jueves, 25 de febrero de 2021

Revoquémosle el mandato

No dudaría que el sainete entre la ASF y la Presidencia de la República sea un nuevo distractor artificialmente creado para salvarle cara al Gobierno federal, sobre todo después del garrafal error detectado en las cuentas del auditor en lo que se refiere al NAIM en Texcoco. Como dice Arturo Herrera, secretario de Hacienda: “Se contrajo deuda y nunca se ejerció. Con ese mismo dinero se pagó la deuda”, es decir, se contabilizaron como deuda 253 mil millones de pesos que se estaban devolviendo. Inconcebible. Si a esto agregamos lo que comenta hoy Carlos Loret de Mola en su columna de El Universal (Con dinero se arregla tu auditoría, 25/02/2021), donde se delata la corrupción en que caen los auditados para borrar las irregularidades en que incurren, mediante un despacho a modo que la misma ASF les recomienda, qué no le habrán ofrecido a David Colmenares Páramo para que se prestara a este jueguito para probar que nuestro Presidente es puro y bueno -como el negrito Tomás, personaje inolvidable del comediante Héctor Suárez-, y que se dejó corromper por los “opositores” del inefable AMLO, y que la bola crezca y crezca por días, semanas  o meses, al fin que casi no tenemos urgencias que atender. Pero en fin, todo esto es pura especulación de mi parte.

Lo que verdaderamente quiero tratar es la falta de contrapesos fiables para buscar la separación del cargo de un enfermo mental grave, falta de contrapesos que queda más que probada por lo que digo en el párrafo anterior para un caso nimio. ¿Se imaginan lo difícil que sería tener un Congreso digno que viera por ese caso mucho más grave de tener que someter a alguien a juicio por su insania mental y la destrucción que ésta está ocasionando? Porque lo del NAIM no es nada comparado con lo que se propone en la iniciativa preferente enviada a la Cámara de Diputados por López Obrador para modificar la Ley de la Industria Eléctrica. En demandas nacionales e internacionales, contaminación ambiental y encarecimiento de la energía eléctrica estaríamos pagando muchísimo más. No incluyamos ya más nada, con solo la cancelación del NAIM y esta reforma tendríamos elementos más que suficientes para probar el desequilibrio mental de quien, por decisión personalísima, mueve los hilos de tan demenciales propuestas.

Muy probablemente, de ser aprobada por las cámaras, la referida nueva ley de la industria eléctrica se fuera a controversia constitucional en la SCJN, cooptada ya en buena parte por nuestro personaje debido a las tres designaciones de ministros que ha hecho y por contar con la servil venia de su ministro Presidente, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea. De tal suerte que el fallo emitido en el pasado reciente por la Comisión Federal de Competencia Económica en contra de las pretensiones de López Obrador y que fue refrendado en esa misma ocasión por la Corte, es muy probable que el Pleno de la misma lo ratificara ahora, aunque se requeriría por lo menos de ocho de los once votos de los ministros para declararla inconstitucional. Si la votación tuviera lugar antes de que el ministro Franco se vaya, se podría tener un marcador 8-3 a favor de la razón, pero si ésta tiene lugar después de que el sátrapa imponga a otro más de sus incondicionales a la salida de Franco, la ciudadanía perdería con guarismos que, aunque favorables 7-4, serían insuficientes para declarar el engendro inconstitucional.

¿Cómo es que lo permitimos (conjugación en tiempo presente, no pretérito)? ¿De verdad no hay nada que podamos hacer? Desconozco si algún organismo de la sociedad civil pudiera proponer que se defenestrara del Poder a alguien tan enfermo y vil. Si la única que pudiera hacerlo es la Cámara de Diputados, estamos fritos. Sin embargo, aunque desgraciadamente creo que para las elecciones del 6 de junio de este año es ya demasiado tarde para lograr un cambio en el Congreso, sobre todo considerando los apoyos “sociales” y el manejo abyecto que se está haciendo con la vacunación, el año que viene deberíamos abocarnos sin desmayo a la revocación de mandato del tirano, esa es nuestra gran oportunidad y estamos ya sólo a unos meses. ¡Organicémonos, por piedad, México no merece tanta ignominia!

domingo, 21 de febrero de 2021

Se acabó la corrupción

A principios de la década de los 80 del siglo pasado, durante el sexenio de Miguel de la Madrid, hartos los mexicanos de la corrupción, demagogia y crisis económicas ocurridas durante la docena trágica de Echeverría y López Portillo, don Miguel acuñó una serie de eslóganes para atemperar la rabia de sus conciudadanos. Entre ellos: Renovación moral de la sociedad, Simplificación administrativa, y no recuerdo qué zarandajas más, pero todas por el estilo.

