Independientemente de lo que el “tenor”
Rugge…rio le haya ladrado en la cara al ex presidente de México Felipe Calderón
Hinojosa, creo que dejó ir una gran oportunidad de confrontarlo con el asunto
del impresentable Genaro García Luna, pues después de la muerte de Juan Camilo
Mouriño Terrazo, el hombre de todos lo cariños del antipático Felipillo, el ex
secretario de Seguridad Pública de su gobierno, hoy preso en los Estados Unidos
acusado de relaciones peligrosas y de haber mentido a autoridades migratorias
norteamericanas, se convirtió en su protegido –un auténtico vicepresidente- y
lo defendió contra viento y marea a pesar de los innumerables escándalos que lo
persiguieron durante todo el sexenio y de las peticiones de muchos para que lo
defenestrara, amén de incontables tropiezos en anteriores administraciones,
priistas y panistas.
En cualquier país del mundo
desarrollado, Calderón ya estaría sujeto a las mismas investigaciones que su
hombre de confianza de tantos años, pero no, en este México nuestro, el señor
ya se encuentra conformando un nuevo partido, México Libre, que si estuviese
siendo creado en la mayor isla de las Antillas resultaría en un nombre mucho
más ad hoc para este personaje.
Estoy leyendo el libro El traidor: el diario secreto del hijo del
Mayo, de Anabel Hernández (Grijalbo, 2019), en el que se asienta que
testigos de la fiscalía en el juicio contra el Chapo afirmaron que Felipe
Calderón recibió millonarios sobornos del cártel de Sinaloa, es decir, las
mismas presunciones por las que ahora se juzga a García Luna y surgidas en el
mismo escenario.
En 2009, dice Anabel, Calderón envió un
emisario al Mayo para pedirle ayuda: que se estableciese una especie de pax narca entre diversos cárteles, a
cambio de retirar al ejército y a la
Policía Federal de Sinaloa y de todos los demás estados. La periodista
identifica plenamente a este emisario, al que sólo se refiere como el general X
en una obra anterior (Los señores del
narco), como el general Mario Arturo Acosta Chaparro, que en aquella
ocasión se reunió con el Mayo y el Chapo, quien “le habría dicho que pagó un
millonario soborno a Vicente Fox para que lo dejaran salir de prisión.
Ciertamente no en un carrito de lavandería.”
Acosta Chaparro, recuerda la escritora, estuvo
varios años preso en una cárcel militar por sus nexos con Amado Carrillo
Fuentes, pero don Felipe no sólo lo liberó, sino que lo condecoró y lo envió a
hablar con el Mayo. Cuando Vicentillo (Vicente Zambada Niebla), su hijo, ya
preso, reveló su nombre el 20 de abril de 2012, el general fue asesinado de
tres disparos en la cabeza en la colonia Anáhuac de la Ciudad de México.
Amigos del general le confiaron a
Hernández que “él estaba en pláticas con
la DEA y se había mostrado dispuesto a hablar de quiénes en la administración
de Calderón estaban corrompidos por los cárteles. Allegados a él con los que
volví a hablar sobre estos episodios me aseguraron que gente del gobierno de
Calderón lo mandó matar.”
En contra de Anabel Hernández y su
familia, confiesa ella, hubo muchos atentados desde la publicación de Los señores del narco. Dice que a
mediados de 2019 un funcionario del gobierno de Estados Unidos le confirmó que
desde 2010 el grupo de policías corruptos encabezado por García Luna tiene un plan para
asesinarla. Esto, que parecía sorprender al funcionario norteamericano, a ella
no, pues “lo sabía desde finales de noviembre de 2010.”
Sí, este es el cómplice del mequetrefe
Felipe Calderón, y del que él ahora dice “inocentemente” desconocer todo, pero al
que durante seis largos años defendió con un empeño digno de tal complicidad. Y
es a este individuo, Calderón, al que ahora le vamos a otorgar el registro para
su nuevo juguete: Cu…, digo, perdón, México Libre.
¡Ay, Ruggerio, nunca te voy a perdonar,
la tenías, era tuya y la dejaste ir!
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