domingo, 31 de agosto de 2025

¡Adiós, querido amigo!

Para mi amigo Arnoldo Kraus, in memoriam

El viernes 25 de julio de 2025, Arnoldo me escribió, tomando como pretexto el artículo que le había enviado: “Muy bonito y humano tu texto. Te felicito abrazos. No estoy bien, tengo cáncer de colon”. De inmediato le respondí: “Me dejaste shockeado, mi querido Arnoldo. Poco se puede decir en estos casos, excepto que me duele en el alma que le pase esto a un buen amigo. Un cariñoso y solidario abrazo.”

Una semana después, el viernes 1 de agosto, al no tener noticias suyas, quise saber de él mediante un mensaje en el que hacía referencia a mi radioterapia y que finalizaba así: “Sinceramente espero y deseo que para ti exista también una terapia igualmente efectiva, que aunque no deja de ser una chinga, te mantenga con nosotros muchos años todavía. Tu amigo que te estima, Raúl.”, que él no respondió sino hasta otra semana después, el viernes 8 de agosto: “Querido amigo: Me da gusto que todo vaya favorable para ti, me emociona leerte. Yo ahí voy, ahí la llevo, día a día. Me dio mucho gusto recibir tu correo y leer tus lindas palabras. Te mando un fuerte abrazo. Arnoldo”.

Por ello me conmocioné hasta la lágrima hoy domingo en la mañana al leer en El Universal, periódico en el que Arnoldo colaboró durante muchos años, que ayer sábado 30 de agosto había fallecido.

Recuerdo que hace dos años, cuando mi ánimo andaba más bajo que nunca -que ya es decir- a causa del cáncer que me detectaron, lo contacté y quedó de llamarme por teléfono al día siguiente, pues iba a estar en la presentación de uno de sus obras, Adiós, Glinka, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, sobre la muerte de una mascota y el correspondiente duelo que esto representa para toda una familia, pues Arnoldo, defensor acérrimo de la eutanasia, fue siempre un apasionado de estos temas, además de brillar con intensidad en la academia, la medicina y la escritura. Erudito en el difícil y delicado "arte" de la bioética.

Cuando me llamó, platicamos largo y tendido sobre mis indecorosos deseos, y al final me conminó a atenderme en la medicina privada, si lo que me aterraba era caer en las manos del Seguro Social, que en esos días salía de una severa crisis por la descompostura de sus máquinas de radioterapia y su atención era caótica.

En cuanto a las otras posibilidades, me dijo que antes que nada habría que pensar en la familia, para la que una determinación de esta índole podría resultar devastadora, además de que no conocía a nadie en León que me pudiera orientar a este respecto, pero que esta era una decisión crítica que debería ser consensuada por el círculo más íntimo.

Adiós, mi querido Arnoldo, ¡te vamos a extrañar! 

jueves, 28 de agosto de 2025

Registro civil: ¿qué coños registran?

El viernes 2 de abril de 1982 contraje nupcias por primera vez. Para ello, acudimos mi futura y yo a la delegación Azcapotzalco de la hoy Ciudad de México para que una jueza de paz nos diera su “bendición”. El matrimonio nos urgía, pues andábamos tramitando un préstamo hipotecario con Bancomer para nuestro nidito de amor y necesitábamos demostrar ingresos suficientes para afrontarlo. Después de la “ceremonia”, nos regresamos a nuestras respectivas ocupaciones en IBM y de ahí cada quien para su casa, ella a la de su tía y yo a la de mis padres. Por supuesto, no hubo ceremonia religiosa ni ágape por tan solemne acontecimiento, pero un mes después la susodicha andaba urgiéndome para que nos fuéramos a vivir juntos. Fue así como rentamos un departamento de mala muerte en la Unidad Habitacional Cuitláhuac en la misma demarcación, mientras construían nuestra casita en Echegaray, adonde nos mudamos en enero del año siguiente, prácticamente a una construcción en obra negra.

Como verán, no fue la mejor manera de comenzar, pero ahí la llevábamos. Sin embargo, como dicen, lo que mal empieza, mal termina. Yo estaba más interesado que ella en que tomara religiosamente todos los días su píldora anticonceptiva, vamos, como si estuviera prescrita para mí, lo que a la larga resultó en obvio beneficio de ambos al no haber engendrado en cuatro años chilpayate alguno. Transcurridos esos cuatro años, la situación se había vuelto insostenible y un buen día, bronca de por medio, decidimos divorciarnos. Cada uno se esforzó de veras por hacer el rompimiento irreversible, no así la jueza -otra más- del registro civil, que cuando nos tocó el turno en la larga fila de ciudadanos que acudían a diversos trámites, y viendo que nosotros no íbamos en los mejores términos, nos convocó con mala leche: “Que pasen los novios”, a lo que yo, con evidente enfado, riposté: “Divorcio, mi estimada, di-vor-cio”, y dio inicio la “ceremonia”, que no consistió más que en las respectivas firmas y la entrega de un documento para que volviéramos semanas después a recoger nuestra acta de divorcio. Así de fácil.

Años después, al poner en orden mi archivo personal, me fui de espaldas al revisar el acta de ese primer “matrimonio”: asentaron en la misma el nombre del novio como Raúl Gutiérrez Montero, no Raúl Gutiérrez y Montero, o sea que yo nunca estuve casado en primeras nupcias y por lo mismo no era necesario que me divorciara de nadie, y a la otra la casaron con quién sabe quién y a ver cómo le hacía ahora para divorciarse, pues lo más sorprendente es que en el acta de divorcio asentaron mi nombre correctamente y me divorciaron sin haber estado jamás casado, y a la otra la divorciaron de alguien con quien jamás casó. ¡Qué desmadre, ¿verdad?!

Con Elena tuve mayor cuidado y me aseguré de que todo quedara perfectamente bien asentado el viernes 22 de septiembre de 1989, pero ahora sí con banquete, bailongo y demás, aunque, eso sí, sin ceremonia religiosa, la que, le digo a la mencionada Elena, estoy reservando para las nupcias definitivas, ¿ustedes creen, cuando estamos a punto de cumplir 36 años el mes que entra y yo a una edad crepuscular?

Además, sin ceremonia religiosa ni parafernalia que le acompañara, Elena ha sido la mayor bendición con la que el cielo me ha favorecido. ¡Amén!

jueves, 21 de agosto de 2025

Fucking idiot Raúl!

El pasado 4 de agosto se cumplieron ¡50 años! de mi ingreso a IBM. De aquella época conservo únicamente un par de amigos, una de las cuales, Patricia Jarquín, viajó especialmente desde la Ciudad de México a León para celebrar tan significativa fecha en compañía de Elena y un servidor. Llegó el domingo 3 a la hora de la comida y, ni tardos ni perezosos, la llevamos a comer al restaurante  italiano Artigiani, y de ahí a que conociera el paraíso donde vivimos, el fraccionamiento Gran Jardín, sus jardines y estanques con patos. Terminamos en casa paladeando un sabroso entremés de quesos y carnes frías, preparado por la antedicha Elena, y otra botella de vino.

