miércoles, 23 de mayo de 2018

De "novelas", premios literarios y plagios

A los pocos días de su publicación, tuve oportunidad de leer el libro Una novela criminal, de Jorge Volpi, el cual no es una novela, sino un excelente y documentadísimo trabajo periodístico de investigación. Volpi hurgó en todos los rincones y entrevistó a todos los personajes involucrados en esta trama (o más bien, drama), desde los plagiados y sus supuestos secuestradores (Israel Vallarta, en el Altiplano, y Florence Cassez, en Dunkerque, en el norte de Francia), hasta los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), pasando por la activista Isabel Miranda de Wallace y los corruptos policías Genaro García Luna y Luis Cárdenas Palomino. ¡Interesantísimo y esclarecedor!

El magistrado de la SCJN José Ramón Cossío Díaz concluye que dos fueron los montajes que salvaron a la francesa: uno policiaco, el 9 de diciembre de 2005 sobre un hecho realmente ocurrido el día anterior y patéticamente recreado frente a las pantallas de televisión como si estuviera ocurriendo en ese momento, y otro judicial, el de la Primera Sala de la Suprema Corte, de la que Cossío formaba parte, y que, después de que se eliminó ese elemento “corruptor” e hizo propio un proyecto de sentencia previamente rechazado, otorgó el amparo liso y llano para la liberación inmediata de Florence Cassez, en vez de otro para efectos, que hubiera restituido todo el proceso eliminando lo que lo “corrompió”. Ambos hechos insólitos para José Ramón Cossío Díaz (y Jorge Pardo Rebolledo, que votó junto con él), pues el término “corruptor” nunca se había utilizado en la historia del máximo tribunal y mucho menos que, sobre la marcha, se incorporaran a la hora de la votación elementos de un proyecto de sentencia previamente rechazado al nuevo que en ese momento presentaba la ministra Olga Sánchez Cordero, apoyada por Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena y Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, autor, este último, del proyecto rechazado, que así derrotaron por tres votos contra dos a los primeros, y se le hizo “justicia” a la French Poodle, Florence Cassez, pero no al perro callejero, Israel Vallarta (en palabras del propio Cossío Díaz), más de doce años preso y sin sentencia, al día de hoy.

Resumiendo, dos vilezas: una policiaca, por parte de Genaro García Luna y su secuaz Luis Cárdenas Palomino, y otra judicial, cortesía de los señores ministros de la Tremenda Corte.

El libro abunda en estas prácticas del subdesarrollo, propias de un país miserable en todos los sentidos como el nuestro. La injerencia en toda la historia de la señora Isabel Miranda de Wallace, “activista” y cabeza de la organización Alto al Secuestro, es “enternecedora”, llegando a exclamar “¡Pinche país de mierda!” cuando por fin se entera de la liberación de la francesa.

A Peña le urgía la liberación de Florence para restañar las profundas heridas en la relación bilateral México-Francia, exacerbadas por las reyertas de cantina entre los “carismáticos” presidentes Calderón y Sarkozy, fielmente reseñadas por Volpi en su “novela”, y por eso hizo todo lo que estuvo a su alcance para que esto ocurriera a mediados de enero de 2013, menos de dos meses después de su acceso al Poder. También, claro, para apuntarse un “logro” de incuestionable relevancia internacional. Servilismo liso y llano, diría yo en sarcásticos términos jurisdiccionales.

Al lector le resulta difícil llegar a un juicio, máxime cuando se persiguió a unos con saña y se dejó de hacerlo con otros que estuvieron tanto o más involucrados. La sevicia con que se persiguió a la familia Vallarta (hermanos, tíos, primos, esposos, padres, cuñados) no desmerece para nada la fama mundial ganada a pulso por nuestras policías. Volpi llega incluso a relatar el célebre chiste en que se encomienda a un agente mexicano que atrape, como prueba de su destreza, un conejo y lo presente ante la autoridad: el celoso agente así lo hace, pero en vez de conejo llega con un elefante madreadísimo que, enternecedoramente, no cesa de jurar que es un conejo.

En otro orden de ideas, distinguieron con el Premio Alfaguara de novela 2018 una “novela” que no es novela, tal vez porque Volpi fue fácilmente identificable (da repetidas, aunque veladas, pruebas de su identidad a lo largo del texto, a pesar de los seudónimos en nombre de autor y título del escrito con que se presentó a concurso) entre centenas de trabajos y únicamente media docena de calidad indudable, según reza uno de los múltiples apéndices del libro. Como alguna vez dijo Ricardo Cayuela Gally en Letras Libres, Volpi es “uno de los autores más premiados y peor tratados por la crítica”. Los premios son una patraña, como bien decía Víctor Roura, director de la sección cultural de El Financiero por más de 25 años. Qué diferencia con la novela Los periodistas, de Vicente Leñero, sobre un hecho histórico real, pero magistralmente novelado: el golpe echeverrista al periódico Excélsior en 1976.

En fin, Volpi nunca ha sido ajeno a los escándalos, y todos recuerdan cómo, siendo jurado del máximo galardón literario de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara en 2012, premió a Alfredo Bryce Echenique, condenado judicialmente por plagio reiterado, y cómo defendió cual perro rabioso esta decisión frente a la indignada crítica de todo México y el mundo.

Por cierto, el mismo Volpi, junto con otra reconocida plagiaria, Denise Dresser, fue contundentemente evidenciado como plagiario por León Krauze hace exactamente doce años en Letras Libres (Dresser y Volpi: inspirados, 31 de mayo de 2006). Vale la pena leer este demoledor golpe al cinismo.