Yo siempre he sido el mismo desde que me
vi en un espejo la primera vez en mi vida, aunque los demás parezcan no opinar igual.
Esta sensación se ha reforzado durante los últimos varios años, pero
especialmente de tres o cuatro a la fecha.
Así, recuerdo la vez que fui a realizar
no sé qué trámite a una oficina pública, tomé mi ficha de atención y me senté a
esperar. No pasó mucho tiempo para que una de las chicas que atendía me hiciera
señas y me invitara a pasar, ante lo que un airado joven reclamó argumentando
que él había llegado mucho antes que yo, obteniendo por única respuesta de la
encantadora dama un inequívoco “servicio preferencial”. O la vez que en una
atiborrada sala de espera de un consultorio una joven se levantó y me cedió su
lugar, a lo que yo en redondo me opuse con mi mejor sonrisa.
Otro día llegué al Oxxo de mi colonia a
comprar un garrafón de agua de veinte litros y, cuando me disponía a cargarlo, la
señorita que me atendió se ofreció muy amablemente a hacerlo por mí. Obviamente
y de la mejor manera posible, me negué a ello.
En fin, se llegó aquel memorable día en
el Parque Metropolitano en que corriendo yo alrededor del vaso de la presa mis
siete kilómetros de rigor, una hermosa muchacha empezó a revolotear a mi
alrededor como mariposa, otorgándome todas las ventajas para que la alcanzara y
rebasara para enseguida hacer ella otro tanto conmigo, sólo para al final
decirme, una vez que hubimos cruzado juntos la meta, que ¡cómo le recordaba yo
a su abuelo!
No obstante lo anterior, ser viejo no
deja de tener sus enormes y gratificantes retribuciones, como los sustanciales
descuentos del cincuenta por ciento o más en el pago de predial, el transporte
foráneo y el trámite de pasaporte, y las tarifas preferenciales en clínicas,
restaurantes, cines, museos, espectáculos y demás.
Por ello, no deja de molestar la campaña
demagógica del director general del Sistema de Agua Potable y Alcantarillado de
León (Sapal), Enrique de Haro Maldonado, que hizo suya la dádiva a la población
vieja de este municipio de otorgar un metro cúbico de agua subsidiado al mes,
para lo cual obligan a quien quiera obtenerlo a hacer un engorroso trámite in situ en las oficinas centrales del
organismo, en bulevar Torres Landa. En pleno auge de Internet, esto parece
propio de la era de las cavernas, pero don Enrique se ufanaba orgulloso en una
entrevista en este mismo periódico de su generosidad. Él fue quien me dijo en
un correo electrónico que no había de otra más que acudir personalmente a Sapal.
Pues bien, después de realizado el
trámite, se me subsidió el referido metro cúbico en febrero, pero este mes de
marzo ya no. Cuando llamé al 073 para quejarme, una operadora de apellido
Aguado me dijo que ¡tendría que acudir a Torres Landa a tramitar el rembolso
del subsidio de dicho mes! Reclamé airadamente a De Haro por correo electrónico,
pero únicamente obtuve por respuesta su silencio. Ni modo.
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