lunes, 25 de abril de 2022

A propósito de naderías

Hace más de medio siglo solía ir con mi primo Lorenzo, cinco años mayor que yo, a presenciar los partidos de la Liga Mayor de futbol americano colegial, conformada por Chapingo, Poli Blanco, Poli Guinda y Universidad, a una sede alterna al Estadio Olímpico, el mal llamado Estadio de la Ciudad de los Deportes, que décadas después terminó llamándose Azul por ser la sede de un equipo de soccer de cuyo nombre no quiero acordarme. El cerrojazo de la temporada lo constituía el encuentro entre los Pumas de la Universidad y una selección del Poli conformada por los mejores jugadores del Guinda y el Blanco. Como buenos fanáticos de los auriazules, nos aposentamos en la tribuna destinada a los universitarios en un estadio lleno a su máxima capacidad, la mitad de la cual correspondía a los politécnicos, justo enfrente de nosotros.

Como era el final de la temporada, al medio tiempo se acostumbraba despedir a los jugadores que habían completado su “elegibilidad”, es decir, a quienes habían cumplido cuatro años seguidos de jugar en los emparrillados. Ambos grupos de jugadores, frente a su propia tribuna, eran objeto del homenaje de los aficionados que no cesaban de corear sus nombres y lanzar estentóreos Huelums y Goyas, según fueras politécnico o universitario.

Pero ocurrió lo insólito, la tribuna universitaria comenzó a llamar hacia sí a los jugadores del Poli que se despedían. Temiendo los insultos y las invectivas de los que éstos serían víctimas, sus fanáticos no paraban de increparnos y hacían lo indecible para impedir que sus ídolos se aproximaran a nuestra tribuna. Los jugadores politécnicos, desconcertados y temerosos, cruzaron el terreno de juego, incursionaron en territorio enemigo y permanecieron inmóviles ante nosotros. Mientras a lo lejos su tribuna intentaba acallarnos con un estruendo ensordecedor, de repente, para sorpresa de todos, Lorenzo y yo incluidos, estábamos ya coreando un estentóreo ¡Huélum! en honor de los rivales que se iban. La reacción de la tribuna opositora fue dramática: un silencio sepulcral que calaba el alma, seguida de una ovación cerrada ante el noble gesto universitario. Y así continuamos, con otros tres o cuatro Huelums más gritados a todo pulmón.

Pero ahí no paró la cosa, pues los politécnicos llamaron a los nuestros y, una vez que los tuvieron cerca, su tribuna no cesó de corear Goya tras Goya hasta completar no menos de diez, me cae, tan agradecidos estaban de nuestro espontáneo actuar. Yo no experimentaba más que un cosquillear en la piel, chinita y colorada, y sí, hasta alguna lágrima se me ha de haber escapado. ¡Qué bonito, carajo! Y de inmediato volvimos a lo nuestro, una vez que le hubimos agradecido a la porra del Poli, con silencios y ovaciones como ellos, esos diez Goyas: “¡Poli güey, clap, clap, clap… Poli güey, clap, clap, clap…!”.

Tal muestra de concordia en un ambiente de suyo tan hostil me sigue conmoviendo hasta la médula y haciéndolo evidente en mi piel. Obviamente, salimos del estadio, todos, reconciliados con la vida, disfrutando de la victoria y dejando atrás la derrota.

Todos habíamos triunfado en un ambiente lleno de pasión pero, sobre todo, de civilidad.

jueves, 14 de abril de 2022

Al este del Edén

Caín, alejándose de la presencia del Señor, habitó la región del Nod, al este del Edén.

Conocí a Calbert y Aaron (Cal y Aron, de cariño), mellizos no idénticos, desde que nacieron, y aun antes quizá: desde su concepción. Hijos de Adam Trask quien, junto con su hermano menor Charles, era originario de Connecticut. Estos, a su vez, eran vástagos de un severo padre que desempeñó oficios administrativos dentro del ejército que le granjearon el respeto y reconocimiento incluso del Presidente. En fin, Adam, aunque mayor que Charles, era completamente dominado y maltratado por su medio hermano. Esta falta de carácter movió tal vez al padre a enrolar a su hijo en el ejército, donde Adam sospechaba que su progenitor malversaba fondos de las fuerzas armadas. Sea de ello lo que fuere, al morir éste les legó a los hijos una gran fortuna: más de cien mil dólares de aquellos de principios del siglo pasado. Siguiendo con sus ideas, Adam insistía en que debían restituir al Estado ese dinero “mal habido”.

