lunes, 17 de febrero de 2025

Los dos amigos

Roberto y Santiago, dos jóvenes poetas en sus veintes, si no es que menos, muy amigos entre sí, chileno el primero y mexicano el otro, vivían intensamente la bohemia de la primera mitad de los 70s del siglo pasado. Les hacía tercera Juan, aún más joven que ellos, pues rondaría apenas los diecisiete, y un grupo compacto de ellos se decían pioneros del movimiento literario real visceralista o realismo visceral o, en suma, viscerrealismo, del que habría que trazar su origen hasta el estridentismo o ya propiamente el realismo de la poetisa de los años 30 Cesárea Tinajero.

A finales de 1975 vivieron éstos toda suerte de aventuras, dentro de las cuales no se descartaban, obviamente, el sexo, las drogas y el alcohol. Es impresionante el conocimiento que tenían los dos amigos del DF: los cafés de Bucareli y aun zonas menos recomendables, como las prostibularias. Fue así como Juan se relacionó amistosamente con Lupe, una meretriz amiga de María, conocida de aquél. Pero el padrote empezó a hostigarla, temeroso de perder su fuente de ingresos, e incluso a perseguirla acompañado de su inseparable guardaespaldas, lo que obliga a Roberto, Santiago, Juan y Lupe a huir, tras la celebración de fin de año de 1975, al norte, a Sonora, en el Impala nuevo del papá de María.

Pero la huída de los dos amigos tiene segundas intenciones, ya que es ahí, en Sonora, donde han logrado ubicar más o menos el paradero de Cesárea Tinajero. Y en efecto, después de trajinar y aventurarse un buen rato, logran hallarla y huir junto con ella, pues los malandros los han encontrado en Sonora después de perseguirlos hasta allá. Cesárea, una mujer vieja y corpulenta, descomunalmente gorda, forcejea con el padrote y su guarura cuando éstos les han dado alcance, disparándose accidentalmente la pistola con la que ellos contaban y dando muerte a Tinajero. En la confusión, los amigos matan a los rufianes con armas blancas, alguna de las cuales era portada por ellos mismos, los malhechores.

Esta es la trama de la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, cuyos héroes son el chileno Arturo Belano y el mexicano Ulises Lima, álter egos del mismo Roberto Bolaño y de Mario Santiago Papasquiaro, respectivamente. La primera parte de la misma transcurre del 2 de noviembre al 31 de diciembre de 1975 y es relatada en primera persona por el otro amigo, Juan García Madero, en forma de diario, conformando la primera parte del libro, y la segunda parte de la historia va del 1 de enero al 15 de febrero de 1976 y queda plasmada en ¡la tercera parte de la novela! Tres meses y medio en total.

¡¿Pero qué coños metió Bolaño en la parte de en medio de la narración?! ¡Pues nada, los testimonios de más de medio centenar de personajes que dan cuenta de las vidas de Bolaño y Papasquiaro, digo, perdón, de Belano y Lima, de 1976 a 1996! Algunos de estos personajes, no muchos, se repiten, como Amadeo Salvatierra, cuyo testimonio fue recogido en enero de 1976, y parte del cual da comienzo a esta serie, y otras partes del mismo se diseminan a lo largo del relato y en la parte final de los testimonios, quizá para hacer coincidir la fecha con el inicio de la tercera parte de la novela. No sé por qué todo esto me hizo recordar a Julio Cortázar.

Estos testimonios conforman 520 páginas de las casi 800 de que consta el libro y constituyen una verdadera delicia, ya que es otro medio centenar de historias entrañables, algunas, muy pocas, de las cuales tienen escaso que ver con nuestros héroes.

Cómo me gustaría escribir como este autor, aun con lo procaz y soez que puede llegar a ser en un momento dado, como muchos otros autores de su generación y de “su onda”. Nada de que escandalizarse.

