jueves, 25 de marzo de 2021

¡Libro tan pinche!...

 … se sentiría uno casi obligado a vociferar tras los múltiples pasajes farragosos y aburridos de Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie, pero, por otra parte, tan naturales inevitablemente en un libro tan extenso (641 páginas). Pero no se cae en esa tentación, ¡para nada!, pues no se puede detener su lectura sino hasta el final, a pesar de las varias ocasiones en que uno se siente invitado a hacerlo en el trascurso de la misma.

La novela versa sobre la historia de un puñado de personajes de los cientos nacidos a la medianoche que va del 14 al 15 de agosto de 1947, día de la independencia de la India, pero especialmente de Saleem Sinai, el narrador, que cuenta la historia a su compañera Padma. Nacimiento que hasta le valió al protagonista una carta del Primer Ministro Jawaharlal Nehru y una foto en la página principal del periódico The Times of India, pues se daba exactamente al mismo tiempo que el de la nación toda. Mientras más cercano el nacimiento a ese segundo inicial de la medianoche del 15, mayores las características diferenciadoras de unos contra otros. Saleem, por ejemplo, tiene la particularidad de penetrar en los sueños y pensamientos de los demás por haber nacido prácticamente justo cuando el día daba comienzo, al igual que lo hizo otro, Shiva, a cuyo destino el primero queda indeleblemente unido por un giro inesperado y sorprendente en el relato hacia el final del primer tercio del libro, y que marcará el resto de la esplendorosa narrativa. Aunque ya sólo fuera por esto, valdría la pena la lectura.

Pero lo es, además, por la exuberante prosa de Rushdie y su realismo mágico, que en nada desmerece frente al de otros escritores del mismo tipo, y porque lo hace con una gracia y un humor sin iguales. Por otro lado, en la obra se va dando cuenta -paralelamente y sin impostadas erudición y prolijidad- de los acontecimientos históricos que tienen lugar en la India, Pakistán y regiones circunvecinas, desde el nacimiento de la primera como nación independiente hasta acontecimientos ocurridos bien entrada la década de los setentas del siglo XX, pasando por guerras, experimentos nucleares, luchas políticas y demás. Pero es sobre todo una conmovedora historia de los hijos de la medianoche, en general, y del infortunado Saleem, en particular.

El esfuerzo en la lectura que menciono al principio de este escrito se mantiene hasta el final de la obra, pero quién se atrevería a negar que muchas veces el goce pleno implica sufrimiento, y créanmelo, en este caso, valió la pena.

Nunca me había ocurrido que con tan pocas palabras pudiera yo hacer la recomendación más amplia de una novela, quizá porque me identifique yo, de alguna manera, con Saleem Sinai, que nos platica su vida desde su nacimiento, la medianoche del 15 de agosto de 1947, hasta poco antes del 31 aniversario de la India como nación independiente, el 15 de agosto de 1978, y de él como ser sufriente.

sábado, 13 de marzo de 2021

Jim Fletcher

El mensaje de Jim la otra noche a través de LinkedIn después de tantos años era muy lacónico: How are you doing?, pero de inmediato se agolparon en mi memoria una serie de entrañables recuerdos sobre los dos años y pico más felices de mi vida, por lo que le contesté  mucho más expresivamente: “Bien, gracias, querido Jim, encantado de saber de una de las personas -si no es que la persona- que más he admirado en IBM. Un caluroso saludo”.

Por entonces, había sido asignado yo a un centro internacional de soporte en Raleigh, Carolina del Norte, y estaba recién casado. Es más, Elena asegura que cuando nos conocimos a principios de aquel lejano 1989, le propuse matrimonio únicamente para no embarcarme solo en tan arriesgada empresa, y no diré que razón no le falta, pero sí que los más de 31 años que hemos pasado juntos son prueba fehaciente de que no me equivoqué.

La misión, si yo deseaba aceptarla, consistía en hacerla de intermediario entre el laboratorio de desarrollo de software de telecomunicaciones en Estados Unidos y la comunidad internacional, y como tal, participar en la prueba de esos programas, en la conducción de residencias temporales para la producción de materiales técnicos y manuales (redbooks) por parte de miembros de IBM de todo el orbe, y en dar a conocer los resultados de todo esto en seminarios organizados alrededor del mundo.

En el laboratorio envidiaban tan frenética actividad de parte del centro para el que yo trabajaba y que a mí, por ejemplo, en mi primer año de asignación, me permitió viajar a Hamburgo, Sao Paulo, Tokio, Singapur y Sídney, y en el segundo, a Bruselas, Makuhari (Japón), Sídney y Caracas.

Nunca en mi vida me he sentido yo más productivo como en aquellos lejanos años en que los desarrolladores esperaban con ansiedad a que yo llegara a informarles cómo el mundo acogería los productos que apenas estaban en desarrollo, y dentro de tales profesionales, Jim Fletcher era el gurú reconocido por todos, dentro y fuera del país. Y yo era arropado por todos ellos.

Carolina, mi hija, nuestra hija, nació allá, y nadie, ni en el laboratorio ni en el centro internacional donde yo laboraba, dejó de incurrir en el lugar común y mal chiste de afirmar que el hijo que seguramente vendría a continuación sería con toda certeza Raleigh.