En una ocasión, a mediados de dicha década, después de una reunión social, circulaba a toda velocidad por una de las principales avenidas de la Ciudad de México el tío de mi amigo Gonzalo, Ángel, con nosotros a bordo. Veníamos alegres, no lo niego. Para nuestra desgracia, un motociclista de tránsito había empezado a perseguirnos desde cuadras atrás, y la “espontánea” reducción de la marcha de nuestro automóvil hizo más patente, a ojos del oficial, la falta de Ángel, y una vez que nos hubo alcanzado, nos ordenó que nos detuviéramos.

-Buenas noches, caballeros –nos saludó, y después, dirigiéndose al conductor-, venía usted a exceso de velocidad, poniendo en riesgo no sólo su persona, sino la de sus acompañantes.

-Es que los caballeros tienen prisa por llegar a sus casas –intentó excusarse Ángel.

-Y para empeorarla, con copas de más –se regodeó el oficial al descubrir lo a todas luces evidente.

-No más de las estrictamente permitidas por el reglamento de tránsito, teniente –mintió el tío, que hasta el rango del policía adivinó para convencerlo de su “sobriedad”.

-Mucho me temo que no superaría usted una mínima prueba de su dicho. ¿Cómo podríamos hacerle? –comenzó, por fin, el tránsito su flirteo.

Sin embargo, dando pruebas de su extraordinaria lucidez aun en condiciones tan precarias, Ángel se atrevió a espetarle al oficial en la cara:

-Disculpe, teniente, acaso no ha oído hablar usted de la Renovación moral de la sociedad- ante la sorpresa, admiración y regocijo de Gonzalo y míos por tan certero golpe.

Pero el oficial ni se inmutó, ya que con una mirada entre displicente e irónica con la que nos pasó revista a todos, concluyó:

-Bueno, bueno, bueno, y ¿qué quieren ustedes: Renovación moral de la sociedad o Simplificación administrativa?- ante el azoro de todos y una carcajada estentórea y generalizada, incluida, cínicamente, la del de la voz.

-Nada más por su ocurrencia y porque detesto la burocracia… -finalizó Ángel el diálogo, y, después de hurgarse en los bolsillos, le pasó al mordelón un billete de a cien lo más subrepticiamente que pudo.

Pero a qué voy yo, a que eso era antes, en la época neoliberal. Hoy no somos iguales, somos diferentes, y si no, pregúntenle a López Obrador, a Pío López Obrador, a Felipa Obrador, a Napoleón Gómez Urrutia, a Manuel Bartlett Díaz, a Irma Eréndira Sandoval Ballesteros, a John Ackerman, a Olga Sánchez Cordero, a Julio Scherer Ibarra, a Ana Gabriela Guevara, a Hugo López-Gatell… todos ellos hijos de su impoluta madre, sin mácula, pues. Todos, además, objeto de las calumnias, infundios y mentiras de pasquines inmundos y de los conservadores. ¡Por el bien de todos, primero los pobres!

viernes, 19 de febrero de 2021

La rutina mata

Cuenta Fiodor Dostoievski que durante su encierro en Siberia obligaban a los presos a transportar pesadas rocas de un lugar a otro durante horas, sólo para que al final del día las regresaran a su lugar de origen. Dice que más que la odiosa rutina, lo que devastaba a los cautivos sicológicamente era ver que su esfuerzo de toda la mañana no había “servido” de nada, que hubiera sido mejor morir.

Como Sísifo, en el mito de un conocido ensayo filosófico de Albert Camus, condenado por los dioses a transportar una pesada piedra a la cima de una montaña únicamente para, una vez ahí, despeñarla cuesta abajo y vuelta a empezar, y así por toda la eternidad.

Viene a cuento todo esto porque el encierro ha vuelto más detestable la rutina. Si ya de por sí el existir representa toda una serie de ritos idiotas a los que nos vemos condenados diariamente, el enclaustramiento obligado le ha añadido un ingrediente adicional como el descrito por el gran Fiodor en su campo de concentración. Nos levantamos todos los días temprano para ejercitarnos como podamos, bañarnos, alimentarnos, atender nuestra fuente de ingresos como buenamente podamos y regresar a la cama por la noche con la sensación de vacío de que todos nuestros esfuerzo no han valido para un carajo. Si yo, de por sí, ya miraba la existencia de este color sin necesidad de ninguna pandemia, ya imaginarán ahora.

