jueves, 22 de abril de 2021

Germán Dehesa vs. Salinas Pliego

Independientemente de quien sea Citlalli Hernández -senadora con licencia y secretaria general de Morena-, fue una de las pocas mujeres dentro de ese partido que se opuso desde un principio a la candidatura de Félix Salgado Macedonio a la gubernatura de Guerrero, por lo que los ataques ad hominem del descerebrado y minusválido moral Ricardo Benjamín Salinas Pliego y, abyectamente, de su no menos descerebrada ex empleada y desleal senadora Lilly Téllez en contra de ella, basados en su obesidad, al llamarla uno “cenadora” y la otra poniéndose con inaudita soberbia como ejemplo de buena alimentación, son de una ruindad vomitiva.

A finales de septiembre de 1996, se me ocurrió jugarle una broma pesada, vía correo electrónico, al desaparecido escritor y comediante Germán Dehesa. Éste se la tomó muy en serio y me respondió de inmediato en su columna Gaceta del Ángel del diario Reforma al día siguiente. Con la misma celeridad le riposté que me había entendido mal, que era tan solo una broma. Un día después se disculpó por escrito con su audiencia por haber sobre reaccionado, diciendo que había andado muy chípil esos días, y que en prueba de su buena voluntad muy bien podría yo ¡invitarlo a comer! Enseguida tomé el teléfono y me comuniqué con su asistente, quien acordó conmigo la fecha del jueves 10 de octubre de 1996 en el restaurante La Cava, al sur de la Ciudad de México, donde servían, me mandaba decir Germán, unas suculentas codornices.

El día acordado llegué con antelación al referido comedero. Cuando lo hizo Dehesa, en compañía de su guitarrista Caíto, ya fallecido también, vi cómo aquel platicó unos momentos con el capitán: lo estaba instruyendo para que por ningún motivo me fuese a llevar la cuenta a mí una vez finalizada la tertulia, a pesar de haberlo instruido yo exactamente en los mismos términos, pero como donde manda fama no gobierna opacidad…

Germán Dehesa se disculpó conmigo por el retraso, pero venían de grabar El ángel de la noche para el canal 40, donde habían tenido de invitado especial al presidente del PAN, Felipe Calderón Hinojosa. Se sentaron a la mesa y Caíto comentó que nunca imaginó que Calderón fuera tan desinhibido, al arrebatarle la guitarra y entonar de su ronco pecho. Antes de que se me olvidara, le pedí que le dedicara a mi esposa la copia de su libro Fallaste, corazón que llevaba conmigo y que Elena me encomendó mucho. Le puse una foto de ella enfrente para que se inspirara y le dio vuelo a la pluma (ver imagen adjunta). Acto seguido, ordenamos las codornices, y al notar Germán que yo insistía en utilizar cubiertos para deglutirlas, me dijo: “Maestro, con esto es necesario batirse de lo lindo, yo te recomendaría que utilizaras tus manitas”. Y así lo hice.

Nos comentó que en días pasados lo había mandado llamar el secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz Martínez, para invitarlo a desayunar en Palacio y comentar una columna que levantó ámpula por aquellos días y fue popularísima entre los lectores del diario y aun entre quienes no lo eran. Obviamente era en contra de Hacienda, y Germán se asustó mucho. Pero el desayuno transcurrió entre bromas y se dio en muy buenos términos.  Nos comentó que le dijo a Ortiz que ya sabía cómo se la gastaban en Hacienda cuando algo no le gustaba al Gobierno federal, y le recordó el episodio de meses atrás con Juan Francisco Ealy Ortiz, director general de El Universal, que fue incluso llevado a prisión por defraudación fiscal. “Ah -le respondió Ortiz-, ¿ahora te vas a poner también a defender a ese delincuente?”

Pero el relato que más me fascinó fue el del convivio que Dehesa tuvo, ya no recuerdo por qué motivo, con varios otros personajes de la misma fama, presentables y de baja estofa, donde, para su mala fortuna, quedó justo enfrente de uno de los del segundo tipo, Salinas Pliego, compartiendo el pan y la sal y, claro, también la bebida, esa que hace sentir muy valientes a los cobardes. De repente, ya con una dosis generosa de alcohol recorriéndole las venas, Ricardo Salinas, sin levantarse, encaró a Germán Dehesa y con la vista fija en él lo señaló vulgarmente con el dedo índice a plena cara y le dijo:

- ¡Yo a usted lo odio!

- Yo a usted no -le respondió Dehesa impertérrito-, yo sólo odio a mis semejantes.

