jueves, 31 de diciembre de 2020

Ítem más

Primero, lo anecdótico. Hugh Everett y su esposa acordaron llevar un matrimonio abierto, que era lo que mejor se acomodaba a la conducta que aquel había observado siempre, y lo cumplieron.

Por otro lado, lo científico. Quizá la existencia de esos múltiples mundos que proponía Everett (branching) explique el impresionante avance tecnológico que se ha obtenido con la mecánica cuántica, de una sorprendente exactitud en la predicción de sus resultados, que se manifiesta principalmente en los monstruos computacionales de la actualidad. Si no en otros mundos, ¿dónde más podrían tener lugar esos portentosos e inverosímiles cálculos de las computadoras de hoy? Es difícil entender a cabalidad la esencia de la mecánica cuántica, no así de sus resultados, lo que derivó en la ya clásica expresión entre los físicos de Shut up and calculate! (¡Cállate y calcula!).

A las objeciones que algún colega de Everett opuso (“I don’t branch!”) a su interpretación de los múltiples mundos (MWI, por sus siglas en inglés), este respondió que eran del mismo tipo que las que Copérnico había recibido cuando se aventuró a afirmar que era la Tierra la que giraba alrededor del sol y no al revés. Se limitaban a espetarle desde su zona de confort que ellos no experimentaban ningún movimiento y que era por lo tanto el sol quien circunvalaba a la Tierra (¡y vaya que nos movemos!: http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/02/el-planeta-azul.html). Everett terminaba reconviniendo a su amigo que por qué no mejor esperaba a que la experiencia científica le proporcionara evidencias antes de deducir él las propias sin ninguna base -como los pre copernicanos-, y concluía preguntándole sarcásticamente: “Don’t you branch?”. Con lo que su colega y amigo terminó convirtiéndose en su fiel discípulo, el único por aquella época.

Ahora, ¡ya tiene uno más!

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Many worlds interpretation

Hugh Everett, excéntrico doctor en física por la Universidad de Princeton, es ya uno de mis ídolos. Nacido en 1930 y muerto en 1982 a la edad de apenas 51 años, fue su última voluntad ser cremado y que sus cenizas fueran dejadas afuera junto con la basura, lo cual cumplieron sus allegados al pie de la letra.

En mecánica cuántica existe una interpretación clásica del mundo subatómico conocida con el nombre de interpretación de Copenhague, de Niels Bohr y sus discípulos, que ha resistido el paso de los años hasta nuestros días, no porque no sea rebatible y polémica, sino porque Bohr, que era un señorón de la ciencia y la cultura, con una personalidad arrolladora, aleccionó bien a sus súbditos, que no se atrevieron a cuestionar la teoría del gran maestro.

Hubo alguno, fuera de su grupo, que no comulgaba del todo con dicha interpretación y que se atrevió a desafiarlo públicamente lanzando su propia interpretación del mundo cuántico. Quizá no fue el primero, pero sí el más conspicuo. Sí, Hugh Everett, que estaba más interesado en la buena vida –vinos, mujeres, comidas, cigarros, viajes-, aunque no por ello menos interesado en el pensamiento científico. Desde temprana edad dio muestras de su incomparable talento, permitiéndose hasta meter en predicamento a algún maestro de las escuelas católicas donde estudió con una prueba irrebatible sobre la inexitencia de Dios, no con el diabólico afán de que su fe se viera resquebrajada, sino por el puro deleite del juego.

Su tesis doctoral versó precisamente sobre su interpretación cuántica, pero esta fue tan cuestionada por Bohr y su grupo y tan torpemente defendida por su mentor que hubo necesidad de reducirla al mínimo y sin una óptica que pudiera ofender al Gran Maestro, ya que Wheeler, el susodicho mentor, era admirador incondicional de Niels y jamás se hubiera atrevido a “ofenderlo”.

