La verdad ignoro si la preocupación de
mi hija era por lo que Elena me había dicho o por haber quedado en evidencia mi
pendejismo. La inquietud de la niña era tal que yo más bien me inclino por lo
segundo. Además, no era la primera vez que yo
era “agredido”, pues ya en un par de ocasiones anteriores mi mujer me
había agarrado a cachetadas, a tal grado de desesperación la llevaba yo. Cuando
a nuestras amistades les “presumía” que era un hombre abusado verbal y
físicamente por mi esposa, obviamente nadie me creía, conociéndonos cómo éramos
en realidad la una y el otro. En fin, así me sentía yo, y en mi descargo puedo
afirmar, como ya lo he hecho en alguna ocasión anterior, que jamás puse una
mano encima de mis hijos, y de mi esposa, menos, no me iba a exponer en balde a
sus madrazos.
Más bien soy gritón y nervioso, pero
para que quede en evidencia cómo son mis hembras alfa, baste otro ejemplo.
Cuando conducía mi automóvil, sin ninguna consideración hacia los hijos, iba yo
echando madres contra todos: ¡hazte a un lado, idiota!, ¡quítate de mi camino,
baboso!, ¡muévete, imbécil! –ahora ya no tanto-.
Pues bien, un día que tuve que llevar a
Caro al ballet, o a la natación, o no recuerdo a dónde, de regreso a la casa ya
de noche, con ella, claro, en la parte de atrás del carro, me detuve frente a
la cochera pero sin apearme de inmediato del auto para abrir el zaguán, pues me
quedé unos momentos más escuchando algo interesante que estaban diciendo en las
noticias. Mi hija, sorprendida y un tanto desesperada por la inacción, ni tarda
ni perezosa, gritó a voz en cuello: “¡Muévete, imbécil!”, a lo que con presteza
respondí bajándome del vehículo y tratando de ahogar una sonora carcajada, ya que
no se trataba de darle mal ejemplo a la escuincla festejándole las groserías
que tan magistralmente había aprendido de su padre y su correcta aplicación.
Y para que vean hasta dónde ha llegado mi
sino con las mujeres alfa, resulta que cuando finalmente encontramos a una
dulce niña que nos ayudara en nuestra tienda, ésta resultó de apellido ¡Gutiérrez!
(Scarlet –así, con una sola ‘t’- Gutiérrez), pero eso no es todo, sino que ahora
que le pregunté: “Oye, Scar, y si el lunes 9 de marzo finalmente no vienes al
negocio y mi esposa, como ya me dijo, tampoco lo hace, ¿quién se va a tener que
fletar ahí todo el día?”. “¡Ay, señor,
pues usted, quién más!”, obtuve por toda respuesta.
Y aquí me tienen, estoicamente, al pie
del cañón, honrando a mis inquebrantables hembras alfa y plasmando en pantalla
estos tiernos y agradecidos pensamientos. Muchos días de estos, queridas mías, nunca
mejor aplicada la frasecita.
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