sábado, 16 de marzo de 2024

Paradójico contrasentido

Es curioso, cuando me pongo a comparar los veinte años que pasé en IBM con el mismo tiempo que llevo aquí en León, los primeros me parecen eternos de tan enriquecedores que resultaron, a diferencia de los segundos que, de tan inanes, se me han ido como un suspiro. Serio, me siento tan desarraigado en el Bajío como si hubiera llegado apenas ayer, lo cual habla muy mal de mí, pues creo que he perdido el tiempo miserablemente.

Elena, en cambio, con los dieciséis años de su tienda Zúrich en Plaza Galerías Las Torres ha hecho de ésta una referencia citadina a la que han acudido connotados políticos, funcionarios y estrellas de deportes como el futbol, los clavados y el alpinismo. Vamos, hasta el señor gobernador del estado ha sido un cliente cotidiano suyo. Pero éste es un logro exclusivo de ella en el que yo muy poco he tenido que ver.

Volvamos a lo mío: los logros, broncas y vivencias en esa empresa sin par fueron tan épicos que todavía en la actualidad sueño cada tercera noche con ella, sin exagerar. De nuevo: ¿dónde se fueron estos otros veinte años en León que no haya sido en pergeñar estas estupideces?

Pide al tiempo que vuelva, pero no para recuperar el perdido aquí, sino para remembrar la gloria vivida allá, con sus viajes, pleitos, éxitos, asignaciones internacionales, ignominiosos despidos y demás. Baste decir que los dos años más felices de mi vida transcurrieron en Raleigh, Carolina del Norte, cuando la compañía me transfirió temporalmente allá, donde nació mi adorada Caro y Elena dio muestras de una entereza tal a sus apenas veinticinco años de edad que me impulsó a mí a triunfar clamorosamente ahí.

En fin, ahora sí que simplemente no es lo mismo Los tres mosqueteros que Veinte años después: la vitalidad que se tiene a los 25-45 que el desencanto que se comienza a fraguar a los 54-74.

¡Pusilánime cabrón!

miércoles, 13 de marzo de 2024

Síndrome de Verstappen

De 1957 a 1968 cursé primaria, secundaria y preparatoria en colegios lasallistas de la Ciudad de México, las dos primeras en el Colegio Cristóbal Colón y la última en la Universidad La Salle. Todo mundo sabe el rigor con que la instrucción era llevada a cabo en estos planteles, con exámenes rigurosos todas las semanas y entrega de resultados con puntaje y lugar en unas libretas llamadas boletines todos los viernes.

Modestia aparte, siempre destaqué en estos menesteres y todos los años ocupé un lugar (casi siempre el primero) en el cuadro de honor que se publicaba en un anuario llamado memoria al final del ciclo escolar, pero 1967 (segundo de prepa) fue especialmente sobresaliente para mí, pues de las aproximadamente cuarenta semanas que comprendía el año lectivo, sólo en una, la treintaiuno, ocupé el segundo lugar, todas las demás, primero, primero, primero…

Esa semana del segundo lugar llegó el titular del grupo, el hermano Eduardo Ayala, a repartir los boletines, que para mayor emoción se hacía partiendo de los últimos lugares, es decir, por los reprobados. Huelga decir la algarabía que se desató en el salón de clases cuando, llegando a los punteros, se mencionó mi nombre como ocupante del segundo sitio. Ni siquiera esperaron a que se pronunciara el nombre del ganador semanal, eso poco les importó, lo realmente destacable era que yo hubiera perdido el lugar de honor después de treinta semanas de monopolizarlo. De veras, el gozo era tanto entre mis compañeros como si México hubiera obtenido un importante triunfo en algún Mundial.

Yo estaba tan desconcertado que nada más sentí cómo el rubor y la piel de gallina, ambos, invadían todo mi ser. Afortunadamente el hermano Ayala dejó que los perdedores manifestaran estruendosamente todas sus frustraciones durante pocos minutos, sólo para callarles la boca al final cuando, dirigiéndose a mí, me encomió: “No les haga caso, ese es el mejor reconocimiento que pueden hacerle, y no me cabe duda que pronto volverá usted por sus fueros”. Boca de profeta, a la semana siguiente recuperé el lugar de honor para no volverlo a soltar.