Temprano al día siguiente, lunes 4, fecha del aniversario, la pasamos a recoger a su hotel para traerla a desayunar al restaurante a mayor altitud de la ciudad, La Torre 40, dentro de Gran Jardín y precisamente en dicho piso. Ahí disfrutamos de la mejor vista que se tiene de León en toda la ciudad. Todo, cortesía de Caro, nuestra hija, quien nos deparó también la inigualable sorpresa que se aprecia en la fotografía adjunta. Paty fue la única persona cercana que se ofreció a ayudarnos hasta económicamente cuando me vino lo del cáncer hace un par de años. Se lo agradecí desde el corazón, pero afortunadamente no era necesario, pues todo se solucionó con la venta de mi coche, ya que asegurado a mi avanzada edad, sólo en el IMSS, y en aquellos tiempos la institución, para no variar, transitaba por una grave crisis.

Bueno, de La Torre 40 nos la llevamos al Templo Expiatorio, que, a pesar de nuestras descreencias, disfrutamos muchísimo, y terminamos echándonos unas cervezas justo enfrente. Y vámonos al Fórum Cultural, donde admiramos una vez más y Paty por primera esta joya arquitectónica y la imponente escultura de San Sebastián, única en el mundo.

Seguimos con una visita al lugar de mis grandes hazañas, El Palote, donde Patricia quedó embelesada con una vista, desde una banca en la cortina de la presa, de un estanque rebosante de bendita agua, que no agua bendita (¡guácatelas!), y algunas aves migratorias nadando en ella.

La comida conmemorativa del quincuagésimo aniversario tuvo finalmente lugar en el restaurante La Tequila, en Plaza Mayor, con la consabida botella de vino y platillos típicos: mi amiga chiles en nogada y nosotros barbacoa, previo entremés de molotes de plátano macho, rellenos de frijoles y bañados en mole, con queso Cotija y crema, ¡mmm!

Ya de noche, regresamos prestos a Paty a su hotel, pues al día siguiente regresaba a México ¡a las 6 de la madrugada!, en uno de esos servicios Van muy comunes hoy en la ciudad.

Total, no más de 48 horas de una visita exprés que se nos fue en un suspiro. Sin embargo, al día siguiente, cuando Paty me habló para agradecerme nuestra hospitalidad e inquirirme sobre un problema médico de su marido, británico, unos años menor que ella, pero enfermo, y que no gusta más que hablar en su propio idioma y que nunca sale de su casa, se armó el escándalo, ya que el individuo, celoso, le reclamaba a mi amiga que si no le había bastado la visita que me había hecho y quería más, y no cesaba de repetir como tarabilla: “Fucking idiot Raúl!... Fucking idiot Raúl!... Fucking idiot Raúl!...”, hasta que, arrebatándole el teléfono a Patricia, colgó.

Preocupado, un par de días después le marqué a Paty para ver qué onda, pero ésta, tranquila, me dijo que su querubín, como se sabe enfermo, anda muy asustado y nervioso, y que eso lo lleva a actuar así, que no se lo tomara a mal.

Querida Patricia, aunque yo se lo tomara a mal, tú sábete querida y admirada por éste tu fiel amigo de toda la vida,

Fucking idiot Raúl.

sábado, 16 de agosto de 2025

Orgiástico viaje al pasado

A raíz de mi último escrito (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2025/08/padezco-un-trastorno-depresivo-mayor_15.html) entré en una pequeña polémica con un viejo amigo de toda la vida, quien, textual y respetando su sintaxis, me retó, aludiendo a las inteligencias artificiales (IAs):

Te advertí lo que pasaría hace un par de años atrás. Pero por muy
chingonas que sean, la pregunta es: ¿Disfrutan de lo que hacen? Creo
que todas niegan tener sentimientos, parece que las entrenan para
concluir, o para decir, eso. Quizás se parecen a muchos de nosotros y
les encanta estar chingando, pero haciendo algunas pendejadas, de vez
en cuando. De cualquier forma, a algunos nos ayudan bastante.
(sic)

A lo que puntualmente respondí que esto representaba la muerte absoluta de la creatividad en el terreno de las artes, la ciencia y la academia, entre otros, al constatar lo que eran capaces ya de hacer en todos estos ámbitos las IAs, a lo que él, retador, respondió con una vieja foto mía de hace 54 años, publicada dentro de un reportaje sobre universitarios de 1971 en no recuerdo qué publicación, a mi tierna edad de 21. Yo fui el que aparezco a la izquierda en la foto adjunta, y mi amigo, para regodearse, le pidió a Gork que creara un pequeño video basado en dicha foto, que también adjunto, para restregarme en la cara la “falta” de creatividad de tales herramientas.

Sin duda, resulta en verdad asombroso lo que estos artilugios son capaces de hacer hoy en día, lo que no obstó para que diera yo por terminada la polémica con un escueto: muy bien, lo que ganamos en “creatividad” lo estamos perdiendo en humanidad.

Resulta curioso ver un video tuyo de hace más de medio siglo, cuando de lo más que se podía presumir en ese entonces era de tener arrumbada en casa y en el olvido una cámara de 8 mm.

viernes, 15 de agosto de 2025

Padezco un trastorno depresivo mayor

Acabo de leer la pequeña novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, de apenas ciento cuarenta páginas. Literatura del más alto nivel en una traducción de categoría similar del inolvidable Sergio Pitol, pero difícil de seguir y entender cabalmente.

Por pura curiosidad, le pedí a ChatGPT la disección de la obra y, como ahora acostumbra, me fue llevando para explicarme más y más de todos los intríngulis de la mentada obra, hasta llegar a plantearme:

Si quieres, puedo también resumirte la novela como si fuera un cuento de dos párrafos, con lenguaje más claro y sin adornos, para que la tengas fija en la memoria y ya no se te enrede. Así podrías entenderla de una vez por todas. ¿Quieres que lo haga?

A lo que, obvio, respondí afirmativamente, y de inmediato se soltó:

Perfecto, aquí tienes El corazón de las tinieblas reducido a lo esencial, como si fuera un cuento contado de corrido:

Un marinero llamado Marlow es contratado por una compañía europea para llevar un barco de vapor por el río Congo y encontrar a un agente famoso llamado Kurtz, que supuestamente es el mejor recolector de marfil. A medida que viaja río arriba, Marlow ve el verdadero rostro del colonialismo: los nativos son explotados y maltratados, y los europeos, que se dicen “civilizadores”, actúan con una brutalidad hipócrita.

