Pero no todo era pesar en UCLA, ni mucho menos, pues me tocó de Host Family una pareja joven, Mr. And Mrs. Ashburn, con tres preciosas nenas, Leslie, Allison y Stacy, de cinco, tres y un años de edad, respectivamente, auténticos querubines de visita en la Tierra. Con esta familia tuve oportunidad de convivir muchísimo más, a tal grado que cuando la señora y las hijas iban por mí a la universidad para salir de paseo, las niñas se abalanzaban sobre mí y se prendían de mis piernas como lapas, hasta la chiquita, que no podía ser menos que las hermanas. El marido, administrador de un exclusivo club para ricos en Bel Air, nunca salía con nosotros, pero tuve la oportunidad de convivir con él cuando me fui a hospedar a su casa y cuando me invitó, junto con su familia, a departir con ellos en las instalaciones del refinado club, con balneario y toda la cosa. Un auténtico paraíso.
Las niñas eran verdaderamente encantadoras, especialmente la pequeña, que apenas daba sus primeros pasos y que cuando, por lo mismo, caía de nalguitas al piso, exclamaba muy circunspecta: “Ooops!”, a pesar de su tierna edad, provocando la hilaridad de la madre y mi admiración por el fluido manejo del idioma del angelito.
A las más grandes les gustaban ya emociones más fuertes. Así, a Allison, la de en medio, la agarraba yo de sus dos manecitas y la hacía girar como en un volantín de feria, representando ella la fuerza centrífuga y yo la centrípeta, y asiéndola firmemente para que no fuera a darse un madrazo. Esta actividad no la podía llevar a cabo con ninguna de las otras dos, pues como en todo juego de feria que se respete, quedaban fuera del rango de edad permitido: ni tan grandotas ni tan chiquitas.
Un día que fueron a recogerme al campus, no fui consciente, sino hasta después de los abrazos, que Allison llevaba su bracito izquierdo en cabestrillo, para que, acto seguido, Leslie me espetara a la cara: “¡Le zafaste el brazo a mi hermana!”. “¡Ya, Leslie, ya! –la atajó la madre-, no lo hizo a propósito, fue un accidente, estaban jugando”. Cómo me habré puesto yo que en seguida la madre, toda apenada, me dijo que no me preocupara, que no era nada serio. Yo creo que el doctor le puso el cabestrillo a Allison para que la criatura no se sintiera tan libre y se expusiera a que volviera a ocurrirle lo mismo, pero sobre todo, para que al imbécil que le había dislocada su extremidad no se le ocurriera de nuevo violentar a un ser tan inocente. Me sentí como un child abuser.
De veras que resulta admirable que una dama con tres niñas chiquitas y, por lo mismo, con múltiples responsabilidades de madre, esposa y ama de casa, se comprometiera, además, para hacerla de anfitriona de un lagartón de 24 años de edad y mucho más problemático que sus pequeñas.
Comprenderán ustedes que lleve perennemente en el recuerdo y con el mayor agradecimiento a los Ashburn, sobre todo cuando me pongo a pensar que las criaturas de entonces rondarán ahora los 47, 49 y 51 años de edad.
Esto pone fin a la saga sobre mi remota vida en LA, no los perturbo más con el mismo tópico.
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