sábado, 20 de abril de 2024

Confieso que soy transgénero

El tratamiento hormonal contra el cáncer de próstata al que me encuentro sometido durante los próximos dos años ha llevado mis niveles de testosterona en la sangre, hormona masculina por antonomasia, a un nivel equiparable al de las mujeres (0.05 - 0.77), pues el mío ya se encuentra en 0.10. El doctor dice que no piense yo en una recuperación de dichos niveles al finalizar los dos años, ya que habrá que esperar un plazo similar después del tratamiento para que estos vuelvan a la “normalidad” (0.71 – 6.23, para adultos mayores), esto es, a los 78 estaré ya de nuevo como un burel para embestir otra vez a mis presas. Porque, obvio, dicha reducción de la testosterona lleva aparejada una disminución de la libido o deseo sexual a prácticamente cero.

Pero no sólo eso, sino que el cuadro se completa con bochornos menopáusicos dignos de una fémina en edad de desmerecer.

Todo lo cual me llevó a preguntarle a mi esposa Elena que si alguien le hubiera anticipado en sus años mozos que con el transcurrir del tiempo iba a estar amancebada con un transgénero, ¿lo hubieses creído, cariño mío?, a lo que ella respondió con una sonora risotada.

Yo, por lo pronto, me declaro lista (que no liste) para aceptar el reto de la trans ¡leonesa! Wendy Guevara a cualquier confrontación televisiva que me quiera invitar.

domingo, 14 de abril de 2024

Perdón que se los pregunte

Estoy por cumplir 16 años y medio de pergeñar estas estupideces, 433 en total, a razón de 2.2 por mes o 1.1 cada quincena, ¡desde noviembre de 2007! a raíz de la muerte de mi padre (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2007/11/eutanasia.html). Con el tiempo, se han ido incorporando más y más recipiendarios a mi lista de distribución hasta conformar un grupo de más de 140. Sin embargo, casi nunca obtengo una reacción, no porque la busque -¿se imaginan la monserga de tener que responder a tanta gente cada vez?-, sino porque temo la muy probable futilidad de mi pasión.

En el camino, se han muerto algunos de esos recipiendarios y otros, tres, me han dado por muerto a mí, solicitándome, con insolencia incluso, que les dejara de enviar mi basura, cosa con la que con gusto condescendí disculpándome por las molestias que mis envíos pudieron haberles ocasionado.

Parafraseando el estribillo de la antiquísima serie aquella de televisión Misión Imposible, mi pregunta, si ustedes deciden aceptarla, es: ¿le sigo o ya mejor ahí le paro? Nada me gustaría más que lidiar con la monserga de tener que contestarles a todos ustedes.

jueves, 11 de abril de 2024

Trilogía extática

Tarde, pero finalmente completé la espléndida trilogía Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI, del historiador israelí Yuval Noah Harari (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2021/01/seremos-inmortales-felices-y-divinos.html). El ensayista publicó estas obras en 2014, 2016 y 2018, respectivamente. Se comprenderá entonces que la última haya quedado un tanto rebasada por los hechos, como la pandemia y la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania o la que también actualmente tiene lugar entre israelíes y palestinos en Gaza. Cándidamente el autor afirma que “el éxito ruso en Crimea (en 2014, acoto yo) es un presagio particularmente alarmante. Esperemos que siga siendo una excepción”, pues “dadas las condiciones del siglo XXI, las puertas del infierno podrían abrirse de golpe”. Y es que seis años son muchos, y si no, que nos lo digan a los mexicanos, que en 2018 no imaginábamos cómo íbamos a estar en 2024. Tal vez por ello Harari publicará su próximo libro, Nexus / Una breve historia de las redes de información desde la edad de piedra hasta la IA, en septiembre de este año. Habrá que estar atentos, pues ya era necesaria la ventilación de nuevas ideas y evitar la repetición y  reiteración de varias otras en las obras citadas, aunque el nuevo título nos induzca a pensar que estas serán inevitables.

Tres retos son los que plantea Yuval en 21 lecciones para el siglo XXI: el nuclear, el climático y el tecnológico. Del primero dice que tanto “buenos” como “malos” son conscientes de que cualquier conflicto que desemboque en el uso de armas nucleares sería el fin para unos y para otros, por lo que este riesgo se haya de alguna manera auto contenido, aunque, como ya se dijo, “las puertas del infierno podrían abrirse de golpe”.

Con el que Harari se muestra menos clemente es con el reto climático, pues nos pinta un escenario apocalíptico que está teniendo lugar ¡ya!, con el incremento de la temperatura del planeta por el uso de combustibles fósiles y el consecuente envenenamiento del ambiente con miles de millones de toneladas de bióxido de carbono al año, lo que podría llevarnos a un escenario distópico en el que los casquetes polares se derritan y el nivel de los océanos aumente, inundando los continentes y provocando fenómenos meteorológicos inimaginables y migraciones humanas impensables.

Y aún menos clemente se muestra con el reto tecnológico, pues afirma que la biotecnología podría incrementar la brecha entre ricos y pobres de manera brutal, pues sólo los primeros estarían en posibilidades de pagar por los sofisticados procedimientos biológicos que los llevaran a aumentar su esperanza de vida, su salud y bienestar físico, y hasta su inteligencia. Y qué decir de la infotecnología, con sus ciborgs (criaturas orgánico-cibernéticas), algoritmos e inteligencia artificial, que pudieran llegar a provocar que miles de millones de seres humanos se volvieran inútiles e improductivos, y tal vez, por qué no, hasta controlar el mundo, el infinito y más allá.

Yuval se declara abiertamente homosexual y lamenta la falta de herramientas en sus años mozos para detectarlo a tiempo. Herramientas que seguramente pronto estarán disponibles y que le hubiesen evitado a él muchos problemas y sufrimientos. Por cierto, dedica este libro con amor a su esposo Itzik.

Me encantó la laicidad que se respira a lo largo del libro, ya que el autor es un descreído total. Afirma que todo en nuestra vida se basa en un relato, ideológico, político, religioso o de cualquier otro tipo. Hace énfasis en el religioso, sostenido únicamente en mentiras, pero en el que la gente cree a pie juntillas, pues le fue impuesto antes incluso de que tuviera uso de razón, y del que paradójicamente no se puede prescindir a riesgo de que el mundo se resquebraje. Pero este relato no es sólo falso, sino inconsistente y contradictorio, y pone como ejemplo a los terroristas que masacraron a decenas de inocentes en París para vengar la muerte por parte de tropas francesas de algunos compinches en algún lugar del Medio Oriente. Cómo, se pregunta Harari, se puede hablar de revancha cuando estos ya disfrutan de las mieles de la eternidad en el más allá al lado de Alá, según sus propias creencias.