Cuando por fin encuentra a Kurtz, descubre que este hombre, inteligente y carismático, se ha convertido en un dictador absoluto entre los nativos, adorando su propio poder y olvidando cualquier moral. Enfermo y a punto de morir, Kurtz pronuncia: “¡El horror! ¡El horror!”, como si en ese instante comprendiera la monstruosidad de sus actos y de la condición humana. Marlow lo lleva de vuelta, pero Kurtz muere en el camino. Al regresar a Europa, Marlow visita a la prometida de Kurtz, y en lugar de contarle la verdad, le miente diciéndole que las últimas palabras de Kurtz fueron su nombre, preservando así la ilusión que ella tiene de él.

Mejor, ¡imposible!

Lo anterior, claro, sin entrar en todos los aspectos filosóficos y simbólicos del relato de Conrad que ya había desmenuzado para mí.

Como si anteriormente no me hubiesen ya bastado para deprimirme hasta el paroxismo otras interacciones tenidas con el “engendro”, ahora casi le supliqué a Elena que me internara en la clínica más cercana ante la depresión clínica ocasionada por esta pérdida irreparable de mi fuente de… entusiasmo.

Así que de ahora en adelante tan sólo los remitiré a ChatGPT con el simple título de lo que lea para no quedar en ridículo frente a sus mercedes… o cualquiera que sea la carcacha que posean.

Por lo demás, la obra de Conrad es excepcional.

lunes, 11 de agosto de 2025

Frankenstein

Nuestro desdén por todo lo que no sea gran literatura nos priva del disfrute de obras “menores” extraordinarias. Me acaba de ocurrir con Frankenstein, de Mary W. Shelley, que, prejuicioso como soy, me había negado a leer por tratarse de una inane novela de ciencia ficción. ¡Qué equivocado estaba!

El grupo que Mary formaba con su esposo, el poeta y filósofo romántico Percy Bysshe Shelley, y algunos otros personajes, lanzó el reto para ver quién entre ellos era capaz de escribir el mejor relato de terror. Huelga decir el nombre de la ganadora, cuya crónica ha sobrevivido, literalmente, el paso de los siglos.

El narrador en primera persona de la trama, Robert Walton, prácticamente pasa desapercibido en su correspondencia con su hermana Margaret y su diario, al dar voz durante casi la totalidad de la novela a Víctor Frankenstein y al monstruo sin nombre que éste crea, y al que equívocamente se ha asignado el nombre de su hacedor, dato que, me avergüenza decirlo, yo desconocía, a tal grado llegó mi desdeño por esta soberbia historia.

Walton traba una relación accidental con Víctor durante una travesía marítima en la que aquél se dirige a la aventura y el estudio en los mares del norte y éste anda a la caza del perverso ser que ha creado. Víctor Frankenstein le relata toda su vida a Robert Walton y el momento culminante de la creación del monstruo sin nombre, y dentro de este relato da voz al mismísimo engendro y su difícil y conmovedora historia de desencuentros con el mundo “normal” debido, principalmente, a su extraordinaria fealdad y desproporcionado tamaño.

El adefesio trata de vengar su sino cebándose con la familia y amistades entrañables de Frankenstein, llegando incluso a pedirle a éste que le cree una pareja a su imagen y semejanza que no le rehúya como todo mundo y le haga más llevadera la existencia. Después de muchos ruegos y tras una aceptación inicial de Víctor, éste desiste del empeño y destaza y se deshace de la segunda monstrua en ciernes, con lo que el monstruo  redobla sus esfuerzos por amargarle la vida, acabando con lo que Víctor tiene en mayor aprecio y veneración.

¡Pobre hombre, le salió cara su ambición de andar jugando a ser Dios!

Novela altamente recomendable y aleccionadora para el que quiera entender, sobre todo en tiempos tan aciagos como los que nos está tocando vivir.

martes, 29 de julio de 2025

"Dios ha muerto"

Me picó la curiosidad de leer el libro Caminos de bosque, del filósofo alemán Martin Heidegger (Alianza Editorial, 2024), mencionado en https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2025/07/sabrosa-charla.html. Como toda obra de filosofía que se precie de serlo, ésta resulta en buena medida ininteligible, críptica, inescrutable y abstrusa, pero algunas páginas se dejan leer hasta con cierto deleite, como el capítulo La frase de Nietzsche “Dios ha muerto”. Friedrich Nietzsche, padre del nihilismo o de la metafísica identificada con tal nombre (del latín nihil nada, corriente filosófica que niega todo principio religioso, político y social), escribió en La gaya ciencia (El alegre saber) su celebérrimo texto El loco, donde proclama y decreta con hondo pesar, por voz de dicho personaje, la muerte de Dios.

Miguel de Unamuno, por otro lado, y su preciosa novelita San Manuel bueno, mártir, hizo que un Javier Cercas, ilustre escritor español, adolescente aún, perdiera irremisiblemente la fe y se proclamara como un ateo consumado desde entonces, y no deja de recordárnoslo una y otra y otra vez en su más reciente libro El loco de Dios en el fin del mundo, sobre el viaje a Mongolia que realizó a ese país acompañando al papa Francisco con la promesa de que escribiría un libro sobre el particular, a cambio de que se le permitiera platicar cinco, diez minutos con Su Santidad para expresarle la inquietud que la madre del autor, de 92 años de edad, le planteó a su hijo para que se la transmitiera al papa y obtener su respuesta autorizada: la resurrección de la carne y la vida eterna después de la muerte.

El largo texto de Cercas (casi quinientas páginas) es una mezcla de estilos literarios (novela, crónica, relato, ensayo, cuento, poesía) en el que el autor se solaza describiendo las pláticas que tuvo con decenas y decenas de personajes durante su periplo de cuatro días con el papa, y aun antes y después. Sin embargo, su tiempo con Francisco sólo fue el acordado y esto ocurrió durante el viaje de ida, en la parte delantera del avión, a solas con el papa, y recibiendo la autorización de éste para grabarlo con su móvil.

La tan esperada -por todos- respuesta de Francisco es el secreto mejor guardado por Javier durante todo el libro, y digo por todos porque Cercas se ha encargado de despertar la curiosidad del mundo entero con su “aventura”, y ante la inquietud de aquéllos, el autor se mantiene firme en su ostracismo, no siendo sino hasta el final del texto que desvela su secreto, junto con un acontecimiento inesperado que deja pasmados a Javier y su esposa, a la salida de un restaurante, cuando ya la madre del escritor ha muerto, no sin antes haberle mostrado a la buena anciana el video con la respuesta del papa.

Las interminables pláticas que el autor mantuvo, tanto en Roma como en Mongolia, con personajes de toda índole y descritas con lujo de detalle en el libro resultan muy ilustrativas y enriquecedoras.

Javier Cercas no deja de machacarnos su ateísmo durante toda la obra y se solaza en autonombrarse El loco sin Dios, en contraposición con El loco de Dios en el fin del mundo, es decir, el papa en Mongolia, o todo ese mundo periférico que a Francisco le encantaba visitar.