En pocas palabras, lo que Everett defendía era la existencia de múltiples mundos y hasta universos, todos ellos entrelazados por una función de onda universal (universal wave function). ¿Que qué carajos es eso? OK, todos conocen la paradoja del gato de Schrödinger, ¿no? Si no, se las platico: metemos en una caja a un gato vivo, junto con un emisor de radiación y un medidor de esta radiación conectado a un mecanismo que al detectar un cierto nivel de dicha emisión accionará un martillo que romperá un recipiente con veneno que necesariamente matará al gato, es decir, el gato tiene una probabilidad 50-50 de salir vivo o morir. Pues bien, Schrödinger decía que no podríamos afirmar ni una cosa ni la otra hasta que hiciéramos una medición, es decir, hasta que abriéramos la caja, no importando que el animal estuviera ya bien muerto o vivito y coleando.

¡Pues no! El genial Everett dice que ambas posibilidades son igualmente reales, esto es, que existe un mundo en el que el gato está vivo y otro en el que ya feneció, sin que un mundo sepa del otro, y a este fenómeno lo llama branching (derivación), y así con todo: un mundo en el que ustedes están leyendo este artículo y otros muchos en los que están haciendo cualquier otra cosa, y esto, bajo la gobernanza de la mentada función de onda universal, que “comienza” con el entrelazamiento del gato, el emisor de radiación, el medidor, el martillo, el recipiente con veneno et al.

Lo anterior no les gustó nadita a Bohr y su grupo, que tildaban todo ello de metafísico, razón por la cual la teoría de Hugh cayó en el olvido por casi una década, hasta que alguien la  resucitó y hoy en día goza de tan cabal salud como la mismísima interpretación de Copenhague. A Everett todo esto le tenía sin cuidado, lo suyo eran las mujeres, la bebida y los cigarros, y se negó a escuchar los ruegos de Wheeler para que volviera a la academia, ya que su pupilo había optado por la teoría de juegos y la investigación de operaciones, trabajaba para el Pentágono y se enriqueció diseñando estrategias de guerra y de defensa contra ataques nucleares del enemigo para el ejército norteamericano.

Comprenderán ahora por qué Hugh Everett es ya uno de mis ídolos, su envidiable talento y forma de vida lo elevan a ese pedestal. De lo bueno, poco, por eso murió a tan corta edad, ¿para qué más? No fue un vicioso, sino un genio sin par. Pero quizá exista un lejano universo en el que aún sigues gozando de lo lindo, querido Hugh (QEPD, que en paz te diviertas).

miércoles, 23 de diciembre de 2020

ResiElencia

ResiElencia 1. f. Capacidad de adaptación de Elena frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos (“RAE”).

No voy a caer en el absurdo de proclamar que Elena fue uno de los factores vitales que permitieron a nuestro negocio salir a flote este aciago 2020. No, sería injusto: ¡fue el principalísimo! Mi carácter sombrío poco ayudó en esta ingente tarea, que mi querida Elena supo llevar a buen puerto, con la sola, invaluable, ayuda de su fiel pupila, la encantadora Scarlet (así, con una ’t’ simple).

El don de gentes de mi esposa es ya proverbial en todo León, pues su tienda se ha vuelto un referente en toda la ciudad en estos casi trece años de existencia, lo que la ha llevado incluso a tener que surtir pedidos de otras partes de la república. La encantadora (Scarlet) cumple ya con nosotros cuatro años el próximo mes. Cuando abrimos en 2008, la chiquilla (lo sigue siendo) tenía apenas ocho de edad.

Ya he justipreciado en numerosas otras ocasiones el valor de Elena, pero nunca está de más insistir en ello. Cuando hace justo dos años tuvo aquel percance de salud que la llevó de emergencia al quirófano para no exponerla a un mal mayor que hubiera puesto en riesgo su vida, me sentí desfallecer, no sólo por el hecho en sí, sino porque me vi obligado a tener que “dirigir” yo personalmente el negocio por espacio de una semana. Huelga decir que terminé yo siendo dirigido (sin comillas) por la triplemente encantadora Scarlet.