Durante la lectura, a veces se tiene la sensación de estar escuchando a Yuval Noah Harari predicar desde el púlpito o aleccionando a la feligresía, para estar a tono con el título del libro. Pero qué va, la obra tiene una sustancia extraordinaria, sobre todo en los varios capítulos finales, auténticas perlas filosóficas, y donde se refiere al sinsentido de la vida y al dolor o sufrimiento como la única realidad tangible. ¡Una belleza!

En resumen, recomiendo ampliamente el libro (libros) de Harari y las reseñas que de Sapiens y Homo Deus realicé en el pasado (ver liga al principio de este artículo).

Por todo lo anterior, ya reservé Nexus, que aparecerá el próximo 12 de septiembre de 2024, en una plataforma de cuyo nombre no quiero acordarme.

miércoles, 3 de abril de 2024

Amazónica soberbia

En días pasados adquirí en Amazon la versión digital de la obra cumbre de André Gide Los monederos falsos, que resultó un producto de pésima factura: párrafos cortados, comillas que se abren y nunca se cierran (no una, sino decenas de veces), sustitución de palabras por otras o por caracteres ininteligibles. En fin, un fiasco.

Me choca hacerlo, pero aproveché el espacio para comentar la obra no para ello, sino para hacer una acerba crítica del producto que se me entregó. Básicamente les dije que era increíble que una compañía como Amazon produjera ese tipo de basura electrónica, que si no tenían a alguien en control de calidad que leyera previamente la obra y prohibiera su publicación ante tanta errata, que resultaba inaceptable que una empresa tan solvente cobrara por algo así, aunque sólo fueran los cuarentaicinco pesos que desembolsé, que, por cierto, desde un principio me hicieron sospechar de la idoneidad del material.

¡No, hombre, nunca lo debí haber hecho! Me enviaron un correo diciendo que no podían publicar en la plataforma de la compañía lo que les envié, por violar una o varias directrices de una larga lista que incluían. Ya nomás por no dejar, solicité la devolución de mi dinero a través de dicha plataforma, pero se me indicó que no procedía para tal producto, por lo que seleccioné la opción que Amazon ofrece para que un operador de su call center se comunicara conmigo… y me lo devolvieron porque me lo devolvieron, ¡faltaba más!

Bueno, pues apenas ayer, me enviaron un segundo correo “intimidatorio” que a la letra dice: “se eliminará el contenido de la Comunidad que viole nuestras pautas. Por favor considere esto como una primera advertencia. El incumplimiento de nuestras pautas puede conllevar que revoquen sus privilegios de participar en la Comunidad.” (sic)

Todo esto, en el país de la First Amendment, de la libertad de expresión, pues. Tiene razón Trump con su MAGA, pero no por lo de Make America Great Again, sino por lo de Microsoft, Amazon, Google, Apple.

Los terrícolas vivimos bajo su tiranía.

lunes, 1 de abril de 2024

¡Asombroso!

Ayer me invitó Elena a comer a casa de unos amigos suyos: una pareja, sus dos jóvenes hijas y el novio de una de ellas. Siete en total éramos a la mesa. Llegado el momento de la despedida, por alguna razón, la más joven de las hijas comentó que era del signo zodiacal libra. Como yo también lo soy, picado por la curiosidad, la inquirí que si era de septiembre u octubre, mes éste en el que yo nací, el día 22. Cuando dijo que de octubre, ya sólo le pregunté por el día, a lo que con desparpajo respondió: 22.

Ustedes se preguntaran qué tiene esto de asombroso, y yo les respondería que mucho, pues a diferencia de la paradoja del cumpleaños que establece que se requiere un número relativamente bajo de personas (23) para llevar la probabilidad de que dos de ellas compartan fecha de cumpleaños a un equitativo 50.73%, en mi caso la probabilidad era despreciable, pues si calculamos primeramente la probabilidad de que ninguno de los ahí presentes compartiera día de cumpleaños, comenzaríamos con el primero que tendría la probabilidad 365/365 de haber nacido cualquier día del año, seguiríamos con el segundo con una probabilidad de nacimiento cualquiera de los otros 364 días del año de 364/365 para que no coincidiera con el primero, el tercero con una probabilidad de 363/365 de forma de no coincidir con ninguno de los anteriores, y así sucesivamente hasta llegar al séptimo, con una  probabilidad de nacimiento de 359/365 para no coincidir con ninguno de los otros.

De tal suerte que la probabilidad de que ninguno de los comensales compartiera cumpleaños nos viene dada por 365/365 x 364/365 x 363/365 x… x 359/365 = 0.9438, lo que significa que la probabilidad de que dos comensales compartan cumpleaños es:

1 – 0.9438 = 0.0562.

¡Lo cual resulta verdaderamente asombroso!, ya que las posibilidades de que me topara ayer con una persona de tales características en un grupo tan pequeño eran de apenas 5.62%, es decir, bajísimas, pero aun así, se dio.

Nada que ver con la paradoja del cumpleaños que establece la magia de las matemáticas, pues aquí los momios eran prácticamente despreciables.

Este tipo de divagaciones mentales tan placenteras lo proporciona únicamente la disciplina por casi todos temida: las antedichas matemáticas.

jueves, 28 de marzo de 2024

Escalofriante acción a distancia

Hace un año y medio escribí un eufórico artículo a raíz del premio Nobel de física 2022 otorgado a un trío de sabios por sus experimentos con fotones entrelazados (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2022/10/nobel-de-fisica-2022-dios-si-juega-los.html). Recién le pegunté a ChatGPT que me explicara en términos simples los hallazgos de estos hombres y esto fue lo que me respondió:

El experimento de partículas entrelazadas, que fue fundamental para el Premio Nobel de Física 2022, es un poco complicado de explicar en términos simples, pero aquí va una versión simplificada:

Imagina que tienes dos partículas muy pequeñas, como electrones, que están “entrelazadas”. Esto significa que las propiedades de una partícula están relacionadas de una manera especial con las propiedades de la otra, sin importar cuán lejos estén.

Ahora, los científicos llevaron a cabo un experimento donde separaron estas dos partículas a una gran distancia, pero mantuvieron su conexión entrelazada. Luego, hicieron algo a una de las partículas, como cambiar su dirección de giro (un concepto llamado "espín" en física cuántica). Lo sorprendente es que, instantáneamente, la otra partícula también cambió de la misma manera, aunque estuviera muy lejos. Esto es lo que se llama "acción a distancia" y desafía nuestras intuiciones sobre cómo funciona el mundo.

Este experimento, que muestra la conexión misteriosa entre partículas entrelazadas, es crucial en el campo de la física cuántica y ha llevado a avances importantes en tecnologías como la criptografía cuántica y la computación cuántica. Por eso, los científicos que lo realizaron fueron galardonados con el Premio Nobel de Física en 2022.