No es de sorprenderse entonces que el escritor se refiera en el transcurso de la trama -curiosamente- al Nietzsche del que hago mención al principio de este escrito, y que incluya extractos de El loco ahí citado.

Javier “culpa” al San Manuel bueno, de Unamuno, y a Nietzsche de su ateísmo, pero más bien habría que culpar a la razón, pues como el mismo Cercas apunta, la razón es el principal enemigo de la fe.

Les he proporcionado ya abundante material de lectura, pero, está bien, lean por lo menos San Manuel bueno, mártir, es una delicia, cuesta cualquier cosa la versión electrónica en Amazon, se lee en una sentada, y pondrá en serios aprietos su fe. Yo no corrí ningún riesgo, pues la perdí hace más de medio siglo, y aunque el texto de Unamuno es de 1931, apenas me lo dio a conocer Cercas, que lo leyó a los 14 años de edad.

domingo, 13 de julio de 2025

Mi gusto por El Palote

Este jueves 17 de julio de 2025 cumplimos 22 años de que nos mudamos a León, pues curiosamente también fue un jueves 17 de julio, pero de 2003, cuando desembarcamos en la ciudad. Los hijos todavía eran unos críos, ya que Caro tenía los doce recién cumplidos y Raúl apenas los nueve.

Desde entonces han pasado muchas cosas, pero lo que ha permanecido inalterable es mi amor por el Parque Metropolitano de la presa de El Palote, y al que yo y muchos más solemos referirnos simplemente con este nombre. Como siempre me he sentido un desarraigado aquí, desde un principio dije que lo único que compensaba tal desapego y con creces era mi pasión por el Parque, alrededor de cuya presa he corrido miles de kilómetros, y es lo que me mantiene vivo.

Comprenderán la tristeza que sentía yo hasta hace poco al contemplar el paisaje que se muestra en la primera foto que acompaña este escrito, con una presa totalmente seca donde se aprecia el templo que debería permanecer sepulto bajo el agua en un embalse rebosante de ella, como se aprecia en la segunda gráfica que les adjunto. Notarán la diferencia y comprenderán el gozo que literalmente inunda mi alma hoy en día al correr bajo estas condiciones.

Le digo a Elena que mi sueño es correr en este sitio al límite de mis capacidades, que ya no son muchas, y desfallecer 400 o 500 metros más allá, aunque me quebrara la crisma, y que después de que se corrieran los trámites de rigor, se vertieran mis cenizas en el centro de este hermoso estanque. ¡Ah, qué manera tan épica de desaparecer sería esa!

En el ínter, mañana me dispongo a ir a correr como cada tercer día a mi paraíso sin llevar a cabo todavía mi am-vicioso proyecto. 

lunes, 7 de julio de 2025

IMSS-Dinamarca

El viernes 4 de julio de 2025 acudí a mi clínica del IMSS para la revisión trimestral rutinaria de control tras el cáncer que se me diagnosticó hace dos años y del que salí bien librado hace poco más de uno. Como todas las veces, se me citó a las ocho de la mañana, pero como siempre, sin fallar ni una sola ocasión, se me recibió hasta ¡tres horas después! Pareciera consigna.

El titular de la consulta es el doctor que me detectó el cáncer en el Hospital Ángeles de León, pero sólo me ha atendido en un par de las ocho ocasiones en que he acudido, pues todas las demás han sido con subalternos o sustitutos, algunas veces inexpertos estudiantes en ciernes. Como recordarán, para mi curación también opté por la medicina privada, ya que las máquinas del Seguro estuvieron fuera de servicio por descompostura un buen rato y la atención en sus instalaciones era un auténtico maremágnum.

El viernes salí jurando de ahí que jamás acudiría otra vez a esas revisiones de rutina en el Seguro. ¿Cómo se puede tener tan poco respeto por el tiempo del derechohabiente y hacerlo perder tres horas de su vida para revisiones trimestrales que no resultan en nada, sino en la sola conservación del lugar para subsiguientes consultas y en la obtención de medicamentos “gratuitos” que de ellas pudieran resultar? Llegado el caso, prefiero erogar el costo de una consulta privada si los resultados de los análisis clínicos así lo ameritaran.

Los documentos que le expiden a uno en las citas incluyen el nombre del anteriormente citado  titular de la consulta, pero quienes firman son los sustitutos o subalternos que lo representan. Lo más curioso es que a la salida la experimentada secretaria encargada de programar las citas le advierte a uno que dentro de tres meses el doctor titular no va a poder atenderme (oiga, doña, pero si casi nunca lo hace, hoy, por ejemplo, pienso), sino que lo hará otro doctor a las dos de la tarde del viernes 3 de octubre, pero que me recomienda llegar una hora antes, ya que los pacientes de la tarde son atendidos conforme llegan. Ganas no me faltaron de decirle que si quería llegaba yo a las ocho de la mañana, total, tres horas adicionales de espera qué son, pero como había ya hecho mi juramento de no volver, opté por guardar silencio.

No está por demás señalar que el doctor titular de la consulta en mención aparece con un sueldo mensual de 43 mil pesos pagados por el Seguro de acuerdo a la Plataforma Nacional de Transparencia del Gobierno federal, además de un jugoso aguinaldo de 85 mil 265 pesos con 19 centavos, prima vacacional, fondo de ahorro y una ayuda para actividades recreativas y culturales por 95 mil 465 pesos con 31 centavos anuales. Esto, claro, aparte del ejercicio privado de su profesión. ¡Y dicen que el IMSS está a punto de reventar, financieramente hablando!, porque operativamente, ya no hay más que agregar.

Lo hasta aquí dicho es nada comparado con las penurias de la escasez de medicamentos y la deficientísima atención del IMSS a pacientes con problemas mucho más serios de salud: las criaturas con cáncer, para no ir más lejos.

Por todo lo anterior, ¡viva el IMSS-Dinamarca!

viernes, 4 de julio de 2025

Sabrosa charla

Ya van dos veces que por casualidad disfruto de la misma plática televisiva entre dos personajes distinguidos del medio artístico y cultural de México: el dramaturgo Luis de Tavira y su sobrina Marina de Tavira, nominada al Óscar como mejor actriz de reparto por la película Roma. La charla, dentro del programa acertadamente llamado Léemelo, versa sobre libros, pero no desde la perspectiva pedante de los críticos literarios, sino desde la más despreocupada del simple lector, y en ella se leen párrafos de las obras comentadas, que dan pie a los sabrosos y sesudos comentarios que sobre ellas y sus autores se vierten.

En el presente caso se refirieron al Quijote, de Cervantes, El idiota, de Dostoievski, Rojo y Negro, de Stendhal, y Caminos de bosque, de Martin Heidegger, los tres primeros ya leídos por mí hace varios años y el último, apenas de reciente adquisición, movido yo por lo dicho en el programa.