Sin embargo, esta misma pandemia nos da oportunidad de disfrutar como no lo hacíamos antes. El otro día, por ejemplo, después del desayuno, filosofaba yo sobre tan augustos temas mientras, junto con Elena, lavaba los platos, cuando vimos pasar por la ventana de la cocina un viejo camión materialista cargado de tabiques para alguna construcción dentro del fraccionamiento donde vivimos. Habitamos una casa en la avenida principal de dicha zona residencial, avenida formada por una inclinada pendiente que desemboca hasta El Bosque, la parte fifí del conjunto.

Pues bien, ya imaginarán ustedes a la troca con su pesada carga encima tratando de avanzar por la empinada calle. Apenas superados unos veinte o treinta metros, el motor se le apagaba y vámonos para abajo, como si viniera en reversa, y vuelta a comenzar: arrancar de nuevo el vehículo, embragar la palanca de velocidades y vamos para arriba otra vez, y lo mismo: motor apagado y nuevamente para atrás. Y así lo estuvo intentando el conductor del armatoste una y otra y otra vez, no menos de una docena de ocasiones, hasta que ahogó el motor, y ahora sí, ni para atrás ni para adelante.

-Volviendo a lo que estábamos -dijo mi sagaz e irónica consorte-, he ahí un ejemplo vivo y palpable de lo que decías: el mito de si fifo – y los dos soltamos la carcajada al unísono.

Bendita pandemia que permite regodearnos con este tipo de nimiedades, o como la que ya en otra ocasión relaté del clarín que me recuerda a mi amantísima Elena cada vez que lo oigo trinar. 

martes, 16 de febrero de 2021

No todo está podrido en Dinamarca

Hace algunos años, antes incluso de que la actual tiranía autocrática que nos gobierna hiciera su aparición, una conocida mía solicitó un crédito en Adex (Adelanto Express, Sociedad Financiera de Objeto Múltiple, E.N.R.) y me puso a mí como referencia, ni siquiera como aval. Sin embargo, al quedar el crédito insoluto y mi conocida desvanecerse, estos buitres comenzaron a hostigarme desde hace varias semanas como si fuera yo el deudor, al grado de marcar continuamente mi número telefónico exigiendo el pago de ¡180 mil pesos!

No hizo falta más para que montara yo en la proverbial cólera que me caracteriza y de inmediato acudiera a la FGR, a la Profeco y a la Condusef. De la fiscalía me respondieron que acudiera yo a la FGJE, su contraparte en el estado de Guanajuato, en la Profeco fueron rechazados mis correos por deficiencias en su servidor y en la Condusef me solicitaron ingresar mi queja en una página filial de dicha comisión: Redeco, Registro de Despachos de Cobranza. Pues bien, en el primer caso, solicité al gobernador de Guanajuato que, respetando la autonomía de la fiscalía estatal, me hiciera el paro con el fiscal general para que me atendieran. Así ocurrió, pero aún sigo esperando una respuesta. Mientras tanto, reporté el número de donde me llaman como de extorsión en la red e hice otro tanto en Atención Ciudadana de la Guardia Nacional. También, sigo esperando.

La impertinencia de Adex alcanzó su clímax el viernes 12 de febrero en que me hicieron doce llamadas en un lapso de 18 minutos, lo que me llevó el sábado 13 a levantar las denuncias antedichas. La última fue en la Condusef (Redeco)  mediante una página de fácil seguimiento en Internet y se me asignó un número de folio con el que yo podría estar consultando el estatus de mi denuncia, que debiera resolverse no más allá del ¡29 de marzo!, además de enviárseme un oficio perfectamente elaborado con todos los detalles de la misma.

Ayer, lunes 15, se pusieron en contacto conmigo tanto de la gubernatura como de la fiscalía del estado y de la Guardia Nacional, pero sólo eso, no ha ocurrido más nada. Ustedes han de pensar: qué desesperado, apenas es martes 16. Sin embargo, cuando ingresé a la página del Redeco con mi número de folio, nombre y correo electrónico, ¡el problema ya estaba resuelto! En el sitio se incluye una respetuosa carta de Adex dirigida a mí donde me indican que mi número telefónico ha sido borrado de sus registros y que nunca jamás se me volverá a molestar en la vida.