Lo anterior viene a desmentir a Einstein que afirmaba que algo que ocurre en un lugar no puede influir instantáneamente un evento que ocurre en algún otro lado, pues nada puede ser mayor a la velocidad de la luz y la instantaneidad lo es infinitamente, a lo que yo le replicaría: “No, Albert, la instantaneidad es la instantaneidad y punto, nada tiene que ver con velocidad alguna”. Y arrogantemente concluía el genio que, por lo tanto, la física cuántica es incompleta y se necesita algo más para comprender la verdadera historia del mundo cuántico (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/12/dios-no-juega-los-dados.html).

Pues hete aquí que eso fue lo que probaron los tres científicos galardonados con el Nobel en 2022: esa “escalofriante acción a distancia”, para decirlo en palabras del mismo Einstein cuando se negaba a admitir tal posibilidad. Y, de paso, demostraron que la teoría cuántica no requiere más, es completa.

Lo anterior explica la euforia que manifesté en aquella ocasión y que todavía hoy permea hasta la médula mi rudimentaria sensibilidad científica. Y me mantengo en lo dicho, el hallazgo de estos seres de excepción es tan grande como la mismísima teoría de la relatividad del referido Einstein. 

sábado, 23 de marzo de 2024

Expediente siquiátrico

A lo largo de mi vida he acudido al siquiatra no menos de una docena de veces. Las más, de entrada por salida, es decir, consulta, prescripción de medicamentos y el olvido. Otras pocas con no más de tres o cuatro visitas, y una más, de las últimas, con un viejillo que se quedaba dormido en medio de las sesiones o se disculpaba para ir al baño, y al que no le aguanté más de cinco.

Quizá mi escepticismo provenga desde que debuté en estos menesteres hace medio siglo en una terapia grupal con la doctora Adela Jinich y donde permanecí nueve meses, sólo para recibir de ella el día que me despedí un desalentador insulto: “Pero no te desatiendas, porque estás muy jodido”, contraviniendo toda deontología médica y la más elemental sensibilidad, que quedó superada con creces por lo que escribí hace más de tres lustros (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2008/01/beber-la-cicuta.html). Quizá lo que más le dolió a Jinich de mi partida fue la pérdida de la paga, más que el estancamiento de mi salud mental, del que en buena parte era ella responsable después tan largo proceso.

Mejor una entidad ajena me ayudó a salir del bache en el que había caído, pues lo que me llevó a esa terapia fue una serie de tropiezos profesionales en fila que había estado padeciendo: como empleado de Teléfonos de México no duré ni tres meses, para de ahí unirme a un consultor independiente al que no le aguanté ni mes y medio, de donde partí para la Secretaría de Hacienda a calentar el asiento ¡únicamente cuatro semanas!, pues fui elegido por IBM entre varias centenas de candidatos para conformar un grupo de diecinueve becarios que estaríamos en entrenamiento por un semestre, justo cuando yo estaba en plena terapia grupal.

Pues bien, a las dos semanas ya estaba yo harto del ambiente de competencia que se respiraba en el grupo, además de que la empresa ya les había indicado a algunos de sus miembros que eso no era lo suyo y que deberían abandonar su empeño, lo que me llevó a mí a comunicarles a mis compañeros de terapia que renunciaría a la beca, sin esperar de ellos ni de Adela ningún consejo, como de hecho ocurrió.

Sin embargo, cuando le informé al responsable de los becarios que renunciaba pues “eso no era lo mío”, utilizando las mismas palabras que ellos habían usado para “correr” a otros, el coordinador me llamó a solas y me preguntó  que si de nada me había servido el documental de Vince Lombardi (entrenador en jefe de los Green Bay Packers) del “segundo esfuerzo” que nos habían proyectado días antes, que me diera esa oportunidad y realizara ese segundo esfuerzo para hacer carrera en la compañía. En ese momento me di cuenta de que existía la consigna de la empresa para presionar a algunos a que se fueran y para retener a otros y que continuáramos, pero además fui consciente de lo pequeño que era ante las adversidades y, avergonzado, tomé mis cosas y regresé al salón de clases. Permanecí en IBM los siguientes veinte años.

Nunca le agradecí lo suficiente a ese ángel de la guarda lo que hizo por mí, a diferencia del mundo de la siquiatría, capaz de sumirte en un pozo aún más oscuro que en el que ya te encontrabas.

sábado, 16 de marzo de 2024

Paradójico contrasentido

Es curioso, cuando me pongo a comparar los veinte años que pasé en IBM con el mismo tiempo que llevo aquí en León, los primeros me parecen eternos de tan enriquecedores que resultaron, a diferencia de los segundos que, de tan inanes, se me han ido como un suspiro. Serio, me siento tan desarraigado en el Bajío como si hubiera llegado apenas ayer, lo cual habla muy mal de mí, pues creo que he perdido el tiempo miserablemente.

Elena, en cambio, con los dieciséis años de su tienda Zúrich en Plaza Galerías Las Torres ha hecho de ésta una referencia citadina a la que han acudido connotados políticos, funcionarios y estrellas de deportes como el futbol, los clavados y el alpinismo. Vamos, hasta el señor gobernador del estado ha sido un cliente cotidiano suyo. Pero éste es un logro exclusivo de ella en el que yo muy poco he tenido que ver.

Volvamos a lo mío: los logros, broncas y vivencias en esa empresa sin par fueron tan épicos que todavía en la actualidad sueño cada tercera noche con ella, sin exagerar. De nuevo: ¿dónde se fueron estos otros veinte años en León que no haya sido en pergeñar estas estupideces?

Pide al tiempo que vuelva, pero no para recuperar el perdido aquí, sino para remembrar la gloria vivida allá, con sus viajes, pleitos, éxitos, asignaciones internacionales, ignominiosos despidos y demás. Baste decir que los dos años más felices de mi vida transcurrieron en Raleigh, Carolina del Norte, cuando la compañía me transfirió temporalmente allá, donde nació mi adorada Caro y Elena dio muestras de una entereza tal a sus apenas veinticinco años de edad que me impulsó a mí a triunfar clamorosamente ahí.

En fin, ahora sí que simplemente no es lo mismo Los tres mosqueteros que Veinte años después: la vitalidad que se tiene a los 25-45 que el desencanto que se comienza a fraguar a los 54-74.

¡Pusilánime cabrón!

miércoles, 13 de marzo de 2024

Síndrome de Verstappen

De 1957 a 1968 cursé primaria, secundaria y preparatoria en colegios lasallistas de la Ciudad de México, las dos primeras en el Colegio Cristóbal Colón y la última en la Universidad La Salle. Todo mundo sabe el rigor con que la instrucción era llevada a cabo en estos planteles, con exámenes rigurosos todas las semanas y entrega de resultados con puntaje y lugar en unas libretas llamadas boletines todos los viernes.

