lunes, 9 de marzo de 2020

Hembras alfa

“¡Papi, mamá te dijo pendejo!”, exclamó mi hija, de escasos seis años de edad. “¡Óyeme, Caro, ¿quién te ha enseñado a decir esas palabras?!”, la amonesté yo. “Es que estoy preocupada, papi, ¿por qué te dijo mami tan feo?”. Previamente, alguno de mis exabruptos había provocado que Elena, con toda justicia, me sorrajara un par de bofetones y, ya a “solas”, mientras peinaba a Carolina, musitara juicio tan severo.

La verdad ignoro si la preocupación de mi hija era por lo que Elena me había dicho o por haber quedado en evidencia mi pendejismo. La inquietud de la niña era tal que yo más bien me inclino por lo segundo. Además, no era la primera vez que yo  era “agredido”, pues ya en un par de ocasiones anteriores mi mujer me había agarrado a cachetadas, a tal grado de desesperación la llevaba yo. Cuando a nuestras amistades les “presumía” que era un hombre abusado verbal y físicamente por mi esposa, obviamente nadie me creía, conociéndonos cómo éramos en realidad la una y el otro. En fin, así me sentía yo, y en mi descargo puedo afirmar, como ya lo he hecho en alguna ocasión anterior, que jamás puse una mano encima de mis hijos, y de mi esposa, menos, no me iba a exponer en balde a sus madrazos.

Más bien soy gritón y nervioso, pero para que quede en evidencia cómo son mis hembras alfa, baste otro ejemplo. Cuando conducía mi automóvil, sin ninguna consideración hacia los hijos, iba yo echando madres contra todos: ¡hazte a un lado, idiota!, ¡quítate de mi camino, baboso!, ¡muévete, imbécil! –ahora ya no tanto-.

Pues bien, un día que tuve que llevar a Caro al ballet, o a la natación, o no recuerdo a dónde, de regreso a la casa ya de noche, con ella, claro, en la parte de atrás del carro, me detuve frente a la cochera pero sin apearme de inmediato del auto para abrir el zaguán, pues me quedé unos momentos más escuchando algo interesante que estaban diciendo en las noticias. Mi hija, sorprendida y un tanto desesperada por la inacción, ni tarda ni perezosa, gritó a voz en cuello: “¡Muévete, imbécil!”, a lo que con presteza respondí bajándome del vehículo y tratando de ahogar una sonora carcajada, ya que no se trataba de darle mal ejemplo a la escuincla festejándole las groserías que tan magistralmente había aprendido de su padre y su correcta aplicación.

Y para que vean hasta dónde ha llegado mi sino con las mujeres alfa, resulta que cuando finalmente encontramos a una dulce niña que nos ayudara en nuestra tienda, ésta resultó de apellido ¡Gutiérrez! (Scarlet –así, con una sola ‘t’- Gutiérrez), pero eso no es todo, sino que ahora que le pregunté: “Oye, Scar, y si el lunes 9 de marzo finalmente no vienes al negocio y mi esposa, como ya me dijo, tampoco lo hace, ¿quién se va a tener que fletar ahí todo el día?”.  “¡Ay, señor, pues usted, quién más!”, obtuve por toda respuesta.

Y aquí me tienen, estoicamente, al pie del cañón, honrando a mis inquebrantables hembras alfa y plasmando en pantalla estos tiernos y agradecidos pensamientos. Muchos días de estos, queridas mías, nunca mejor aplicada la frasecita.


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