Elena ha sido mi fortaleza y mi vida durante estas más de tres décadas de vida en común. No en balde, cuando despachaba yo en la tienda un par de días a la semana -antes de la llegada de Scarlet-, los clientes que llegué a atender se deshacían en elogios hacia ella, y se despedían con un encomiástico: “Me saluda usted a su hija”. Curiosamente, más que rabia, sentía yo un rabioso orgullo.

Comprenderán ustedes ahora la razón profunda que se esconde detrás del neologismo.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Fuera de lugar

No es por la decepción que me provocó la derrota de mis Pumas -equipo de origen, ya que de la UNAM provengo- en el torneo Guard1anes de la Liga MX, después de todo el León es el equipo de mi adopción, vamos, el segundo de mis quereres. Yo más bien creo que es la edad, pues ah, cómo me aburre el futbol, o soccer, más bien, porque el americano sí que me encanta y apasiona.

Entonces, no, no es la edad, sino el peloteo insulso a que nos ha acostumbrado la ínfima calidad de nuestro balompié, en el que hasta el clasificado en el lugar número doce del torneo regular tiene oportunidad de proclamarse campeón. He ahí la explicación. Ese peloteo a que nos sometieron ambas fieras en los dos partidos finales no es algo ajeno a lo que presenciamos todo el año, torneo tras torneo. El tiempo perdido es otro de los factores que contribuye a hacer de este deporte algo digno del mejor bostezo. Alguna vez Imagen Televisión intentó el ejercicio de medir el tiempo efectivo de juego en los partidos que transmitía. De los 90 minutos de juego, aquel difícilmente rebasaba los ¡52! Y esto, antes del VAR, que ha venido a empeorar las cosas. ¡Qué horror!

Además, el ritual para los tiros libres es insufrible. En lo que el árbitro pita la falta, amonesta, discute con los jugadores, pinta sus rayas con Comex, reconviene a la barrera y da el pitazo de autorización para reiniciar el juego, fácilmente se pierde un par de minutos, que el silbante nunca compensa. Lo mismo pasa en los tiros de esquina o en cualquier jugada a balón parado.

Recuerdo un día que estaba “viendo”, junto con mi hijo Raúl, un Monterrey-América desde la Sultana del Norte, yo en duermevela y el júnior ya completamente jetón, pero mi estado de semiinconsciencia permitió que me percatara que el “Chupete” Suazo tomaba el balón y con un certero disparo anotaba para los regios. Como por instinto, me levanté del sillón y grité: “¡Goool!”. Acto seguido, Raúl salió de su profundo letargo, se levantó también como impulsado por un resorte y, aún más fuerte que yo, coreaba: “¡Gooooool!”… sin haberse percatado de un carajo.

Si a lo anterior añadimos la irritante falta de ética de nuestros futbolistas -simulando faltas, fingiendo lesiones, haciendo tiempo, apresurando el paso en un cambio cuando van perdiendo y de rodillas cuando van ganando, escupiendo todo el rato (aun en esta época de pandemia), mascando chicle todo el tiempo (como el “Chapo” Montes, que yo creo que nació con él en la boquita)-, digo, si añadimos todo esto, lo que nos queda es un muy pobre espectáculo. Los jugadores de futbol soccer son de los deportistas más tramposos del orbe, ya quisiera yo verlos haciendo teatro en la NFL o en la NBA o en la ¡NHL!

Con el añadido de tener que chutarse todo esto -nunca mejor aplicado el término- por TV desde casita, con la insultante publicidad invasiva a que ya nos tienen acostumbrados los patrocinadores, ocultando partes sustantivas de la pantalla o toda ella con sus odiosos anuncios.

Lo anterior, no es privativo del futbol nacional. Y díganme si no aquellos que hayan tenido la suerte (mala) de presenciar la última final de la Champions entre el Bayern y el PSG, simple y sencillamente ¡nem-bu-ta-les-ca!