Elena, Carolina, Jim Fletcher, IBM y Raleigh (la ciudad y el del mal chiste) contribuyeron a hacer de éste el recuerdo más indeleble de mi existencia. Gracias, Jim, por haber desencadenado toda esta serie de recuerdos hace apenas unas noches.

martes, 2 de marzo de 2021

Tres libros tres

 El primero, un clásico inglés: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, en el que la trama transcurre en un sola jornada de borrachera, el Día de Muertos de 1938, en Cuernavaca (Cuauhnáhuac), donde el autor residió por algún tiempo, de tintes autobiográficos. El protagonista es un cónsul inglés venido a menos, Geoffrey Firmin, junto con su pareja, Ivonne, que ha regresado a la ciudad para reunírsele, y su hermanastro Hugh. El editor del libro no quería publicarlo tal como Malcolm se lo había enviado, por lo que contrató a un par de lectores del manuscrito para que lo criticaran. En respuesta a las críticas que aquel le hiciera llegar, Lowry respondió con una prolija carta sus razones para no introducir los cambios que dichas críticas pudieran implicar y, en todo caso, que quien los introdujera siguiera las recomendaciones que él hacía. Esta respuesta se convirtió también en un clásico y bastó por sí sola para que el editor reculara y publicara la novela tal cual Lowry se la envió.

Se ha dicho que el Ulises, de James Joyce, cuya trama se desarrolla también en un solo día, es una “literaturización” del lenguaje de los sueños, lo que me lleva a mí a aventurar que Bajo el volcán pudiera ser una del de los ebrios. Y es que muchas veces la lectura se vuelve críptica, y el mismo autor, en la carta antedicha, se llega a comparar con Joyce, toda proporción guardada, se apresura a decir. Pero al igual que aquel, se atreve a decir que su libro probablemente debiera leerse tres y hasta cuatro veces para una cabal comprensión. A él, como a Joyce, también le llevó tiempo escribirlo: diez años. Con estos asegunes, y no habiendo leído el libro más que una sola vez, disfruté, hasta donde se pudo, su lectura y lamenté el trágico y poético fin de los protagonistas principales, Ivonne y el cónsul, cada cual por su lado.

Mucho más interesante y entretenido resultó el segundo libro, La vida juega conmigo, del nominado para el Nobel de Literatura David Grossman, escritor israelí galardonado con varios otros premios. En él se relata una absorbente historia de quien fuera en un tiempo cautiva en el campo de concentración Goli Otok, el Gulag del déspota yugoslavo Josip Broz Tito. Sin embargo, el énfasis es puesto en una época posterior a este encierro y para el que el autor contó con la autorización de la protagonista para abordarlo con toda la libertad que su genio literario le exigiera. Nos cuenta así la historia de un par de viudos residentes en un kibutz israelí, Tuvya y Vera, cada cual con un hijo, Rafael el del primero y Nina la de la segunda, que a su vez, por azares del destino, engendran a Guili, encargada de llevar la narración del relato. Lo curioso es que ambas, Nina, por un lado, y Guili, por el otro, fueron abandonadas por sus respectivas madres a muy tiernas edades. Quizá ello explique el comportamiento totalmente bizarro de Nina ya mayor, quien prácticamente queda huérfana de madre a la tierna edad de seis años, al negarse ésta a testificar en contra del marido muerto y enviada por ello a Goli Otok a un cautiverio de tres años. A tal grado es extraño el comportamiento de Nina que ésta, a su vez, abandona a Guili a la edad mucho más tierna de tres y medio, quedando la criatura al cuidado de su padre Rafael, Rafi o simplemente Erre, y de su abuela Vera. Sin embargo, ella sublima el trauma del abandono y nos obsequia con un relato maravilloso, muy a pesar de lo mucho que detesta a su madre Nina. En fin, una historia fascinante.

Finalmente, pude hincarle el diente también a El Mito de Sísifo, del filósofo y escritor Albert Camus, quien dice que el único tema realmente digno de discusión en filosofía es el suicidio. Qué barbaridad, qué difícil resulta generalmente adentrarse en un texto de filosofía. No fue la excepción en este caso, pues buena parte del libro resulta tanto o más desalentador que uno de mecánica cuántica. No obstante, en la segunda parte del libro, cuando el autor se decide a aterrizar sus ideas, éste resulta de un encanto sublime, pues analiza el carácter de varios personajes literarios desde Don Juan hasta Stavrogin y Kirilov, pasando por las creaciones de Shakespeare, los Karamazov y Wilhelm Meister, no sin dejar de mencionar a decenas más de autores y desembocando finalmente en Kafka y sus célebres Gregorio Samsa, en Metamorfosis, y K, en El Proceso y El Castillo. No en vano afirma Camus que la novela prevalece sobre la poesía y el ensayo, y yo lo secundo.

Así y todo, Camus muestra una visión optimista de Sísifo, condenado por los dioses a llevar a lo alto de una montaña una pesada roca, sólo para que una vez ahí esta se despeñe a la base de la montaña y vuelta a empezar, y así por toda la eternidad. Concluye Camus con una poética incomparable: “¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin dueño no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.”

No muy en concordancia con lo que yo he sostenido a lo largo de estos escritos durante tantos años, pero bueno, si un filósofo que afirma que el único problema digno de discutirse en filosofía es el suicidio lo dice, razón no le ha de faltar, a fe mía.

A ver cómo me va ahora con Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie. Ya se los estaré comentando.