Todo esto viene a cuento por Max Verstappen, el antipático piloto neerlandés de Fórmula Uno que ya se apoltronó como dueño absoluto de la primera posición en casi todas las carreras en que participa, lo cual hace pensar en alguna ventaja competitiva indebida, que me hará celebrar su tardía o temprana próxima derrota como mis compañeros celebraron la mía en aquel remoto día de hace cincuentaisiete años, de otra suerte, este deporte va directo a perder todo el interés y fanática entrega de sus millones de aficionados.

¡Salven a la Fórmula Uno! 

sábado, 9 de marzo de 2024

Otro sueño hecho realidad

Este segundo sueño, la relectura de La Odisea, lo llevé a cabo más que nada para comprobar cómo James Joyce aprovecha magistralmente la estructura de esta epopeya para crear la más grandiosa obra literaria del siglo XX, Ulises.

Porque Ulises no es más que una hilarante parodia de La Odisea, y a diferencia de ésta, que nos habla de los avatares del héroe por todo el mundo conocido hasta entonces durante los diez años que le tomó su regreso a casa, la obra de Joyce nos relata las vivencias de Leopold Bloom a lo largo de un solo día, 16 de junio de 1904, de las ocho de la mañana a las tres de la madrugada del día siguiente (Bloomsday), en una sola ciudad, Dublín, pero padeciendo los mismos avatares del mítico personaje griego. ¡Esplendorosa creatividad! Entre ambas aventuras median más de ¡dos milenios y medio!

Si bien La Odisea se refiere a las vicisitudes de Ulises durante esos diez años, la trama se reduce a treintaitrés días en que los personajes hacen la pormenorización de los hechos durante esa larga década. ¡Otro portento de creatividad! Por cierto, aquí se describe la trágica muerte de Agamenón, que mencioné en un anterior escrito (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/02/sueno-hecho-realidad.html).

Señalemos tan sólo que mientras en la obra de Homero Telémaco sale en busca del padre, Stephen Dedalus en la de Joyce sale al encuentro de alguien que sustituya al suyo.

Por otro lado, Leopold Bloom, personaje central de la moderna epopeya de James, detesta la violencia y el nacionalismo irlandés, a diferencia de Ulises, violento por naturaleza y épicamente nacionalista.

Ítem más, la forma en que Bloom confronta al Ciudadano, personaje por demás odioso del Ulises, en el capítulo El Cíclope, donde éste lo hostiliza por su condición de judío, nada tiene que ver con la forma en que Odiseo incita a sus camaradas -y contribuye él mismo- a hendirle en el ojo una estaca bien labrada al Cíclope, que ha abusado de ellos, matando y devorando a varios de sus compañeros.

¡Y qué decir de Ulises que mata a los pretendientes de Penélope a su regreso a Ítaca y Bloom que, a sabiendas, hasta condesciende con Blazes Boylan, amante de su esposa Molly!

El capítulo de Nausícaa, donde Bloom flirtea con una mujer que no deja de mirarlo y que incita a Leopold a masturbarse en la playa donde ha ido a refugiarse, sólo para descubrir al final que se trata de una coja, resulta desternillante. Nada que ver con la soberbia princesa de los feacios, Nausícaa.

Finalmente, los protagonistas de James Joyce confían más en su Stream of Conciousness (flujo de consciencia) que en los dioses de Homero. Joyce no inventó la técnica, pero se aprovechó de los profundos estudios en la materia de Freud y, sobre todo, del pionero en utilizarla, el psicólogo William James, en sus Principios de psicología (1890), donde se refiere a la novela Han cortado los laureles (1888), del francés Édouard Dujardin, precursor de todo esto.

Así que no, nada que ver la epopeya de Homero con la sátira de Joyce, pero conviene estudiar las dos con detenimiento para pasmarse ante el magisterio del ilustrísimo irlandés y la grandeza del no menos ilustre griego.

Dicen que el Ulises es la mejor guía de la ciudad de Dublín jamás publicada.

jueves, 29 de febrero de 2024

Rincón culinario de la CDMX

La semana pasada me fui con Elena a la Ciudad de México. Uno de los propósitos era celebrar la exitosa culminación de mi radioterapia contra el cáncer en algún buen restorán de la megalópolis. Aunque estuvimos ahí desde el martes, decidimos posponer el ágape hasta el jueves y escogimos para el efecto el comedero Les Moustaches, situado en la calle Río Sena de la colonia Cuauhtémoc en la delegación del mismo nombre. La mañana de ese día nos encaminamos hacia Reforma a través de la mencionada arteria, Río Sena, y lo que siempre ha llamado poderosamente nuestra atención es la serie de puestos callejeros de comida rápida que se ubican justo antes llegar a la avenida más  importante del país. No se puede dar un paso literalmente sobre la acera debido a la ingente cantidad de comensales que saturan el espacio desde la hora del desayuno. Nos detuvimos justo antes llegar a Reforma en el último puesto de la enorme hilera, uno de tamales, mi debilidad desde siempre, y, por primera vez en la vida, me atreví a ordenar una guajolota, sí, sí, sí, una torta de tamal y un jugo de naranja. Elena no se atrevió a tanto, pues se conformó con el tamal simple y un vaso de atole. ¡Dios mío, qué delicia!, de lo que me había perdido en la vida.

Pero, insisto, lo que sorprende es que uno pueda encontrar esos lugares justo enfrente de la suntuosa notaría de Ignacio Morales Lechuga -a no más de veinte metros cruzando la calle-, el mismo que le notarió sus bienes inmuebles al celebérrimo Carlos Loret de Mola; o a media cuadra del referido Les Moustaches, o a una cuadra de la embajada de los EU, o a cuadra y media del hotel donde nos hospedamos.

En fin, en la nochecita, con la guajolota todavía glugluteándome en las tripas, nos encaminamos hacia uno de los mejores restoranes, si no es que el mejor, en que he estado en mi vida: Les Moustaches. Qué comida, qué servicio, qué música ambiental en vivo de su habilidoso pianista. Aunque no hayamos coincidido en esta ocasión con su dueño, nuestro amigo Luis Gálvez, la atención no desmereció en lo más mínimo. Nos hicieron llegar primeramente dos pequeñas jarritas con un capuchino de lentejas delicioso y sendas copas de casis cortesía de la casa. Ordenamos, para compartir, unos suculentos ostiones Roquefeller, y Elena se decidió por un filete en salsa Roquefort y yo por un pato Grand Marnier, acompañados ambos por un Cune Crianza de primera. Concluimos la velada compartiendo un soufflé Grand Marnier y un café irlandés para mí, acompañados por las incomparables galletitas de chabacano cortesía también de la casa. Después de las terribles dietas médicas que me hicieron pasar, la guajolota y el festín recién descrito apenas las compensaron.

Pero, decía, llegamos desde el martes, y lo primero que hicimos ese día, después de almorzar, fue encaminarnos a la Torre BBVA para dejar en recepción sendos simbólicos obsequios  para mi amigo Eduardo Osuna Osuna, director general del banco y vicepresidente del consejo de administración, y para su asistente, Rocío García Torres, prometidos desde el año pasado y jamás entregados. Y de aquí, también a pie, al lobby bar del Camino Real en Mariano Escobedo para disfrutar de unas cervezas y un partido de la Champions en su pantalla gigante. La noche la aprovechamos para cenar en El Bajío de Reforma 222.

El día siguiente, miércoles, tuvimos nuestra comida anual con ex compañeros míos de IBM en el restorán Prendes -totalmente Palacio- de Moliere, un sitio de primera. En esta ocasión contamos con la presencia de los mismos de hace un año, Patricia Jarquín y Antonio Moreyra, a los que se sumó Verónica Villegas, que tenía años de no ver. Amistades, todas, de hace casi cinco décadas y que terminamos reunidas en el soberbio departamento de Moreyra en Polanco para disfrutar de unos sabrosos carajillos y unos aún más sabrosos chismes.

El día jueves es el que relato al principio y en el que, posterior a la guajolota y previo al Les Moustaches, emprendimos la marcha, caminando, al Zócalo capitalino para disfrutar de unas bebidas en el bar del restorán El Mayor, justo enfrente del Templo Mayor, y donde López Obrador organizó hace no mucho las reuniones de avenencia entre los miembros de su tribu cuando estos se le estaban saliendo de madre.

Como verán, amamos entrañablemente al terruño, bien que se lo merece.

Pero el viernes, back to reality.

martes, 27 de febrero de 2024

Comparto su desprecio

Leo a Macario Schettino, columnista mexicano, desde hace muchos años, primero en El Universal y ahora en El Financiero. Recuerdo con especial gusto sus colaboraciones en el primero todos los lunes, martes y jueves, dedicando el primero de estos días a comentar temas políticos con una solvencia y mesura enriquecedoras, y los martes y jueves a su fuerte: la economía, las finanzas y los negocios, con las mismas virtudes. Tenía incluso un blog donde complementaba, para quien quisiera seguirlo, los tópicos tratados en sus columnas. Lo disfrutaba tanto que lamenté de veras cuando anunció que El Universal había decidido prescindir de sus servicios, algo incomprensible por la gran pérdida que representaba.

Pero me tranquilicé cuando me comentó que se incorporaba a El Financiero, donde colaboraría ¡diariamente! Sus colaboraciones ahí, más cortas, siguieron haciendo gala de su vasta capacidad intelectual y resultaban igualmente disfrutables, aunque pronto hubo de terciarlas (lunes, miércoles y viernes) por tener otros proyectos en mente, como la escritura de algún libro.

Desgraciadamente, de unos meses a la fecha se ha vuelto monotemático, y emplea su columna para denostar, un día sí y otro también, a López Obrador, con un odio visceral digno de mejor causa, aunque lejos esté yo de negar la compartición de este desprecio, pues vaya que el sujeto se lo merece, tipo ruin, mezquino e ignorante. Y miren que he de confesar que, hastiado de los regímenes corruptos e impresentables de partidos de cuyos nombres no quiero acordarme, voté ciegamente por este embrión de tirano y su partido, algo de lo que no me arrepentiré lo suficiente mientras viva. Puedo alegar en mi descarga que otros treinta millones de mexicanos estábamos igualmente hartos.

Sin embargo, Schettino y millones más de mexicanos pareciéramos no darnos cuenta de que la elección del 2 de junio ya está ganada, y que el Gran Imbécil de Palacio, que no su títere o marioneta, arrasará en los sufragios con todo el respaldo popular que arrastra. Tres meses son un tiempo harto insuficiente para darle vuelta a la tortilla, sobre todo con una contrincante que no levanta muchas simpatías y que defraudó todas las expectativas depositadas en ella después de que le dieran con la puerta de Palacio en las narices hace ya bastantes ayeres.

Insisto, solamente los ciegos no querrán darse cuenta de que esta elección de Estado está ya decidida y sin necesidad de un fraude electoral descarado, para desgracia del país todo. Y no, no soy un pusilánime derrotista, sino un cínico realista.

Lo siento.

jueves, 15 de febrero de 2024

Sueño hecho realidad

Después de muchísimos años hice realidad mi sueño: releer La Ilíada, del divino Homero. Mantenía yo en estado latente toda la información adquirida durante mi primera y única lectura, pero descubrí que esta era más actual que nunca y que, como cuando era un odioso machetero en la escuela, dicha relectura no constituyó más que un delicioso repaso de algo memorizado a cabalidad.

Diez años les tomó a los argivos, aqueos, aquivos, dánaos… a los griegos, pues, llegar a las inmediaciones de Troya, ciudad de los dardanios, teucros o simplemente troyanos, a quienes combatieron por otros diez años, de los cuales La Ilíada es testimonio únicamente de los finales 51 días de feroz combate, y otros diez años le tomó al griego Ulises u Odiseo, uno de los tantos héroes de la obra, regresar a Ítaca para reunirse con su amada y fiel Penélope, historia que queda plasmada en la otra inmortal obra de Homero, La Odisea.

Dice Alfonso Reyes en el monumental prólogo de la edición Sepan cuántos… de Porrúa que en La Ilíada Homero habla de una época tan lejana como para nosotros lo sería hoy La Conquista. Por cierto, la traducción del catalán Luis Segala y Estalella es una versión directa y literal del griego, se establece en la portada del libro. ¡Mejor que mejor!

Como la primera vez, me identifiqué mucho con la cólera de Aquiles, quien no pudiendo tolerar que el jefe de los aqueos, Agamenón, le quitara a Briseida, que formaba parte del botín de una batalla en que ambos griegos habían participado, llega al extremo de solicitarle a su madre, la diosa Tetis, que engendró a Aquiles del mortal Peleo, que acuda al máximo dios, Júpiter, y, abrazándolo de las rodillas, le suplique que favorezca a los teucros, sus enemigos, en su batalla contra su propia gente, los aqueos, mientras él permanece inactivo en la liza. Un prototípico caso de hubris. Pero la muerte de su mejor amigo y querido compañero Patroclo, lo hace recapacitar e incorporarse a la guerra para vengar su muerte a manos del comandante máximo de los troyanos, Héctor, a quien a su vez Aquiles da muerte y arrastra su cadáver detrás de su carro para deshonra de toda Troya, consumando así un desquite redondo y como preámbulo a la caída final de la ciudad. Por cierto, en estas luchas el dios Poseidón impide que Aquiles dé muerte a Eneas, permitiendo así que Virgilio pueda cantar sus glorias en una epopeya posterior, La Eneida.

Todo lo anterior dentro de un cuadro de pasiones que nos muestra que el género humano siempre ha sido el mismo, sea cierta o no esta historia de la antigüedad. Baste decir que esta epopeya se originó por el rapto de Helena, esposa legítima de Menelao, el aqueo hermano menor de Agamenón, por parte del bello Paris Alejandro, el teucro hermano, también menor, de Héctor y, ambos, hijos de Príamo y Hécuba.

Ya fuera de la historia, el fin de Agamenón fue trágico, con la esposa Clitemnestra poniéndole el cuerno con Egisto, primo de ella, y llevándolo, ambos, a la muerte mediante un asesinato cuidadosamente planeado.

Todo lo anterior me llevó a escribir hace años un pequeño texto que inmodesta y rimbombantemente intitulé Árbol genealógico de la mitología griega (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2008/04/rbol-genealgico-de-la-mitologa-griega.html). Se los recomiendo ampliamente.

Y ahora, a disfrutar de La Odisea, que ya les estaré comentando de igual forma en este espacio, preferido de nadie.

sábado, 10 de febrero de 2024

El periódico nunca llegó

Llevo más de sesentaicinco años de ser un lector compulsivo de periódicos (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/07/otra-costumbre-inveterada.html). Un día lluvioso de principios de diciembre del año pasado, el diario no llegaba y no llegaba, atribuyéndolo yo a la pertinaz lluvia, pero cuál no va siendo mi sorpresa enterarme, cuando llamé para quejarme, que tenía un adeudo con ellos, pues mi suscripción había vencido desde finales de noviembre y había yo ignorado la visita de mi repartidor con el documento para la renovación, lo cual constituía una flagrante mentira, ya que no me iba yo a privar así nomás de la placentera costumbre que describo mejor que nadie en http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2021/12/en-oportunidades-previas-hable-sobre.html. Me dio mucha rabia que falsamente me tildaran de moroso y, en vista de lo que digo en los dos artículos antedichos, decidí mandar al carajo a algo tan prescindible como mi cotidiano compañero matinal, ¡después de más de veinte años de consecuentarlo diariamente! Además, podía seguir leyéndolo en su versión en línea, casi tan convenientemente como en la impresa, y ahorrarme así los casi de dos mil pesos de la suscripción.

Mi sorpresa fue grande cuando, regresando de visitar a mis suegros en su terruño, me topé con dos ejemplares del mentado diario en la puerta de mi casa, el del martes 30 de enero y el del miércoles 31. Y así me estuvieron cortejando del jueves 1 de febrero al domingo 4, al grado que llegué a pensar que se trataba de una suscripción de cortesía de mi “amigo” Enrique, presidente del consejo de administración, y su hijo Enrique II, director general del referido rotativo, quienes, no pudiendo prescindir de mi acerba crítica, optaban por “comprarme” de manera tan burda.

Pero ¡tenga para que aprenda!, pues me estaban tan sólo tendiendo un garlito para que volviera con ellos de mi propio peculio, ya que el lunes 5 no recibí más nada; vamos, ni los saludos del fantasmal repartidor, responsable directo de este divorcio por conveniencia.

Como verán, no caí en el garlito, aunque, eso sí, ofrezco seguirlos leyendo gratuitamente en su versión digital y ya sin criticarlos tanto por sus proverbiales gazapos.

Como diría mi querido amigo Gonzalo, radicado en Gaithersburg, Maryland, have a nice life!