Establecieron ellos una especie de paralelismo entre don Quijote y el protagonista principal de El idiota, Myshkin, y los contrastaron con Julien Sorel, el héroe de Stendhal. Pero lo que se dijo sobre la novela de Dostoievski me llevó a mí a releerla y disfrutarla como si nunca la hubiera leído, y dolerme, aún más que la primera vez, del trágico y doloroso sino de Myshkin.

Finalmente, y sin venir mucho al caso, cayeron en el libro de Heidegger, que aún no puedo comentar por estar apenas hincándole el diente, pero llamando poderosamente mi atención los comentarios que hicieron sobre el óleo de Van Gogh Schoenen (Zapatos) y leyendo lo que el filósofo alemán comenta sobre el cuadro en su libro.

Dice Luis de Tavira que en una ocasión llegó al Museo Van Gogh en Ámsterdam buscando otra pintura de Vincent, no Zapatos, y que ya no lo querían dejar entrar por ser casi la hora del cierre, pero que después de mil ruegos se lo permitieron con la condición de que se apurara. Sin embargo, cuál no va siendo su sorpresa al toparse con Zapatos, antes de llegar al cuadro que buscaba, y quedar casi tan embelesado como Heidegger.

Juro que yo sentí la misma emoción cuando me encontré frente a esta obra en un viaje que hice junto con Elena y los niños (en aquel entonces) a Europa. Me imaginé como el esforzado campesino que dentro de esos zapatos realizaba su ardua labor diaria en los campos de labranza, y se me enchinó la piel. No en balde De Tavira acuñó una frase dentro del multicitado programa que me fascinó: “La obra de arte representa la realidad que no encontramos en la realidad.” Y, como buen dramaturgo, estableció un paralelismo: “El actor en una obra de teatro representa la realidad que no encontramos en el personaje representado.”

¡Y ahí se las dejo!

sábado, 21 de junio de 2025

500

Lo que empezó con una pequeña lista de corresponsales a los que enviaba mis artículos a partir de noviembre de 2007, ¡hace diecisiete años y medio!, está compuesta hoy en día por 157 correos que ven “engalanada” su bandeja de spam con mi basura. Y, sí, éste es ni más ni menos que el escrito número 500 que les envío desde entonces. Ignoro cuántos de esos 157 potenciales lectores vivirán aún, pero incluso en el más allá sigo atosigándolos con mis impertinencias una vez cada quince días, en promedio.

Habrá quien diga, no sin razón, que es muy poco para tan largo tiempo, pero cómo me cuesta trabajo imaginar las de Caín que han de pasar quienes escriben diariamente, cinco días a la semana, y que en un solo año acumulan la friolera de más de 250 sesudos análisis, la mitad de los que yo llevo en diecisiete. Y más trabajo me cuesta a mí escribir únicamente uno, como el que ahora pergeño, pues en ocasiones me toma varias horas de febril actividad “intelectual” completarlo.

Si a lo anterior agregamos que jamás he cobrado un centavo por ellos, se me tratará con mayor indulgencia.

Porque además, la verdadera paga viene con la satisfacción de escribir, que lo deja a uno orgásmicamente satisfecho. De veras, inténtenlo, y olvídense de “manuela”, o de la viejita aquella que, temblorosa de pies a cabeza, llega a un sex shop preguntando por un vibrador, y el empleado que la recibe, todo nervioso, la invita a que se retire, que ese sitio no es para ella, pero la ancianita insiste: sólo dígame si tiene vibradores. Señora, por favor, le responde su interlocutor en el paroxismo de la desesperación, ¿para qué habría de querer usted un vibrador? “¡No!, si no quiero uno -le responde candorosamente la viejecita y sin dejar de temblar rítmicamente-, sólo quiero saber cómo se le apaga”.

Así que ya saben: olvídense de “manuelas” y vibradores y a escribir frenéticamente, sin llegar al onanismo de quienes lo hacen diariamente, pues no les fuera a pasar lo que al famoso y legendario Tiberius, que en el circo romano tenía  que dar cuenta de un centenar de hermosas damiselas en fila: no tiene ningún problema con las cincuenta primeras, a las cuales despacha con facilidad, ante la gritería de la gente que, entusiasta, corea su nombre: ¡Ti-be-rius!... ¡Ti-be-rius!... Cuando llega a la 80, empieza a dar ligeros síntomas de agotamiento, y el público: ¡Ti-be-rius!… ¡Ti-be-rius!..., pero la 98 lo encuentra definitivamente exhausto, bajo el alarido de la multitud: ¡Ti-be-rius!... ¡Ti-be-rius!..., de tal forma que da cuenta de la 99 ya nada más por puro orgullo y, desfallecido, cae inmediatamente después, ante los aullidos del respetable: ¡Pu-to!... ¡Pu-to!...

Yo, por ejemplo, ahorita me siento felizmente realizado y satisfecho, ¡aunque “apenas” lleve 500 en más de una década!

¡Pero felicítenme, pues!

lunes, 16 de junio de 2025

La Princesa Caramelo

En recuerdo de mi progenitor en su día, un refrito compartido con ustedes hace muchos años.

Como ya he dicho en ocasiones anteriores, mi padre vivió su infancia como “mojado” en California en el primer tercio del siglo pasado, donde aprendió a hablar el inglés sin acento, lo que le fue de enorme utilidad a su regreso a México para ejercer de guía de turistas en su primera juventud y hasta bien entrada su madurez, hacia los 46 años de su vida adulta, cuando se unió a la embajada americana en nuestro país. Como también he señalado, la compañía privada de turismo para la que trabajaba conduciendo su propio auto, frecuentemente recibía solicitudes para prestar sus servicios a personalidades del mundo de la diplomacia tanto nacional como internacional.

Fue así como en una ocasión fue asignado para el traslado de una Princesa de la monarquía británica de Cuernavaca, Morelos, a la Ciudad de México. Viajaba ésta acompañada por una asistente y mi padre tenía que recogerlas en una mansión privada de la capital del estado y dejarlas en un hotel de lujo del entonces Distrito Federal. La princesa y su acompañante se imaginaron que les habían contratado un taxi de lujo y en consecuencia abordaron el suntuoso Buick negro último modelo sin apenas prestarle atención a mi progenitor, y la misma actitud tomaron durante todo el viaje. Y ahí empezó el problema, pues la desbozalada Princesa comenzó a dar puntual cuenta a su empleada de confianza de todo lo vivido desde la noche anterior y hasta poco antes de subir a este ancestro de Uber.

La Princesa inició dando cuenta a su asistente-amiga de la fenomenal borrachera que había agarrado la noche anterior, pero sobre todo, del bellísimo ejemplar de macho mexicano que conoció durante la velada y lo mucho que éste la hizo gozar con posterioridad ya en un ambiente más íntimo, fuera del alcance de toda esa “gente estúpida” con que trató durante la velada. “Te lo juro –concluía la Princesa esta parte de su relato-, durante todos estos años con el Príncipe, nunca me ha hecho sentir como este ejemplar ¡en una sola noche!”.

