012), del italiano original, mucho más descriptivo, L’amica geniale, o del inglés, igualmente expresivo, My brilliant friend, y siguiendo por quién sabe cuántas cosas más, de las cuales no es la menor el anonimato –que cada vez lo es menos- de la autora, de seudónimo Elena Ferrante, ni las fabulosas temporadas televisivas de la saga Dos amigas, conformada, además de la ya citada, por Un mal nombre (2013), Las deudas del cuerpo (2014) y La niña perdida (2015), actualmente en plena exhibición.
La protagonista y narradora en primera persona, Elena Greco (Lenù), ya adulta mayor, da cuenta de sus correrías con su entrañable amiga Raffaella Cerullo -a la que la primera se niega a llamar por este nombre o por el más corto de Lina, y se refiere a ella por el casi homófono Lila- durante su infancia, juventud y primera adultez. Hace esto movida por el hijo de Cerullo, Rino, que busca desesperadamente a su madre, pues no aparece por ningún lado y no ha dejado rastro tras ella. Rino le llama a Lenù solicitando ayuda y esta, tras mucha insistencia, decide ignorarlo, pero se dispone a narrar la vida de ambas al recordar que Lila había jurado desaparecer para siempre sin dejar huella, y con ello quiere Lenù incumplir un juramento ajeno.
Lenù va siempre a la vera de Lila, mucho más intrépida, aunque menos agraciada físicamente, y quiere emularla, en el estudio y muchas cosas más, pero la misma irrefrenable inquietud de Cerullo la hace abandonar el estudio, donde destacaba de veras y era ejemplo para Greco, y dedicarse a ayudar a su padre en la zapatería, intentando hacerlo pasar de obrero remendón a diseñador de sus propios modelos de calzado. Lenù se queda embarcada en sus propios estudios donde llega a destacar como pocos, no sin lamentar ya no poder seguir a su amiga en todo. No obstante, se siguen viendo, y Lila conmina a su amiga a que no ceje en su preparación.
Poco tiempo después, Lila se compromete con el charcutero del humilde pueblo napolitano donde todos los protagonistas residen y, ¡pum!, súbitamente la novela concluye en el banquete de bodas. Yo no entendía por qué hasta que Elena (no la de la novela, sino mi esposa), que se aficionó a las tres primeras temporadas de la saga en televisión, me lo explicó.
La novela es entretenida y logra mantener el interés, pero la verdad no entiendo toda la publicidad detrás, al grado de ser ¡el número uno en la lista de los cien mejores libros del siglo XXI!, según The New York Times, clasificación con la que no concuerdo en lo absoluto. A riesgo de parecer contradictorio, yo más bien me atrevería a calificar la novela de inane, y por supuesto no pienso continuar con la saga, ya me platicará Elena (mi cónyuge) cuando termine de ver la cuarta temporada, que le produce una inevitable nostalgia al ver a los protagonistas tan creciditos.
Por cierto, Elena me desafió: “Y ¿cuál sería para ti una novela que realmente valiera la pena?”. Y la referí a un artículo escrito por un servidor hace poco más de diez años: http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2014/07/schopenhauer-filosofo-maldito.html, para hacerle ver el embeleso que me provocan Thomas Mann y sus Buddenbrook, y por qué.
Mann, un gigante de la literatura universal que se mereció el Nobel quizá más que ningún otro. Por eso, cuando empiezo a escuchar que alguien menciona que Elena Ferrante, no sé, tal vez… lo paro en seco y le digo ¡por favor, no seas sacrílego!
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