Modestia aparte, siempre destaqué en estos menesteres y todos los años ocupé un lugar (casi siempre el primero) en el cuadro de honor que se publicaba en un anuario llamado memoria al final del ciclo escolar, pero 1967 (segundo de prepa) fue especialmente sobresaliente para mí, pues de las aproximadamente cuarenta semanas que comprendía el año lectivo, sólo en una, la treintaiuno, ocupé el segundo lugar, todas las demás, primero, primero, primero…

Esa semana del segundo lugar llegó el titular del grupo, el hermano Eduardo Ayala, a repartir los boletines, que para mayor emoción se hacía partiendo de los últimos lugares, es decir, por los reprobados. Huelga decir la algarabía que se desató en el salón de clases cuando, llegando a los punteros, se mencionó mi nombre como ocupante del segundo sitio. Ni siquiera esperaron a que se pronunciara el nombre del ganador semanal, eso poco les importó, lo realmente destacable era que yo hubiera perdido el lugar de honor después de treinta semanas de monopolizarlo. De veras, el gozo era tanto entre mis compañeros como si México hubiera obtenido un importante triunfo en algún Mundial.

Yo estaba tan desconcertado que nada más sentí cómo el rubor y la piel de gallina, ambos, invadían todo mi ser. Afortunadamente el hermano Ayala dejó que los perdedores manifestaran estruendosamente todas sus frustraciones durante pocos minutos, sólo para callarles la boca al final cuando, dirigiéndose a mí, me encomió: “No les haga caso, ese es el mejor reconocimiento que pueden hacerle, y no me cabe duda que pronto volverá usted por sus fueros”. Boca de profeta, a la semana siguiente recuperé el lugar de honor para no volverlo a soltar.

Todo esto viene a cuento por Max Verstappen, el antipático piloto neerlandés de Fórmula Uno que ya se apoltronó como dueño absoluto de la primera posición en casi todas las carreras en que participa, lo cual hace pensar en alguna ventaja competitiva indebida, que me hará celebrar su tardía o temprana próxima derrota como mis compañeros celebraron la mía en aquel remoto día de hace cincuentaisiete años, de otra suerte, este deporte va directo a perder todo el interés y fanática entrega de sus millones de aficionados.

¡Salven a la Fórmula Uno! 

sábado, 9 de marzo de 2024

Otro sueño hecho realidad

Este segundo sueño, la relectura de La Odisea, lo llevé a cabo más que nada para comprobar cómo James Joyce aprovecha magistralmente la estructura de esta epopeya para crear la más grandiosa obra literaria del siglo XX, Ulises.

Porque Ulises no es más que una hilarante parodia de La Odisea, y a diferencia de ésta, que nos habla de los avatares del héroe por todo el mundo conocido hasta entonces durante los diez años que le tomó su regreso a casa, la obra de Joyce nos relata las vivencias de Leopold Bloom a lo largo de un solo día, 16 de junio de 1904, de las ocho de la mañana a las tres de la madrugada del día siguiente (Bloomsday), en una sola ciudad, Dublín, pero padeciendo los mismos avatares del mítico personaje griego. ¡Esplendorosa creatividad! Entre ambas aventuras median más de ¡dos milenios y medio!

Si bien La Odisea se refiere a las vicisitudes de Ulises durante esos diez años, la trama se reduce a treintaitrés días en que los personajes hacen la pormenorización de los hechos durante esa larga década. ¡Otro portento de creatividad! Por cierto, aquí se describe la trágica muerte de Agamenón, que mencioné en un anterior escrito (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/02/sueno-hecho-realidad.html).

Señalemos tan sólo que mientras en la obra de Homero Telémaco sale en busca del padre, Stephen Dedalus en la de Joyce sale al encuentro de alguien que sustituya al suyo.

Por otro lado, Leopold Bloom, personaje central de la moderna epopeya de James, detesta la violencia y el nacionalismo irlandés, a diferencia de Ulises, violento por naturaleza y épicamente nacionalista.

Ítem más, la forma en que Bloom confronta al Ciudadano, personaje por demás odioso del Ulises, en el capítulo El Cíclope, donde éste lo hostiliza por su condición de judío, nada tiene que ver con la forma en que Odiseo incita a sus camaradas -y contribuye él mismo- a hendirle en el ojo una estaca bien labrada al Cíclope, que ha abusado de ellos, matando y devorando a varios de sus compañeros.

¡Y qué decir de Ulises que mata a los pretendientes de Penélope a su regreso a Ítaca y Bloom que, a sabiendas, hasta condesciende con Blazes Boylan, amante de su esposa Molly!

El capítulo de Nausícaa, donde Bloom flirtea con una mujer que no deja de mirarlo y que incita a Leopold a masturbarse en la playa donde ha ido a refugiarse, sólo para descubrir al final que se trata de una coja, resulta desternillante. Nada que ver con la soberbia princesa de los feacios, Nausícaa.

Finalmente, los protagonistas de James Joyce confían más en su Stream of Conciousness (flujo de consciencia) que en los dioses de Homero. Joyce no inventó la técnica, pero se aprovechó de los profundos estudios en la materia de Freud y, sobre todo, del pionero en utilizarla, el psicólogo William James, en sus Principios de psicología (1890), donde se refiere a la novela Han cortado los laureles (1888), del francés Édouard Dujardin, precursor de todo esto.

Así que no, nada que ver la epopeya de Homero con la sátira de Joyce, pero conviene estudiar las dos con detenimiento para pasmarse ante el magisterio del ilustrísimo irlandés y la grandeza del no menos ilustre griego.

Dicen que el Ulises es la mejor guía de la ciudad de Dublín jamás publicada.

jueves, 29 de febrero de 2024

Rincón culinario de la CDMX

La semana pasada me fui con Elena a la Ciudad de México. Uno de los propósitos era celebrar la exitosa culminación de mi radioterapia contra el cáncer en algún buen restorán de la megalópolis. Aunque estuvimos ahí desde el martes, decidimos posponer el ágape hasta el jueves y escogimos para el efecto el comedero Les Moustaches, situado en la calle Río Sena de la colonia Cuauhtémoc en la delegación del mismo nombre. La mañana de ese día nos encaminamos hacia Reforma a través de la mencionada arteria, Río Sena, y lo que siempre ha llamado poderosamente nuestra atención es la serie de puestos callejeros de comida rápida que se ubican justo antes llegar a la avenida más  importante del país. No se puede dar un paso literalmente sobre la acera debido a la ingente cantidad de comensales que saturan el espacio desde la hora del desayuno. Nos detuvimos justo antes llegar a Reforma en el último puesto de la enorme hilera, uno de tamales, mi debilidad desde siempre, y, por primera vez en la vida, me atreví a ordenar una guajolota, sí, sí, sí, una torta de tamal y un jugo de naranja. Elena no se atrevió a tanto, pues se conformó con el tamal simple y un vaso de atole. ¡Dios mío, qué delicia!, de lo que me había perdido en la vida.