“Los problemas empezaron esta madrugada –continuó la Princesa-, una vez que ‘mi’ hombre me hubo abandonado y yo comencé a sentir los malestares producto de eso que esta gente incivilizada llama comida típica y que no es más que porquería que te descompone el estómago más que el alcohol, por lo que no me quedó más remedio que vomitar todo lo que había tragado. Para empeorarla, producto de esa misma basura que comí, ya son varias las veces que he tenido que aliviarme en el retrete. A ver si la píldora que me acabo de echar antes de salir sirve de algo, si no, ya me estarás cambiando de pañal, querida amiga”.

Ante los gestos de complicidad de la amiga, la princesita concluyó: “Pero más vale tener cuidado, no vaya a ser que las piedras oigan”. Las estentóreas risotadas de las amigas hicieron que mi padre dibujara apenas un remedo de sonrisa de compromiso en sus labios, tan natural, que la Princesa se le quedó viendo como quien piensa “este idiota no entiende ni jota de lo que oye y no tiene más remedio que esbozar una estúpida mueca de diplomacia, es su trabajo”. Pero las damas no se recataron, ¡qué va!, siguieron hablando durante todo el trayecto con un lenguaje más propio de un pub de los arrabales de Londres que de la realeza británica.

Una vez que el traslado hubo concluido, mi padre se apeó del auto y entró al magnificente hotel. Cuando estuvo de regreso, se dispuso a abrirles la puerta del coche a la Princesa y su acompañante, pero aquélla se encontraba todavía tan embebida en la plática que, una vez que hubo salido del vehículo, intentó distraídamente dirigirse en automático a mi progenitor, para de inmediato disculparse: “Oh, no, no, I’m sorry, forget it”, a lo que mi padre respondió a su vez, simulando el acento británico que tan bien le sentaba:

No problem, Your Majesty. I already asked the bellboy to please take your luggage to your rooms. He is now waiting in the lobby to show you the way. Your Royal Highness –continuó él imperturbable-, it’s been a real pleasure to have served you during this short trip and I would certainly have liked it to be a little longer to plainly enjoy your company.Y, tras una leve y discreta reverencia, se las quedó mirando a las dos.

La dulce princesita no acertaba a adivinar lo que estaba ocurriendo, se asemejaba a uno de aquellos enormes caramelos de las barberías de antaño que pasaban alternativamente de un color rojo grana, al blanco cadavérico y a un azul intenso producto de un sofocamiento, y vuelta a empezar. Y frente a ellas, mi padre, la piedra, sobre quien Dios edificó mi familia, y que no sólo oía, sino que escuchaba, veía y, sobre todo, hablaba fluidamente su idioma. La Princesa Caramelo, después de buscar desesperadamente en su delicado bolso, puso un billete de cien libras en manos de mi padre, dio media vuelta y huyó despavorida, olvidándose hasta de su amiga, quien, corriendo, salió tras de ella.

Don Nicolás, mi padre, subió de nuevo a su auto y no pudo evitar dibujar en el vacío una señal que décadas más tarde inmortalizaría un diputado y el vulgo bautizaría como la roqueseñal, en “honor” de aquel deleznable político (¿hay de otros?) todavía en funciones hasta hace poco. Señal más conocida hoy en día por el anglicismo Yes!, y por lo tanto más apropiada en el caso del querido don Nico, que San Roque, ¡patrono de los peregrinos!, proteja en el más allá.

Mi padre nunca supo si las cien libras que le dio la Princesa Caramelo fueron en agradecimiento por sus buenos afanes o para comprar su silencio. Él supuso que lo primero, y quedó entonces en absoluta libertad de conciencia de relatarme lo sucedido con todo lujo de detalles muchísimos años después.

La verdadera identidad de la Princesa Caramelo la guardo para mí al todavía formar parte ésta de la vetusta y centenaria corte inglesa.

viernes, 30 de mayo de 2025

¡Reprobados!

El otro día Elena me invitó a la plática Más rápido que la luz que impartiría el físico mexicano Miguel Alcubierre en la sala Mateo Herrera del Foro Cultural Guanajuato, situado en León. El local se llenó a reventar, prácticamente de puros chavos deseosos de aprender y satisfacer su curiosidad.

Independientemente de lo tratado durante la charla, no siempre fácil de seguir, fueron dos las ocasiones en que el expositor llamó mi atención. Primero, cuando preguntó a la audiencia, recordando al inmortal Galileo y haciendo escarnio de Aristóteles, que si soltáramos al mismo tiempo desde lo alto de una torre una bola de boliche y una pluma de pájaro e ignorando la influencia del aire -en condiciones ideales, dirían los clásicos-, ¿cuál de los dos objetos llegaría primero al suelo?

Si me responden ustedes que la bola, sentenció, ¡están reprobados!, pues llegarían los dos al mismo tiempo. De los experimentos de Galileo con planos inclinados -ya que lo de la torre de Pisa es más bien parte del imaginario popular- derivó Newton su ley de la gravitación universal.

Pero lo segundo que capturó poderosamente mi atención, pues de lo anterior ya había leído yo un poco, fue cuando inquirió a la audiencia por qué los objetos y los mismos tripulantes de la Estación Espacial Internacional (EEI) flotaban en el ambiente, de nuevo advirtió: si me dicen ustedes que por la ingravidez, ¡están reprobados! Y aquí sí me sentí aludido.

Se necesita algo más que los 400 kilómetros de altitud a los que se encuentra la EEI de la superficie de la Tierra para sustraerse a su fuerza de gravedad. Hagan de cuenta que se encuentran ustedes en el elevador de un edificio en el piso once y aquél se desploma súbitamente, ya quisiera yo ver, nos dijo, si no iban a flotar.

Entonces eso es lo que pasa con la EEI: está cayendo continuamente atraída por la fuerza de gravedad y por eso es que sus ocupantes y cuantos objetos ellos manipulan flotan. ¿Y cómo es que la estación no termina estrellándose contra la superficie del planeta? Ah, pues porque se mueve a una velocidad de 28 mil kilómetros por hora que la hacen seguir una trayectoria curva alrededor de la Tierra, pero, insisto ahora yo, la EEI está permanentemente cayendo.

¡Cuánta belleza, carajo!

Ya más con el tema de la plática, se me ocurrió a mí la siguiente pregunta: Einstein no era muy partidario de la mecánica cuántica, entre otras cosas porque no creía en la "escalofriante" acción a distancia entre partículas entrelazadas, ya que esto contravendría el principio de que nada hay más rápido que la velocidad de la luz, y aquí estaríamos hablando de instantaneidad, es decir, una velocidad infinita. Sin embargo, los Nobel de Física 2022 probaron esa "escalofriante" acción a distancia, ¿qué me podrías comentar tú? (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/03/escalofriante-accion-distancia.html).