No en balde The New York Times califica tanto a éste (lugar 36) como a 2666 (¡lugar 6!) como dos de los mejores libros (repito, libros en general, no novelas) en lo que va del siglo XXI ( https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/08/que-hermoso-es-leer.html).

¡Nada más!

Se dice que el realismo visceral encubre al verdadero movimiento de los dos amigos: el infrarrealismo, en contraposición con el surrealismo de André Breton.

De veras, es sorprendente la erudición de Bolaño así como el conocimiento de todos los lugares donde estuvo: España, Francia, Israel, África, pero, sobre todo, mi añorado terruño, el DF. Prácticamente me hizo estar ahí.

viernes, 7 de febrero de 2025

Hoy, 10 de febrero, hace exactamente 30 años

Uno de mis grandes logros y recuerdos imperecederos lo obtuve cuando ¡me "corrieron" de IBM! Se rumoraba de un plan de retiro anticipado "millonario" a principios de 1995 y como yo ya lo había solicitado, sin éxito, dos años antes, volví a insistir y me volvieron a decir que esta vez tampoco estaba en la lista, que era yo un elemento importante de la compañía y bla, bla, bla. Como insistiera, me dijeron "OK, mensaje recibido", y al día siguiente me presenté pensando, no sé por qué, que me iban a ofrecer algo indeclinable para retenerme. Síiii... ¡cómo no!... A los ciento y tantos que corrieron (ahora sí, sin comillas) ese día, ni nuestro cepillo de dientes nos permitieron recoger de nuestros escritorios, y guardias de seguridad con tremendos perros recorrían los pasillos del edificio donde nos encontrábamos. Obviamente, nuestro acceso al sistema de cómputo había sido revocado desde temprano, y prácticamente nos echaron con una patada en el culo. En mi caso particular, después de veinte años de servicio en la empresa.

Por supuesto, ¡monté en cólera!..., pero contenida. Sin embargo, mi reacción fue cataclísmica una vez fuera: me entrevisté con Darío Celis, uno de los más reconocidos periodistas de negocios todavía hoy en día, y le entregué una carta detallando todo lo ocurrido y preguntándole cuándo saldría publicada la información que ahí le daba. "Mañana”, me dijo, “¡mañana mismo!". Evidentemente, yo salí muy complacido de la entrevista, pero eso no fue todo: llamé a los EU para denunciar la humillación de la que había sido objeto y todas las transas que se decía cometían adentro nuestros directivos, aunque no me constaran, y así se lo hice notar a mi entrevistadora (que por cierto me dijo que no era necesario que yo fuera a Nueva York, como era mi deseo, que sólo colgara y ella me devolvía la llamada; y así lo hizo), así que tomara lo que le decía con las reservas del caso, vamos, como si fuera "a confession secret". "Absolutely, you shouldn't be worried, you have my promise", me respondió.

Como cereza en el pastel, y como buen actuario que soy, me percaté que me estaban birlando intereses del dinero que yo mantenía en su caja de ahorro y los urgí, por escrito, a que me devolvieran los alrededor de 20 mil pesos que me estaban reteniendo indebidamente si no querían que los denunciara ante las autoridades financieras correspondientes, que no bastaba con el suculento y reglamentario cheque de retiro “voluntario” que me habían dado. Al día siguiente, muy temprano, me los rembolsaron.

A Darío Celis le dije que si tenía que dar mi nombre, no lo dudara, que lo incluyera, pero él insistió en que no tenía por qué revelar sus fuentes. Y así fue. Cuando salió publicada la información en su columna de El Financiero el martes 14 de febrero de 1995, Día del Amor y la Amistad, se armó el súper escándalo en IBM. Se agotó el periódico en los alrededores del mismo edificio del que me habían corrido y en el de los headquarters hubo una reunión extraordinaria del Presidente y todos sus rastreros achichincles (directores) y la gerente de comunicación de Relaciones Externas, íntima amiga mía y quien me informó puntualmente de todo lo ocurrido. Yo fingí demencia, por supuesto, pero tooodos, absolutamente todos determinaron que había sido yo el que filtró la información, excepto el vicepresidente de la compañía, quien apuntó certeramente que no podía serlo, ya que yo hubiera dado mi nombre, dos apellidos y copulativa entre ellos, y no le faltaba razón, sólo que el periodista se había regido por su ética profesional.