Qué mejor manera de responder a un insolente borracho, cobarde y agresor de género como Ricardo Benjamín Salinas Pliego. Lo inconcebible es que gente que se cree muy ética e insobornable se pliegue servilmente a sus caprichos, y todavía se ufane como periodista independiente y de sólidos principios.

lunes, 19 de abril de 2021

El libro más cochino que he leído

El escritor Guillermo Fadanelli escribe todos los lunes una columna cultural en El Universal. Me identifico mucho con él, pues seguido relata cosas parecidas a las que yo les envío, aunque, claro, él es un intelectual reconocido y yo soy un pobre pendejo. Frecuentemente cita la novela Última salida para Brooklyn, del autor de culto Hubert Selby Jr. Desde un principio tomé nota de ella y la puse dentro de la lista de pendientes a leer, es más, la busqué de inmediato en Amazon, pero no estaba disponible en español, ni en papel ni en formato digital, e ignoraban si algún día volvería a estarlo. Me olvidé de ella.

Como Fadanelli hubiera vuelto sobre el tema un par de veces más, me dispuse a conseguirla como fuera, hasta encontrarla en un sitio de Internet que la ofrecía en formato kindle al ridículo precio de 109 pesos, pero me la enviaron en un paquete que nomás no pudo reconocer mi tablet, por lo que solicité la devolución de mi dinero, pero ellos insistieron y me la enviaron en formato PDF que, dijeron, podría leer con mi kindle, y fue así como me inicié en el culto de esta maravillosa obra.

El libro consta de varias historias independientes que se interconectan tan solo por los personajes que se mueven entre ellas, y describe la sórdida vida de Nueva York, en particular de Brooklyn. El Nueva York no exclusivo de aquellos años, pues todavía hasta tiempos recientes ocurrían ahí cosas terribles, como la de la joven corredora que se atrevió a salir a trotar a una hora inapropiada en las inmediaciones del Parque Central y fue atacada y violada tumultuariamente por una turba de negros que la dejaron inconsciente y malherida. El Nueva York del hoy tristemente célebre Rudolph Giuliani, que lo llevó a decretar la mundialmente famosa tolerancia cero y que le acarreó en la época que fue alcalde de la ciudad reconocimiento internacional. Hasta a nosotros nos vino a asesorar cuando nuestro actual canciller y nuestro hoy Presidente lo mandaron llamar cuando medraban solo en el entonces Distrito Federal, hoy flamante Ciudad de México, y necesitada más que nunca de la referida tolerancia cero.

Pues bien, Selby nos describe con lujo de detalle en su libro las bacanales y orgías que se daban en los barrios bajos de la gran urbe; alguna otra fiesta en apariencia inocente; las correrías de jóvenes delincuentes, mujeres incluidas, que violan flagrantemente la ley, y lo mal que termina una de ellas en escenas descarnadas y descritas con crudeza inaudita; agresiones a marinos y soldados de farra por parte de mozalbetes que los esquilman y medio matan; enfrentamientos con policías, y el sublime relato -la historia más larga- de una huelga obrera, con todos los vicios, marrullerías y trampas que generalmente se dan en estas “luchas” sindicales, tanto de la parte trabajadora como de la empresarial. Me hizo pensar muchísimo en nuestro México. En el transcurso de esta historia se hace la reseña explícita de relaciones homosexuales inimaginables, de violencia intrafamiliar y hasta de perturbadora pederastia.

Por todo lo anterior, la novela llegó a ser prohibida en Inglaterra por obscena, justo como algunos años antes lo había sido el Ulises de Joyce en Estados Unidos. En ambos casos, las mojigaterías fueron desechadas y los libros gozan hoy de cabal salud, pues no es lo que se dice, sino la manera magistral como se dice. Más que execrables, los personajes de esta trama son merecedores de una infinita conmiseración.

Sin duda, es el libro más “sucio” que he leído en mis más de siete décadas de existencia, pero ¡ah, cómo lo desfruté! Una auténtica obra de arte. Además, la traducción es impecable, pues la obra pereciera originalmente escrita en español, y la edición, inmaculada. El relato cumple con las características de un libro de culto y es uno de los mejores que he leído en mi vida.

Con lo anterior no pretendo convencer a nadie, ni siquiera mejorar la posición del texto dentro de la lista de los más vendidos de Amazon (lugar 82,998), sino más bien demostrar con esto último que el libro vale la pena leerse. Las llamaradas de petate son eso, llamaradas de petate, figuran en los primeros lugares de dichas listas un par de días y desaparecen para siempre.

