Apología de la muerte
Siempre he pensado con dulzura en la muerte, pero en meses recientes se ha exacerbado tan fascinante sentimiento, a tal grado que experimento un gozo sin par al imaginar mi propia extinción. Todos estamos a la espera de que ocurran cosas extraordinarias en nuestras vidas, generalmente “buenas”, y qué experiencia más extraordinaria y definitiva que ésta, la muerte.
Y no piensen mal. Como todos, yo también he estado a la espera e incluso en la búsqueda de cosas realmente extraordinarias, pero cuando me percato -junto con Schopenhauer- que esto no conduce más que a una insatisfacción sin fin, y lo que en verdad añoro es algo fuera de lo común, ¿por qué no espero pacientemente mi turno para ese hecho inusitado que a todos nos espera o lucho denodadamente por él? ¿Puede imaginarse una paz más hermosa que la nada, después de haber experimentado el absurdo de la vida -para bien y para mal-, cuando se llega a la edad apropiada para desposarse con tan atractiva dama, la parca?
No, y mil veces no, he ahí el máximo atractivo de la existencia: la propia aniquilación, sea ésta por causas explicables o motu proprio, aunque en este caso, yo elijo no sufrir. ¿Por qué esperar a ser intubado o tener que “necesariamente” serlo? Al carajo, soy libre, estoy consciente y tengo salud, ya viví lo necesario como para aborrecer y amar con pasión esta vida. No se trata de ir al mundo de los que nunca han sido ni nunca serán, sino de regresar a él después de haberlo contrastado con la mísera existencia. Vamos yéndonos con toda dignidad, ¿sale?
¡Ah, quién me manda ser tan cobarde!... Pero tanto va el cántaro al agua…

Comentarios