Total, para no hacerles el cuento más largo, únicamente añadiré que si a mí me defenestraron el viernes 10 de febrero de 1995 a las 11 am, el Presidente y Director General de IBM de México, Rodrigo Guerra Botello, "renunció" el martes 28 de ese mismo mes por la tarde, es decir, escasas dos semanas después de mí, tras permanecer ¡más de 14 años en el Poder! Todo un dictadorzuelo, pues.

Yo sólo contribuí con el último clavo en el ataúd para que lo echaran.

Curiosamente, tres años después, en 1998, fui recontratado por IBM de Estados Unidos  mediante un tercero en Denver, Colorado, para trabajar directamente con la Big Blue  en Raleigh, Carolina del Norte, por un año más, en pleno auge de las compañías punto com.

Happy end!

jueves, 6 de febrero de 2025

Me quedé sin habla

En lo que más destacaba yo en mis años mozos era en matemáticas y en lengua y literatura. Y no es que destacara, sino que más bien era lo que me gustaba, a tal grado que me soñaba siendo un respetado periodista o escritor o un eminente matemático, pero cuando comentaba en casa mis preferencias y  mocionaba nombres como los de la Facultad de Filosofía y Letras o de la de Ciencias, me paraban en seco y me desilusionaban: en ese caso, mejor inscríbete en la Nacional de Maestros, es para lo único que te va a alcanzar; estudia mejor arquitectura o ingeniería, “algo que deje” (literal).

Por aquel entonces cursaba yo lo prepa y un buen día llegó un compañero con el anuario de la UNAM y me mostró el programa de estudios de actuaría, carrera que yo jamás había oído mentar, recalcando que el currículo incluía primordialmente matemáticas y unas cuantas materias administrativas, y que los graduados en la disciplina se volvían invariablemente millonarios. Además, ¡se cursaba junto con físicos y matemáticos en la bienhadada Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional! Esto bastó para que convenciera a los escépticos de la casa una vez que les hube explicado “todo”.

Y aquí me tienen, esperando aún la riqueza que me llegaría a raudales. Y no, no es que no fuera cierto lo que mi condiscípulo dijo, pues sé de compañeros que se volvieron inmensamente ricos (y en dólares) poniendo en práctica sus habilidades en el extranjero. Es cuestión de talento, algo de lo que yo siempre he carecido.

En cuanto a lo de la escritura, ahí sí que ya ni cómo reversar lo irreversible, y aquí estoy, recetándoles a ustedes mis inconsecuencias, aunque, eso sí, cada vez menos frecuentes. Máxime que hay ocasiones en que me niego a salir del fraccionamiento donde vivo por días enteros; vamos, hasta he dejado de ir a correr, y así, pues de qué fregados quieren que escriba, ¿verdad?

Lo único que salva todo este escenario es la lectura, y aun así, hay ocasiones en que uno se topa con cada bodrio, premiado y laureado, que cree perdido hasta este excelso placer.

Como digo, me quedé sin habla, pero ustedes sabrán comprender.

sábado, 25 de enero de 2025

No soy un crítico literario...

… ni muchísimo menos. Me atengo a comentar con ingenuidad los libros que leo, no como los sesudos intelectuales en publicaciones culturales de alcurnia, que cuando se termina de leerlos a propósito de un libro que también uno leyó, no queda más que exclamar con sorpresa: ¡ah, chinga!, ¿estará hablando del mismo libro que yo leí y tanto disfruté?, no creo. Dicen que atrás de cada crítico acerbo se esconde un escritor frustrado; sé de varios casos.

