Muy al contrario, me persigno con esos
quince pesos y agradezco al cielo que no se haya ido en ceros la jornada. Esta
disciplina financiera nos ha permitido mantener abierta la tienda por doce años
ya, que cumplimos el próximo domingo 29 de marzo. Y así con todo lo demás,
incluido el mísero metro cúbico de agua subsidiado por el organismo
paramunicipal del agua de León (Sapal), ese que tanto enoja a mi parienta.
Tampoco es partidaria de la dádiva para
adultos mayores de 68 años de edad (pensión universal), pero, digo yo, si van a
empezar a repartir indiscriminadamente el dinero de nuestros impuestos y yo, en
justicia, puedo reclamar la parte que me corresponde, por supuesto que levanto
la mano. No está por demás recordar el viacrucis que padecí para obtener mi
pensión por parte del IMSS; primero, con un ilegal despojo que de ella hiciera
el subdelegado del Seguro en Guanajuato, y la ulterior restitución de la misma
una vez que los hube demandado penalmente ante la PGR por delito federal; y
segundo, el monto de dicho estipendio, que me llevó cuatro años pelear y ganar
en tribunales. Aun así, mi ingreso por tal concepto es inferior a los diez mil
pesos mensuales, que la pensión universal lleva un poco por arriba de dicha
cantidad. Todo ello, después de casi 30 años de servicio en el sector privado.
No obstante todo lo anterior, hemos sido
muy luchones –mi dulce esposa Elena y un servidor-, y en ese sentido hasta como
empresarios decidimos incursionar en un momento dado. Para ello, adquirimos una
habitación en condominio en un hotel que se estaba edificando en Salamanca.
Tras la adquisición del bien, teníamos el derecho de reclamar la devolución del
IVA al SAT, impuesto que ascendía a 66 mil pesos. Ya imaginarán ustedes el
tormento que representó plantear tal petición al organismo federal. Nueve meses
ininterrumpidos de lucha, hasta que en una junta con el jefe de la oficina
recaudadora del estado de Guanajuato, con todo su séquito y nosotros como parte
interesada, Elena -la dulce-, paró en seco al licenciado en jefe que, como de
costumbre, no dejaba de hablar lanzando su inútil verborrea, y le espetó: “A
ver, licenciado, lo único que usted consigue con su plática es aburrirnos.
Llevamos nueve meses peleando esta devolución y creemos, en justicia, que se
debiera tomar ya una acción en nuestro favor”.
Como el licenciado siempre hablaba y mi
esposa casi nunca, el impacto fue mayúsculo para todos. El señor enmudeció al
límite de la pena ajena, y yo para mis adentros exclamé: "¡Bien, Elenita! Qué
bueno que no fui yo el que se atrevió porque lo hubiese arruinado todo”. Huelga
decir que a los pocos días obtuvimos nuestra devolución mediante una
transferencia bancaria.
Para finalizar esta enumeración de
vicisitudes que hemos padecido desde que adoptamos la nacionalidad leonesa
(nuestros hijos llevan ya mucho más de la mitad de sus vidas en la ciudad),
baste recordar el despojo que en agosto del año pasado hicieron dos malandros
armados del coche recién adquirido por mi hijo apuntándole con sus pistolas a
la cabeza y que las autoridades nunca recuperaron, poniendo en evidencia a
nuestro augusto e incompetente gobernador Diego Sinhue, que ha sido incapaz de
proporcionar la tranquilidad que una vida civilizada reclama. Si no es para
tener seguridad, ¿para qué fregaos lo queremos entonces, Señor Gobernador?
Que ¿por qué traigo a colación todo esto?
Pues nada más por el enojo de mi hermana por andar yo de pedigüeño, y para que
todos, ella y ustedes, queridos y amables lectores, entiendan que nunca daré
concesiones a este HSPM (Honorable Sistema Político Mexicano), ni a nivel
federal ni estatal ni municipal ni paramunicipal.
Para mi esta vida es como si estuviera
corriendo continuamente el maratón de Boston, uno de los mayores logros de mi
existencia y escuela de vida.
Besos y abrazos.
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