Mejor nos cambiamos al deporte oficial del actual régimen, que es lo único honesto que les conozco, pues nunca ha presumido de ser apasionante -me refiero al beisbol, no a la 4T, que es todo lo contrario y desata las más bajas pasiones-, sino cerebral, apenas adecuado para nuestro Gran Líder.

Pero hablaba yo del León. Para mí su coronación resultó, con todos estos ingredientes, tan emocionante como si un paisano del terruño hubiese ganado un campeonato nacional de bridge a puerta cerrada.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Caro en el Pico

No, no me refiero al costo de la pandemia en el pico de la misma, ya saben que de eso estoy hasta la madre. Hablo más bien del ataque de mi hija Carolina a la cima del Pico de Orizaba o Citlaltéptl (Cerro de la Estrella), lo cual intentó hoy, domingo 13 de diciembre de 2020, coronando así su primera cumbre. Nos lo acaba de informar.

Todavía recuerdo cuando en junio de 1992 IBM me asignó temporalmente a su laboratorio en La Gaude, Francia, colindante con la Costa Azul, a donde exigí que me acompañara la familia, entonces compuesta sólo por Elena y la referida Caro, que justo acababa de cumplir el año de edad. Ésta prácticamente terminó de aprender a caminar en los aeropuertos mientras esperábamos a abordar nuestros vuelos. Ahora, ella escalando montañas y lamentando que yo trastabille en el Parque Metropolitano. El mundo al revés, como era de esperarse que ocurriera.

Carolina se estuvo preparando intensamente para esto. Hace unos meses empezó a correr como si en ello le fuera la vida. De repente decía: “Voy al Palote, hoy me tocan 30 kilómetros”, y regresaba como si nada. Su gran determinación la llevará a cumplir la meta que se proponga en la vida. Creo que la que sigue en el ámbito deportivo es un maratón, pues en este sentido no deja de admirar a su querido padre. Quienquiera que éste sea.

No en vano Schopenhauer decía que los hijos heredan el genio (carácter) del padre y el genio (inteligencia) de la madre, algo que también se cumple cabalmente con Raúl, que vino al mundo poco más de un par de años después de Caro, y ambos -pobres- son tan neuróticos como su progenitor. Lo bueno es que esto los impulsa a lograr metas como la que reseño en este breve escrito.

Y sí, por qué no, se siente uno tan orgulloso de ello como si la conquista de la montaña más alta de México fuera hazaña propia.

¡Felicidades, Carolina, vamos ahora por el maratón de Tokio que tanto ansías! Y no digo más. Lo bueno, si es breve, doblemente bueno.

martes, 8 de diciembre de 2020

Escandalosa ineptitud de Telmex

Sr. Carlos Slim Helú: 

La razón de que le escriba desde hotmail y no desde prodigy es que llevo más de 24 horas con el servicio de envío de correos deshabilitado para ragutie@prodigy.net.mx, a nombre del suscrito, en la línea 477-758-6302, a nombre de mi esposa, Aurora Elena Zepeda Ángeles. 

El problema empezó ayer -lunes 7 de diciembre de 2020- a las 16:29 horas, después de enviar un correo masivo a cerca de un centenar de destinatarios con el artículo periodístico que como parte de mis responsabilidades escribo todas las semanas desde hace años. El siguiente correo simple que quise enviar me fue rechazado con la leyenda de que se había deshabilitado el envío de mensajes desde mi cuenta debido a que se había detectado una actividad de spam desde la misma, que llamara al 800-123-2222. 

Es lamentable la ineptitud e incompetencia de su personal técnico en particular y de Telmex en general. Enseguida me comuniqué con una operadora que continuamente me estuvo solicitando permanecer en la línea por espacio de 20 minutos mientras consultaba con su “supervisor”. Opté por dejar a un lado mi celular en altavoz hasta que se cortó la llamada después de casi una hora de espera.