Pasando a lo mío, acabo de leer la abrumadora y exuberante novela total (el calificativo corre por mi cuenta) de Charles Dickens La casa desolada, que se extiende la friolera de mil 187 páginas, y en la que se da cuenta de las vicisitudes de cuatro personajes principales: John Jarndyce y tres jóvenes y maduros pupilos huérfanos bajo su tutoría: Esther Summerson, heroína de la historia  y narradora en primera persona de buena parte del relato, su queridísima amiga Ada Clare y la futura pareja de ésta Richard Carstone. En torno a ellos va tejiendo el autor la más intrincada y compleja red de historias que los involucran a ellos con decenas de personajes más, de todas las clases sociales, desde los más miserables hasta los más prósperos.

A lo largo de toda la novela se habla de un pleito legal, Jarndyce y Jarndyce, que nunca se resuelve sino hasta el final, y que constituye una inmisericorde crítica al sistema de justicia inglés de la época de Dickens, pleito que llega incluso a confrontar a Jarndyce con su ex pupilo Carstone, al que llama primo, por una disputa hereditaria cuyos costes, ambos están conscientes, consumirán la totalidad de la herencia en discordia.

Pero lo anterior es sólo parte de la narración, pues también se da cuenta del inverosímil y dramático encuentro de Esther con su madre, lady Dedlock, y su trágico final, y numerosas crónicas más que dan pie a que la historia total tenga lugar. Crónicas a cual más de interesantes y absorbentes, reseñadas en buena parte por un narrador omnisciente en tercera persona que se alterna con Esther en la compleja estructura de la novela.

Un libro totalmente distinto a los anteriores que del mismo autor había leído, y quizá no mejor, habiendo sido incluso tentado en un momento preciso a abandonar su lectura, pues es normal que un escrito tan extenso tenga variaciones en cuanto a su calidad literaria. Pero qué bueno que no lo hice, ya que realmente valió la pena dicha lectura, a pesar de lo que autores tan connotados como Oscar Wilde, Henry James y Virginia Woolf opinan de Dickens, según Wikipedia: se quejan de su falta de profundidad psicológica, su escritura floja y su sentimentalismo. Sin embargo, yo me quedo con lo que los no menos célebres Tolstoi, Chesterton, Orwell y Tom Wolfe elogian de él: su realismo, su comedia, su estilo de prosa, sus caracterizaciones únicas y su crítica social, según Wikipedia, nuevamente.

En efecto, Dickens no es Dostoievski, pero, ¡ah, cómo he disfrutado todo cuanto he leído de él, incluida La casa desolada, aquí en reseña!

Perdón por comentarla hasta ahora, pero me llevó un buen rato finalizarla.

¡Feliz año!

martes, 7 de enero de 2025

Y sigue la mata dando

Como he seguido padeciendo los problemas a que me refiero en el artículo https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/07/inteligencia-artificial-ia.html, voy a sugerirle a mi banco que en vez de colocar sus practicajas en las sucursales de la institución las ubique mejor dentro de los casinos, junto a las máquinas tragamonedas, pues su funcionamiento es tan parecido, es decir, tan impredecible y aleatorio, como en éstas, y además corre uno el riesgo de que se traguen sus billetes, como le sucedió a mi hijo en una ocasión que describo en el escrito anterior.

Y no es que uno no sepa manejar estas máquinas, pues para donde se voltee dentro del casino, digo, perdón, la sucursal, se ve a otros batallando con los mismos problemas, llegando al extremo de mentar madres y hasta de patear los aparatos. Elena ha desarrollado una infinita paciencia con estos robots: ya sabe que hay que invertir aproximadamente un cuarto de hora en tan penoso proceso.

Afortunadamente dispongo de una cuenta puente en otro banco que tiene implementado un sistema de cajeros muy parecidos a nosotros y que están dispuestos aceptar, todavía, depósitos en efectivo, por lo que no requiero más que de una transferencia vía el Sistema de Pagos Electrónicos Interbancarios (SPEI) para tener el dinero donde originalmente lo requería.

Pero ¡qué joda!, ¿no?