Por otro lado, Cathy Ames, una muchachita malévola que desde pequeña dio muestras de una gran perversidad, siendo quizá la culpable del incendio de la casa paterna que provocó la muerte de sus padres, en su descarrío llegó malherida a casa de los Trask. Obviamente, Charles quería deshacerse de ella de inmediato, todo lo contrario de Adam que quedó prendado de ella y con quien casó a espaldas del hermano. Ya entonces tenía el referido Adam la idea de mudarse a California y hacerla en grande por aquellos lares, pues sus escrúpulos con respecto al dinero que les heredó el padre disminuyeron y él siempre había acariciado ese sueño. Seguía cuidando de Cathy como el que más antes de emprender el viaje al oeste. La mujer, tratando de dominar la abierta hostilidad del hermano hacia su persona, hizo que Adam ingiriera los somníferos destinados a ella para poder apersonarse en la alcoba de Charles, quien, sorprendido por su presencia, trató de echarla de su cuarto con la grosería que acostumbraba hacia Cathy, pero ésta se arrimó a su cama, le dijo que se hiciera a un lado y dieron rienda suelta a su lujuria, con la abierta complacencia de Charles, que muy pronto quedaría al este del Edén.

Finalmente, Adam y Cathy emprendieron la marcha, con el desagrado total de ésta, pues, a diferencia de Adam, no era esa la vida que ella imaginaba para sí, advirtiéndole que en cualquier momento lo abandonaría. Su marido tomó a la ligera estas amenazas y comenzó a dar forma a sus sueños en Salinas, que fue el valle al que se mudaron en California, auxiliado por un lugareño, Samuel Hamilton, de origen irlandés mudado al lugar mucho antes que ellos. Poco después, Cathy se puso muy mal, y el médico, que pidió estar a solas con ella, le advirtió que eso que había intentado hacer era abominable, que el aborto era el peor pecado del mundo.

Adam, ajeno a todo esto, de lo único que se enteró cuando el doctor estuvo con él fue que su esposa estaba embarazada, y no paró de dar rienda suelta a su alegría, que lo afianzaba en sus planes de una vida prospera y feliz. Nada más alejado de la realidad, ya que su esposa estuvo a punto de asesinarlo de un escopetazo que le destruyó el hombro, y después de dar a luz a un par de mellizos, huyó de la casa para ejercer formalmente la prostitución, para lo que trocó su nombre por Kate.

Los mellizos fueron traídos al mundo por quien fue su ayo toda la vida, Lee, un chino modelo de sabiduría como pocos, pero a Adam nadie lo sacaba de su profunda depresión tras el abandono de Kate, cuyo paradero era desconocido para todos. Samuel Hamilton y su esposa Liza trataban de que el pusilánime reaccionara de cualquier forma, hasta con una tremenda golpiza que a propósito de nada propinó el viejo Samuel a éste. Pasado cierto tiempo, Hamilton le recriminó a Adam que ni siquiera había bautizado a los chicos, y un buen día llegó con una vieja biblia de Liza y de ella seleccionaron los nombres de Calbert y Aaron para los mellizos, tan disímbolos entre ellos como sus nombres: Aron era un niño hermoso, tranquilo y sensible, todo lo contrario de Cal, cetrino, nervioso y malo, según él mismo. Conocieron por casualidad a una niña, Abra, cuya familia tuvo que hacer una parada de emergencia en casa de los Trask, y desde entonces, siendo todos unos escuincles, ésta se volvió novia de Aron, por supuesto.

Los niños, ya no tan niños, inquirían con frecuencia al padre por su madre, quien les aseguraba que había muerto y estaba sepultada no cerca de ahí. Sin embargo, poco a poco fueron descubriendo la verdad y que Kate trabajaba en un prostíbulo donde se había vuelto la favorita de la dueña, a la que envenenó tiempo después de que ésta le heredara todos sus haberes. Los tres, Adam, Cal y Aron, tuvieron oportunidad de confrontarla en no muy buenos términos, excepto Aron, del que Kate quedó prendada por su hermosura. Poco antes, Charles, de quien habían perdido el rastro, murió y dejó una considerable fortuna a partes iguales para Adam y su esposa, ajeno aquel al rumbo que habían tomado los acontecimientos. Cuando Adam tuvo oportunidad de visitar a su todavía esposa en el prostíbulo, la pérfida le dijo que las criaturas probablemente ni siquiera hijos de él eran y lo del testamento del cuñado lo atribuyó a una burda estratagema con la que ignoraba qué era lo que Adam pretendía. La visita de Cal fue igualmente desafortunada, y la de Aron, llevado por Cal en desquite por el poco amor que su padre sentía por él a diferencia de Aron, ya vimos el efecto que causó a Kate, al grado que poco antes de suicidarse, hastiada de su vida y de su artritis, garrapateó en una hoja de papel que le heredaba todo a su angelical crío.

Sin embargo, el trauma para el pobre Aron fue tal que abandonó todo, novia, estudios universitarios y familia, y se enroló en el ejército mintiendo sobre su edad, pues apenas tenía diecisiete y se requerían dieciocho, y murió en el frente. Esto provocó al padre una pena infinita y cayó en cama víctima de un derrame cerebral que apenas le permitía darse a entender. Cuando Cal acudió ante él presa de un profundo remordimiento a confesar su culpa -que ya también había confesado a Abra diciéndole que era malo, a lo que ésta le respondió que por eso ella lo amaba-, el padre le respondió con mucha dificultad y después de un intento fallido: ¡Timshel!, cuya primera acepción tú dominarás (sobre el pecado), se transforma en hebreo a tú podrás, que deja abierta igualmente la posibilidad a tú no podrás, y con ello, incólume, el bien supremo del hombre: su libertad.