Hoy en la mañana, martes 8, inicié nuevamente el proceso desde cero. Me trajeron del tingo al tango entre cinco operadores, exactamente del mismo tipo que la dama de anoche. Me obligaron a cambiar, sin razón alguna, de clave de acceso, me quisieron vender un antivirus y, en fin, mostraron toda su incompetencia e incapacidad técnica para atenderme. 

Pedí, por último, hablar con alguna autoridad para plantear mi queja, de quien por desgracia no retuve el nombre. Me repitió todos mis datos (los mismos del primer párrafo de esta misiva), me dijo que abordarían mi problema y que ¡de 24 a 48 horas! se estarían comunicando conmigo.

Me imagino que ha de ser fácil acumular una fortuna basada en la paga miserable de sus operadores, en la nula formación técnica de los mismos y en el pésimo servicio a sus clientes, y escalar así las listas de los más ricos del orbe. ¡Qué pena! 

Pienso abundar sobre el particular en mi próximo artículo periodístico. 

Raúl Gutiérrez y Montero

lunes, 7 de diciembre de 2020

"No somos iguales". No, ¡son peores!

Me chocan los lugares comunes: ya estoy hasta la madre de covid, amlo, inseguridad, economía y demás zarandajas de la misma estirpe. ¡Ya basta!, estoy harto de leer pinche mil artículos todos los días sobre lo mismo, lo mismo y lo mismo, por eso prefiero escribir sobre física cuántica, Maradona, libros y hasta de mi vida personal.

No obstante, es imposible sustraerse del todo, y menos cuando padecemos a un imbécil de la peor calaña, como el que nos “gobierna” actualmente. Aun así, no es ocioso reconocerle algunos aciertos:

- Aunque seguramente habrá quien me lo rebata de manera tajante, la libertad de expresión. Jamás había leído ni escuchado en mi interminable vida tantos insultos y denuestos contra un Presidente de la República como en esta época, y esto que escribo ahora es prueba fehaciente de ello. Me cuestionarán ¿y quién chingaos te lee a ti? Pues antes, además de ustedes, quienes me hacían el favor de acercarse a mi columna los domingos en el inane periódico para el que colaboraba, donde llegué a calificar al peje, previo a que me corrieran, de la misma “baja” manera en que lo hago ahora. Y aquí me tienen, no me ha ocurrido nada: el SAT no me molesta y nadie ha atentado contra mi vida más que yo mismo, con el santo madrazo que me di el otro día corriendo en el parque. Ahora, ya sólo me quedan ustedes, pero quién me garantiza que no haya por ahí algún soplón. Sin embargo, ya suman varios años y nada.

- El cobro de impuestos a grandes evasores, tanto Walmart y Femsa como IBM, Carso y demás, que permitieron recuperar miles de millones de pesos al Estado mexicano. Se rasgarán muchos las vestiduras diciendo que esto ha constituido una auténtica extorsión contra dichas empresas, pero yo creo que Raquel Buenrostro es una mujer con sólidos principios que no se prestaría a esto, sino a exigir a los tramposos que cumplan igual que lo hacemos los contribuyentes cautivos y sin tantos recursos “legales” para defendernos como aquellos. (No en balde doña Raquel y un servidor compartimos maestros, con varios años luz de diferencia, en la Facultad de Ciencias de la UNAM: su director de tesis de licenciatura en matemáticas, Francisco Raggi Cárdenas, fue maestro mío de un par de cursos de álgebra en el pleistoceno: 1969.)

- Acabó con la ominosa inercia que traíamos desde tiempos de la Revolución en este nuestro vilipendiado México. Ahí están los Lozoya, García Luna, Robles, Ancira, Zebadúa, Cienfuegos, Chapos, PRI, PAN et al para dar estricta cuenta de ello.

