jueves, 24 de septiembre de 2020

Migrantes

El fenómeno de los migrantes es magistralmente narrado en la novela Las uvas de la ira (1939), del laureado autor norteamericano John Steinbeck, Nobel de Literatura 1962. En el libro el escritor nos refiere las peripecias de una familia que tras el despojo de sus tierras por sus acreedores y la llegada de la “automatización” (básicamente el empleo de tractores) para el cultivo, se ve obligada a partir del terruño en Sallisaw, Oklahoma, rumbo al oeste, sin ningún plan determinado, pero arribando finalmente a la próspera California. En el ínter se detienen y emplean por escasos días y paga aun más escasa (en verdad, miserable) en diversos puntos, antes de llegar a su destino final.

Es imposible no pensar en lo que ocurre más de ochenta años después y en los mismos lugares, aunque no ya con sus migrantes, sino con los que les llegan de fuera de su país. Describe el autor cómo veían los lugareños a sus paisanos recién llegados: “Hombres que nunca habían sentido hambre, conocieron las miradas de los hambrientos. Hombres que nunca habían sentido ansias de algo, vieron en los ojos de los emigrantes la llamarada de la necesidad. Y los hombres de los pueblos y de los campos suburbanos se unieron para defenderse; y se tranquilizaron con el pensamiento de que ellos eran buenos y los invasores eran malos; los hombres siempre deben hacer esto cuando se aprestan a luchar. Dijeron: ‘Estos malditos okies (despectivo del natural de Oklahoma y que aplicaban a todos los migrantes) son sucios e ignorantes. Son degenerados, maníacos sexuales. Estos malditos okies son ladrones. Se lo roban todo. No tienen sentido del derecho de propiedad… Traen enfermedades, son malolientes. No podemos aceptarlos en las escuelas. Son de otra casta. ¿Le gustaría que su hermana se fuese con uno de ellos?’”

¿Les suena familiar? Y si eso se pensaba de los propios compatriotas en aquellos lejanos tiempos, no quiero imaginar lo que se piensa ahora de nuestros connacionales, y no lo imagino, pues lo vivo en la realidad cotidiana de todos los días con las actitudes xenofóbicas del mismísimo presidente del país más poderoso del planeta y grupos fascistoides que lo corean.

En fin, durante su largo y sufrido periplo, los héroes de nuestra historia se dedican a la recolección de duraznos, la pizca de algodón y la vendimia, casi siempre en condiciones de precariedad extrema, ya que en ocasiones se prefiere desechar lo que se cosechó o se crió antes que dárselo a comer a los hambrientos migrantes, con tal de no derrumbar los precios de mercado de los alimentos. El autor advierte: “En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, y algún día llegará la vendimia.”

No obstante todo lo anterior, las inconmensurables muestras de piedad entre ellos mismos que dan los migrantes -extraños entre sí- a lo largo de toda la novela, pero especialmente al mero final, provocan un nudo en la garganta.

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