Hace poco me vi en la necesidad de hacer un depósito de 4 mil 700 pesos en el cajero automático que mi banco tiene en la plaza comercial más exclusiva del Bajío. Pues bien, varios billetes me fueron rechazados al primer intento hasta que la máquina me notificó que había alcanzado un máximo de intentos y que por lo tanto se iba a proceder a depositar los mil 100 pesos “válidos” detectados hasta entonces. Acepté y procedí a un nuevo depósito, ahora sólo de 3 mil 600 pesos, y vuelta a empezar, después de varios intentos el cajero únicamente reconoció 2 mil 600 y procedió a este depósito, por lo que intenté un ¡tercer depósito! de mil pesos que, después de algunas tentativas fallidas, finalmente aceptó: ¡tres transacciones para depositar 4 mil 700 pesos y quince minutos de mi valioso tiempo desperdiciados miserablemente! Lo curioso es que fueron los mismos billetes rechazados reiteradamente los que finalmente aceptó el engendro. Algo que a un cajero tradicional no le hubiera llevado más de un minuto, aquí resultó en un cuarto de hora perdido sin ningún sentido.
Antes de todo esto había acudido yo con la persona que atiende a la entrada de la sucursal y le anuncié que iba a hacer un depósito en ventanilla. Señor, me dijo, para eso están las máquinas recaudadoras, en ventanilla ya no puede usted realizar esta operación. Es que confío yo más en la Inteligencia Natural de un cajero de carne y hueso que en esos entes automáticos de “Inteligencia” Artificial, le respondí. Lo siento mucho, concluyó el empleado bancario, si tiene usted problemas, alguno de nuestros asistentes gustoso le auxiliará.
Pocos días antes, mi hijo había acudido a uno de tales artefactos a realizar una operación por ocho mil pesos y la transacción abortó a medio camino y la máquina se embolsó todo el dinero. El muchacho, angustiado, acudió a la sucursal y le dijeron que tenía que volver al día siguiente, una vez que se hubiera hecho el arqueo del “deshonesto” cajero.
Muy bien sé yo que en esto no radica la “Inteligencia” Artificial, no soy tan estúpido, pero de que estos aparatos son sus entenados, sus hijos bastardos, tampoco me cabe duda alguna.
Éramos mucho más felices cuando la “inteligencia”, más que artificial, era natural, inteligencia en su más pura acepción, pues.
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