He dicho. 

jueves, 15 de abril de 2021

La vieja majadera ataca de nuevo

Sostengo todo lo que dije sobre la joven escritora Fernanda Melchor y su libro Temporada de Huracanes (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/09/pinche-vieja-tan-majadera.html), lo cual me llevó a comprar y leer de un tirón su nueva publicación Páradais (Random House, 2021), homófono de Paradise, en inglés, nombre del exclusivo fraccionamiento donde transcurre mayormente la trama de la novela. Pensé que la iba a disfrutar tanto como la primera, y así parecía hasta bien entrada la lectura. Sin embargo, ante la simpleza del argumento: un par de desadaptados (el niño bien que vive con los abuelos en el Paradise y el jardinero, mozo, mensajero y demás de la misma zona residencial con el que se asocia para emborracharse y hacer realidad sus más torvos ensueños) que ni siquiera simpatizan entre ellos, al no dejar de ver el chalán al primero como un ser deforme y despreciable, departen, sin embargo, cotidianamente en noches de alcohol y tabaco en los linderos del fraccionamiento, antes de que el empleado vuelva a la miserable mazmorra que habita junto con su madre y una prima “bien puta”, y el adolescente “deforme” vaya convenciendo paulatinamente al holgazán mozo de que se convierta en su cómplice para consumar su golpe “maestro”; ante todo esto, decía, pero sobre todo, debido al final tan forzado e inverosímil con que culmina el relato, el libro transmite un sentimiento de decepción.

Quizá también sea el lenguaje reiterativamente procaz en que incurre la autora y que, después de leer la obra anterior, simplemente resulta cansino y excesivo. Ojalá no vaya a ser que Melchor encontró ya su minita y se siga de frente por ese camino, pues en tanto que el primer libro consta de 224 páginas, el segundo consta de solo 107. Digo, alguien que domina tan magistralmente este lenguaje, seguramente tiene capacidad de sobra para incursionar con solvencia en otras áreas. Es más, tal vez ya hasta lo haya hecho y yo ni enterado estoy.

Una de las partes del libro que más me gustó es la manera en que el crimen organizado (aquellos, les llama Fernanda a lo largo de su escrito) recluta -secuestra, sería más apropiado decir- a un primo de Polo (el mozo), Milton, y un par de amigos de éste, y las tropelías de “iniciación” que les obligan a cometer (incluido el asesinato), no muy apartadas de la realidad, por lo que uno lee en la prensa todos los días, y verdaderamente desgarradoras e impactantes.

En suma, lean el libro para formarse su propia opinión.

martes, 6 de abril de 2021

Reconciliándonos con la vida

Después de tanto esperar, el arribo de la vacuna contra el covid a León, Guanajuato, provocaba en mí un hondo escepticismo, no sólo por la dilación en su llegada, sino por ser el estado una entidad de color azul profundo y, en consecuencia, quién sabe cómo sería el manejo de la logística con Guardia Nacional y servidores de la nación de por medio. Desde luego, le advertí a Elena, cuando inicien las jornadas de vacunación, el lunes 5 de abril, no vamos, aunque tú, a tus tiernos 55, ni necesidad tengas, comparados con mis otoñales 71.

Desde el domingo en la noche nos enteramos del caos que se estaba generando, con gente formándose en los 43 centros de vacunación abiertos para tal fin para pasar ahí la noche y buena parte del día siguiente. Las noticias en el periódico ese lunes 5 y el martes en la mañana no eran más que la confirmación de mis peores temores. No obstante, este último día en la tarde, alrededor de las 14:30, le dije a mi esposa: ahora sí vámonos, pero a un centro de los marginales y dejados de la mano de Dios. Fue así como nos enfilamos a uno por los rumbos de la Biblioteca Infantil Imagina, ahí donde mis hijos cumplieron su servicio social ayudando a los niños más necesitados de la región.

Pues bien, arribamos al centro cerca de las 3 de la tarde y a las 15:16 (esta hora anotaron en una cinta adhesiva que pegaron en el dorso de mi mano derecha) ya estaba yo vacunado, y tras la rigurosa media hora de espera, a las 15:46, corroborada contra dicha cinta, ya íbamos de regreso a casa. Todo en el más riguroso orden y sin ninguna molesta intromisión ni de Guardia Nacional ni de servidores de la nación, a pesar de, o más bien debido a, su discreta presencia.

