Caminaba yo rumbo a mi escritorio por uno de los pasillos del segundo piso del edificio de IBM en Mariano Escobedo cuando me topé con Enrique Caballero, representante de ventas de Comermex (hoy Scotiabank), uno de los clientes más grandes de la compañía, quien sin más, me espetó a la cara: “Estoy hasta la madre: Cuauhtémoc (Arredondo, director de sistemas del banco) y Toño (Antaramián, gerente de ventas de la sucursal finanzas de IBM) se la pasaron hablando de ti durante toda la comida a la que lo invitamos, a cual más de elogioso, ¡hazte a un lado, me indigestaste!”. Pinche envidioso, pensé, seguramente está exagerando, pues no recordaba yo haber hecho nada que mereciera elogio alguno.
Sin embargo, una vez en mi lugar, alguien se aproximó a mis espaldas y me dio una palmada diciendo: “Muy bien, eh, magnífico que el cliente tenga una opinión tan encomiable de alguien”. Era Antaramián, que a todas luces venía a medios chiles ya después de la comida con el cliente, y no cesaba en sus halagos. “Es más -añadió- ahorita mismo vamos a ver a Piccolo (Rafael, director de marketing) para informarle”, y sin dejarme siquiera preguntar qué ocurría, me arrastró literalmente hasta el sexto piso. Una vez ahí, nos dirigimos a la oficina de Piccolo para “informarle”: “Felicita a Raúl -le dijo Toño a Rafael-, ha realizado una labor extraordinaria en el banco, plenamente reconocida por su director de sistemas”. La oficina de Rafael Piccolo colindaba con la de Rodrigo Guerra, presidente y gerente general de IBM de México, quien apenas escuchó “felicita” se precipitó fuera de su oficina literalmente gritando: “¿A quién hay que felicitar?”. Casi no lo dejé yo terminar, ya que enseguida lo atajé: “Momento, momento, no soy representante, no he vendido nada". “Aquí, a Raúl -me atajó Antaramián a su vez-, ha hecho una labor fantástica en Comermex”. Con lo que Rodrigo concluyó: “No importa que no seas vendedor, Raúl, si has hecho una buena labor, mereces que se te reconozca”.
Y nos retiramos de ahí, pero no habíamos llegado siquiera frente a los elevadores cuando Toño me reprendió: “¡Nunca más me vuelvas a salir con una pendejada de ese tipo! ¿Cómo que no eres vendedor?, cuando ustedes los ingenieros de sistemas son quienes verdaderamente desempeñan esa labor frente a nuestros clientes, son ustedes en quienes realmente ellos confían. ¡Me hiciste encabronar! Acompáñame, vamos al primer piso a ver a Troncoso (Jorge, gerente de sistemas país)”. Cuando llegamos con éste, aun antes del saludo, mi jefe lo instruyó: “Hay que darle un premio a Raúl, el cliente está muy contento con él”. “¡¿Ya ahorita?!” -exclamó con sorpresa Troncoso-. “No, no, no -repuso Toño-, pero hay que ir haciendo el papeleo para que le llegue en su próxima nómina". Los dos firmaron el formato, y Antaramián me arrastró de regreso a su oficina en el segundo piso.
Sentados los dos al escritorio de Toño, uno frente al otro, mi jefe extrajo de su archivero mi expediente, revisó mis datos y me incrementó el sueldo ¡un 20%! Increíble, no daba yo crédito a lo que estaba viviendo, todo había sido como un huracán de cuyas consecuencias aún no me percataba. Acto seguido, me levanté, le agradecí mucho su reconocimiento y, cuando me disponía a retirarme, me detuvo: “Raúl, nunca menosprecies tu trabajo, recuerdo que siempre habrá alguien que te lo agradezca desde el fondo del alma. Esta vez fue Cuauhtémoc, que me llevó a mí a materializarlo, pero nunca falta la gente agradecida. ¡Sigue así!”.
Pasé otros quince años en IBM, con la que sueño casi a diario todas las noches, como la amante que nunca se olvida.
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