miércoles, 14 de octubre de 2020

¿Señor Montero?

El día de hoy fui a correr al Parque Metropolitano. De repente, alguien que venía detrás de mí se me emparejó y tomó mi paso, más lento, a la derecha, preguntándome a bocajarro: “¿Señor Montero?”. Sorprendido de que alguien me reconociera viniendo desde atrás, atónito respondí: “Para servirle”. Y el diálogo continuó:

- ¿Por qué ya no escribe en el periódico? Yo lo leía todos los domingos y sus artículos me parecían muy interesantes y entretenidos –me dijo.

- Le agradezco su gentileza. Lo que pasa es que hubo un intento de censura al cual yo me opuse rotundamente y la relación que hasta entonces había mantenido con el diario se dañó irreversiblemente. Pero no lo detengo, usted llevaba un paso más veloz que el mío, ¡adelante! –le respondí.

- No, no se preocupe, me voy con usted. Ha de haber sido por sus ataques a Diego Sinhue, ¿verdad? –continuó mi acompañante.

- Pues fíjese usted que no, fue un artículo contra Sheffied el que no les pareció. Me dijeron que para poder publicarlo tenía que eliminar todos los insultos contra el procurador federal del consumidor, y lo único que hacía era llamarle sinvergüenza, cosa con la que hasta Sheffield yo creo que está de acuerdo. No, no parece que les tengan temor a las autoridades estatales, pero me da la impresión de que a las federales les tienen pavor –expliqué yo.

- Fíjese que hasta tentado estuve de enviar un mensaje o comunicarme telefónicamente con los editores del periódico para manifestar mi extrañeza y queja por su intempestiva ausencia –se lamentó él.

- ¡Qué bueno que no lo hizo!, hubieran sido capaces hasta de cancelarle su suscripción, pero no se preocupe, ya que yo no he dejado de escribir, sólo que ahora no para una audiencia tan amplia, sino únicamente para quienes siempre han sido recipiendarios de mis artículos como una primicia, antes de que aparecieran publicados en el diario. Ha sido un verdadero alivio, pues ahora escribo más seguido, sin censura de ningún tipo ni presiones de otra índole. Si usted me da su correo electrónico, lo memorizo y le prometo que desde la próxima queda incluido en tan selecto grupo –me adorné.

- ¡Hombre!, se lo agradezco mucho, encantado de conocerlo personalmente, mi correo es… -se cibernetizó mi nuevo amigo.

- El gusto es mío, pero corra, corra, usted va mucho más aprisa que yo – me despedí.

Increíble, casi cuatro meses después de perder mi “empleo” y este individuo aún se acordaba de mí -por la foto que aparecía junto con el encabezado de mis artículos- y hasta de mi segundo apellido, o apeído, como dicen los leoneses. Hay gente lista, no cabe duda.

Perdí al joven jogger a la distancia, pero queda permanentemente grabado su nombre en la lista de mis corresponsales.

¡Gracias por esta ayuda a la autoestima, querido amigo! 

No hay comentarios: