Después de la infumable bazofia El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, recuperé mi amor por la lectura con la espléndida autobiografía El mundo de ayer / Memorias de un europeo, de Stefan Zweig, que actuó como un auténtico antídoto contra la primera y se lee como una deliciosa novela.
Lo que más me sorprendió del escritor austríaco Zweig fue su febril actividad y toda una vida dedicada al estudio, desde su más tierna adolescencia, se pudiera decir. Hace patente su desprecio por el sistema educativo que le tocó padecer en su tierra e incluso su desdén por los estudios superiores que le tocó cursar, tanto los universitarios como los de doctorado, a los que tan sólo se inscribía sin acudir jamás a clase y únicamente apurándose al final de los mismos para aprobarlos. Eso le alcanzó para doctorarse en filosofía.
Hijo de un acaudalado empresario textil judío, lo que él disfrutaba sobre todo era la libertad, desde joven, devorando cuanto texto fuera de currículo caía en sus manos, hasta, ya universitario, conociendo mundo y gente durante las interminables pintas que se regaló en esa época. En todo esto ayudó la decisión del hermano mayor de dedicarse a lo mismo que el padre, dejando a Stefan en libertad de que hiciera lo que le placiera.
No obstante, hábil y talentoso el muchacho, logró que publicaran sus cosas en el suplemento literario de la publicación más prestigiosa de Viena cuando escasamente frisaba los veinte años de edad, lo que dio pie a que la familia, orgullosa de él, lo dejara ser. Por eso Hannah Arendt llegó a decir de Stefan que no vivía los problemas sociales de la época, sino que más bien se mantenía en la periferia de los mismos.
Así y todo, Zweig fue un autor muy prolífico que bien pudiera haber vivido de las regalías de sus libros, traducidos a todos los idiomas, y es impresionante la cantidad de gente famosa y de prestigio en todos los ámbitos que conoció a lo largo de su vida. Baste decir que versificó óperas de Richard Strauss cuando ya la bota asesina de Hitler hollaba Europa y Zweig iniciaba su vida de paria, como todos sus hermanos judíos, a pesar de la protección del célebre músico contra los designios del sátrapa, que objetaba la aparición del nombre de Stefan como libretista de sus obras.
Porque a Stefan Zweig le tocó estar en el centro mismo de los dos conflictos mundiales que se han dado en la historia, pero el segundo ya fue demasiado para él, y como creía firmemente que el nazismo había llegado para quedarse y extenderse por todo el mundo, decidió suicidarse junto con su esposa estando ambos exiliados en Petrópolis, Brasil, en 1942, donde les rindieron sentidos homenajes durante su funeral.
La dramática foto de la pareja después de haber ingerido un mortal veneno ahí queda.
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