Pero, insisto, lo que sorprende es que uno pueda encontrar esos lugares justo enfrente de la suntuosa notaría de Ignacio Morales Lechuga -a no más de veinte metros cruzando la calle-, el mismo que le notarió sus bienes inmuebles al celebérrimo Carlos Loret de Mola; o a media cuadra del referido Les Moustaches, o a una cuadra de la embajada de los EU, o a cuadra y media del hotel donde nos hospedamos.

En fin, en la nochecita, con la guajolota todavía glugluteándome en las tripas, nos encaminamos hacia uno de los mejores restoranes, si no es que el mejor, en que he estado en mi vida: Les Moustaches. Qué comida, qué servicio, qué música ambiental en vivo de su habilidoso pianista. Aunque no hayamos coincidido en esta ocasión con su dueño, nuestro amigo Luis Gálvez, la atención no desmereció en lo más mínimo. Nos hicieron llegar primeramente dos pequeñas jarritas con un capuchino de lentejas delicioso y sendas copas de casis cortesía de la casa. Ordenamos, para compartir, unos suculentos ostiones Roquefeller, y Elena se decidió por un filete en salsa Roquefort y yo por un pato Grand Marnier, acompañados ambos por un Cune Crianza de primera. Concluimos la velada compartiendo un soufflé Grand Marnier y un café irlandés para mí, acompañados por las incomparables galletitas de chabacano cortesía también de la casa. Después de las terribles dietas médicas que me hicieron pasar, la guajolota y el festín recién descrito apenas las compensaron.

Pero, decía, llegamos desde el martes, y lo primero que hicimos ese día, después de almorzar, fue encaminarnos a la Torre BBVA para dejar en recepción sendos simbólicos obsequios  para mi amigo Eduardo Osuna Osuna, director general del banco y vicepresidente del consejo de administración, y para su asistente, Rocío García Torres, prometidos desde el año pasado y jamás entregados. Y de aquí, también a pie, al lobby bar del Camino Real en Mariano Escobedo para disfrutar de unas cervezas y un partido de la Champions en su pantalla gigante. La noche la aprovechamos para cenar en El Bajío de Reforma 222.

El día siguiente, miércoles, tuvimos nuestra comida anual con ex compañeros míos de IBM en el restorán Prendes -totalmente Palacio- de Moliere, un sitio de primera. En esta ocasión contamos con la presencia de los mismos de hace un año, Patricia Jarquín y Antonio Moreyra, a los que se sumó Verónica Villegas, que tenía años de no ver. Amistades, todas, de hace casi cinco décadas y que terminamos reunidas en el soberbio departamento de Moreyra en Polanco para disfrutar de unos sabrosos carajillos y unos aún más sabrosos chismes.

El día jueves es el que relato al principio y en el que, posterior a la guajolota y previo al Les Moustaches, emprendimos la marcha, caminando, al Zócalo capitalino para disfrutar de unas bebidas en el bar del restorán El Mayor, justo enfrente del Templo Mayor, y donde López Obrador organizó hace no mucho las reuniones de avenencia entre los miembros de su tribu cuando estos se le estaban saliendo de madre.

Como verán, amamos entrañablemente al terruño, bien que se lo merece.

Pero el viernes, back to reality.

martes, 27 de febrero de 2024

Comparto su desprecio

Leo a Macario Schettino, columnista mexicano, desde hace muchos años, primero en El Universal y ahora en El Financiero. Recuerdo con especial gusto sus colaboraciones en el primero todos los lunes, martes y jueves, dedicando el primero de estos días a comentar temas políticos con una solvencia y mesura enriquecedoras, y los martes y jueves a su fuerte: la economía, las finanzas y los negocios, con las mismas virtudes. Tenía incluso un blog donde complementaba, para quien quisiera seguirlo, los tópicos tratados en sus columnas. Lo disfrutaba tanto que lamenté de veras cuando anunció que El Universal había decidido prescindir de sus servicios, algo incomprensible por la gran pérdida que representaba.

Pero me tranquilicé cuando me comentó que se incorporaba a El Financiero, donde colaboraría ¡diariamente! Sus colaboraciones ahí, más cortas, siguieron haciendo gala de su vasta capacidad intelectual y resultaban igualmente disfrutables, aunque pronto hubo de terciarlas (lunes, miércoles y viernes) por tener otros proyectos en mente, como la escritura de algún libro.

Desgraciadamente, de unos meses a la fecha se ha vuelto monotemático, y emplea su columna para denostar, un día sí y otro también, a López Obrador, con un odio visceral digno de mejor causa, aunque lejos esté yo de negar la compartición de este desprecio, pues vaya que el sujeto se lo merece, tipo ruin, mezquino e ignorante. Y miren que he de confesar que, hastiado de los regímenes corruptos e impresentables de partidos de cuyos nombres no quiero acordarme, voté ciegamente por este embrión de tirano y su partido, algo de lo que no me arrepentiré lo suficiente mientras viva. Puedo alegar en mi descarga que otros treinta millones de mexicanos estábamos igualmente hartos.

Sin embargo, Schettino y millones más de mexicanos pareciéramos no darnos cuenta de que la elección del 2 de junio ya está ganada, y que el Gran Imbécil de Palacio, que no su títere o marioneta, arrasará en los sufragios con todo el respaldo popular que arrastra. Tres meses son un tiempo harto insuficiente para darle vuelta a la tortilla, sobre todo con una contrincante que no levanta muchas simpatías y que defraudó todas las expectativas depositadas en ella después de que le dieran con la puerta de Palacio en las narices hace ya bastantes ayeres.

Insisto, solamente los ciegos no querrán darse cuenta de que esta elección de Estado está ya decidida y sin necesidad de un fraude electoral descarado, para desgracia del país todo. Y no, no soy un pusilánime derrotista, sino un cínico realista.

Lo siento.

jueves, 15 de febrero de 2024

Sueño hecho realidad

Después de muchísimos años hice realidad mi sueño: releer La Ilíada, del divino Homero. Mantenía yo en estado latente toda la información adquirida durante mi primera y única lectura, pero descubrí que esta era más actual que nunca y que, como cuando era un odioso machetero en la escuela, dicha relectura no constituyó más que un delicioso repaso de algo memorizado a cabalidad.