Después de todo, yo voté para que precisamente lo anterior pasara, y aunque bromeaba con la destrucción que ello podría implicar, abrigaba una ligera esperanza de que fuera para bien, esperanza que rápidamente se fue al caño con la cancelación del NAIM.

Pero no sólo eso, la ralea de corruptos que ha prohijado este régimen es impresionante: Manuel Bartlett Díaz, Irma Eréndira Sandoval Ballesteros (su consorte e “intelectual” orgánico incluido), Pío López Obrador, Felipa Obrador, Ana Gabriela Guevara, Hugo López-Gatell, Olga Sánchez Cordero, Javier Jiménez Espriú, Julio Scherer Ibarra… y los que se acumulen.

En cuanto a las otras innumerables pifias, arbitrariedades, sinrazones o simplemente estupideces en que nuestro héroe ha incurrido y de las que todos hemos escuchado ad nauseam, prefiero dejárselas a los analistas y politólogos que no se cansan, como yo, de estar duro y dale.

Únicamente concluyo que el balance final es profundamente negativo y podría implicar el colapso de nuestro querido México. Sin embargo, quiero hacer un último reconocimiento al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador: tiene razón, Señor Presidente, no son ustedes iguales, ¡son mucho peores!

Un abrazo, que no balazo.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Dios no juega a los dados

Supongamos que tenemos una pantalla plana con un pequeñísimo agujero y semicircunvalada en uno de sus lados por un hemisferio de film fosforescente, y supongamos que por ese diminuto orificio hacemos pasar una cadena de electrones. De acuerdo con la física cuántica, dichos electrones impactarían la superficie del hemisferio de una manera aleatoria pero uniforme porque la función de onda (probabilidad) asociada con la cadena de electrones sería igualmente uniforme. Para esto, la física cuántica es ideal, para asignar probabilidades y para determinar un comportamiento promedio.

Pero ¿qué ocurre si por el agujerito hacemos pasar un solo electrón? Por lo mismo, no tendremos ni idea de dónde llegará a impactar, pues la física cuántica le asignará exactamente la misma probabilidad a cualquier punto del hemisferio para tal impacto, mientras que la función de onda del electrón se encontrará uniformemente dispersa a todo lo largo y ancho del hemisferio. Sin embargo, una vez que el electrón impacta el hemisferio, la función de onda se colapsa, es decir, se desvanece instantáneamente, pues lo contrario indicaría que un ficticio segundo electrón pudiera llegar a impactar el multicitado hemisferio, y la probabilidad de que eso ocurra es cero. Esto contradice flagrantemente la teoría de la relatividad de Einstein, que establece claramente que ningún objeto o señal puede viajar más rápido que la velocidad de la luz, y aquí estamos hablando de instantaneidad.

De lo anterior, Einstein concluye que el problema con la física cuántica no es la aleatoriedad  -a pesar de su célebre frase “Dios no juega a los dados”-, sino la localía: el principio de que algo que ocurre en un lugar no puede influir instantáneamente un evento que ocurre en algún otro lado. Por lo tanto, la física cuántica es incompleta y se necesita algo más para comprender la verdadera historia del mundo cuántico.

No obstante, Einstein insiste: el electrón debe haber tenido una ubicación particular incluso antes de impactar el hemisferio, aun cuando la física cuántica no pueda decir nada acerca de dónde, exactamente, está. Como quien dice, nada más por joder, Dios no juega a los dados.

De cualquier forma, la física cuántica ha tenido enorme aplicabilidad en el desarrollo tecnológico, especialmente, obvio, en electrónica, lo que llevó a acuñar la célebre frase: “shut up and calculate” (cállate y calcula), pero quién querría solamente eso ante los insondables misterios que este fascinante campo encierra. Al menos yo, no.

(Escrito basado literalmente –verbatim- en el esplendoroso libro What is real?, de Adam Becker (Basic Books, 2018), donde se describe este maravilloso experimento intelectual, que no de laboratorio, de Albert Einstein.)

Les prometo más en el futuro.