Lo anterior demuestra que los únicos responsables del caos que menciono arriba somos los propios ciudadanos, pues la organización que yo experimenté -por lo menos en ese centro, ese día y a esa hora-, junto con la entrega del personal médico y administrativo que le apoyaba, fueron impecables.

De veras, dan ganas de reconciliarse con la vida, aunque mejor debiéramos hacerlo con y entre nosotros mismos.

¡Gracias Federación, gracias Gobierno del estado, gracias municipio de León, pero sobre todo, gracias México por transmitir esperanza en medio de tanta adversidad!

domingo, 4 de abril de 2021

Mi primera vez

A finales de 1981, un amigo mío fue enviado por la compañía internacional de mercadeo para la que trabajaba a tomar un curso de un par de semanas en Lucerna, Suiza. Me invitó a que lo alcanzara a la mitad de la segunda semana para emprender desde ahí un periplo europeo que abarcaría Londres, París, Madrid, Santander (donde radicaba una tía de este noble bruto de madre española) y vuelta a Madrid, todo, por avión, excepto el viaje a Santander, que lo haríamos por tren.

Dicen que en los viajes se conoce realmente a los amigos, y desde un principio, éste dio señales en tal sentido. Todas las noches, sin excepción, se despertaba alrededor de las tres de la madrugada a orinar para, acto seguido, recostarse en su cama y fumar un cigarrillo. Ya imaginarán ustedes lo bien que todo esto le sentaba a alguien de sueño tan ligero como el mío. Y así, durante tres interminables semanas. Por supuesto, se negó a acompañarme al Santiago Bernabéu a presenciar el triunfo del Real Madrid sobre el Osasuna de Pamplona 1-0, cuando Hugo Sánchez todavía jugaba para el Atlético de Madrid, justo antes de obtener su primer Pichichi.

En fin, de vuelta en Madrid, después de visitar a su tía en Santander y callejonear de lo lindo por la zona universitaria de esta ciudad donde ligamos a tres lindas criaturas, fuimos a un restaurante que me habían recomendado mucho, La Gran Tasca, Ballesta número 1, en pleno centro de la capital española. Tras un atracón con cocido español y vino tinto, nos retiramos y, una  vez en la acera, nos percatamos que estábamos al inicio de la zona roja más conocida de Madrid. Manolo, mi amigo, que como se habrán percatado ya, no se andaba con rodeos, decidió internarse por las callejuelas y me conminó a que entráramos a alguno de los tugurios que por ahí pululaban. Como yo me negara, insistió y me dijo que bien podría permanecer en la barra tomando un trago mientras él indagaba qué “más”.

Así lo hicimos, y de inmediato se enganchó con una dama. Se notaba que el pobre había permanecido fuera de casa durante más de un largo mes. Como lo prometí, yo me senté a la barra y ordené un trago, pero de improviso se me acercó una linda chiquilla de ojos esplendorosos y de no más de 22, 23 años de edad, y se dio el siguiente diálogo:

- Hola, ¿vienes solo? -preguntó ella con pretendida ingenuidad.

- No, vine con un amigo, pero ahorita está ocupado -le respondí inquieto.

- Ah, ya, ¿y no te gustaría ocuparte a ti también? -añadió, con ese acento español tan irresistible y lúbrico en una personita de tales características.

- No, te lo agradezco, pero eso no impide que te diga que tienes los ojos más maravillosos que yo haya visto nunca -le respondí con pretendida ingenuidad y cabal sinceridad.

- Vale, te corro una pajuela con ellos, ¿quieres? -me invitó con absoluto descaro.

No pude evitar una franca carcajada, y sólo concluí:

- De veras te lo agradezco, pero lo que sí quisiera es besarte en la mejilla.

- Perfecto, sin ningún problema, cortesía de la casa -y, poniendo la mejilla, se marchó una vez que le hube dado el beso más dulce que hasta entonces recordaba.

Y vuelta a la realidad: Manolo estaba de regreso.

- Y ora tú qué, ¿siempre no? -le inquirí.

- No, güey, ya -me ladró.

- ¿Ya qué, pinche Manolo?

- Pues ya, ya, cabrón, te acompaño con una cuba y nos vamos de aquí, estoy completamente saciado.

No en balde mi amigo afirmaba que él conocía únicamente dos tipos de mujeres: las que cogen y las muertas, pero por eso un amigo en común opinaba a sus espaldas que era chingón ir a ligar chicas con él, pues mientras Manolo les caía, uno escogía. O sea, muy empático con las mujeres, no era. Por lo mismo, vivía solo hasta hace todavía poco, a los casi 70.

Y fue así como transcurrió mi primera vez… en Europa.