Diez años les tomó a los argivos, aqueos, aquivos, dánaos… a los griegos, pues, llegar a las inmediaciones de Troya, ciudad de los dardanios, teucros o simplemente troyanos, a quienes combatieron por otros diez años, de los cuales La Ilíada es testimonio únicamente de los finales 51 días de feroz combate, y otros diez años le tomó al griego Ulises u Odiseo, uno de los tantos héroes de la obra, regresar a Ítaca para reunirse con su amada y fiel Penélope, historia que queda plasmada en la otra inmortal obra de Homero, La Odisea.

Dice Alfonso Reyes en el monumental prólogo de la edición Sepan cuántos… de Porrúa que en La Ilíada Homero habla de una época tan lejana como para nosotros lo sería hoy La Conquista. Por cierto, la traducción del catalán Luis Segala y Estalella es una versión directa y literal del griego, se establece en la portada del libro. ¡Mejor que mejor!

Como la primera vez, me identifiqué mucho con la cólera de Aquiles, quien no pudiendo tolerar que el jefe de los aqueos, Agamenón, le quitara a Briseida, que formaba parte del botín de una batalla en que ambos griegos habían participado, llega al extremo de solicitarle a su madre, la diosa Tetis, que engendró a Aquiles del mortal Peleo, que acuda al máximo dios, Júpiter, y, abrazándolo de las rodillas, le suplique que favorezca a los teucros, sus enemigos, en su batalla contra su propia gente, los aqueos, mientras él permanece inactivo en la liza. Un prototípico caso de hubris. Pero la muerte de su mejor amigo y querido compañero Patroclo, lo hace recapacitar e incorporarse a la guerra para vengar su muerte a manos del comandante máximo de los troyanos, Héctor, a quien a su vez Aquiles da muerte y arrastra su cadáver detrás de su carro para deshonra de toda Troya, consumando así un desquite redondo y como preámbulo a la caída final de la ciudad. Por cierto, en estas luchas el dios Poseidón impide que Aquiles dé muerte a Eneas, permitiendo así que Virgilio pueda cantar sus glorias en una epopeya posterior, La Eneida.

Todo lo anterior dentro de un cuadro de pasiones que nos muestra que el género humano siempre ha sido el mismo, sea cierta o no esta historia de la antigüedad. Baste decir que esta epopeya se originó por el rapto de Helena, esposa legítima de Menelao, el aqueo hermano menor de Agamenón, por parte del bello Paris Alejandro, el teucro hermano, también menor, de Héctor y, ambos, hijos de Príamo y Hécuba.

Ya fuera de la historia, el fin de Agamenón fue trágico, con la esposa Clitemnestra poniéndole el cuerno con Egisto, primo de ella, y llevándolo, ambos, a la muerte mediante un asesinato cuidadosamente planeado.

Todo lo anterior me llevó a escribir hace años un pequeño texto que inmodesta y rimbombantemente intitulé Árbol genealógico de la mitología griega (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2008/04/rbol-genealgico-de-la-mitologa-griega.html). Se los recomiendo ampliamente.

Y ahora, a disfrutar de La Odisea, que ya les estaré comentando de igual forma en este espacio, preferido de nadie.

sábado, 10 de febrero de 2024

El periódico nunca llegó

Llevo más de sesentaicinco años de ser un lector compulsivo de periódicos (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/07/otra-costumbre-inveterada.html). Un día lluvioso de principios de diciembre del año pasado, el diario no llegaba y no llegaba, atribuyéndolo yo a la pertinaz lluvia, pero cuál no va siendo mi sorpresa enterarme, cuando llamé para quejarme, que tenía un adeudo con ellos, pues mi suscripción había vencido desde finales de noviembre y había yo ignorado la visita de mi repartidor con el documento para la renovación, lo cual constituía una flagrante mentira, ya que no me iba yo a privar así nomás de la placentera costumbre que describo mejor que nadie en http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2021/12/en-oportunidades-previas-hable-sobre.html. Me dio mucha rabia que falsamente me tildaran de moroso y, en vista de lo que digo en los dos artículos antedichos, decidí mandar al carajo a algo tan prescindible como mi cotidiano compañero matinal, ¡después de más de veinte años de consecuentarlo diariamente! Además, podía seguir leyéndolo en su versión en línea, casi tan convenientemente como en la impresa, y ahorrarme así los casi de dos mil pesos de la suscripción.

Mi sorpresa fue grande cuando, regresando de visitar a mis suegros en su terruño, me topé con dos ejemplares del mentado diario en la puerta de mi casa, el del martes 30 de enero y el del miércoles 31. Y así me estuvieron cortejando del jueves 1 de febrero al domingo 4, al grado que llegué a pensar que se trataba de una suscripción de cortesía de mi “amigo” Enrique, presidente del consejo de administración, y su hijo Enrique II, director general del referido rotativo, quienes, no pudiendo prescindir de mi acerba crítica, optaban por “comprarme” de manera tan burda.

Pero ¡tenga para que aprenda!, pues me estaban tan sólo tendiendo un garlito para que volviera con ellos de mi propio peculio, ya que el lunes 5 no recibí más nada; vamos, ni los saludos del fantasmal repartidor, responsable directo de este divorcio por conveniencia.

Como verán, no caí en el garlito, aunque, eso sí, ofrezco seguirlos leyendo gratuitamente en su versión digital y ya sin criticarlos tanto por sus proverbiales gazapos.

Como diría mi querido amigo Gonzalo, radicado en Gaithersburg, Maryland, have a nice life!

viernes, 2 de febrero de 2024

Temerario

Llevé a Elena a visitar a sus padres, mis suegros, a San José Villa de Allende, un pueblo en el Estado de México dejado de la mano de dios a 420 kilómetros de León. Mi suegra, Glafira -en serio, así se llama-, recién cumplió los ochenta el pasado 25 de diciembre, por eso le digo que en vez de Glafira  prefiero llamarla Anticristo. Mi suegro, Alejandro, padre adoptivo de mi esposa, cumplirá los 86 a mediados de este año. Como verán, son más o menos de mi rodada, 74, a tal grado que cuando andaba cayéndole a Elena, 58, la gente se peguntaba si no andaría yo más bien tras la mamá que en pos de la susodicha Elena.

Teníamos noticias de que andaban con los achaques propios de la edad, al extremo de necesitar el padre de una inseparable andadera que utiliza a partir de una cirugía reciente. Sin embargo, los noté tan bien que no resistí decirles que me daba mucho gusto verlos así. ¿Pues cómo pensabas encontrarnos?, inquirió el interfecto. No, pues mucho más fregados, les respondí cándida, sincera y honestamente. Ante la espontánea risotada de todos, no les quedó más que aceptar el “cumplido”. De veras, me los imaginaba ya al borde del sepulcro, pero para nada.