Desgraciadamente, ya no alcancé a que me dieran el micrófono y la pregunta se quedó en el limbo, pero, no conforme, se la planteé a ChatGPT, que esto me respondió: Efectivamente, planteas una de las paradojas más profundas y fascinantes de la física moderna: el entrelazamiento cuántico y la aparente "acción fantasmagórica a distancia" que tanto incomodaba a Albert Einstein.

Ojalá este tipo de eventos tuvieran lugar más frecuentemente en mi querido rancho, para hacer mucho más cosmopolita a esta ciudad.

sábado, 17 de mayo de 2025

Un mundo muy particular

Algunos autores gustan de complicar su escritura hasta extremos incomprensibles, como Joyce, Faulkner, Proust, Woolf, Musil et al, lo que ocasiona que muchos abandonen el empeño de leerlos por más buena voluntad que se ponga en ello.

No obstante, existe otro tipo de literatura, complicadísima en sí misma, en la que ocurre todo lo contrario: el autor trata de ponerse a la altura del público en general y, sin complicaciones matemáticas o técnicas, hacer accesibles a todos los arcanos privilegios de unos cuantos. Me refiero, obviamente, a la literatura de divulgación científica, que, por más ardua y abstrusa que se vuelva, uno se niega a abandonar, pues siente el entusiasmo contagioso del que escribe, a la vez que disfruta del aprendizaje de conceptos harto abstractos.

Lo anterior me acaba de ocurrir con el libro nada reciente (1996) de Leon M. Lederman (Premio Nobel de Física 1988) y Dick Teresi La partícula divina / Si el universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?, pero tan actual en sus conceptos que su edición más reciente data del 19 de septiembre de 2019, que fue la que leí en su formato digital, y no paré sino hasta la página 629, la última, muy a pesar de que los ingentes experimentos que reseña Lederman con todo detalle a lo largo del texto resultaron incomprensibles para un neófito como yo, pero, insisto, el entusiasmo del autor (ignoro por qué le dan a Teresi crédito también cuando es Lederman quien se encarga del relato en primera persona) y la belleza de los conceptos por uno aprendidos resultan enriquecedores e irrenunciables.

Todo esto tiene que ver con la física de partículas elementales, esto es, con lo que hay más allá del “indivisible” e “invisible” átomo y sus componentes fundamentales por todos ustedes conocidas: protones, electrones y neutrones. Fue así como aprendí que un protón está conformado por tres quarks, dos hacia arriba (up) y uno hacia abajo (down), a diferencia del electrón, que lo está por dos hacia abajo y uno hacia arriba, y a los cuales los gluones les sirven como una especie de “pegamento” entre ellos, tanto en uno como en otro caso. Lo impresionante radica en el hecho de que se haya llegado a tal grado de conocimiento de la materia.

También aprendí que lo que antaño se conocía como éter, es decir, el “vacío” que nos envuelve y en el que hasta Newton creía, no así Einstein, ha sido sustituido por el campo de Higgs y otra partícula elemental, el bosón del mismo nombre, la archifamosa partícula divina, y que le valió a Peter Higgs el Nobel de Física 2013 por haberla detectado en el Large Hadron Collider (LHC), Gran Colisionador de Hadrones, del Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés).

En realidad, Lederman quiso titular su libro La partícula maldita sea (The Goddamn Particle) por su dificultad para encontrarla, pero presiones editoriales lo llevaron a cambiar dicho título a The God Particle (La partícula divina).

Sin embargo, yo estaría de acuerdo en que se le llamase partícula divina, ya que al ser la responsable, junto con el campo de Higgs, de dar masa a las partículas fundamentales, dicha masa permite la formación de átomos, moléculas y, en suma, del mundo tangible.

¡Vaya un entusiasta aplauso para tan transcendental logro del Homo sapiens y su embelesadora belleza!

miércoles, 30 de abril de 2025

Quintana, el privilegio de su amistad

Una de las víctimas, entre muchos otros, de estos escritos míos es el reputado periodista de negocios, finanzas, economía y política Enrique Quintana, al cual sigo desde su primera época en El Financiero, luego en Reforma y en su vuelta al primero bajo una nueva administración, donde es Vicepresidente y Director General Editorial. Son ya más de 30 años de leerlo, verlo y escucharlo, pues además de su columna diaria en el periódico, disfruto su programa dominical La Silla Roja (que no Rota, ya que ésta resultó una inaceptable vacilada) a las nueve de la noche en El Financiero Televisión, y su cotidiano Al Cierre de lunes a jueves a la misma hora y por el mismo medio.

Por ello, cuando me enteré que venía invitado por la inmobiliaria que maneja el fraccionamiento donde vivo a impartir la conferencia México hoy: en lo político, en lo económico y en lo social el martes 29 a las siete de la noche, me apresuré a inscribirme junto con Elena. A los cientos de personas que asistieron hubo que acomodarlos en un extenso espacio aledaño al campo de golf.

Puntual que soy, conminé a mi esposa a que nos presentáramos una media hora antes para así tener además la oportunidad de saludar al expositor previo a su plática. Y sí, ahí estaba a la entrada del complejo acompañado de cerca por sus anfitriones. Le comenté a Elena que lo sondearía para ver si sabía de mí. Nos acercamos, le extendí la mano y le dije: “Hola, Enrique, soy Raúl Gutiérrez, no sé si me ubiques, a cada rato te envío mis escritos o te ando importunando con comentarios sobre los tuyos”. Me sorprendió su reacción inmediata y su expresión de asombro: “¡Cómo no, Raúl, por supuesto que te ubico perfectamente, pues ya son años de ‘tratarnos’ regularmente!”, lo cual me dio un gusto enorme y procedí a presentarle a Elena.

Esto fue lo anecdótico. En cuanto a la plática, ¡qué barbaridad!, qué manera de dominar el nervio frente a esa muchedumbre, sin tropiezos y con un conocimiento de los temas tratados envidiable. Una presentación en verdad soberbia.

Por lo que apunto líneas arriba, se podría decir que yo fui nada más a un repaso sobre lo que maestro tan insigne me instruye todos los días.

¡Muchas gracias, querido amigo Enrique!

miércoles, 23 de abril de 2025

Paternal rebuzno

En la primaria yo “aprendí” que la luna siempre le mostraba la misma cara a la Tierra y que esto era –bien lo memoricé- porque el movimiento de rotación de nuestro satélite sobre su propio eje y el de traslación alrededor de nuestro planeta son de la misma duración: 27 días y un tercio. Con esto me bastó para obtener un 10 redondo en mi clase de geografía y consolidó más mi fama de alumno ejemplar en el colegio privado donde estudiaba. ¿Que por qué Selene mostraba siempre el mismo hemisferio a los terrícolas? Obvio, porque la duración del movimiento de rotación y traslación de la luna duran lo mismo, no hay más, memorízatelo bien.