Lo anterior me llevó a cavilar si no será una mala broma aquel planteamiento idiota de querer desaparecer los organismos públicos autónomos, desconcentrados y descentralizados, ya que de estos últimos, de los descentralizados, forma parte la Condusef, Comisión Nacional para la protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros. Miren que para resolver un problema tan irritante en prácticamente menos de 24 horas -de sábado en la noche a martes en la mañana-, cuando ellos se habían cubierto con 30 días hábiles, se necesitan ovarios o huevos muy bien puestos. Hoy, finalmente, fue un día libre de acosos telefónicos, lo cual es de agradecerse, y mucho.

Mis respetos de siempre para la Condusef, pues no es la primera vez que acude en mi auxilio cuando más la necesito.

martes, 9 de febrero de 2021

Apología de la muerte

Siempre he pensado con dulzura en la muerte, pero en meses recientes se ha exacerbado tan fascinante sentimiento, a tal grado que experimento un gozo sin par al imaginar mi propia extinción. Todos estamos a la espera de que ocurran cosas extraordinarias en nuestras vidas, generalmente “buenas”, y qué experiencia más extraordinaria y definitiva que ésta, la muerte.

Y no piensen mal. Como todos, yo también he estado a la espera e incluso en la búsqueda de cosas realmente extraordinarias, pero cuando me percato -junto con Schopenhauer- que esto no conduce más que a una insatisfacción sin fin, y lo que en verdad añoro es algo fuera de lo común, ¿por qué no espero pacientemente mi turno para ese hecho inusitado que a todos nos espera o lucho denodadamente por él? ¿Puede imaginarse una paz más hermosa que la nada, después de haber experimentado el absurdo de la vida -para bien y para mal-, cuando se llega a la edad apropiada para desposarse con tan atractiva dama, la parca?

No, y mil veces no, he ahí el máximo atractivo de la existencia: la propia aniquilación, sea ésta por causas explicables o motu proprio, aunque en este caso, yo elijo no sufrir. ¿Por qué esperar a ser intubado o tener que “necesariamente” serlo? Al carajo, soy libre, estoy consciente y tengo salud, ya viví lo necesario como para aborrecer y amar con pasión esta vida. No se trata de ir al mundo de los que nunca han sido ni nunca serán, sino de regresar a él después de haberlo contrastado con la mísera existencia. Vamos yéndonos con toda dignidad, ¿sale?

¡Ah, quién me manda ser tan cobarde!... Pero tanto va el cántaro al agua…

viernes, 5 de febrero de 2021

¡Ya me vacuné!

 Desde que se anunció hace tres días el sitio de registro de vacunación contra el SARS-CoV-2  para los ancianos, estuve intentando hacerlo por todos los medios. Literal. Traté con mi PC, mi tablet, mi celular por medio de tres buscadores: Google Chrome, Internet Explorer y Mozilla Firefox, es decir, nueve maneras diferentes, y con cada una lo intenté múltiples ocasiones durante 72 horas. Algunas veces se desplegaba simplemente una página en blanco indicando que la conexión había fallado, otras que el sistema estaba saturado y, cuando más avanzaba, después de proporcionar mi CURP, aparecían dos pinches engranes pequeños dando vueltas como locos, que incluso una vez me propuse dejarlos ahí una hora y, en efecto, ahí se quedaron sin avanzar en el proceso hasta que yo abortaba la intentona. Vamos, en una ocasión llegué hasta cuando se me solicitaba entidad federativa y municipio, una vez proporcionados CURP, teléfonos, dirección, correo electrónico y código postal, y ¡tenga para que aprenda!, no había manera de seleccionar entidad ni municipio, pues los campos correspondientes están protegidos y la flechita para jalar una lista no proporcionaba ni la una (entidad) ni el otro (municipio). Huelga decir que mi esposa lo intentó por mí desde su computadora en el negocio con los mismos tres buscadores y ¡nada!

De repente, ayer que agarré descuidado al sistema, accedí a éste mediante Mozilla en mi PC y, ¡oh sorpresa!, avancé hasta dichas listas, ahora sí con todas las entidades y todos los municipios dentro de éstas. No daba yo crédito. Acto seguido, di el último teclazo y ¡quedé registrado en el sistema! De inmediato imprimí la hoja con mi registro (AM-15275731, ver imagen adjunta, en la que sólo omito, por seguridad, mi CURP) a colores (no muchos), archivé el PDF asociado y salí hecho la raya de la casa para enmarcar la mentada página, que ahora adorna un espacio en las paredes de mi estudio, junto a título profesional, diplomas de mis maratones y diversos otros certificados obtenidos con igual perseverancia a lo largo de los años.