¡Hermosísima novela de John Steinbeck! Por cierto, hijo de Oliva, hija, a su vez, de Samuel Hamilton. 

sábado, 9 de abril de 2022

En busca de sentido

Desde tiempo inmemorial había oído yo hablar del libro El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, sin entrar en mayores detalles y sin averiguar más allá del título y de la trama general de la obra: la experiencia de un recluso en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Temía yo el clásico drama desgarrador y estremecedor que conduce al llanto fácil o bien el típico texto de autoayuda que desemboca en otro tipo de llanto: el de la revulsión clínica que generalmente provocan este tipo de escritos.

Pues ni lo uno ni lo otro, y quizá sea este el principal mérito de la obra: ni se le admira por habernos hecho sufrir ni se le desprecia por huera y predecible. O tal vez esto se deba a que más bien sea yo el hombre en busca del sinsentido, en cuyo caso, resulta difícil encontrárselo a maldita la cosa.

No obstante, sería difícil no estar de acuerdo en que mientras el psicoanálisis lo reduce casi todo a nuestras pulsiones sexuales, a lo mejor sería necesario escarbarle a cosas más down to the Earth, como la culminación de la obra inconclusa o el amor por los seres queridos. No en balde, Frankl es el inventor de la logoterapia, que se basa en la búsqueda de sentido a la existencia humana. Y precisamente Viktor, médico, vivió ese tipo de carencias durante su reclusión: por un lado, lejos de su queridísma esposa, cautiva en otro campo, no lejano geográficamente, pero tan inalcanzable como la luna prácticamente, y, por el otro, con la obra científica de su vida, celosamente guardada bajo sus harapos, finalmente destruida y hecha cenizas por sus verdugos, pero que lo llevó a rehacerla y a escribir prolíficamente tras la liberación. Es decir, Frankl cultivó una serie de valores morales que consideraba también prioritarios en la alternativa a las psicoterapias de Freud y Adler. Los tres, considerados los maestros de sus respectivas escuelas en la psicoterapia vienesa.

A fuer de honestidad, quizá me quedé con las ganas de leer un instructivo de cómo ser feliz, a la manera de los textos por los que tanto desprecio manifiesto en el primer párrafo, pero me quedo con lo que Frankl recomienda en su libro, aunque cada día me resulte más difícil encontrarle sentido a la maldita existencia.

viernes, 8 de abril de 2022

Nobleza obliga

Con cierta frecuencia contacto al director general (CEO) de BBVA, Ing. Eduardo Osuna Osuna, para reclamar presuntas irregularidades en el manejo de mis cuentas, por lo que no es de extrañar que lo tenga en la lista de distribución de estos artículos. La ocasión más reciente, anteayer, lo hice en los siguientes términos:

Asunto: Voraz banca española

Sr. Osuna,

Se nos acaba de hacer un cargo improcedente por "baja facturación" en ventas a crédito (número de afiliación xxxxxxx), pues en más de catorce años nunca hemos estado por debajo del límite requerido (25 mil pesos), a no ser que éste se haya incrementado, en cuyo caso, jamás se nos informó.

A este paso, dentro de un año nos estarán cobrando anualidad para conmemorar este atraco.

Raúl Gutiérrez y Montero

Que él respondió, con guante blanco, hoy:

Sr. Gutiérrez, siempre leo todos sus correos, me encanta lo que escribe, la excelente redacción y la cultura con que lo hace, sin embargo, no me gustan los que se queja de algún servicio del banco porque siempre califica a la institución de manera despectiva: “voraz banca española”, “atraco”, etc., sin duda tenemos fallas y me encanta cuando tengo la oportunidad de verlas de primera mano y resolverlas, pero estoy absolutamente seguro que no nos merecemos esos calificativos.

Somos una empresa seria, comprometida con México, operada por mexicanos, que cumplimos toda la regulación local, que invierte más que en ningún otro país y que estamos apasionados en el servicio al cliente. Con gusto reviso su situación.

Saludos y felicidades por sus escritos, me encantan.

Y no me dejó más opción que contestarle con la cola entre las patas:

Estimado Eduardo,

 

Tiene usted razón, le ofrezco una disculpa por mi exabrupto y le agradezco la cachetada con guante blanco. No se volverá a repetir, prometo ser más diplomático con mis reclamos, por lo menos los relacionados con ustedes.

 

Un abrazo.

 

Raúl Gutiérrez y Montero

 

Al menos el señor Eduardo Osuna tuvo la delicadeza y sensibilidad de ser receptivo al reclamo airado de uno de sus clientes, lo cual es de agradecerse.