Así lo “aprendí” y mejor lo memoricé y no me hizo falta más… hasta que un día mi hija Caro me hizo rebuznar 41 años después, cuando ésta cursaba el tercer año de primaria en el año 2000.

- Papi –me preguntó-, ¿me podrías explicar por qué sólo le podemos ver una cara a la luna?

- Obvio, Caro –le respondí, inflamando el pecho con orgullo y autosuficiencia-, porque los movimientos de rotación de la luna sobre su propio eje y el de traslación alrededor de nuestro planeta tienen la misma duración: ¡27 días y un tercio!

Mas la condenada escuincla no se detuvo ahí, sino que, no conforme, me inquirió:

- Pero si la luna gira sobre su propio eje, se tiene que mostrar toda ella a nosotros, ¿no es cierto?

- Bueno, ¿qué no entiendes? –respondí yo más aterrorizado que convencido-, la duración de los movimientos de rotación y traslación de la luna son los mismos, y ¡ya estuvo!, no hay de otra, la luna termina mostrándonos sólo una de sus caras, es elemental –concluí yo con voz trémula y deseando que me tragara la tierra.

¡Pero, ah, no!, como Carolina ha sido siempre muy obstinada e inteligente, y sobre todo  muy dramática, empezó a gimotear y patalear, a la vez que con un nudo en la garganta y ahogada en llanto, me recriminaba:

- ¿Cómo una niña tan chiquita puede tener un papá tan tonto? Si la luna da vueltas, la tenemos que ver toda…

- ¡Bueno, ya, ya, basta, cálmate! –le respondió su abnegado padre, que tuvo que lidiar buena parte de la infancia de los hijos con estas labores propias de su sexo-, te propongo que tratemos de explicárnoslo, pero deja ya de llorar y patalear, ¿ok?

- Está bien –respondió la niña aún sollozando y respirando espasmódicamente-, ¿qué?

- A ver, yo voy a ser la luna girando a tu alrededor y tú, ahí en el centro, la Tierra, pero sin dejar de verme, aunque teóricamente debieras estar girando 27.3 veces más rápido que yo. Hagámoslo lentamente y yo mostrándote siempre la cara.

- Ok –respondió Caro ya un poco más tranquila y sus ojillos ávidos por aprender, repito, a-pren-der, sin las comillas aplicables sólo a su estúpido padre-.

Juro por mi madre que era toda mi intención, después de más de cuatro décadas, aprender, finalmente, junto con mi hija.

Una vez que hube terminado de darle totalmente la vuelta a Carolina, no sé de quién era el gozo mayor, si de la niña o del ex atribulado padre.

- ¡¿Te fijaste, Carito?! –exclamé henchido de emoción-. No sólo me he desplazado alrededor tuyo, sino que al hacerlo sin dejar de verte, he girado completamente sobre mi propio eje, ¿viste?

- ¡Sí, papito, eres un mago! –me dijo la mocosa, llorando ahora de felicidad y colmándome de besos-. Mañana mismo se lo explico a la miss, que hoy no me lo quiso decir. (Pobre maestra, yo creo que estaba tan confundida como el progenitor.)

Vuelvo a jurar por mi madre que hasta entonces me quedó claro lo que antes sólo repetía como tarabilla: la luna siempre le muestra la misma cara a la Tierra porque su tiempo de traslación alrededor de ésta es el mismo que el de rotación sobre su propio eje. Ahí estaban, un lamentable adulto de más de 50 años y su encantadora hija de apenas 8, descubriendo el universo.

Por todo lo anterior, nunca más de acuerdo con aquello de aprender a aprender… y memorizar sólo las tablas de multiplicar.

martes, 15 de abril de 2025

¡Peligro: es vigilia!

Cursé mi educación básica e intermedia en la Ciudad de México en escuelas católicas a ultranza en las décadas de los 50/60 del siglo pasado, y todavía recuerdo cómo durante la Cuaresma, mientras formábamos filas los viernes al mediodía en el patio del plantel antes de romper la formación para el inicio del recreo, se nos recordaba que ese día era vigilia y se nos conminaba a deshacernos de nuestros lonches si éstos contenían cualquier tipo de carne. Y ahí tienen a los dóciles estudiantes arrojando sus tortas a un inmenso tambo de basura hasta desbordarlo tan pronto sonaba la campana indicando el comienzo del esparcimiento, parte del cual lo constituía la disposición de nuestros itacates, pues los niños verdaderamente gozaban arrojando jocosamente su alimento al barril, a sabiendas de que tenían la aquiescencia de sus mentores para cometer tal villanía que en otras circunstancias hubiera sido imperdonable. Mi madre, siempre previsora y estricta observante de la vigilia, aunque nunca pusiera un pie en los templos los domingos y fiestas de guardar ni jamás confesara sus pecados ni mucho menos comulgara, me preparaba un bolillo con frijoles, auténtico precursor de los molletes de hoy en día.

Lo anterior me recordaba las orgías romanas que tanto criticaban los hermanos de las escuelas cristianas bajo cuya férula estudiábamos, sólo que aquí en vez de devolver los alimentos después de ingerirlos para poder seguir comiendo, nos deshacíamos de ellos antes de deglutirlos, con la consecuente inanición.

Yo pienso que un término medio a todo lo anterior lo constituiría lo que un buen amigo leonés ha practicado desde siempre: los viernes de Cuaresma se detiene en la primera taquería que se le cruza en el camino y ordena un par de tacos de pescado, y ya después de esto, una vez cumplido el católico precepto, se refina tres más de carnitas: nana, buche y nenepil. A eso se le llama gozar de un amplio criterio.

Hace casi sesenta años que abandoné prácticas tan salvajes, pero en aquella época era yo un muchachito imberbe de 9-10 años de edad que no tenía de otra más que observar todas las deposiciones, digo, perdón, disposiciones eclesiales. Me faltaba aún una década para declarar mi independencia total de pensamiento, algo que aprecio más que ninguna otra cosa en la vida, esto es, ¡mi libertad!, lo cual coincidió con mi ingreso a la bendita universidad.

Todo esto viene a cuento porque el otro día acompañé a Elena al súper, pues no daba yo crédito a que la carnicería del barrio cerrara los viernes de Cuaresma, no sé si por cuestiones económicas o para evitar que la ciudadanía cayera en pecado, pero sí, en efecto, ¡cierra esos días!

En todo caso, permanece cerrada por cuestiones religiosas, ya sea porque los leoneses son muy mochos y no compran ni comen carne ese día o porque los tablajeros de marras están muy preocupados por la “moral” pública. Ignoro si se trate de un caso más generalizado, pero imaginen un restaurante que no ofreciera platillos cárnicos a sus clientes los viernes de Cuaresma o que advirtiera a sus comensales que no fueran a pecar en tan sacrosanta ocasión devorando una chuleta. ¡Qué bizarría!

¡Lo bueno es que a partir de este Sábado de Gloria ya no obliga la vigilia!