La verdad, me tiene sin ningún cuidado si me llaman o no los “vividores de la nación” -como llama Alfonso Zárate a los miembros de las legiones propagandístico-electorales de AMLO- o “inservibles de la nación” -Salvador Camarena dixit- o, simplemente, serviles del Peje, como los bautizó un servidor.

Yo ya quedé vacunado contra el pendejismo burocrático -entre muchos otros- de Andrés Manuel López Obrador y huestes de inútiles que le acompañan.

Si muero de covid, ya le pedí a Elena que me entierre junto con el registro tan arduamente peleado sobre mi pecho inerte.

martes, 2 de febrero de 2021

Dulce recuerdo

Caminaba yo rumbo a mi escritorio por uno de los pasillos del segundo piso del edificio de IBM en Mariano Escobedo cuando me topé con Enrique Caballero, representante de ventas de Comermex (hoy Scotiabank), uno de los clientes más grandes de la compañía, quien sin más, me espetó a la cara: “Estoy hasta la madre: Cuauhtémoc (Arredondo, director de sistemas del banco) y Toño (Antaramián, gerente de ventas de la sucursal finanzas de IBM) se la pasaron hablando de ti durante toda la comida a la que lo invitamos, a cual más de elogioso, ¡hazte a un lado, me indigestaste!”. Pinche envidioso, pensé, seguramente está exagerando, pues no recordaba yo haber hecho nada que mereciera elogio alguno.

Sin embargo, una vez en mi lugar, alguien se aproximó a mis espaldas y me dio una palmada diciendo: “Muy bien, eh, magnífico que el cliente tenga una opinión tan encomiable de alguien”. Era Antaramián, que a todas luces venía a medios chiles ya después de la comida con el cliente, y no cesaba en sus halagos. “Es más -añadió- ahorita mismo vamos a ver a Piccolo (Rafael, director de marketing) para informarle”, y sin dejarme siquiera preguntar qué ocurría, me arrastró literalmente hasta el sexto piso. Una vez ahí, nos dirigimos a la oficina de Piccolo para “informarle”: “Felicita a Raúl -le dijo Toño a Rafael-, ha realizado una labor extraordinaria en el banco, plenamente reconocida por su director de sistemas”. La oficina de Rafael Piccolo colindaba con la de Rodrigo Guerra, presidente y gerente general de IBM de México, quien apenas escuchó “felicita” se precipitó fuera de su oficina literalmente gritando: “¿A quién hay que felicitar?”. Casi no lo dejé yo terminar, ya que enseguida lo atajé: “Momento, momento, no soy representante, no he vendido nada". “Aquí, a Raúl -me atajó Antaramián a su vez-, ha hecho una labor fantástica en Comermex”. Con lo que Rodrigo concluyó: “No importa que no seas vendedor, Raúl, si has hecho una buena labor, mereces que se te reconozca”.

Y nos retiramos de ahí, pero no habíamos llegado siquiera frente a los elevadores cuando Toño me reprendió: “¡Nunca más me vuelvas a salir con una pendejada de ese tipo! ¿Cómo que no eres vendedor?, cuando ustedes los ingenieros de sistemas son quienes verdaderamente desempeñan esa labor frente a nuestros clientes, son ustedes en quienes realmente ellos confían. ¡Me hiciste encabronar! Acompáñame, vamos al primer piso a ver a Troncoso (Jorge, gerente de sistemas país)”. Cuando llegamos con éste, aun antes del saludo, mi jefe lo instruyó: “Hay que darle un premio a Raúl, el cliente está muy contento con él”. “¡¿Ya ahorita?!” -exclamó con sorpresa Troncoso-. “No, no, no -repuso Toño-, pero hay que ir haciendo el papeleo para que le llegue en su próxima nómina". Los dos firmaron el formato, y Antaramián me arrastró de regreso a su oficina en el segundo piso.

Sentados los dos al escritorio de Toño, uno frente al otro, mi jefe extrajo de su archivero mi expediente, revisó mis datos y me incrementó el sueldo ¡un 20%! Increíble, no daba yo crédito a lo que estaba viviendo, todo había sido como un huracán de cuyas consecuencias aún no me percataba. Acto seguido, me levanté, le agradecí mucho su reconocimiento y, cuando me disponía a retirarme, me detuvo: “Raúl, nunca menosprecies tu trabajo, recuerdo que siempre habrá alguien que te lo agradezca desde el fondo del alma. Esta vez fue Cuauhtémoc, que me llevó a mí a materializarlo, pero nunca falta la gente agradecida. ¡Sigue así!”.

Pasé otros quince años en IBM, con la que sueño casi a diario todas las noches, como la amante que nunca se olvida.