Después del monumental chasco que me
llevé con Proust y su En busca del tiempo
perdido (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/09/insoportable-sufrimiento.html), le hinqué el diente a American Psycho, de Bret Easton Ellis, y Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, que me
agradaron bastante y sobre las que ya he comentado en escritos por separado
anteriores. Después intenté con un bodrio de Louis-Fedinand Céline, Guerra, intragable y en una pésima
edición de Anagrama, que abandoné después de unas cuantas páginas. Seguí con Las alas de la paloma, de Henry James, y
El Gran Meaulnes, de Alain Fournier,
ambas novelas un tanto enigmáticas, pero plenamente disfrutables.
La mala suerte me alcanzó de nuevo al
continuar con Archipiélago Gulag I,
de Alexandr Solzhenitsyn, un tabique de 816 páginas que me obsequió mi hija
Caro en Navidad y que ya antes había querido adquirir en formato electrónico
infructuosamente, pues no lo encontré en ninguna parte, así que me cayó de
perlas, no así su formato, contenido y estilo, y abandoné su lectura después de
114 páginas, profundamente desilusionado y aburrido. El autor se dedica a describir
cientos de detenciones y redadas durante la época de terror en Rusia y la Unión
Soviética, pero sin ninguna ilación y, peor, sin ninguna emoción, como si un
burócrata estuviera asentando los hechos en actas. Además, el formato del
libro, con notas a pie de página, acotaciones del autor referidas en la
penúltima parte del libro y un índice de materias en la parte final a la que el
lector tiene que acudir continuamente a lo largo de la lectura, hacen tedioso,
si no es que imposible, un estudio placentero de la obra. Qué diferencia con Vida y destino, del escritor y
periodista ruso Vasili Grossman (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/01/vida-y-destino.html),
en la que abunda aquello que a la de Solzhenitsyn le falta, por lo menos en la
centena de páginas que yo aguanté, y miren que la de Grossman no canta mal las ranchera
con sus más de mil 100 páginas, pero desde la primera captura la atención.
Ante tan monumental decepción, intenté
con la magna obra de Adam Smith La
riqueza de las naciones, escrita hace más de dos siglos, pero más actual
que nunca. Sin embargo, desde el principio me pareció tediosa y prolija, sobre
todo para alguien que como yo carece del pleno bagaje económico-financiero para
entender cabalmente una obra tan extensa, y la devolví en su formato digital a Amazon, que puntualmente me reembolsó lo
que en ella había invertido.
Finalmente, terminé con el maravilloso
libro póstumo de Stephen Hawking Breves
respuestas a las grandes preguntas, sobre los acuciantes temas que nos han
inquietado desde siempre: la existencia de Dios, la vida inteligente en otras
partes del universo, la predicción del futuro, los agujeros negros, la
posibilidad de viajar en el tiempo, la colonización del espacio, la posibilidad
de que nos sobrepase la inteligencia artificial, et al.
No diré que todo lo que dice Hawking sea
plenamente entendible para un lego como yo, pero cómo entusiasma contemplar la
pasión con que estos sabios acometen su labor de intentar hacernos emocionar
con tópicos tan bellos e inquietantes. Y a fe mía que lo logran con creces.
Mucho mejor esto que Proust, Solzhenitsyn o Adam Smith. A pesar de todo, nunca me sentí tentado a abandonar la lectura del esplendoroso
libro de Stephen. Más aún, queda uno tentado a releerlo de inmediato.
Por cierto, Stephen Hawking menciona en
un momento dado que no se atrevía a citar textualmente lo que Laplace decía
sobre el determinismo científico, pues éste, Laplace, se parecía bastante a
Proust, “ya que escribía frases de una longitud y complejidad desmesuradas.”
A este respecto, un amable lector de
estos pergeños me inquirió por qué no me gustaba Proust, a lo que le respondí
que no me gustaba Proust como tampoco me gustaban los chiles en nogada. ¡¿No te
gustan los chiles en nogada?!, se sorprendió. No sólo no me gustan, sino que me
revuelven el estómago, lo contrapunteé. Oye, pero si son un patrimonio culinario
de la humanidad, terqueó. Pues por más patrimonio que sean, a mí me producen
urticaria y me vomito nada más de verlos, concluí, así que no, no me gustan
Proust ni los chiles en nogada… si no te importa.
¡Viva Stephen
Hawking!