Por cierto, aproveché algún momento de solaz para enviarles sendos WhatsApps a mi urólogo y a mi radio-oncólogo, preocupado que ando por mi bajísimo nivel de testosterona. Este último me respondió que es uno de los indeseados efectos secundarios de los medicamentos que me están administrando, pero que cuando deje de consumirlos, todo regresará a la “normalidad”. ¡¿Dentro de dos años?!, le vociferé. ¿Por qué no le pregunta usted a su urólogo?, me esquivó. Y sí, en efecto, el urólogo hasta al celular me llamó al día siguiente a las diez de la noche, y fue contundente: o son los medicamentos y por los menos diez años de vida gracias a su “excelente” condición física, o es la muerte en cuatro o cinco, con los consabidos sinsabores del cáncer, sin ellos.

Dicen que el cobarde se arredra ante el miedo, el valiente lo confronta, y el temerario lo reta. Ignoro si inconscientemente esté yo ya procediendo de acuerdo a esta última conducta, pues las velocidades de hasta 160 kilómetros por hora que llegué a registrar durante nuestro periplo a la tierra de mis suegros, tanto a la ida como a la vuelta, así lo permitirían suponer. Lo que no se vale, y estoy avergonzado por ello, es que exponga de manera tan irresponsable a mi dulce Elena, y ya me disculpé con ella por eso. En una gasolinera notamos incluso que la llanta delantera derecha venía ponchada, producto de un bache en la carretera, a tal grado que hubo que sustituirla por una nueva en una llantera cercana. Bueno, pues ni aun así le bajé, ¡patán inmundo!

La otra mujer de mi vida, mi madre Evangelina, que en dios creía y en mí adoraba, siempre me tuvo una consideración especial por razones puramente fortuitas. Ella nació un día 22 de septiembre del año 22 del siglo pasado. Cuando fue consciente de ello, tomó como amuleto estos guarismos y los convirtió en mantra durante toda su existencia, y fue así que decidió casarse a los 22 años de edad, pero no lo hizo cualquier día, sino en 11/22/44, noviembre 22 de 1944, muy a pesar de que tal fecha cayó en un incómodo día hábil (miércoles) y no en fin de semana o día festivo. De tal suerte que entre tanta fecha metida con calzador, exceptuando la de su nacimiento, la puramente azarosa del mío, octubre 22, vino a ser una señal para ella, y, según mi padre, no cesó de repetirle siempre: éste es el mejor de los cuatro (mis hermanos y yo) y el tiempo me dará la razón. ¡Dios mío, qué equivocada se dio!

Pero de una cosa estoy seguro: si aún estuviera entre nosotros la buena señora, ofrendaría su vida con tal de salvar la mía, hasta ese punto me hizo sentir su amor.

Quienquiera que sea, te tenga en su santa gloria, querida doña Eva.

miércoles, 24 de enero de 2024

Me bajaron de mi nube

La “ceremonia de graduación” con mi radio-oncólogo (RO) hace dos días -lunes 22 de enero de 2024- resultó por demás frustrante:

RO. Usted debe de ser consciente que la reducción del nivel de antígeno en su sangre se debe mayormente a los medicamentos que se le están administrando en el Seguro desde el año pasado y que deberán seguir administrándole durante los siguientes dos.

YO. Absolutamente, doctor, pero yo esperaría que la radioterapia estuviera ya influyendo de alguna manera en el proceso, ¿no es así?

RO. Desgraciadamente no, pues la radioterapia puede tardar hasta cinco años en mostrar su éxito.

YO. ¡Cinco años!, cuando yo esté ya plenamente dentro de mis 80 de existencia, ¡qué locura!, de haberlo sabido antes, no me someto a tal tormento.

RO. No diga usted eso, mientras tanto hay que estar alertas para que el cáncer no recurra, para lo que es primordial la medicación que se le está proporcionando. Y cuidar también los efectos secundarios tardíos, aunque improbables, que pueden llegar a presentarse hasta un año después de haber finalizado la radioterapia, como sangrado en vías urinarias y digestivas.

¡Qué padre! Medicamentos que por su función -inhibir la producción de y daños provocados por la testosterona- han reducido mi libido a prácticamente cero, lo que no precisamente tiene feliz a mi esposa, o, quién sabe, tal vez la tenga secretamente eufórica, habría que preguntárselo a ella.

Todo lo cual me hizo resucitar un viejo escrito de julio de 2020 que no tiene desperdicio.

Léanlo, por favor, es todo un poema:

 http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/07/amiga-muerte.html.

viernes, 19 de enero de 2024

No todo está podrido en Dinamarca

Algún grave mal se oculta en Dinamarca.

Marcelo en Hamlet, de William Shakespeare, primer acto, escena XI, p. 15, colección “SEPAN CUANTOS…”

Quizá era lo que estaba faltando en mi existencia: un proyecto de vida -mi salud-, antes que estar pensando constantemente en la muerte. Fue por eso que tomé el fin de mi tratamiento contra el cáncer (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/01/fin-del-suplicio.html) como un triunfo, aunque todavía no lo sea cabalmente, habida cuenta de los dos años que tengo que pasar todavía bajo tratamiento médico, pero ya el antígeno bajó dramáticamente de 8.3 a 0.31, según estudios recentísimos, prácticamente el deseable 0. Por otro lado, retomé entusiastamente mi acostumbrado trote en el Parque Metropolitano de León, y esos siete kilómetros de corrida cada tercer día me han sentado de maravilla, después de la obligada pausa de casi dos meses por mis achaques.

Curiosamente, también, hasta el IMSS me dio un mentís este día, viernes 19 de enero de 2024, al haberme proporcionado un servicio de excelencia con la administración de los medicamentos -carísimos- que debo consumir ese par de años, y no como hace tres meses en que un barbaján de bata blanca sin vocación me humilló ignominiosamente (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/10/trato-degradante-en-el-imss.html). Medicamentos de varios miles de pesos, fuera de mi alcance económico después de la costosa radioterapia a que me sometí, y que la medicina social me otorga sin costo alguno por ser derechohabiente.

Admirablemente, acababa yo de leer los dos dramas por antonomasia de William Shakespeare, Hamlet y Macbeth, en el primero de los cuales se atribuye a Marcelo, fiel amigo de Hamlet, la proverbial frase “algo está podrido (o huele mal) en Dinamarca”, a la que yo podría contravenir con justa razón y refutar a contrario sensu: no todo está podrido en Dinamarca, de acuerdo a la terminología empleada por nuestro sereno prócer, el mesías tropical.

No lo puedo evitar: todo lo anterior me ha infundido un gozo tan extraordinario que me ha llevado a sentirme mejor que nunca. 

viernes, 12 de enero de 2024

Fin del suplicio

Dios te salva del rayo, pero no de la raya.

Refrán popular

Finalicé la primera y definitiva etapa de mi lucha contra el cáncer (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/12/el-arduo-camino-hacia-la-sanacion.html). No más desmañanadas ni visitas diarias al hospital durante un mes y medio, no más apurar un litro de agua en un par de minutos antes de pasar a la radioterapia, no más invitaciones en plena sesión a limpiar nuestro intestino antes de continuar con el proceso, no más micciones continuamente durante todo el santo día,  y sólo un par de semanas más de salvajes regímenes alimenticios mientras se alivian los efectos secundarios del tratamiento. Un auténtico y desgastante maratón por la vida, diría Caro, mi hija. Una experiencia emocionalmente extenuante, sentenciaría yo.

Ahora ya “únicamente” tengo que continuar deglutiendo una píldora diaria de biculatamida por uno o dos años más y seguir  inyectándome en la panza una ampolleta de goserelina cada tres meses durante el mismo tiempo para, respectivamente, inhibir los efectos y la producción de testosterona que es el caldo de cultivo de estos males, además de practicarme exámenes clínicos periódicos para medir el nivel de antígeno en la sangre, un valor bajo del cual indicaría la remisión de la enfermedad. Y a esperar que ésta no reincida. ¡Nooo, si les digo que esto del cáncer es cosa seria!

Y todo, ¿para qué? Para que después de esos dos años quizá me toque ya fenecer por causas naturales. Dios te salva del rayo, pero no de la raya, sentencia un sabio refrán popular.

Pero, melindres aparte, qué bien se siente uno de haber cumplido una misión que parecía imposible y de tener al enemigo de rodillas frente a ti, y de comprobar, por enésima vez, el apoyo incondicional de tu pareja, Elena, que estuvo ahí en el hospital ese mes y medio, todos los días, como si ella fuera la afectada, y que se hubiera bebido con gusto los 28 litros de agua en vez mía y hasta sometido complacida a las radiaciones en mi lugar si con ello ayudara a mi curación. Un ser de excepción, verdaderamente.

Perdón por la ilustración con que acompaño este escrito (certificado de mi cura, le llamo yo), pero no pude evitar la tentación de incluirla (no la menosprecien, pues fui 972 de un total de 6,047 participantes y en menos de tres horas). Por cierto, el próximo lunes reanudo mis “correrías”.

Les prometo no volver a importunarlos con broncas tan personales.

Marcador final: ¡Terapias 28 - 0 Cáncer!

domingo, 7 de enero de 2024

Divertimento

Después del monumental chasco que me llevé con Proust y su En busca del tiempo perdido (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/09/insoportable-sufrimiento.html), le hinqué el diente a American Psycho, de Bret Easton Ellis, y Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, que me agradaron bastante y sobre las que ya he comentado en escritos por separado anteriores. Después intenté con un bodrio de Louis-Fedinand Céline, Guerra, intragable y en una pésima edición de Anagrama, que abandoné después de unas cuantas páginas. Seguí con Las alas de la paloma, de Henry James, y El Gran Meaulnes, de Alain Fournier, ambas novelas un tanto enigmáticas, pero plenamente disfrutables.

La mala suerte me alcanzó de nuevo al continuar con Archipiélago Gulag I, de Alexandr Solzhenitsyn, un tabique de 816 páginas que me obsequió mi hija Caro en Navidad y que ya antes había querido adquirir en formato electrónico infructuosamente, pues no lo encontré en ninguna parte, así que me cayó de perlas, no así su formato, contenido y estilo, y abandoné su lectura después de 114 páginas, profundamente desilusionado y aburrido. El autor se dedica a describir cientos de detenciones y redadas durante la época de terror en Rusia y la Unión Soviética, pero sin ninguna ilación y, peor, sin ninguna emoción, como si un burócrata estuviera asentando los hechos en actas. Además, el formato del libro, con notas a pie de página, acotaciones del autor referidas en la penúltima parte del libro y un índice de materias en la parte final a la que el lector tiene que acudir continuamente a lo largo de la lectura, hacen tedioso, si no es que imposible, un estudio placentero de la obra. Qué diferencia con Vida y destino, del escritor y periodista ruso Vasili Grossman (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/01/vida-y-destino.html), en la que abunda aquello que a la de Solzhenitsyn le falta, por lo menos en la centena de páginas que yo aguanté, y miren que la de Grossman no canta mal las ranchera con sus más de mil 100 páginas, pero desde la primera captura la atención.

Ante tan monumental decepción, intenté con la magna obra de Adam Smith La riqueza de las naciones, escrita hace más de dos siglos, pero más actual que nunca. Sin embargo, desde el principio me pareció tediosa y prolija, sobre todo para alguien que como yo carece del pleno bagaje económico-financiero para entender cabalmente una obra tan extensa, y la devolví en su formato digital a Amazon, que puntualmente me reembolsó lo que en ella había invertido.

Finalmente, terminé con el maravilloso libro póstumo de Stephen Hawking Breves respuestas a las grandes preguntas, sobre los acuciantes temas que nos han inquietado desde siempre: la existencia de Dios, la vida inteligente en otras partes del universo, la predicción del futuro, los agujeros negros, la posibilidad de viajar en el tiempo, la colonización del espacio, la posibilidad de que nos sobrepase la inteligencia artificial, et al.

No diré que todo lo que dice Hawking sea plenamente entendible para un lego como yo, pero cómo entusiasma contemplar la pasión con que estos sabios acometen su labor de intentar hacernos emocionar con tópicos tan bellos e inquietantes. Y a fe mía que lo logran con creces. Mucho mejor esto que Proust, Solzhenitsyn o Adam Smith. A pesar de todo, nunca  me sentí tentado a abandonar la lectura del esplendoroso libro de Stephen. Más aún, queda uno tentado a releerlo de inmediato.

Por cierto, Stephen Hawking menciona en un momento dado que no se atrevía a citar textualmente lo que Laplace decía sobre el determinismo científico, pues éste, Laplace, se parecía bastante a Proust, “ya que escribía frases de una longitud y complejidad desmesuradas.”

A este respecto, un amable lector de estos pergeños me inquirió por qué no me gustaba Proust, a lo que le respondí que no me gustaba Proust como tampoco me gustaban los chiles en nogada. ¡¿No te gustan los chiles en nogada?!, se sorprendió. No sólo no me gustan, sino que me revuelven el estómago, lo contrapunteé. Oye, pero si son un patrimonio culinario de la humanidad, terqueó. Pues por más patrimonio que sean, a mí me producen urticaria y me vomito nada más de verlos, concluí, así que no, no me gustan Proust ni los chiles en nogada… si no te importa.

¡Viva Stephen Hawking!